lunes, 10 de mayo de 2021

REVISTA FARMACIA - El SES sostiene que la mitad de las consultas son ya presenciales , Sanidad ha aumentado un 40% las operaciones . / CAFE, COPA Y Tierra de talento - Homenaje a Raphael por su 78 cumpleaños,. / Documental - Reporteros en la boca del lobo . / El escarabajo verde - Diario del año del virus: todos los capítulos ,./ Días de cine clásico - Cine - Confidencias de medianoche , Miercoles -12- Mayo ,./ Un país para escucharlo - Javier Arcenillas, ganador del tercer concurso fotográfico 'Leer es vivir' ,.

 

 TITULO: REVISTA FARMACIA - El SES sostiene que la mitad de las consultas son ya presenciales. Sanidad ha aumentado un 40% las operaciones,.

REVISTA FARMACIA - El SES sostiene que la mitad de las consultas son ya presenciales , Sanidad ha aumentado un 40% las operaciones , fotos,.

El SES sostiene que la mitad de las consultas son ya presenciales,.

Ha dado instrucciones a las áreas de salud para que a corto plazo ese porcentaje llegue al 70% si la evolución de la pandemia lo permite,.

Pasillo del centro de salud de la zona centro en la ciudad de Cáceres hace un año. /HOY
 
Pasillo del centro de salud de la zona centro en la ciudad de Cáceres hace un año.
Revista nuestra farmacia de comunidad 2 edicion

La mitad de las consultas en Atención Primaria (consultorios locales y centros de salud) son ya presenciales. Es la estimación que ofrece la Dirección General de Asistencia Sanitaria del Servicio Extremeño de Salud (SES) sobre cómo ha evolucionado la atención a los pacientes durante la pandemia. Los mayores porcentajes de atención presencial, etc,.

Sanidad ha aumentado un 40% las operaciones,.

Sanidad ha aumentado un 40% las operaciones

La pandemia no solo cambió radicalmente la atención sanitaria en consultorios y centros de salud sino que ha variado sensiblemente la actividad en los hospitales extremeños. Los primeros datos de este año así lo corroboran.

En el pasado marzo las operaciones cayeron un 14% respecto a las que se realizaron en marzo de 2019 debido a los efectos, etc,.

 

Homenaje a Raphael por su 78 cumpleaños,.

El talent show ha querido homenajear al gran divo de Linares, Raphael, que esta semana cumplía 78 años.  

Tierra de talento

Sólo cinco de Uranio hay en el mundo en manos de ACDC, U2, Queen, Michael Jackson y, por supuesto, de Raphael. 

Y desde "Tierra de Talento" han querido homenajear al cantante jiennense con un popurrí o medley de sus canciones más conocidas que se han convertido en grandes himnos de generaciones enteras.

Lo han hecho en las voces de concursantes que ya han pasado por el programa en las pasadas ediciones como Adriana Rogan que ha interpretado "Digan lo que digan"; Luciano Miotto con "Yo soy aquel"; Auxi Ponce "Cuando tú no estás"; Fernando Sanz "En carne viva"; María Villalón "Estar enamorado" y todos se unen para acabar cantando "Mi gran noche".

Además, no te pierdas los concursantes que esta semana han pasado su primer desafío y han pasado a semifinales.

TITULO: Documental -  Reporteros en la boca del lobo,.

Reporteros en la boca del lobo,.

El asesinato en Burkina Faso de David Beriáin y Roberto Fraile vuelve a poner el foco en los periodistas en zonas de conflicto, un oficio rodeado de una aureola de aventura y compromiso, que flirtea con la muerte,.

Los reporteros Mayte Carrasco, Alessio Romenzi y Roberto Fraile acceden por tres kilómetros de alcantarillas a la ciudad sitiada de Homs, en Siria. /
 
fotos / Los reporteros Mayte Carrasco, Alessio Romenzi y Roberto Fraile acceden por tres kilómetros de alcantarillas a la ciudad sitiada de Homs, en Siria.

Mayte Carrasco no ha estado más asustada en su vida. Corría el año 2012 y se había propuesto entrar de manera clandestina en la ciudad siria de Homs, sitiada por las tropas de Bashar al-Ásad. Le acompañaban Roberto Fraile, Alessio Romenzi y un guerrillero rebelde que les mostraba el camino. «Entramos por las cloacas, tres kilómetros chapoteando en la mierda hasta que salimos a la superficie. La gente nos acogió en sus casas, agradecidos porque alguien se acercara hasta allí para contar su historia. Las bombas no dejaban de caer y los tiros llegaban de todas partes. Aguantamos tres días, nosotros solos y la BBC. 'De menuda nos hemos librado', pensé cuando dejamos aquello atrás. 24 horas más tarde mataban a Marie Colvin en la misma casa donde nos habíamos refugiado nosotros».

Nueve años después, Mayte es madre de una niña y rueda documentales. Aún pasa miedo, pero ahora es por su pareja, Marcel Mettelsiefen -a quien conoció en Kabul y con quien dirige la productora The Big Story Films-, «que sigue yendo a sitios chungos como hacía yo». Roberto, su cámara en Siria, ha muerto esta semana. Lo ha hecho en Burkina Faso, asesinado por una facción local de al Qaeda mientras rodaba en compañía de David Beriáin un reportaje sobre la caza furtiva en este rincón de África donde el peligro es una constante y aguarda siempre agazapado. Los dos periodistas habían desafiado a la muerte en incontables ocasiones, desde Sudamérica a Oriente Medio, hasta que, como dice Mayte, se han gastado «todos los billetes de esta lotería».

La historia de Roberto y David es la de 'la tribu', como se conoce a ese heterogéneo grupo de enviados especiales a zonas de conflicto, que suma ya doce bajas desde 1980. Nombres como Miguel Gil, que antes de morir en Sierra Leona viajó en una moto de trial y sin un duro en el bolsillo desde su Barcelona natal hasta Sarajevo para cumplir un sueño; o Juantxu Rodríguez, abatido por una bala en Panamá; o José Couso, reventado por un proyectil americano cuando cubría la guerra de Irak. Pertrechados unos con un bloc de notas; otros con una cámara Z1, el ordenador y un software de edición de vídeos. Todos con una curiosidad insaciable, sin otro deseo que recorrer el mundo y contar historias.

Un oficio mitificado en películas y libros, que no atraviesa su mejor momento y donde el perfil del informador está «condicionado por el deterioro financiero de los medios de comunicación y la consiguiente reducción de plantillas», explica Alfonso Armada, presidente de Reporteros Sin Fronteras-España. Una situación que lleva a los medios a cubrir conflictos como los de Yemen, Libia o Afganistán con reporteros 'freelance', «que asumen más riesgos por menos dinero». Las empresas se vuelven más cautelosas y en un panorama como el actual -«donde los periodistas son a menudo moneda de cambio y valen lo que vale su pasaporte», desliza con amargura Carrasco- no arriesgan sus plantillas.

Compromiso. David Beriáin, durante un reportaje en la selva amazónica.
 
Compromiso. David Beriáin, durante un reportaje en la selva amazónica. 

Es paradójico, añade Armada, que en un mundo interconectado tengamos cada vez menos miradas propias en los lugares de conflicto. «Porque no nos engañemos, hay cosas que no se cuentan igual por teléfono, y si queremos conocer su auténtica dimensión, hay que mancharse las botas de barro, llamar a una puerta y ver y oler lo que hay detrás». Y, sin embargo, hay aspectos en los que se ha avanzado, a veces incluso a costa de retrocesos. Armada no sabe lo que hubiera dado por tener un teléfono móvil en Sarajevo, donde resultaba tan difícil transmitir. «Ahora es inconcebible porque la conexión es permanente, a veces hasta cada hora, lo que es una perversión en sí mismo porque falta reflexión».

Como una camisa de fuerza

Ricardo García Vilanova, Karlos Zurutuza, Javier Espinosa... Los reporteros en zonas de conflicto son en cierto modo una familia, «más pequeña de lo que pensamos, lo que pasa es que siempre nos movemos los mismos», resume Mikel Ayestaran, corresponsal de este periódico en Oriente Medio, que hace seis años cambió la comodidad de la redacción por la guerra en Siria. «Notaba que ese mundo idílico se había convertido en una camisa de fuerza, que llevaba dentro un Dr. Jekyll y un Mr. Hyde», explica de camino a la única tienda de Jerusalén donde venden 'rioja', después de despedir a sus dos amigos con un artículo escrito con las tripas. «Me voy a beber una botella a la salud de los dos».

Cuántas veces ha pensado Ayestaran «quién me habrá dicho a mí que me meta en este jardín». Cuántas, como dice Armada, que la exposición constante al dolor acaba formando parte de tu naturaleza y de tu propia memoria, hasta dejar huella. Y más cuando se tiene familia, esa mochila que se vuelve más pesada cuando haces de saltar trincheras tu modo de vida. «Cuando salgo por la puerta de casa siento que yo piloto la situación. La ansiedad me la crean los que dejo atrás, que he arrastrado por todo el mundo (en su caso esposa y dos hijos)». Las madres también entienden de esto. «¿Por que tienes que ir tú siempre», le repetía a David Beriáin la suya.

En primera línea. Periodista norteamericano momentos antes de ser alcanzado por dos balas cuando cubría los mismos disturbios en Puerto Príncipe (Haití) en los que resultó muerto el español Ricardo Ortega.
 
En primera línea. Periodista norteamericano momentos antes de ser alcanzado por dos balas cuando cubría los mismos disturbios en Puerto Príncipe (Haití) en los que resultó muerto el español Ricardo Ortega.

No se sienten cómodos con el término 'reportero de guerra'. Le ocurre, por ejemplo, a Marc Marginedas, corresponsal en Moscú de El Periódico de Catalunya, seis meses secuestrado por islamistas radicales y compañero de penurias de James Foley, asesinado poco después de que a él lo liberaran. «Yo soy periodista. Especialista en la Unión Soviética y el Mundo Árabe, que ha adquirido unas tácticas para moverse en situaciones de conflicto y tratar con gente que ha sufrido situaciones traumáticas. Punto. Todo lo demás sobra».

