-foto--Diego Ojeda: «A veces, duele más la soledad cuando es acompañada»
Decía Óscar Wilde en boca de Lord Henry en El retrato de Dorian Gray
que «las mujeres prueban suerte; los hombres arriesgan la suya». Por un
amor doble (a una mujer y a una vocación) este grancanario le echó un
órdago al sino que obra sobre él cambiando el azul de sus islas y la
estabilidad de un trabajo de maestro por la mezcla de colores
caprichosos e inacabados que es Madrid y la aventura de abrirse camino
con su guitarra. La jugada le salió bien; así lo avala el éxito de sus
hasta ahora cinco discos desde 2009. Bajo los influjos de su gran amigo,
es también partícipe de lo que empieza a conocerse como «Efecto
Marwan», una corriente de creatividad intimista y a la vez abierta que
ha conseguido que la poesía llame a la puerta hasta de un olvidado
público adolescente que antes se limitaba a las lecturas obligatorias de
secundaria y veía el género como un terreno pedregoso y oscuro.
Habiendo experimentado el placer de colocar sus versos entre lo más
vendido del momento, prepara un nuevo asalto al ring aunando de nuevo
sus dos pasiones artísticas y rodeado de gente querida y admirada. Nos
disponemos a dialogar con este chico revolucionario, que tiene fama de
puntual pero llega tarde a nuestra cita tras haberse quedado tirado
-junto a su chica revolucionaria- en mitad de la M-30. Gajes del oficio
de trovador de revoluciones.
TITULO: REVISTA XL SEMANAL PORTADA - La era de la salud transparente,.
Salud - fotos,.
Definiciones
Dentro del contexto de la promoción de la salud, la salud ha sido considerada no como un estado abstracto, sino como un medio para llegar a un fin, como un recurso que permite a las personas llevar una vida individual, social y económicamente productiva. La salud es un recurso para la vida diaria, no el objetivo de la vida. Se trata de un concepto positivo que acentúa los recursos sociales y personales, así como las aptitudes físicas.,etc,.
TITULO: EL BLOC DEL CARTERO - LA CARTA DE LA SEMANA - UNA NOCHE EN CALI; OTRA EN MADRID,.
foto
QUIERO recordar que hará unos meses hube de visitar la
ciudad de Cali, en Colombia, por un aquél que no viene al caso. Tras una
noche breve -más por los horarios de vuelo que por mi apetito
callejero- desperté tempranamente y, como suelo hacer allá donde voy,
prendí el aparato de radio que me acompaña con regularidad desusada
desde que empecé a dar vueltas por el mundo. Un informativo de excelente
factura daba cuenta de los aconteceres del día y jerarquizaba la
información, como es lógico, dando mayor importancia a los primeros
asuntos y dejando para el final los más intrascendentes. Tras escuchar
una batería de titulares en la que se pasaba de Bush a Chávez, del
fútbol a la guerrilla y del estado del tiempo a la inflación argentina,
el locutor añadió el titular número quince que venía a decir, secamente:
«En el día de ayer, dieciocho muertos por actos violentos en la ciudad
de Cali». De haberme afeitado con cuchilla tradicional, a buen seguro
que me hubiese llevado media piel de mi cuarteado rostro: para los
informativos caleños una noticia como esa formaba parte del furgón de
cola de la actualidad. Dicho de otra manera: dieciocho muertos por
pendencias comunes era lo habitual en una ciudad puntera de la
apasionante y bella Colombia y la frecuencia con la que se repetía el
dato hacía que esa noticia anduviera entre las que dan cuenta del sorteo
de lotería o el estado del tráfico. Inmediatamente comparé lo que una
información así supondría en una radio española en el caso de ocurrir en
una ciudad, pongamos, como Valencia: podría costarle el puesto a un
ministro del Interior y sería tema de conversación y análisis durante
meses. Pues bien, después de asistir al parte de bajas y destrozos
ocurridos en la pasada nochevieja en ciudades como Madrid, Sevilla o
Lérida, percibo con pavor que tal vez no estemos tan lejos. El recuento
de muertos y heridos tras la baratija festiva de la última noche del año
lleva a creer que estamos en el camino de asumir como normal que a un
individuo le descerrajen un tiro cuando este se asomaba a su balcón a
tomar el aire o que a una madre la acuchillen en plena calle en
presencia de su hija de siete años. Ya hemos asumido que a lo largo de
esta noche de borrachera se destroce el mobiliario urbano de ciudades
como Sevilla, en la que cientos de gamberros rompen las botellas de cava
contra el suelo de la Plaza Nueva porque «da buena suerte» o en la que
un par de apuñalamientos resuelven sendos encontronazos. Ya hemos
asumido que los conductores ebrios de pastillas y alcohol barato arrasen
barriadas enteras, o que «jovenes radicales» -que es como se llama a
los fachas independentistas- revienten la cabeza de unos cuantos
policías, o que niñatos de mierda quemen los contenedores de un par de
calles o que varios grupos de voluntariosos pirómanos revienten la
ciudad con los mismos petardos con los que se revientan las manos. Todo
eso es ya normal, entra dentro de la crónica esperada de una
nocheabsurda. La lectura de la prensa del día dos de enero nos acerca a
la realidad de una celebración estúpidamente desmadrada y tomada como
licencia para soltar al animal que tantísima gente lleva dentro.
Si
la autoridad no toma medidas -que por ahora no muestra tener demasiadas
ganas de hacerlo-, no habrán de pasar muchos años antes de que un
viajero ocasional prenda una radio y escuche sorprendido el titular
número quince de un informativo madrugador que dice que la noche de fin
de año se ha saldado con un número determinado de víctimas mortales y
con equis cientos de destrozos urbanos en buena parte de las ciudades
españolas. Y, como siempre, ya será tarde.