Un adiós a muchas cosas - SILENCIO TARDE, fotos.
Adiós, poeta. Pablo Neruda y su tiempo', que fue galardonada con el III Premio Comillas de Biografía, Autobiografía y Memorias en 1990, se vuelve a reeditar por la editorial Tusquets, con un nuevo prólogo, el que damos en estas páginas, de su autor, Jorge Edwards. El escritor rememora su amistad con el poeta chileno con motivo de que este año se celebra el centenario del nacimiento de Neruda (12 de julio de 1904-23 de septiembre de 1973).
Para mí, en lo personal, el cambio también fue decisivo, y estuvo marcado, en parte, por la víspera del allendismo, por mi viaje como enviado del Gobierno de Allende a Cuba, por el regreso, por los finales de Pablo Neruda, ahora convertido en embajador poeta, en París. En este volumen di cuenta de mucho y a lo mejor omití algo. En Chile, que es el país de los tontos graves, dijeron que el libro era demasiado doméstico, que era un Neruda en pantuflas. Y algunos pensaron que yo abrigaba el oscuro propósito de arrebatarle a Neruda, su trofeo, su estatua permanente, al Partido Comunista. Ya ven ustedes, ¡aviesas intenciones!
Pablo Neruda fue un poeta cíclico, que regresaba
siempre a su punto de partida; un viajero inmóvil, como lo describió
con acierto Emir Rodríguez Monegal
Me despedí, pues, de todo eso. Doblé la página, y después de haber sido un diplomático profesional y un escritor de fines de semana, me convertí, para bien o para mal, en escritor de tiempo completo. Esto de doblar la página no fue una simple metáfora. Tampoco una licencia. Tuve que dejar atrás el lugar común, el pensamiento político que se consideraba correcto, y asumir una visión propia y a menudo incómoda de los sucesos. En esos años finales, Pablo Neruda solía estar de acuerdo en privado y callar en público. Era un disidente institucional, un cardenal ateo, situación que yo no envidiaba en absoluto.
TITULO: EL RELOJ PACHUCA - LA MACETAS - EL TIEMPO PERFECTO Balance arbitrario,.
EL RELOJ PACHUCA - LA MACETAS - EL TIEMPO PERFECTO - Balance arbitrario, fotos,.
Ahora, en este año del centenario, hago mi balance enteramente personal, arbitrario, si ustedes quieren, producto de una lectura y relectura de largas décadas. Creo que Residencia en la tierra es uno de los grandes libros de poesía del siglo XX, quizá la cumbre de la poesía del siglo en lengua española. Ha sobrevivido mejor que Trilce y Poemas humanos, que Altazor, que Poeta en Nueva York, que todo o casi todo. En las Residencias hay decenas de poemas que son clásicos de la modernidad, escritos en el Lejano Oriente, en Santiago, en Buenos Aires, en la soledad más extrema, en condiciones trágicas, y que cambiaron la poesía de ese tiempo. Cito algunos de mis preferidos: Tango del viudo, El fantasma del buque de carga, Ritual de mis piernas, Barcarola, Walking around, Desespediente, Melancolía en las familias, Entrada a la madera, Oda a Federico García Lorca. Siento la tentación de proponer una teoría arriesgada: Pablo Neruda, y esto ya se empezó a notar en su adolescencia, en algunos textos anteriores a Crepusculario, el libro de sus diecinueve años de edad, fue un Arthur Rimbaud, un genio precoz de la escritura poética. A Rimbaud se le terminó la inspiración poco después de sus veinte años: dejó de escribir y se dedicó al comercio, a la exploración, a la aventura en tierras africanas. Neruda nunca perdió su fascinación por él, ni siquiera en sus periodos de poeta militante. Nunca lo abandonaba la fotografía del joven Rimbaud en el lugar de privilegio de su mesa de trabajo. Citó a Rimbaud en el lugar más destacado de su discurso del Premio Nobel. Ahora bien, y aquí viene mi esbozo de teoría: Neruda, como Rimbaud, se apartó y hasta renegó de su gran poesía de juventud, pero, en lugar de cesar de escribir, pasó a escribir lo que él llamó en algún momento poesía utilitaria, destinada a mejorar las condiciones del ser humano en sociedad. El cambio de vida de Neruda, el abandono del lirismo juvenil, se tradujo en un cambio radical de poética. Es notorio que después de largos años, al cabo de casi tres décadas, quiso volver a sus orígenes: trató de recuperar la atmósfera y los temas de las Residencias. El intento, imposible por definición, le resultó sólo a medias. En uno de sus poemas otoñales dijo que había escrito tantos versos sobre el Primero de Mayo, que en adelante sólo escribiría sobre el día 2 de ese mes. El 2 de mayo también es una fecha importante en España, pero él hablaba de escribir sobre un día cualquiera, sin orígenes, como ese misterioso jueves de un poema de Residencia, que intentó recuperar en un notable texto tardío, uno de los mejores de su vejez, El largo día jueves.