También a Emilio Morenatti, cámara de Associated Press que perdió un pie en Afganistán al explotar una bomba al paso del convoy militar en que se había incrustado y que cuando le preguntas por la cobertura de la que se siente más orgulloso te contesta, invariablemente, «la última». En su caso es la pandemia, una misión que aborda desde la misma perspectiva que cuando estaba destacado en el extranjero, «porque el enemigo está ahí, aunque no lo veas».

Como pregonaba Kapuściński, la de informador en zonas de conflicto no es profesión para cínicos. Marginedas ha visto tanto sufrimiento, «a tanta gente que lo ha perdido todo», que no se ve haciendo otra cosa que prestándoles su voz. Incluso cuando estaba cautivo de los yihadistas y resignado a que se le hubiera agotado la suerte, este catalán de mirada grave y barba poblada -sus colegas le llamaban 'el checheno' por todas las veces que le paraba la Policía confundiéndole- pensaba que había tenido la vida que deseaba «y eso me llenaba de paz y tranquilidad».

Las secuelas

¿Sale uno indemne de experiencias así? Todos coinciden en que no. Marginedas ha sufrido estrés postraumático y estuvo un tiempo en tratamiento: «Volver a Barcelona dos días después de los combates y quedarme clavado en la calle, totalmente desorientado, sin saber llegar a la casa de mi mejor amiga y pensar sólo 'está todo tan limpio'». O Ayestaran, a quien un día el fuego cruzado sorprendió en una zona de Damasco que creía segura. Las fachadas llenas de impactos, los portales convertidos en morgues... y que tu compañero te ceda su chaleco antibalas y su casco. «Llévalo tú, a mí me han diagnosticado cáncer».

Saben lo que es batirse el cobre en tierra hostil. Saben también de autocensura, de relaciones ambiguas con el poder para no ser expulsados, de dilemas morales y de la precipitación que, antes o después, conduce a errores. Marginedas no cree en la cobertura de conflictos con 'riesgo 0'. «Si tomas ese camino, o eliges un bando para garantizar tu seguridad, te estás engañando a ti mismo y a tu audiencia». Aún así, sigue pensando que su trabajo es «fundamental» y que si las guerras no tuvieran testigos, el nivel de encarnizamiento de quienes toman parte en ellas sería mayor. «Es importante que cuando pasen unos años nadie pueda decir 'es que no lo sabía'. No, perdona, lo sabías pero decidiste mirar a otra parte».

Armada conoce muy bien el proceso que separa el entusiasmo temerario de la práctica responsable. Aventura. Curiosidad. Compromiso. Después de años en Balcanes, en Ruanda o en Sudán, las ha vivido de todos los colores. Sabe como pocos lo que es la adrenalina, ese chute adictivo de sentirte al límite y sin el que la vida parece carecer de sentido. «He visto a reporteros en Sarajevo hacer carreras por la Avenida de los Francotiradores, sólo por dar un plus de excitación al hecho de estar allí». Mayte Carrasco lo corrobora: «Siempre he dicho que a este oficio no hay que echarle huevos, sino cabeza. Es así»

«'Por favor, ten miedo', me dijo un día un joven al que entrevisté y es el mejor consejo que me han dado jamás -asegura Armada-. La suerte es un factor nada científico y forma parte de la naturaleza del mundo, pero el miedo es ese sexto sentido que ayuda a no correr riesgos innecesarios, aunque nada -ni siquiera la intuición- puede cubrir todos los ángulos desde donde llega el peligro. Ahí están para demostrarlo David y Roberto, «que preparaban sus viajes con meticulosidad y no descuidaban nada».

En su contexto

50
son los periodistas asesinados en 2020 mientras desempeñaban su trabajo, según el último informe anual de Reporteros Sin Fronteras publicado el pasado diciembre. De ellos, 49 eran profesionales locales.
Desde 1980, doce españoles han sido asesinados en zonas de conflicto
Desde que Luis Espinar, periodista y sacerdote, fue torturado en un suburbio de La Paz (Bolivia), doce reporteros han muerto en zonas de conflicto. Le han seguido Juantxu Rodríguez (Panamá, 1989), Jordi Pujol Puente (Bosnia, 1992), Luis Valtueña (Ruanda, 1997), Miguel Gil Moreno (Sierra Leona, 2000), Julio Fuentes (Afganistán, 2001), José Luis Percebal (Marruecos, 2002), Julio Anguita Parrado (Irak, 2003), José Couso (Irak, 2003) y Ricardo Ortega (Haití, 2004). Cierran la lista David Beriáin y Roberto Fraile, muertos ambos en Burkina Faso esta semana.
Un 'chaleco digital' para proteger a los corresponsales que estén en peligro

Reporteros Sin Fronteras ha puesto a disposición de los profesionales que realizan su labor en zonas en conflicto una aplicación móvil destinada a protegerles. Se trata del 'Chaleco Digital', una herramienta desarrollada para «alertar a los periodistas que se adentren en áreas de riesgo, que lanza un SOS cuando les acecha un peligro real o que les permite compartir el itinerario de un viaje que entrañe la posibilidad de sufrir ataques o un secuestro», han informado desde la organización asistencial.

'Chaleco Digital', creado con el apoyo de TalentoMobile y el respaldo del Ministerio de Asuntos Exteriores, ya está disponible en GooglePlay para su descarga en dispositivos Android. Es la primera aplicación móvil desarrollada para la seguridad de los periodistas y está creada originalmente en español con idea de extender su uso en Hispanoamérica, una de las regiones del mundo donde estos profesionales son víctimas de más ataques. La iniciativa se suma a otras medidas de RSF como el préstamo gratuito de chalecos antibalas y cascos a reporteros freelance, la formación en seguridad digital y pólizas de seguro médico y accidente. Su presentación se iba a llevar a cabo esta semana en Madrid, pero la muerte de David y Roberto obligó a aplazar el acto hasta mediados de mayo.

 

TITULO:  El escarabajo verde - Diario del año del virus: todos los capítulos,.

 

Diario del año del virus: todos los capítulos,.

Un relato colectivo (y sucesivo) de la redacción de Diario LA RIOJA en el año que nadie quería haber vivido,.

Diario del año del virus: todos los capítulos

foto / El Diario del Año del Virus no es realidad. O no del todo. Es un relato que, por turnos, irán escribiendo los redactores de Diario LA RIOJA, tomando cada uno el testigo donde lo ha dejado el anterior.

Un viaje que empieza, pues, sin saber muy bien dónde nos llevará. Un poco como este año del virus.

Capítulo 1.- Víctor Soto Tiempo

A Martín le pesa el tiempo. Lo nota como algo casi físico. Se mastica como el puré, con esa inconsistencia que siempre le genera la duda de si es el momento de tragar. El tiempo, al que nunca había hecho demasiado caso, se le presenta como una puerta a medio cerrar. No sabe lo que hay detrás y tampoco se atreve a empujarla para descubrirlo. Aguarda ahí, como una sombra.

También lo nota en los que le rodean. Muchas atenciones, tal vez demasiadas. Las mismas preguntas una y otra vez. Las horas pasan entre monosílabos mientras la vida, en suspenso, aguarda detrás de las ventanas. Ve su calle como un decorado. Tal vez si pudiese tocarlo se daría cuenta de que es puro tablerillo y pintura, sin solidez ni cimientos. Faltan las personas y eso es lo que más echa de menos. Caras anónimas, guapas o feas, ropas elegantes o desastradas, figuras que pasaban y le entretenían esos minutos que antes se permitía malgastar con la nariz apoyada en el cristal.

Tiene demasiado tiempo porque hace ya días que no descansa bien. Se despierta sudoroso y gritando. Asusta a todos. Pero ya se ha convertido en una rutina más de estos días inciertos. Los demás duermen, pero a él se le queda la última imagen del sueño pegada a unas pestañas que no logra cerrar de nuevo. Da vueltas y más vueltas, pero ya sin ruido hasta que la habitación se va llenando de una leve claridad. Es el momento de volver a la ventana para olvidarse de lo anterior y centrarse en sus obligaciones durante las próximas horas. Aunque no lo quiera, siguen siendo las agujas del reloj las que le guían y marcan. Le recuerdan a cuando los soldados marchan en las películas con ese paso marcial y violento y que a él le resulta ridículo.

Tal vez ahora todo resulte un poco ridículo. Los guantes, las máscaras, las gafas, la mirada gacha, el miedo... Son prendas que uno se coloca rutinariamente antes de salir a la calle. «El mal está ahí fuera», se dice entre dientes. Y la frase le provoca una amarga sonrisa al pensar en Mulder y Scully, esos detectives que llenaron su infancia de extraterrestres, complots y misterios. Ahora no es la verdad la que está ahí fuera porque lo real se ha convertido en alocada ficción. El mal es lo que impera, ese virus dañino que lo ha impregnado todo, piensa mientras nada perturba el paisaje de su calle. Antes lo veía como un decorado pero, sin viento que mueva las ramas, ahora le parece un cuadro realista, una obra de Antonio López, pero en un barrio chungo.

'Un, dos; un, dos; un, dos...'. Las manecillas no paran y él tiene que tomar una decisión. Como cada mañana. Mientras la casa continúa en silencio, a él se le presenta la misma encrucijada. Conoce de sobra cuál es su labor, pero mira esas paredes de horrible gotelé que le retienen, desgarrando un poco más el tiempo que sigue pasando. Siempre había escuchado que mirar una pared en blanco relajaba. Y una mierda. Se había cansado hace ya mucho de ver paredes blancas. Le tocaba elegir el camino, como en esos libros de tapas rojas de la editorial 'Timun Mas', que le habían parecido ridículos hasta que se dio cuenta de que ya no le quedaba ninguno por leer. Hasta hoy y desde que la 'maldición', como a él le gustaba denominarla, apareciese en su vida y la de todos, siempre había seguido la senda marcada. Pero el sueño de esa noche le había sacudido especialmente y ahora todas las veredas le parecían quebradas y difíciles, como si no hubieran sido holladas durante lustros, como las del pueblo de sus abuelos. No podía dejar de pensar pero se daba cuenta de que la mortecina claridad de hace un rato se iba musculando y que pronto los demás se despertarían. Y de nuevo llegarían las preguntas rutinarias y monótonas. Ahora que no había nadie era el momento de salir de nuevo a la calle o aislarse casi totalmente. El tiempo que llevaba malgastando, en ese momento le apremiaba.

