«TÍTULO: LA BLOQUERA DE MODA LAURA SANCHEZ, Me hubiera gustado soltarme más el pelo» -
- «Mamá, ¿me puedo montar encima?», pregunta un niño de apenas cuatro años junto a la cabra pintada por Pachi con los colores del Málaga ..
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«Me hubiera gustado soltarme más el pelo»
Laura Sánchez triunfa con su firma
deropa íntima y de baño: «Me paran por la calle para decirme 'deseo que
salgan las 'bloomers' de la lavadora para ponérmelas'»
Laura Sánchez lo mismo reinaugura el Hotel&Terraza VP
Jardín de Recoletos de Madrid que posa con sus ‘bloomers’, una mezcla de
braga y bikini. La actriz, modelo y diseñadora triunfa ahora en su
faceta de empresaria con una firma de lencería y ropa de baño plagada de
color.
– Así que hoteles y braguitas de colores...
– Bienvenido sea todo el trabajo.
– ¿Se siente ‘modelo-objeto’?
– ¡Claro! Las modelos somos producto. Así de claro. Tenemos
que vender. Algunas veces, cuando somos jóvenes, nos equivocamos y
confundimos. Queremos ser estrellas de la noche a la mañana, y la
estrella es lo que llevas puesto. No una misma. Después, sí, entra en
juego tu carácter, tu voz, tu forma de ser... para ir evolucionando en
esta jungla.
– ¿Qué tal se las apaña Laura para vender en esta selva?
– Vengo de padres tenderos y siempre se me dio bien vender.
– ¿Otra modelo metida a diseñar?
– No, no, no. Es un prejuicio muy español eso de que no se puede hacer una cosa si eres otra. Si supiera cantar, lo haría.
– Pues ahí tiene a su pareja.
– Pongo todo el empeño del mundo y con un músico en casa
(David Ascanio) ... Pero qué va. Está muy enamorado de mí y dice que
tengo un timbre muy bonito, pero hasta ahí llega el cumplido.
– Odiaba las telas y ahora zurce tangas sin costuras.
– En mi casa ha habido hilos y máquinas de coser por todos
los lados. Mi madre, aparte de tendera, es patronista. Ahora se ríe de
mí porque me ve con retales, tejidos..
– Vende lencería muy divertida.
– Al final, el invierno es muy largo y gris y es muy agradable cuando te desnudas en casa verte con algo de color en el cuerpo.
– ¿No teme ‘overbooking’ con tantas famosas diseñando?
– Me planteo Bloomers&Bikini como una carrera de fondo.
Tanto David como yo queremos que esto llegue a ser nuestro modo de
vida.
– ¿Él es el jefe y usted la dueña?
– Le estoy dejando mandar demasiado. Hay un reparto de tareas.
– Las ‘bloomers’ son un concepto de braga-bikini con talla única. ¿Así democratiza la moda?
– El primer año fueron así porque teníamos tejidos que cedían bastante. No llega a ser un culote, pero tampoco un tanga.
– Hace también pareos, sudaderas...
– Una vez metidos, te pica el gusanillo. Si empiezas
vistiendo a una mujer por una braga, se le pueden poner muchísimas cosas
encima. Es un estilo enfocado a la playa y al verano. Mi chico es
canario y siempre tiene metido el calor en el cuerpo.
– ¿Cuidan las mujeres su ropa íntima?
– Mucho. Las solteras, mucho más y las que estamos en
pareja, también. Lo que más me ilusiona es que me paren por la calle y
me digan ‘oye, que me compré hace quince días unas ‘bloomers’ y estoy
deseando que salgan de la lavadora para ponérmelas de lo cómodas que
son’.
– Exhibe la ropa que fabrica. ¿Eso que se ahorra?
– Al principio me negué. Hasta que los íntimos me dieron
una colleja y me recordaron ‘a ver, llevas 16 años trabajando para los
demás, ¿cómo no vas a trabajar para ti?’
– «Con 16 años, ganaba mucho y salía de noche, aunque
volvía a casa antes de la una de la madrugada para evitar disgustos a
mis padres». ¿Fue una chica buena?
– Siempre he sido demasiado responsable. Entre mis amigas
era la madre y ahora soy muy madre. Aveces me da rabia ser tan
cuadriculada. Me hubiera gustado soltarme más el pelo.
– ¿Recibir una educación estricta le salvó de los «peligros del difícil mundo de la moda»?
– Tengo los valores bien arraigados. Cuestión de educación.
– «Me habría gustado hacer más cosas de las que he hecho». ¿Qué le ha faltado para llegar lejos?
– Si en ese momento no lo decidí, mis razones tendría.