TITULO: AL FIN Un poeta cíclico - CORTACESPED,.
AL FIN Un poeta cíclico - CORTACESPED, fotos,.
Como se debería desprender de este libro, Pablo Neruda fue un poeta cíclico, que regresaba siempre a su punto de partida; un viajero inmóvil, como lo describió con acierto Emir Rodríguez Monegal. Cuando buscamos una casa de campo en Normandía durante toda una mañana larga, un refugio para la poesía, en medio de las exigencias burocráticas y sociales de París, y él se entusiasmó con una que había sido un antiguo aserradero, un lugar de madera virgen, de agua, de caballos y pájaros, le dije de inmediato que había encontrado una casa del Temuco de su infancia. Y era la casa inevitable, necesaria, del poeta de la madera elemental: el que había hablado en una carta de juventud enviada desde Birmania o desde Ceilán de su idea de la poesía como absorción física del mundo, el que poco después había descrito la madera como geología, como misterio casi religioso:y en tu catedral dura me arrodillo
golpeándome los labios con un ángel...".
El Neruda militante era apasionado, implacable, y podía ser injusto. Yo le hice caso en este libro en su condena de Carlos Morla Lynch, acusado de negarle el asilo diplomático a Miguel Hernández en Madrid al final de la guerra española, y ahora creo que me equivoqué. El poeta alicantino estuvo refugiado en la legación de Chile en una primera etapa. Le dijeron que la guerra no había terminado, que no todo estaba perdido, y salió para unirse de nuevo a las tropas republicanas. Después de esa salida ya no pudo regresar. Fue reconocido y encarcelado cuando trataba de huir de España por la frontera portuguesa. Dejo aquí constancia de mi opinión actual, con la salvedad de que no he podido investigar el asunto a fondo. Neruda comentaba las simpatías pro nazis de Morla, y la verdad es que no conozco bien el tema, pero el nazismo de los chilenos de finales de la década del treinta no era igual al nazismo de Adolfo Hitler y de sus secuaces. También hay que ser justo en esta materia. El Chile de aquellos años era todavía más desinformado y provinciano que el de ahora, lo cual no es poco decir. Basta recordar que los nazis chilenos fueron aliados del Frente Popular en las elecciones de 1938.
TITULO: LOS 3 SOMBREROS DE COPA - LOS FRUTIS - A ESTUDIAR - Los años sesenta,.
LOS 3 SOMBREROS DE COPA - LOS FRUTIS - A ESTUDIAR - Los años sesenta , fotos.