Capítulo 2.- Nuria Alonso El silencio de Amelia

Martín no se arredra ante la 'maldición'. Mejor dicho, no se angustia por él. Piensa en su hermana, su querida Amelia. Desde niños, él siempre ha ejercido su fraternal papel de protector, de ángel guardián. Luego el tiempo, ese que ahora todo lo contamina, los ha ido separando. Ya se sabe: el trabajo, las parejas, la pereza. No es más que una distancia ficticia, de esas que se abren sin pretenderlo y se agigantan sin detectarlo. Sin conflicto, pero sin armisticio. Y ahí late, se lamenta Martín. Nunca alcanzará a atisbar cuánto.

Porque Amelia sufre. En un silencio terrible, enloquecedor. Debería estar en el mejor momento de su vida. Sin duda. Pero es al revés. Todo está del revés. No deja de rememorar y revivir aquel día de primavera precoz en el que ella y su marido, Luis, se otorgaron una tregua. Pusieron en pausa sus vidas durante un fin de semana, ni siquiera eso, una tarde y una noche fueron. No más. Comieron fuera, alargaron la sobremesa con una copa y culminaron con una noche de juerga que les deparó una agradable sorpresa. Por primera vez en semanas, rieron juntos, charlaron, planearon y reconectaron como hacía mucho tiempo. Otra vez el dichoso tiempo. La chispa resurgió y la dejaron fluir.

Aunque le parece que ha transcurrido un siglo, no han pasado más que cuatro semanas de aquel ¿fatídico? (no deja de preguntarse Amelia) día. Y sus vidas ya no volverán a ser las mismas. Amelia lo sabe, Luis también. Pero no lo comentan. No lo verbalizan. Tienen demasiado miedo. Pavor. Sobre todo ella. Apenas concibe cómo ha sido capaz de superar los dos años anteriores, en los que la frustración y las lágrimas los habían encaminado a perder la esperanza y un poco también la alegría. Y cómo habían tratado de enmascarar su infertilidad con un conformismo impostado, artificial, para enmudecer el soterrado dolor. Para asumir que quizás, cruel azar, nunca llegaría el ansiado bebé. No quería afrontarlo. Tampoco podía.

Por eso, que inopinadamente hace dos semanas el test de embarazo saliera positivo llenó a Amelia de gozo. Y la aterrorizó. Pero no por la pandemia. Ella no podía reparar en el virus, no en su estado. La llenó de pánico creer que estaba embarazada, pensar que iba a ser madre, dudar de si lo haría bien… «Qué ironía», esboza con una amarga sonrisa al racionalizar sus demonios cuando calibra la crisis sanitaria mundial en la que, si se cumplen los pronósticos (cruza los dedos a menudo, como si así espantara el mal fario), nacerá inmerso su vástago. Y no puede decir nada. Es demasiado pronto. Se gafaría, está segura. No sería la primera vez. Así que se impone la ley del silencio, la automordaza.

Sus padres no lo saben. No aún. Debe amortiguar el mazazo por si golpea, no cree que se sobrepongan a que les vuelva a partir el alma con otra promesa rota. Su hermano, Martín, tampoco: bastante tiene él como para soportar sus dramas. A veces a Amelia recapacita sobre su mutismo y atina en que quizás ella se desembarazó bruscamente de su afán protector, como un acto de rebeldía tardía. Él tampoco se había esforzado. Ahora ya da igual.

Ni siquiera puede Amelia sacudirse el estrés del trabajo: a Luis lo acaban de despedir; temporalmente, se consuelan ingenuos; y aún es prematuro anunciar la noticia en su despacho. No conoce la reacción de su jefe aunque la intuye. Sospecha impotente que la irá apartando de los casos importantes, paulatinamente, a escondidas. Y terminará por ignorarla hasta casi hacerla desaparecer. Tampoco será nada nuevo: durante años ha asistido impasible a cómo arrinconaban a otras colegas y ella no ha abierto la boca; de hecho, hasta le ha beneficiado. Y, qué más da, si sigue sin tener la confirmación oficial del sistema sanitario y sin entrar en la rueda médica que enreda a las embarazadas. De ahí, la duda que le ronda: «¿Cuándo he de romper este silencio?». De pronto, el móvil acalla sus pensamientos. Es Martín.

Capítulo 3.- David Fernández Lucas ¿Cómo te quedas?

-¿Qué tal Amelia? ¿Dónde estas?

-Aquí…En casa entre el sofá y la cocina. Un trayecto largo y tortuoso por el pasillo que trato de alargar como si paseara por la Gran Vía…

- Jajaja… Eso está bien. Que no pierdas el humor hermana.

Pero el humor no estaba en esa contestación. Era simplemente una vía de escape para no ocultar la realidad. Que se moría por dentro. Se moría de un miedo paralizador a todo lo que iba a venir. Un miedo que le silenciaba lo más importante y que no ayudaba.

-¿Tú qué tal? ¿Todo en orden?...

Martín sabía que cuando Amelia soltaba esa coletilla es que nada estaba en orden. Años de conversaciones le habían demostrado que su hermana se aferraba a frases como esa para desviar la atención y no lanzar una señal de alarma.

Martín se puso condescendiente e irónico y le dijo: -Todo en orden Amelia, el orden de alarma que nos han marcado…jajaja. ¿Tú? ¿Qué tal tu desorden?

-¿A qué te refieres?- Amelia soltó rápida esa frase delatándose.'Su desorden'. Cómo se le ocurre usar esa palabra ahora. Su desorden… ¿Se habría querido hacer el gracioso o le había notado algo?

Las palabras trastocan al ser humano. Y éstas le dieron un golpe certero a Amelia. Empezó a temblar. A darse cuenta de que tenía que contar lo que le pasaba para poder dejar esa sensación de angustia que le invadía.

-Tengo que contarte algo Martín- dijo seca

-¿De tu desorden?

- Sí, de mi desorden en este nuevo mundo controlado por el Estado.

-Qué trágica te pones.

-Déjame hablar, por favor.

-Vale, vale… tranquila.

Respiró. Miró a su alrededor. Buscó la tranquilidad y soltó amarras.

-Tengo un virus dentro del cuerpo.

-¿Eh?

-Sí. Un virus. Bueno… Creo que lo tengo. O al menos todo indica que está dentro de mí… no puedo confirmarlo del todo. Pero sí. Sé que lo tengo.

-¿Qué dices? ¿De qué hablas?

- Pues eso. Que tengo algo. Y crecerá. Se hará grande. Muy grande. Va a cambiar todo lo que tengo a mi alrededor como está cambiando el mundo ahora mismo por otro virus. Pero tranquilo, el mío no viene de China. Es más conocido. Lo pillé aquí.

-Me estás asustando..

-¡Calla! Es un virus poderoso que también te va a afectar a ti. No tanto como a mí, claro, que yo lo tengo dentro ya. Pero cambiará tu vida. Tus prioridades… Y nos va costar mucho dinero mantenerlo a raya. Planes de ahorro, alguna baja seguro… Nuestra economía también va a entrar en recesión como la del país después de esto.

-Amelia… qué pasa…

-Yo ya estoy preparada. O eso creo. Bueno… no sé… todavía no tengo muchos síntomas. Pero ya sabes que con esto de los nuevos virus del mundo hay gente que los desarrolla muy fuertemente y otros ni se les nota. Yo espero que sea de esas. De las que no lo noten y no se les note.

Amelia estaba disfrutando. Se sentía relajada. Había sobrevivido al golpe y se sentía capaz de seguir.

-Durante días seguramente no dormiremos. Pero llegará un día que veremos la luz… o eso creo. Pero es un virus que dura toda la vida. Y puede que necesite mucha ayuda. Sobre todo de ti, hermanito.

Pero tranquilo, no es muy contagioso. Al menos este no. Sólo lo tengo yo. De momento que yo sepa… Así que prepárate que vienen curvas porque si todo sale bien, para San Mateo voy a parir un virus.

No te asustes…Vas a ser tío .

¿Cómo te quedas?

Capítulo 4.-Carmen Nevot El porrazo

- Martín, Martín… ¿Sigues ahí? Dime algo, no te quedes callado

Martín no sabía si lo había entendido bien y trataba de desentaponarse los oídos. No podía ser cierto, ¿tío? ¿Un sobrino? ¿La paga?...

- ¿Estás segura Amelia?

- Sí

- ¿Y cómo es posible?

- ¿Estás bobo Martín? ¿A estas alturas te voy a tener que explicar cómo?

- No… claro...ya. Perdona. ¿Y el padre quién es? ¿Luis?

- Quién si no… ¿Pero qué te ocurre? ¿Estás tonto? ¿No te alegras ni un poco?

Martín nunca había soportado a Luis. Lo consideraba un patán sin modales, sin oficio ni beneficio que se había pegado a su hermana por conveniencia. Era la garrapata de la familia, el culpable del distanciamiento con Amelia. Era… en fin.

Sí, claro. Me alegro mucho por ti. Sé que lo estabas deseando...

No pudo evitar que sus palabras sonaran artificiales, impostadas. La sola idea de tener un sobrino a imagen y semejanza de su cuñadísimo, el traidor, le producía rechazo. Y encima tener que darle la paga, con lo que le cuesta soltar un euro. Si de pequeño había sido incapaz de soltar en el platillo las monedas que le daban sus padres cuando le llevaban a misa.

- ¿Lo saben ya papá y mamá?

- No, todavía no me he atrevido a decírselo

Pues espérate cuando se enteren -pensó- porque si Martín no soportaba a Luis, sus padres no querían ni oír su nombre. Lo consideraban la desgracia de la familia y diez años después, seguían sin entender qué podía haber visto su hija en «eso». Un hombre sin ánimo, sin vida, antipático, mujeriego y encima, feo, pero feo con mayúsculas. Vamos, que lo tenía todo.

- La verdad es que no va a ser fácil, Amelia. Sabes que tienen muchas ganas de tener el primer nieto, pero que Luis sea el padre…. Ya me entiendes. 