Empezamos muy jóvenes en este trabajo y sin apreciar la suerte que
tenemos. ¿Que ahora es tarde para irme a Nueva York? Pues sí. Y, además,
tampoco me iría. Pero gané en calidad de vida. Al final, ni el éxito ni
el dinero te dan la felicidad.
– Mantiene las medidas de cuando empezó: 85-60-90. Fue de las grandes modelos españolas.
– Me habría gustado trabajar con grandes fotógrafos, aunque para eso nunca es tarde. ¡Ya llegará!
– ¿Cuáles son sus espinitas?
– La tuve mucho tiempo pero la quité. Me cancelaron en dos ocasiones la misma mañana el desfile de Yves Saint Laurent.
– Lástima.
– Pero conocí al señor Laurent. ¡Y charlé con él! Era ya
tan mayor y entrañable... Recuerdo que me estaba arreglando el vestido
de salida. Me pinchó dos veces y me pidió mil veces perdón.
– Aunque algún diseñador se las has querido «cortar», ¿sigue teniendo las caderas en su sitio?
– ¡Más de uno! Siempre he sido muy prudente y diplomática.
Me han criado con una educación muy de ‘agacha la cabeza y traga’. Me
callaba cuando me decían esto con 17 años.
– ¿Sigue agachándola y callando?
– No. Ahora contesto con una sonrisa. Con los años dejas de
ser tan diplomática. Que me digan ahora que me sobra cadera, ¡que
verán!
– ¿Por qué reza todas las noches?
– Es mi meditación y mi momento de dar las gracias. Me
alivia. Rezo como podría cantar o recitar una poesía. Me lo enseñaron
mis padres de pequeña y sigo haciéndolo.
– «Veo una barriga por la calle y se me van los ojos». ¿Piensa en ser madre de nuevo?
– Continuamente.Estoy reteniendo mis ganas.
– Nunca es aconsejable retenerlas.
– Ya, pero no es que no quiera, es que no puedo .
TÍTULO: EL MARCA DEPORTES,.
SOCIEDAD EL MARCA DEPORTES,.foto.
El valle de los récords
El keniano Wilson Kipsang, el nuevo
'recordman' de maratón, procede de la región de donde salen los mejores
corredores de fondo. Gastó su primer dinero en construir una iglesia
en su aldea
El último invierno fue una sucesión de chaparrones sobre
Iten y Eldoret. En estas dos ciudades atiborradas de corredores fue una
estación excepcionalmente húmeda, pues la época de lluvias suele
coincidir con el inicio del verano. El agua arruinó el entrenamiento de
decenas de kenianos que afinaban sus piernas para los maratones de
primavera. Los prodigiosos fondistas se ejercitan sobre caminos de
tierra y el fango, en ocasiones, cuando el objetivo es acumular
kilómetros, ayuda a endurecer los músculos; pero cuando se trata de
coger el ritmo, resulta imposible con unas zapatillas lastradas con un
par de kilos de barro.
Y cuando llegó la primavera, en los prestigiosos maratones
de Londres y Rotterdam, se impusieron los etíopes, sus vecinos del Valle
del Rift, donde se concentra la mayor cantidad de corredores de fondo
del mundo. Nadie entendía nada y se comenzó a especular con una absurda
decadencia keniana. Pero la primavera dio paso al verano y luego llegó
el otoño, la otra estación maratoniana. En la primera gran cita, en
Berlín, Wilson Kipsang Kiprotich, un keniano de 31 años, batió el récord
del mundo de la mítica distancia.
Tras Kipsang (su segundo nombre que, a fuerza de repetirlo,
ha suplantado a Kiprotich como apellido) entraron otros cuatro
compatriotas. En una carrera dispersaron las dudas, las sospechas de una
caída del atletismo en Kenia como consecuencia de un mayor control
antidopaje. Y Kipsang, de paso, evitó que este deporte, por primera vez
desde 1907, cerrara el año sin un récord del mundo.
Kipsang nació hace 31 años en Keiyo, una aldea de la que
salieron otros campeones como Stephen Cherono (se vendió a los
petrodólares de Qatar y se convirtió en Saif Saaeed Shaheen) o Vivian
Cheruiyot. Hijo de un atleta de finales de los 70, no se entregó a la
carrera a pie hasta bien pasada la adolescencia.
Primero se centró en los estudios (habla un inglés
inusualmente perfecto) y después, como buen kalenji, la tribu que
acapara gran parte de las medallas del país, trabajó en una granja.
Siguiendo la estela de tantos y tantos corredores acabó en la Policía.