El poeta salía disparado como una flecha, atacaba, fustigaba, hasta el punto de que Arthur Rimbaud parecía reemplazado, como fuente de inspiración, como musa, por Victor Hugo, el tribuno, y de repente había regresado, o se descubría que no había salido nunca. Cada vez que entraba a mi departamento de París, en los años sesenta, se quedaba largo rato ensimismado, sumido en la contemplación de un cuadro que representaba maderas, con sus vetas, sus nudosidades, sus poros, vistas desde un primer plano. Yo recordaba los versos iniciales de Entrada a la madera, la invocación de una racionalidad escasa, situada en el límite:
"Con mi razón apenas, con mis dedos,
con lentas aguas lentas inundadas...".
En otra ocasión, hacia fines de los sesenta, salíamos en automóvil de Santiago rumbo a Isla Negra. El poeta quiso detenerse en el Mercado Persa, a la salida del barrio santiaguino de la Estación Mapocho. Deambuló durante largo rato entre cachivaches, con su andar cansino, lento, con su mirada lateral, medio anfibia, y descubrió los eslabones mohosos de una enorme cadena arrumbada debajo de una mesa. No descansó hasta que este inútil artefacto, que pesaba toneladas, fue llevado en un camión de mudanzas y cayó sin orden, aparentemente sin propósito, en uno de los prados de su casa de la costa. Pero había, en realidad, un orden no visible, algo que las fundaciones y las academias no entenderán nunca: la cadena pertenecía a su universo poético de juventud, universo en apariencia abandonado, pero nunca abandonado del todo. Formaba parte de las "podridas maderas y hierros averiados", de las "fatigadas máquinas que aúllan y lloran" en Fantasma del buque de carga.
Mis últimos recuerdos son unas migas añejas en la alfombra del salón principal de la avenida de la Motte-Picquet. Matilde, a diferencia de Delia del Carril, era una dueña de casa notable, atenta a los menores detalles, pero a fines de 1972 había tenido que tirar la esponja. El cuidado del poeta, seria, terminalmente enfermo, absorbía todas sus energías. En esas semanas, Pablo Neruda, que nunca dejó de ser quevediano, además de gongorino, que siempre, a pesar de las consignas, tuvo una visión despiadada, propia de ese "párpado atrozmente levantado a la fuerza" de Residencia, escribió poemas sobre el tiempo, sobre la muerte, que la crítica tiende a pasar por alto. Los mejores, para mi gusto, por lo menos, se encuentran en un libro escrito entre la casa de Condé-sur-Iton, en Normandía, y la residencia de la Motte-Picquet: Geografía infructuosa. Encontré esas migas añejas, descubrí esos poemas que son despedidas, despedidas de alguien que se niega a despedirse, y me quedé con un abridor de botellas de acero o de aluminio plateado en forma de pescado que habían olvidado en el marco de una ventana. El poeta, en sus últimos días de París, colocaba un catalejo de viejo marinero junto a esa ventana y contemplaba, extasiado, los dorados, las molduras, las curvas de la cúpula iluminada de los Inválidos. Poco después de su regreso a Chile, me llamó a mi oficina de París desde el único teléfono de Isla Negra, el de la hostería de la señora Elena. "Vente para acá", me dijo la voz del otro lado del océano, que sonaba, a pesar de los ruidos, del cansancio, de los años, animada: "El mar está maravilloso". En medio del descalabro de la sociedad, de la política, de su propio cuerpo, el poeta se refugiaba en la naturaleza, el primero y el último de sus refugios, su resorte esencial, su punto de partida y de llegada. Y la naturaleza le daba una respuesta muda, enigmática. En su juventud había escrito desde el Oriente que prefería una poesía como absorción física del mundo, no como resultado de un saber libresco o de una consigna social determinada, y había pasado por muchos avatares, por muchas circunstancias y posturas, pero en el fondo, a pesar de las apariencias, había cambiado muy poco. La libertad se encontraba en el mar, como sugería otro de sus poetas favoritos, y, dicho sea de paso, otro maldito, Charles Baudelaire ("homme libre, toujours tu chériras la mer"), y la sociedad de los hombres, que él había tratado de mejorar, estaba llena, por el contrario, de trampas, de complicaciones, de miserias.