- Vamos Martín, me estás poniendo enferma.

- ¡Qué no, mujer! Que seguro que va a ir todo bien...

Martín, Martín (voces de fondo)... Era Lucía, su vecina del 2º A. Le reclamaba por el patio. Esa mujer imponente, de sinuosas curvas, con la que se entendía a las mil maravillas. Ella le mimaba y él se dejaba querer y cuando no, al revés. Eran el binomio perfecto, juntos pero no revueltos.

- Amelia, te voy a tener que dejar, me reclama Lucía y ya tú sabes…

- Madre mía Martín, no cambias. Ya veo que te desborda la alegría por mí.

- Ya sabes que sí, pero… Venga, que te llamo luego. Ciao hermana.

- Ciaooooooooooo

Martín corrió a la ventana, a la del cuarto del fondo que daba al patio interior.  Era la más próxima a la de la vecina, casi se podían rozar los dedos. En su carrera a la habitación se tropezó en el pasillo con su 'chango-león', el labrador pachón y cabezón que se pasaba media vida dormitando en su colchoneta.

Martín se cayó al suelo, de morros. Menudo porrazo. Le dolían todos los huesos. ¡Por Dios! ¡Qué torpe he sido! Se levantó como pudo y cojeando -sentía los latidos del corazón en la rodilla- llegó hasta la ventana.

- Hola Lucía…. ¿cómo estás hoy? (su voz sonaba rara)

- Pero Martín ¿Qué te ha pasado? Tienes sangre en la cara….

Capítulo 5.- Pío García Lupus

Martín se limpió la sangre del rostro con un trapo. Se había hecho un pequeño corte en la ceja, una herida sanguinolenta, muy aparatosa, pero nada grave.

- El puto perro -masculló.

Lucía lo miraba sin decir nada. Le parecía un hombre guapo y atormentado. Había en su rostro sin afeitar un aire salvaje, primitivo, como de pistolero del Oeste. Cuando acabó de limpiarse el rostro, Lucía se contoneó y le sonrió dulcemente. Esa sonrisa tenía algo de promesa pero también algo de petición, quizá incluso de súplica. Martín lo entendió y un relámpago de inquietud le cruzó por la cabeza.

- Tengo que pedirte un favor. Un favor serio -murmuró Lucía.

Martín intuía que bajo la espléndida fachada de su vecina se ocultaban pliegues muy turbios, una geografía íntima llena de oscuros recovecos y de trampas, peligrosa, agreste, voraz. Eso le volvía loco.

Martín solo llevaba un tatuaje. Se lo grabó en el antebrazo cuando dejó la Universidad. Había estudiado hasta Segundo de Filosofía, pero un día decidió que no quería pasarse la vida repartiendo pizzas a domicilio. Lo supo de repente, como una revelación, cuando aquel profesor de pelo canoso y voz ronca les habló de Hobbes, del Leviatán y de la tremenda frase que popularizó el filósofo inglés: 'Homo homini lupus'. Sí, el hombre era un lobo para el hombre. Martín se tatuó aquel lema latino, dejó los estudios y decidió que quería ser lobo. Él se comería los corderos. Empezó entonces a desarrollar una rabia profunda y definitiva por gente como el panoli de su cuñado, un pobre mileurista triste, apocado e infeliz que encima colaboraba con Médicos sin Fronteras y se las daba de voluntario en Cáritas. Y lamentó la suerte de su futuro sobrino: ya se lo imaginaba vestido de boy scout vendiendo galletitas a las viejas.

- Mira, Martín -le dijo Lucía-. Estoy metida en un asunto raro. Al principio del confinamiento, vinieron a buscarme para un negocio. Cuando el Gobierno proclamó el estado de alarma, como yo tengo el título de FP de Peluquería y Estilismo, pensaron que iba a poder moverme libremente por la ciudad y me dejaron estas llaves. Pero luego nos cortaron el grifo a nosotras también. Me da un poco de miedo porque no sé lo que hay y llevo trece días dándole vueltas. Tú, que puedes salir, ¿podrías echar un vistazo? Es lo único que te pido. Te lo recompensaré.

Martín sintió que acababa de ser engullido por un remolino inexorable y renunció a bracear. Se sabía perdido, irremediablemente perdido. Le haría el favor sin rechistar, claro, y reclamaría su recompensa. Luego... Luego ya se vería. Lucía le echó las llaves por el balcón.

Martín bajó a la calle. Cogió el coche. Su turno comenzaba en media hora, así que tenía el tiempo justo para averiguar qué infierno abrían las llaves de Lucía. Condujo por las calles solitarias del Polígono Cantabria. De vez en cuando salía un camión o aparecía un operario vestido de buzo y guantes, pero todo (las fábricas, los concesionarios, los talleres) le parecía sumergido en un éter pastoso e inverosímil. Llegó a la nave 32-W, la última del Polígono. Aparcó el coche en la playa de cemento. Bajó. Se acercó al portón metálico. Metió la llave en la cerradura e la giró con un cuidado extremo, arrepintiéndose ya del paso que estaba a punto de dar. Entró sigilosamente. Espero a que sus ojos se acostumbraran a la penumbra y, cuando los objetos comenzaron a definir sus perfiles, no pudo reprimir un grito:

- ¡Hostias!

Frente a él había mascarillas, muchas mascarillas, montañas enteras de mascarillas, toneladas de mascarillas. Había, según alguien había escrito con tiza en la pared, 2.456.789 mascarillas.

Capítulo 6.-María José González 'Magnificat salutem'

No había terminado de meter la llave en su bolsillo derecho, perplejo por lo que acababa de descubrir, cuando le deslumbró el fulgor de las luces azules y rojas de la Policía. No sabría decir cuántos eran, pero intuyó que bastantes. Se dio la vuelta atemorizado por ese sonido perturbador de sirenas, agravado por el cada vez más cercano retumbar seco de pisadas de combate. Hasta que escuchó:

-«¡Ni se mueva! Levante los brazos suavemente, cruce las manos detrás de la nuca y gírese... muy... lentamente».

Martín quería hacerlo, pero su cuerpo no respondía:

-¡Joder, joder!

Hasta que notó un punzamiento en uno de sus costados:

-¡Joder, joder, joder!

Y más sirenas. Y más pisadas. Y un definitivo:

-«No me haga repetírselo».

Y... Abrió los ojos de par en par:

-¡¡¡Pero... ¿Qué cojones?!!!

Tenía el mando a distancia de la televisión clavado en un riñón: todas las siestas de los sábados terminaban igual. Buscó el teléfono móvil a tientas, pero no lo encontró. Derrotado dio un salto y salió despedido del sofá. El salón estaba sumido en una penumbra, sólo iluminado por la pantalla del plasma. Sudoroso, apocado, tembloroso, Martín se palpó la cara todavía absolutamente desorientado. Se restregó los ojos. Buscó aire, no podía respirar. Así que se dirigió al balcón entreabierto. Se quitó de encima las cortinas como el explorador que se deshace de la maleza en sus incursiones por la selva y por fin salió a encontrarse, otra tarde más, con todos los vecinos en formación de coral para ejecutar sublimes el 'Magnificat salutem'. Y con alivio cayó en la cuenta de que:

-¡Sí!, ¡son las ocho de la tarde!

Todavía aturdido empezó a aplaudir, regocijado por el agradecimiento de los sanitarios que en ese momento cruzaban la avenida haciendo sonar las sirenas de sus ambulancias. Entonces fue cuando el desconocido del segundo de cinco números más arriba, como todas las tardes, encendió los altavoces; y todo el vecindario, como todos los crepúsculos, se puso a corear el 'Resistiré' del Dúo Dinámico y otras versiones libres con las que, con más voluntad que acierto, aquel DJ improvisado sacaba del letargo domiciliar a decenas de personas cada 24 horas.

Y Martín, ahora mucho más sereno y despierto, se puso a corear las canciones de aquella tarde. Y en esas estaba cuando su mirada se cruzó con la de Lucía, una ventana a su derecha que, eufórica, le dijo:

-¡Martín! ¡Qué bueno verte!

Él la correspondió con una desconcertada sonrisa, mientras pensaba:

-Pero... Lucía... ¿Tú...? ¿Y el favor que me pediste...? ¿Y la nave...? ¿Y las mascarillas...? ¿Y Amelia...? Porque... Todo ha sido un sueño... ¿No....?

La fiesta terminó, el del segundo de cinco números más arriba plegó la disco y Martín cerró el balcón y bajó la persiana al COVID-19. Y volvió a buscar el teléfono móvil. Esta vez sí lo encontró: en su bolsillo derecho... junto a la llave que le había confiado Lucía.

Capítulo 7.-Jonás Sainz La Rioja, dígame

El teléfono sonó en la fantasmal Redacción de La Rioja, desde la cuarentena más vacía y triste que un Viernes Santo sin procesiones en Calahorra. Sonó largamente sobre las mesas y los ordenadores apagados, sobre los periódicos viejos y las montañas de papeles abandonados igual que los restos de un ejército en retirada. Sonó como suenan las llamadas a deshoras que nadie quiere atender porque huelen a marrón justo antes de la hora de cierre. Izquierdo maldijo su suerte por no estar metido en casa como todos los demás pegados al ordenador 'veinticuatro siete', como solía reñirle su hija.

«Aquí el depósito de cadáveres. Al habla el cadáver de guardia». Le dieron ganas de contestar el puto teléfono como alguna vez bromeaba Iglesias en los viejos buenos tiempos del periódico. En lugar de eso, resopló, se armó de paciencia y descolgó esperando que no estuviera ardiendo La Redonda un sábado con toda la ciudad en cuarentena.

-La Rioja, dígame -dijo en un tono más automático que amable.

-Hola, ¿quién sos? Aquí Martín.

Izquierdo entornó los ojos y volvió a suspirar sin saber todavía si por alivio o preocupación. ¿Qué querría a esas horas el muy pelotudo?

Al otro lado del aparato, Martín sonaba a boxeador sonado; más incluso que de costumbre. Todo el día sin dar señales de vida y llamar ahora no podía significar nada bueno. Su reportaje de los balcones seguía a la espera y el sistema informático funcionaba como el culo.