Aunque para ello tuvo que animarse a participar en una carrera
organizada por este cuerpo. Nunca había entrenado y ni siquiera tenía un
par de zapatillas. No le hicieron falta para ganar.
Su primera carrera relativamente seria se produjo cuando
muchos de sus paisanos ya son figuras consagradas. Con 23 años finalizó
quinto en los Campeonatos de la Policía de su país. Y no saltó a Europa
hasta los 25. Su representante -neerlandés, como los de la mayoría de
los fondistas del Valle del Rift- le dio una oportunidad cuando se
lesionó otro atleta. No la desperdició. Kipsang no tardó en hacerse un
nombre. En una de sus primeras incursiones, en una carrera de 10
kilómetros en Hem (Francia), alentado por un premio adicional si batía
el récord de la prueba, rebajó la plusmarca en más de un minuto. Un año
después amplió su distancia al medio maratón y antes de cerrar la
temporada ya había bajado de la hora. En la siguiente ya entraría en el
selecto club de los atletas (solo son una docena) que han bajado de los
59 minutos.
Esos magníficos resultados y su capacidad de liderazgo lo
convirtieron en el jefe de la manada. Así lo conoció Arturo Casado, el
mediofondista español que, ya como campeón de Europa de 1.500, no pudo
resistir la atracción de convertirse en un 'mzungu' (un blanco en
suajili) y comprobar en primera persona cómo entrenan los fenómenos
kenianos. El madrileño cayó en su grupo y palpó su ascendencia en Iten.
«Kipsang tiene un carisma increíble. No tiene entrenador y se fue
haciendo un sitio por su personalidad y su enorme calidad. Yo, que
quería evitar la influencia de los entrenadores europeos que han caído
por allí, me juntaba con ellos. Eran cerca de 200 o 300 corredores y él
decidía, al principio de cada entrenamiento, qué íbamos a hacer. Todos
los del grupo seguían a rajatabla su plan».
Kipsang, como todos los kalenji, sabe de la importancia del
grupo, de la comunidad. Por eso, en cuanto ganó a golpe de zancada su
primer fardo de dólares, levantó una iglesia en su pueblo. Y antes de
correr en Berlín, durante su preparación, se apoyó en 40 compañeros que
le hicieron de liebre en los entrenamientos. Se gastó en ellos cerca de
6.000 dólares, una fortuna en Iten. Cuando acababan de correr, además,
se los llevaba al hotel que construyó el año pasado y los invitaba a
almorzar o sencillamente a tomar un té.
Un mes antes de la carrera, obsesionado con el récord que
creía tener en sus piernas -en 2011, en Frankfurt, le sobraron cuatro
segundos- se puso a prueba en el test que pasa todo keniano antes de
correr un maratón. Kipsang se fue con sus liebres a recorrer el Nangili,
un circuito de 40 kilómetros -20 de ida en ascenso y 20 de vuelta en
descenso- en Eldoret, donde nadie había logrado bajar de las dos horas y
10 minutos antes de 2010. En los últimos tiempos, Abel Kirui estableció
un récord de 2:04.57. Hasta que corrió Kipsang y dejó a todos con los
ojos abiertos cuando paró el cronómetro en 2:03.32.
Dos meses de recuperación
Kipsang no es un keniano al uso. Empezó a correr mucho más
tarde que los demás y su debut en el maratón se produjo en 2007, cuando
terminó tercero en París después de sufrir un resbalón en un
avituallamiento. Tampoco se ciega por el dinero y al contrario que otros
corredores, que se exprimen en unos pocos años, el nuevo plusmarquista
cuida su cuerpo al límite. Después de cada carrera desaparece un par de
meses para descansar y regenerar su osamenta, su musculatura, sus
tendones. En el gimnasio se recompone antes de atacar otro reto.
Así, combinando un entrenamiento durísimo, siempre por
encima de los 2.000 metros de altitud, donde todo cuesta más, con lo que
se conoce como el entrenamiento invisible (la alimentación, el
descanso, siempre escuchando su cuerpo) se ha convertido en el
maratoniano más consistente de la historia, el primero en correr cuatro
veces por debajo de las dos horas y cuatro minutos. En Berlín logró su
sueño, emular a Paul Tergat, el primer keniano que, hace 10 años, batió
el récord del mundo de maratón, una gesta que le inspiró al verla por
televisión.
Kipsang sigue alimentando la leyenda de los prodigiosos
corredores de Kenia. Pero, como dice Arturo Casado, el secreto no es la
genética, «que también ayuda», sino la tradición. «Tienen una cultura
atlética en fondo y medio fondo bestial. Es mucho tiempo, desde que, en
los años 30, los británicos que les colonizaron introdujeron el
atletismo en las escuelas».