Tras unos pocos minutos de conversación atropellada, su primera intuición se confirmó con creces. Al colgar, Izquierdo tuvo que reprimir el impulso de gritar y patear la mesa.

Martín había empezado disculpándose porque había tenido un mal día; un día raro, había dicho, como si no fueran ya lo bastante raros todos los puñeteros días desde que había comenzando aquella demencia que acaparaba toda la actualidad: Que si primero le había entretenido su hermana con una noticia 'bombo', que si luego un accidente doméstico con el dichoso labrador, que si un sueño extraño en mitad de tanta paranoia, que si una intuición de periodista de raza... Definitivamente Martín había elegido un mal día para dejar de fumar. Otra vez. Pero lo más inquietante había sido la excusa para no entregar el reportaje sobre los aplausos: «Mi vecina Lucía anda metida en algo extraño y necesita ayuda -le había contado atropelladamente-. Tengo que acompañarla a la calle y creo que es algo gordo. Envíame un fotógrafo a toda hostia».

Sonaba a cuento chino, pero el deber era el deber. Salud y periodismo, se saludaban entre compañeros por la whatsap web.

«El huevón se ha creído Harrison Ford en Blade Runner», trató de explicarle a Juan antes de que protestara. De sobra sabía que había tenido un día de mierda fotografiando cadáveres en la morgue, ancianos desorientados en las residencias, niños tristes en las ventanas y gente paseando perros a rastras por las calles.

-No te preocupes -le soltó Izquierdo como quien hace un favor envenenado-, ahora mismo llamo a Campos para que te acompañe. Pasa a recogerla con tu motillo. Ella es nuestra mejor reportera de sucesos.

Juan no podía negarse a eso. Todo el mundo en el periódico sabía que Campos le ponía salvaje.

Continuará...

Capítulo 8.-Isabel Martínez Aquí huele a muerto

La ciudad se aprestaba a cerrar el día. El cambio de hora brindaba un atardecer con más luz. Sin embargo, el confinamiento domiciliario había creado una atmósfera de universo infinito, implacable, plúmbeo, denso, un tiempo de eterno retorno en el que las nuevas señales horarias eran Jesús y los aplausos. La baliza matutina la marcaba Jesús con el balance de fallecidos y contagiados. La vespertina, la gente aplaudiendo.

Izquierdo bajó a fumar. Sí, lo había dejado, pero todo buen periodista retoma el hábito en tiempos de crisis. Y éste era uno de esos tiempos.

Juan Antonio había aprovechado las últimas horas de la tarde para acercarse al periódico a recoger el 'salvoconducto' de la empresa que le permitía transitar por la ciudad. Su trabajo es esencial. Hoy más que nunca. Aunque Juan Antonio prefería no recoger el documento. «Es más», pensaba, «ojalá me detuviera la Policía». «Así podría escribir un reportaje desde el calabozo. 'El coronavirus, en la trena'. Incluso podría ganar el Premio Lumbreras de Periodismo este año», se regodeaba. La sola imagen de él mismo entre rejas hacía relamerse a Juan Antonio. Le producía una emoción profesional equiparable a ver a su gran dama de la escena, a Nuria Espert, en el Bretón logroñés. Ahora, su amado coliseo estaba cerrado. Y lo que aún era peor, su jefa le martilleaba todos los desayunos.

- ¡¡ Propuestas, Juan Antonio, propuestas!! ¡Necesitamos propuestas para la gente que está en sus casas!

«Propuestas», pensaba él. «¡¡Qué coño propuestas!! Periodismo es lo que necesitamos, y el periodismo está en la calle», mascullaba Juan Antonio cuando, ya en la puerta del periódico, se topó con Izquierdo, que fumaba compulsivamente.

- Salud y periodismo, compañero. ¿Cómo va la guardia?

- ¿¿Que cómo va la guardia?? ¡Pues iba bien hasta que Martín ha llamado con una historia que ni sé qué puede dar de sí! Y a estas horas, y con la ciudad en cuarentena.... en fin, ya he avisado a Campos y a Juan, que se van con Martín y Lucía a no sé muy bien dónde ni a qué...

- Coño, pues les llamo y me sumo. Total, tampoco tenía planes, y esto lo mismo se trata de un breve que de la apertura del periódico...

Juan Antonio se puso en contacto con Martín. Se citaron junto con Campos, Juan y Lucía en un local de la calle Barriocepo. «Qué coincidencia», pensó Juan Antonio al pasar por el Revellín, símbolo por excelencia de la resistencia de los logroñeses. «Ahora el enemigo es otro», pensó, «pero enemigo, al fin y al cabo...».

Mientras esperaban a Martín, que traía no sabían muy bien qué llaves, Juan aprovechó para enseñarles una foto que habia hecho a una policía local... Sólo él era capaz de captar un sutil erotismo en una agente con mascarilla y guantes...

- Joderrrrrr, ¡casi llego!, se sumó Martín al cónclave. Lucía, espero que esta llave abra algo importante, porque como venga la poli y nos pille aquí a los cuatro, estamos jodidos...

A Martín la mañana se le había antojado pesarosa, mundana, pero su instinto le mordía y le decía que estaba a punto de vivir algo grande. Sí, definitivamente la 'maldición' le iba a dar su lugar en el mundo, allende y aquende los mares...

Cuando se acercaban al número grabado en la llave con la dirección, un hedor comenzó a hacer irrespirable el ambiente. Su anhelo de noticias les llevaba a pensar que en aquel local que estaban a punto de abrir se acumulaban cadáveres; sus años de oficio les resituaban en la sensatez. Quizá sólo fuera la comida que la empresa de los comedores escolares no había podido repartir en las últimas semanas.

De repente, la llave abrió aquel viejo portón y la bisagra gimió de manera premonitoria...

- ¡¡¡Manda algo ya para la web, Martín, manda algo!!!, gritó Campos, 'always on'...

Continuará...

Capítulo 9.-Benjamín Blanco Un caso a la altura de Zerimar

Allí estaba el 'equipo A' del periodismo riojano con una gran puerta metálica abierta y cuyo interior les lanzaba un hedor insoportable sobre sus rostros. Juan, el fotógrafo, pensó que ya era mala suerte. Él, que pensaba que había acabado su jornada, que por fin podía descansar después de una semana demoledora se encontraba con un nuevo marrón. Él, que por primera vez en mucho tiempo se levantó de la siesta en su sofá de piso de soltero como empujado por un resorte del mismo pensando en su cita profesional con su diosa curvilinea: La Campos. Él, que sabía -aunque no muy bien por qué- que los romanos tenían una diosa llamada ocasión, a la que pintaban como mujer hermosa, enteramente desnuda, puesta de puntillas sobre una rueda y con alas en la espalda o en los pies, para indicar que las ocasiones buenas pasan rápidamente. Así sentía la oportunidad que tenía delante, Y así se le esfumó su sueño, en cuyas lascivas lisergias se imaginaba a su compañera embutida en un sugerente traje de cuero negro, montada en la grupa de su moto y con la melena al viento. Al fin y al cabo, como buen reportero gráfico era un hombre de acción, poco dado a mitologías romanticonas. La voz de Martín le despertó de su ensoñación.

- ¡Esto es el periodismo!, bramó Martín

- Chssss, le contestaron todos al unísono.

- ¿Y si llamamos al cuartelillo de la Guardia Civil de Villamediana?, sugirió Lucía.

- ¡Esto es periodismo!, le contestaron todos a una.

'Esto es periodismo', 'esto es periodismo' rumiaba Juan, que vio la oportunidad de demostrar ante la Campos que era un fotógrafo de raza. Estaba doblemente excitado: como hombre y como fotógrafo, como el cazador que se va a cobrar dos piezas. Quizá, al final, la llamada de Izquierdo no fue tanta putada como pensaba.Juan se rio por lo bajini.

El equipo decidió adentrarse en el interior del pabellón. Aprovecharon para ponerse las mascarillas antivirus que llevaban desde el confinamiento para evitar el olor acre y nauseabundo.Juan se puso al frente del grupo. Detrás le seguía Campos, Martín y Lucía. Juan Antonio se quedó en la puerta para vigilar si alguien se acercaba.

Justo en ese momento un coche de policía giraba en la rotonda que daba acceso al polígono. Juan Antonio los vio venir, pero no le tembló la voz. Se encendió un cigarro. Tenía el culo 'pelao'.

- Buenas tardes.

- Buenas tardes.

- ¿Trabaja usted aquí?

- Sí señor. Somos una empresa de logística.Servicios esenciales, ya sabe.

- Ya supongo. La credencial de la empresa, por favor.

- ¡Glup! Esto...

'Charly Bravo a todas las unidades'. La campana le salvó. Una llamada a la radio del coche patrulla alertaba a todas los agentes de la zona para que se dirigieran a Murillo, donde varios confinados en una bodega estaban cantando por las calles del pueblo coplas obscenas.

Juan Antonio respiró aliviado, metió la cabeza entre la puerta y la jamba para alentar a sus compañeros para que se dieran prisa.

Campos sufrió de repente un cosquilleo en su culo. Aunque tenía fama de tener las manos largas, Juan no podía ser porque iba por delante. Era Izquierdo que le llamaba al móvil, que estaba en modo vibración.

- Joder, Izquierdo, ¿que quieres?

-¡Las fotos para la web y cuatro líneas de texto! Oh, no. No me digas que es otra historieta de Martín; argentino peliculero...

- «Será güevón», exclamó Martín que guardaba las espaldas a Campos y oyó la conversación. Martín giró la cabeza y entre dos grandes palés de mascarillas descubrió algo que le dejó helado. «Menudo quilombo». Varios bultos cubiertos de los pies a la cabeza con mascarillas yacían en el suelo encementado de la nave.

Juan se subió a un palé de un brinco y comenzó a tirar fotos a diestro y siniestro. Clic, clic, clic, clic...

Todos pensaron lo mismo. Era un caso a la medida de Zerimar, el Colombo de las crónicas de sucesos riojanos.

Martín, solemne, dijo: Aquí están las 543.211 mascarillas que faltan para llegar a los tres millones que se supone que hay en el almacén.

A ninguno le sorprendió la rapidez mental de Martín. Era su maldición pero también su bendición. Todos en el periódico sabían que era un poco asperger (aunque su madre decía que era muy listo y su padre, muy tonto).

El grupo, temeroso, rodeó los bultos para comenzar a descubrir que había debajo. Ya no solo era un alijo de mascarillas. Había algo más. Mucho más.

Capítulo 10.-Estíbaliz Espinosa La genuflexión

Contra todo pronóstico, ella, la Campos, se inclinó y alargó el brazo decidida a salir de dudas cuanto antes. Su genuflexión, a los ojos del resto del grupo, discurrió como una lenta e interminable moviola. Una película de corte erótico para Juan, que no pudo por menos que clavar su mirada en las nalgas de la compañera, en ese tanga minúsculo que se perfilaba bajo sus leggins y que él imaginaba negro y con filigranas.

¡Clic!, se le escapó un foto.

Lucía, sospechando lo peor y con un inevitable sentimiento de culpa por haber abierto con su misteriosa llave aquel apestoso melón, buscó cobijo en Martín, en ese cuerpo que se le antojaba salvaje y primitivo incluso en semejantes circunstancias. Martín no sólo no rechazó su proximidad sino que respondió con un arrumaco; no encontró mejor manera de templar sus nervios y ganar unos segundos.

-¡Déjame a mí! -casi gritó Juan Antonio, abalanzándose sobre la Campos.

Pero ella no tenía ninguna intención de retirar aquella parva de mascarillas y dudaba de que fuera la mejor idea. De hecho, tras inclinarse sobre los misteriosos bultos sintió que el insoportable hedor del lugar volvía a golpearla, y con mayor fuerza, a través de la tela que protegía su rostro. Quiso identificarlo, pero su memoria olfativa no lo tenía registrado. Su estómago, tampoco, y con la primera arcada la Campos giró sobre sus talones y salió corriendo buscando el aire. Una vez que alcanzó la calle y cruzó a la acera de enfrente echó hasta el desayuno, lagrimeando por el esfuerzo y palideciendo hasta cotas níveas.

-¿Se encuentra bien, señorita?

-(...)

La Campos apenas podía hablar y forzó un par de toses para ganar tiempo mientras pensaba qué decirle a aquel hombre enjuto, de mirada vacía y feo, muy feo, que enfilaba directamente hacia la puerta del almacén.

Mientras tanto, en el interior, nadie se atrevió a seguir los pasos de la Campos. Les pudo más la curiosidad o quién sabe si el morbo, ya que la escena, sólo interrumpida por la estampida de su compañera, apuntaba a una película gore.

Juan Antonio retiró un par de mascarillas, las suficientes para poner al descubierto una siniestra estampa. La viscosidad y putrefacción de aquella amalgama de carne, vísceras, sangre y pelo les dejó sin respiración. Y sin habla. Únicamente Juan se atrevió a moverse para enfocar y disparar su cámara sobre aquel macabro hallazgo, y para volver a contemplar la escena a través de la pantalla de la Canon.

-No parecen restos humanos... -acertó a decir con un hilillo de voz.

-¡Qué hacemos! ¡Esto es de locos! -le interrumpió Martín, que se había desembarazado de Lucía y caminaba de aquí para allá como pollo sin cabeza.

-Deberíamos avisar a la Policía -intervino una atónita Lucía.

-¡¡No!! -fue la respuesta unánime de los otros tres. Ninguno sabía qué hacer pero todos sabían que querían contarlo, fuera lo que fuese lo que allí estaba ocurriendo.

Martín enfiló sus torpes pasos hacia la salida para tomar aire y recuperar a la Campos. En el vano de la puerta, cegado por la escasa luz del pabellón y la siniestra imagen de la que acababa de ser testigo, no vio entrar al hombre feo, delgado y desgarbado con el que acabó tropezando.

Su 'perdón' le sonó familiar.

-¿Luis?... ¿Qué haces aquí?

Capítulo 11.-Toño del Río Unos de Viniegra... o de Canales

¿Martín, eres Martín?.. apenas se dejó oír un hilo que salía de la garganta de Luis. Nada que ver con ese torrente que hasta hace sólo unos meses llenaba la redacción cada vez que Luis tomaba la palabra. Nada que ver ese cuerpo desastrado hasta el desaliño con el de aquel Luis que se jubiló parando el crono por debajo de los seis minutos el kilómetro en sus celebrados diezmiles. Nada que ver ese rostro demacrado y seco con aquél que disparaba sonrisas profidén y miradas llenas de intención.

-Joder, Luis. No te había reconocido. Hay poca luz aquí..., mintió Martín. «Tú por aquí», acertó solo a añadir por temor a herir a quien fue su compañero, su jefe y su amigo si verbalizaba una sola idea más de las que le pasaban por la cabeza, tal era la lamentable imagen que ofrecía. Una imagen agravada por el entorno que les rodeaba. La pestilencia del aire, las mascarillas ensangrentadas y las vísceras llenando el suelo de aquella nave que seguro tuvo tiempos mejores.

- Esto es mío, saludó Luis lacónico, casi desabrido.

Aquellas palabras rompieron en los oídos de Juan Antonio, de la Campos, de Lucía y de Juan con la misma rotundidad sorda que una pelota golpea en el frontón.

­¿Tututu...yo? ¿Esto?, se hizo Martín incrédulo portavoz del grupo.

- Mío, sí, mío el local, digo, no esta mierda, no esta mierda... aclaró Luis. O trató de hacerlo, porque allí nadie ya entendía nada.

Juan, inquirió Luis. Haz el favor de dar... Ahí tienes el interruptor. El blanco...

No había acabado de pedirlo y en el interior de la estancia se hizo la luz. Era un local diáfano, no demasiado grande, con algunos palés colocados a modo de damero. Entre dos, la sangre semicoagulada, trozos de carne pútrida, huesos... Una versión gore hiperrrealista de El triunfo de la Muerte de un Brueghel el Viejo cutre y venido a menos. Y moscas, muchas moscas. Pero no moscas de las de casa sino moscas gordas, de tamaño medio.

- «Coño, moscas de ración» bromeó Juan para templar aquel ambiente helador.

Era moscardas de la carne, verdes y gordas.

- «Esas moscas llegan en minutos hasta los cadáveres y rellenan con sus huevos los orificios que pillan», explicó Juan Antonio haciendo alarde de sus, aún desconocidos para el resto, vastos conocimientos de entomología aplicada a la ciencia forense. «De esos huevos nacerán larvas, lo que decimos gusanos pero que no lo son, que se encargan de devorar las partes blandas de los cadáveres», concluyó la lección volviendo a colocarse la mascarilla sin solución de continuidad.

Luis no tenía mascarilla. Encendió un cigarro para disimular el hedor. También él había vuelto a fumar. Lo había dejado cuando era Jefe de Deportes. Por imagen. Ahora ya no le importaba. Ahora casi nada le importaba. Ni la Semana Santa de Málaga, por la que sentía pasión y a la que viajaba cada año sí o sí. Ni el Madrid. Ni siquiera su Calahorra, con sus cloacas y su Quintiliano. Y su cuartel de la Guardia Civil. Luis había hecho causa de honor de aquel edificio que pocos más que él, en el pueblo, querían conservar en pie. Causa de honor para nada.

- «Compré este local con la indemnización del despido», empezó a explicarse Luis.

Siempre había sido un tipo listo Luis. Un periodista brillante que supo emplear también su inteligencia más allá de las noticias. Su buen olfato, qué ironía en este momento, le había animado a comprar algunos bajos en la zona vieja de Logroño. El granero de su vejez. La herencia de su hija, la esperada sobrina de Martín. Su última inversión, ésta de Barriocepo.

­- Me lo alquilaron unos... Eran de Viniegra. O de Canales, relató Luis. Acababa de empezar lo de Wuhan y no me tomé demasiadas molestias. No me tomé ninguna molestia en enterarme de quién era esta gente. Me adelantaron dos meses y la fianza. Los recibos domiciliados en Abanca y la luz y el agua a mi nombre. Y no supe nada más hasta que el vecino del primero A, Antonio Jiménez se llama -¿no os acordáis de Antonio Jiménez?, se interrumpió a sí mismo-, me avisó de lo del olor. Y no me extraña, vaya peste insoportable.

Luis resumió en un minuto que había estado ingresado -«en Los Perales, aunque yo soy muy de la sanidad pública», apuntilló- por lo de la hepatitis C. Y que venía casi directamente de la cama por ver «lo del olor», que a él nunca le había gustado molestar. Los demás entendieron su aspecto y poco más. Quedaban aún muchas cosas por entender, demasiadas.

Las moscas zumbaban alrededor de aquel amasijo fétido de menudillos...

Capítulo 12.-Elena Beisti Más sombras que luces

Hubo un silencio incómodo que duró más de lo que cualquiera de ellos estaba dispuesto a soportar. Lucía aprovechó la coyuntura para salir de aquel antro maloliente con la excusa de interesarse por Campos. Y Juan se les unió sin dudarlo, dónde mejor iba a estar él ahora mismo, pensó mientras encaminaba sus pasos tras las curvas de Lucía.

Y allí, bajo la mortecina luz de aquel desvencijado almacén, Luis, Martín y Juan Antonio se miraron hablando sin decir palabra y sabiendo lo que tenían que hacer. Con menos ganas de moverse que una babosa al sol, fueron dando pasos cortos hacia el meollo de aquel totum revolutum. Parecía que les faltaba el aire cuando se inclinaron tratando de identificar qué era lo que podía haber sido toda aquella masa sanguinolenta en un tiempo mejor. Al mirar con un poco más de detenimiento, enseguida pudieron identificar alguna parte desmembrada y putrefacta de lo que en su día fue una buena parte de una manada de jabalíes. Por los restos que pudieron identificar, los tres coincidieron en que allí, rodeados de mascarillas y en un escenario dantesco, había más de diez ejemplares adultos.

-¿Y qué hacemos ahora?- preguntó Juan Antonio lanzando la pregunta al vacío a sabiendas de que todos sabían la respuesta.

-Todos sabemos que lo suyo sería que avisáramos de todo esto a la Judicial-dijo Luis con esa seguridad que sólo dan los años- Pero también os digo que esto nos salpicaría de lleno tanto a Lucía como a mí. Eso lo tenemos claro, ¿no?. A mí por ser el dueño del local y a ella por tener la llave.

Los tres sabían que el gran capitán nunca daba puntada sin hilo y que alguna idea se le estaba pasando ya por esa cabeza que durante años les había demostrado su rapidez de reflejos.

-¿Entonces qué?-indagó Martín, que se había alejado de ellos unos cuantos pasos cuando le llegó la primera arcada.

-De momento, no toquéis nada, dejad todo como está, apagad las luces y hablamos fuera -sugirió Luis, idea que fue bienvenida y obedecida al instante por Juan Antonio y Martín.

Los tres salieron de nuevo a la calle y agradecieron como nunca la ráfaga de aire helador que les aguardaba fuera. Al momento, Campos , Juan y Lucía se acercaron a ellos con mirada inquisitiva y a la espera de instrucciones.

-Son más o menos una docena de jabalíes, una batida provechosa de algún grupo de cazadores furtivos que, por lo que parece, les pilló en un mal momento todo este lío y a la que no pudieron dar salida. Tenemos dos opciones -calibró Luis para pulsar la opinión de los cinco, que le miraban sin quitarle ojo­ -O llamamos ahora mismo a la Policía Judicial y que empiece a girar la maquinaria burocrática llevándonos por delante a Lucía y a mi, de momento, o… tiráis un poquito de trabajo de investigación y le dais el caso mascado a la Policía una vez que esté todo atado. Y ya de paso, aprovechamos la coyuntura para dar una exclusiva en el periódico, que nunca viene mal -concluyó Luis levantando la mirada del suelo para ver qué cuerpo se le había quedado a su reducido auditorio.

-¡Tenemos unas fotos cojonudas, yo solo digo eso!- soltó Juan en una de sus maniobras habituales para tratar de aligerar un ambiente enrarecido.

- A mí esto me ha metido en un lío de narices sin comerlo ni beberlo y si metemos a la Policía ahora, ni os cuento. -habló Lucía rompiendo el hielo- Yo os ayudo todo lo que necesitéis, pero prefiero que quede en vuestras manos.

Campos y Martín se miraron un momento con gesto de saber cuál era el parecer del otro y, finalmente, fue él quien habló.

-No parece muy difícil poder sacarlo tirando un poco del hilo, ¿no, Campos? -animó a su compañera dándole un toque hombro contra hombro.

-No parece, la verdad. Todo sea por librar de un marrón mayor a unos amigos -sonrió preocupada Campos- Pero sólo, si no tocamos nada de lo que hay en el almacén de los horrores, no vaya a ser que al final nos vayamos a meter en un lío aun más gordo.

-Ea, pues si todos estáis de acuerdo, mañana mismo nos ponemos a ello. Y ni una palabra de esto a nadie más, ni en la redacción ni fuera. -quiso dejar claro Juan Antonio, que siempre se apuntaba a un bombardeo- ¡Y hala, cada mochuelo a su olivo!, ¡que parece que no tenéis casa!. Mañana os llamo y vemos cómo hacemos.

Capítulo 13 - Marcelino Izquierdo Fuentes bien informadas

El móvil de Martín sonaba y sonaba, con el tango 'Cambalache' como tono de llamada entrante: «Que el mundo fue y será / Una porquería, ya lo sé. / En el quinientos seis/ y en el dos mil, también. / Que siempre ha habido chorros, / Maquiavelos y estafaos, / contentos y amargaos, / varones y dublés...». Pero el periodista argentino roncaba a pierna suelta, hasta que su esposa lo zarandeó con tanto ímpetu que casi se cae de la cama.

–Pero... qué coño –balbuceó, al tiempo que se restregaba las legañas con los nudillos de ambas manos–. ¿Dígame?

–¡Martín! –El aullido del redactor jefe lo acabó de despertar–. Vístete, aprisa, y pásate con el coche por la casa de Juan, que ya he hablado con él.

–¡Huevón! –Respondió el pibe– ¡Pero si son las seis de la madrugada!

–En un pispás os quiero a Juan y a ti en el polígono de El Sequero –el redactor jefe desoyó las protestas de Martín–. La Guardia Civil ha montado un dispositivo de la leche en un pabellón con animales muertos.

Al argentino se le abrieron los ojos como platos al acordarse de los jabalíes descompuestos que habían hallado en la lonja de Luis.

–La cosa huele muy mal, y en todos los aspectos –siguió hablando el redactor jefe ante el silencio de su subordinado

–Ya te creo, ya –se despidió Martín.

Cuatro horas más tarde, la redacción comenzaba a bullir... pero como una cafetera gripada. De hecho, los cuatro periodistas que habían acudido al diario de forma presencial –los demás teletrabajaban virtualmente desde sus casas por culpa del COVID-19– hacían más ruido que entre veinte.

–A ver, chicos –reunió el redactor jefe a los presentes, guardando, eso sí, un metro y medio de distancia–. Martín y Juan continúan en El Sequero, parece que la cosa es muy gorda.

Juan Antonio, la Campos y Eduardo, el colaborador de pelota que se había incorporado a local por la suspensión de su deporte, se miraban entre sí, sobre todo los dos primeros. En la otra punta de la redacción, José Ángel seguía aporreando el teclado del ordenador con idéntica violencia que Robert de Niro golpeaba en 'Toro salvaje'.

–Parece ser que un grupo organizado se está saltando a la torera la cuarentena para cazar animales impunemente, ahora que no tienen competencia. La Guardia Civil ha descubierto en una nave cientos de cadáveres de animales congelados.

–¡Joder, joder! –Repetía Campos por lo bajini, aunque el mazazo final aún estaba por llegar.

–Me han filtrado mis contactos que los agentes sospechan de que hay otros escondites en los alrededores de Logroño.

–¡Joder, joder, joder! –José Antonio secundó la letanía de Campos.

–Pues mis fuentes me confirman que el operativo policial ya se ha trasladado al polígono de Cantabria –se aproximó José Ángel.

–¿Y Cuáles son esas fuentes tan bien informadas? –Frunció el ceño el redactor jefe.

–Este teletipo de la agencia Golpiza –esbozando una sonrisa, el periodista agitó el folio que llevaba en la mano.

–¡Joder, joder, joder, joder, joder...! –Insistían Campos y Juan Antonio, como el mantra que no cesa.

Sobre la una de la tarde, sonó el teléfono de deportes. ¿Qué extraño, pensó Eduardo? Si todo está parado. Con la calma que infunden los muchos años de profesión, descolgó Eduardo el auricular.

–Aquí Diario La Rioja, dígame.

–Buenos días, mi nombre es Ander Gutiérrez, le llamo de Madrid, del periódico 'La Sinrazón'.

–Dime chaval –Eduardo pasó formalismos, pues de inmediato se cercioró de que era un pipiolo quien estaba al otro lado de la línea, uno de estos meritorios a los que siempre les encargan todos los mochuelos que nadie quiere.

–Nos han llegado noticias de un escabroso hallazgo...

–Perdona, chaval, que esto es deportes – Eduardo gesticuló con la mano a José Ángel para que le siguiera la corriente–, te paso con local.

–Local, dígame –respondió José Ángel, que apenas dejó explicarse al tal Ander–. Vale, vale. Ese asunto lo llevan los de sucesos, te paso.

–Hola, aquí sucesos –Eduardo había cambiado radicalmente su registro de voz–. Pero, ¿por qué tipo de suceso preguntas? ¿Crímenes, drogas, robos, incendios...? ¡Ah, crímenes! Espera un momento a ver si veo al responsable... Que este es un periódico muy bien organizado, ¿eh?

–Crímenes, sí, ¿con quién hablo? –Ahora era José Ángel quien dialogaba con tono grave y circunspecto, muy diferente al suyo–. ¿Qué tipo de crimen? ¿Disparos, puñaladas, estrangulamientos? Ah, que te refieres a animales... Entonces tienes que hablar con la sección de caza. Aguarda un instante...

Y en esa chanza seguían los dos veteranos, cuando Martín y Juan, Juan y Martín –tanto monta, monta tanto, cual los Reyes Católicos–, accedieron a la redacción. Ambos buscaron con la mirada a Juan Antonio y a la Campos, se acercaron les acercaron y, casi al unísono, como si fueran fieles devotos de Hare Krishna, se unieron a la jaculatoria:

–¡Joder, joder, joder, joder, joder...!

Capíulo 14 - Inés Martínez Era él

Se miraron entre sí con intriga, con mucha incertidumbre, con miedo. El intento por disimular ante Jose Ángel y Eduardo no podía ser más incómodo en una redacción prácticamente vacía, en la que la vida había casi desaparecido hacía semanas pero que desprendía una nostalgia perpetua de tiempos en los que chistes que se pasaban de la raya, bromas obscenas y comentarios sobre el aumento de ciertas barrigas volaban de lado a lado de la sala.

- Tíos, esto es demasiado. No sé si la hemos liado- dijo Martín- De verdad.

- Que no, que este es un paranoias- replicó Juan mientras se quitaba la cazadora de cuero y sacaba del bolsillo del pecho una de esas cajitas de minicaramelos que siempre usaba cuando quería endulzar momentos amargos.

- ¿Pero, qué? Coño, contad algo- gritó por lo bajo la Campos. Le costaba mantenerse serena.

Martín estaba tan nervioso que le entraba la risa al intentar explicarse. Se ponía rojo desde el flequillo rubio hasta la punta de los dedos intentando contener los aspavientos habituales en él cuando algo le hacía emocionarse, daba igual si era algo divertido o un dramón. Él sabía que igual se habían metido en un gran cisco, pero se sentía tan protegido por aquellos compañeros de aventuras periodísticas que parecía incluso que la cosa no fuese con él. O puede que fuera ese algo tan extraño que permite a los periodistas ver los asuntos desde fuera, como si no fueran con ellos.

- En el Sequero hay una montada que no veas. Apenas nos han dejado acercarnos y no han soltado ni mú. Pero por lo que hemos podido ver hay por lo menos 10 naves en las que están interviniendo. Y... no os lo váis a creer- se limpió el sudor y se tapó los ojos tardando demasiado en seguir con el relato.

- ¡Qué, joder, qué!, coño qué lento eres contando las cosas -dijo la campos, que no puede evitar volverse una borde mal hablada cuando está nerviosa. Al segundo se sintió mal por hablarle así a Martín. A él, después de aquello.

- Pues que cuando estábamos allí ha aparecido un furgón - dijo Martín intentando ignorar las prisas de Campos- Lo han metido hasta la última nave que nosotros podíamos ver. Y han bajado... a Luis esposado.

Todos se echaron hacia atrás. Campos se sentó sin querer en la mesa de recuerdos que protagoniza el centro de la redacción. Tiró una figura de una hauaiana bailonga, un gato dorado, un cerdito del Belén de Tris, una foto firmada de las Baccara y un mini Naranjito. Todos lo ignoraron. La cosa no estaba para figuritas.

- Que no, hombre, que no era él- dijo Juan- Mirad.

Sacó la cámara. El temblor casi incontrolado de sus manos le delató. Quería creer que no era Luis el de las esposas. Pero sí. Lo sabía él y lo supieron todos cuando vieron las imágenes. Puede que su aspecto hubiera cambiado. Pero no había duda.

- Bueno, ¿qué nos traéis?- Dijo Jose Ángel, tras dar un potente último intro a al teclado que hizo sobresaltarse al grupo.

Eduardo miraba disimulando la escena desde su silla solitaria de Deportes. No estaba seguro si levantarse o no. Había escuchado alguna palabra suelta de lo que estaban cuchicheando y los nervios le estaban dejando las manos heladas, los pies como témpanos y un sudor escalofriante le bajaba por la columna.

-Mierda, ya se ha destapado algo- se dijo mientras hacía cálculos mentales de si disimulaba más haciéndose el tonto y quedándose sentado o haciendose el tonto y acercándose al grupo. Se levantó.

Capítulo 15.-Luis Javier Ruiz La cabeza

«Cagüen todo», espetó 'el Vasco' cuando el tango de Carlos Gardel comenzó a sonar en su teléfono móvil. «Quién cojones me llama hoy. Es que no saben que estoy librando». Miró la pantalla. Numero oculto. «Que le den». Colgó y siguió desembalando el nuevo cuchillo jamonero que le acababa de entregar el repartidor de Amazon. Una joya de coleccionista hecha con acero auténtico de Altos Hornos. El anterior se le astilló cuando, en un intentó por arañar las últimas lonchas de una pata ya demasiado seca, frenó violentamente contra sus metacarpianos. Siete puntos. Una tontería para uno de Bilbao. Nada que no se pueda solucionar con un poco de mercromina, la roja, la de toda la vida. La peor parte se la llevó el cuchillo. No tuvo solución y acabó en el cubo de la basura.

Gardel volvió a sonar y 'el Vasco' volvió a jurar. Tanto que, en un arranque de furia, a punto estuvo de reventar el teléfono contra la pared. Él, en el fondo, es una persona tranquila, pero cuando le tocan las pelotas es capaz de hacer que más de uno se coma la sección de deportes entera, a palo seco. Astralones incluídos. Miró la pantalla esperando ver de nuevo lo de 'numero oculto' y dispuesto a contestar con cualquier ordinariez. Pero no hizo falta. Era Eduardo.

- ¿Qué pasa cocodrilo? -le saludó.

- Déjate de cocodrios y de hostias. Lo saben. Tengo aquí a Martín, a Juan, a Juan Antonio y a la Campos cuchicheando y diciendo que la Policía o la Guardia Civil están abriendo naves en los polígonos en las que han aparecido animales muertos y congelados. Son los putos pangolines, nuestros pangolines -dijo atropelladamente.

- Vale, vale, vale, vale... Habla más despacio que no te entiendo nada. ¿Qué dices de los pangolines?¿Dónde te has metido?, cocodrilo. No te entiendo la mitad de lo que me dices, Se te oye fatal y con un eco del copón. No me jodas que mientras que hablas conmigo estás...

- No hombre, no. Me he metido al baño para que nadie me escuche. Están estos cuatro hablando de una operación de la Guardia Civil o de la Poli y me ha parecido entender que han detenido a Luis. Ya sabes que es el propietario de una de las lonjas que alquiló 'el Chino' para los bichos esos. Como empiecen a atar cabos o como cante Luis estamos jodidos. De momento piensan que son jablíes pero es cuestión de tiempo. Creo que será mejor que bajes al periódico con cualquier excusa, que pases a buscar al Chino y así hablamos los tres en persona. No me gusta tratar estos temas por tele...

Eduardo no terminó la frase. Alguien acababa de activar la cisterna de uno de los baños, tosió con todas sus ganas, como se tosía antes del coronavirus, y salió del baño. Alguien había escuchado toda la conversación.

- Tu eres imbécil -dijo 'el Vasco' antes de colgar. Tras otra retahíla de maldiciones en la que hizo un repaso completo al santoral de los dos próximos meses, se quitó la camiseta de la Real, su uniforme doméstico, la dobló con cuidado, se colocó la primera camisa que encontró en la habitación y salió de casa. «Voy a por tabaco», gritó antes de dar un portazo. Él, que había dejado de fumar...

Cuando Eduardo salió de su encierro no había rastro alguno de su misterioso compañero. Físico al menos. Tampoco en el angosto pasillo que comunica los baños con la redacción. 'Se ha dado prisa en salir de escena', pensó mientras regresaba a su ordenador. No era buena idea acercarse al grupillo en el que Martín seguía llevando la voz cantante. Allí, la escena seguía siendo la misma pero con José Ángel haciendo preguntas y los otros cuatro respondiéndole con evasivas... 'Estos traman algo, saben algo más de lo que están diciendo. Estos nos van a dar problemas', pensó mientras disimulaba tecleando de manera compulsiva, sin criterio alguno, con tantos errores que cualquiera hubiera pensado que lo hacía con una sola mano.

Diez minutos después, 'el Vasco' entró en la redacción silvando el 'Txuri urdin txuri urdin maitea». Saludó a todo el mundo, cogió unos papeles de su cajonera, dijo que se marchaba a hacer una entrevista y volvió por donde había entrado haciendo un imperceptible gesto con los ojos a Eduardo, que rapidamente siguió sus pasos. Cuando le vio la cara supo que las cosas se habían torcido del todo. Solo en ese momento maldijo el día en que conoció al Chino, su falta de ojo para los negocios y, sobre todo, aquella cena en una caseta de Villamediana en la que se ofreció a hacer de testaferro de una sociedad de importación de animales exóticos.

- ¿Has llamado al Chino? -preguntó Eduardo.

- No ha hecho falta. Está en mi coche. Concretamente, en el coche está su cabeza. El resto del cuerpo no tengo ni idea de dónde está. Lo mismo se lo han comido los pangolines. Eduardo, estamos jodidos.

Ambos se sobresaltaron cuando sonó el teléfono del Vasco. Un wasap. Breve, conciso, inexpresivo e impersonal. Sinónimo de problemas. Los cuatro caracteres que nunca hubiera querido recibir justo en ese momento.

 

TITULO:  Días de cine clásico - Cine -   Confidencias de medianoche  ,. , Miercoles -12- Mayo.

  Este  Miercoles -12- Mayo a las 22:00 en La 2 de TVE, foto,.

 Confidencias de medianoche,.

 Confidencias de medianoche

Reparto
 
 
Allen, compositor musical, y Jan, decoradora de interiores, se ven obligados a compartir temporalmente la misma línea de teléfono, lo que da lugar a continuas discusiones entre ellos. Los dos trabajan para el mismo jefe, Jonathan, pero no se conocen personalmente. Jonathan pretende a Jan y quiere casarse con ella. Sin embargo, en una fiesta, Allen reconoce por la voz a Jan y entabla conversación con ella ocultando su identidad.

 

TITULO:   Un país para escucharlo -  Javier Arcenillas, ganador del tercer concurso fotográfico 'Leer es vivir' ,.

Un país para escucharlo,.
 
 

Este martes -11- Mayo , a las 23.00 por  La 2, foto.

 

Javier Arcenillas, ganador del tercer concurso fotográfico 'Leer es vivir'

Este bilbaíno, colaborador habitual de Médicos Mundi, se hace con el certamen convocado por la Fundación Concha,.

Instantánea ganadora del concurso. / J.A.
 
Instantánea ganadora del concurso,.

Javier Arcenillas, con su obra titulada 'Gran Vía', ha resultado ganador de los 300 euros del premio con que está dotado el concurso fotográfico 'Leer es vivir', que convocó semanas atrás la Fundación Concha con motivo del Día del Libro.

Javier Arcenillas (Bilbao, 1973). Fotoperiodista Licenciado en Psicología Evolutiva por la Universidad Complutense. Desarrolla ensayos humanitarios donde los protagonistas están integrados en sociedades que limitan y agreden toda razón y derecho.

 

Ha ganado los más importantes premios Internacionales, como Arts Press Award, KODAK Joung Photographer, European Social Fund Grant o Euro Press de Fujifilm. Además ha ganado Tercer premio FotoPres, Luis Valtueña de Médicos del Mundo, Luis Ksado, UNICEF Prize, Sony World Photography, POYI, POYI Latam, Fotoevidence, Photographer of the year in Moscow Photo Award 2014, Eugene Simth Grant y World Press Photo.

 

En el año 2013 entró dentro del diccionario de fotógrafos españoles y es Profesor de fotografía Documental en la escuela Internacional PICA. Sus reportajes más completos se pueden ver en Time, Spiegel, Stern, Lens, El Periodico de Guatemala, Sunday Times, Soy502, Gatopardo, o IL Magazine.

 

Tiene 3 libros publicados, “City Hope” sobre las ciudades satelite que pueblan los vertederos de America Latina, “Welcome” que cuenta la historia de los refugiados Rohingya de Myanmar en el campamento de Kutupalong y Sicarios sobre los asesinos a sueldo en Centroamerica. Publica el Libro UFOpresences en el año 2017