La pareja más taquillera del cine
español y la más perseguida por los paparazis posa en primicia para
'XLSemanal'. Con ellos hablamos sobre su relación dentro y fuera de la
pantalla cuando está a punto de estrenarse la película más esperada del
año: 'Ocho apellidos catalanes'.
Fueron la pareja del año en la ficción y en la vida real
después de protagonizar 'Ocho apellidos vascos', la película más
taquillera del cine español, en cuyo rodaje se conocieron.
Para
Clara Lago (Torrelodones, 1990) era su película decimosexta; para Dani
Rovira (Madrid, 1980), la primera y la que lo llevó a conseguir el
premio Goya como actor revelación, después de trabajar 15 años como
quiropráctico, cuentacuentos y monologuista. El próximo 20 de noviembre
vuelven a la carga con el estreno de la segunda parte: Ocho apellidos
catalanes. La expectación está servida.
XL. ¿Preparados para un segundo tsunami?
Dani Rovira.
Después de haber pasado la montaña rusa que fue la primera película,
estamos más preparados para afrontar lo que pueda pasar con esta: para
bien y para no tan bien.
Clara Lago. Más éxito es imposible. Es difícil que ese fenómeno se pueda volver a producir.
XL. Pero ganas por volver a ver pelearse a Amaia y a Rafa las hay...
C.L.
Lo bueno es que la gente les ha cogido cariño a estos personajes y
quiere seguir disfrutando de ellos, es lo mismo que te ocurre con una
serie cuando te engancha.
XL. ¿Vosotros les tenéis el mismo cariño o los personajes os han saturado ya un poco?
D.R. Les hemos cogido muchísimo cariño, por supuesto; y no solo a los que nosotros representamos; también al resto.
C.L. Yo le tengo mucho cariño a todo lo que se produce con esta película. Le he cogido cariño a Amaia, pero también al equipo.
XL.
La primera película se hizo con un presupuesto corto y sin porcentaje
de taquilla. ¿Habéis mejorado las condiciones económicas por si se
repite el éxito?
C.L. ¡Eso no se dice!
D.R.
El éxito nos pilló desprevenidos a todos, y más a mí que era la primera
película que rodaba en mi vida. Esta vez hemos mejorado un poco las
condiciones, sí [se ríe]. Hemos firmado lo que creíamos que era justo y
todo el mundo ha terminado contento: contratadores y contratados.
XL. Os habéis quejado los dos del precio que la fama os ha hecho pagar, teniendo en cuenta, además, que ahora sois pareja.
D.R. Hay
días que te quieres tirar por una ventana. No puede ser que, porque
estemos en el momento en el que estamos, no podamos tomarnos una cerveza
tranquilos en ningún sitio. Pero, en el fondo, compensa porque la gente
que se nos acerca es porque nos tiene cariño. Gracias a Dios no somos
políticos o árbitros... A mí nunca me han dicho «hijoputa» por la calle,
y esto ya es un punto a favor [se ríe].
C.L. Desde
que empecé, con 10 años, a trabajar en Compañeros, conozco esa
sensación de no tener anonimato. Lo que no me gusta es el típico que te
viene a pedir una foto porque le suena tu cara y lo único que quiere es
colgarla en Twitter para decir que te conoce y ya está, sin saber ni
cómo eres ni cómo piensas... Me molesta la mala educación de quienes te
interrumpen cuando estás en una conversación o comiendo con tu
familia... Y si les dices, con respeto, que en ese momento no te vas a
hacer la foto, te sueltan una bordería, se cabrean o te ponen mala cara.
D.R.
Es que el 90 por ciento de las veces, cuando te piden una foto, ni
siquiera te saludan. Confieso que he negado muchas fotos, pero jamás una
palabra, un saludo, la mano o incluso una conversación. Me he llegado a
levantar de la mesa para darle dos besos a quien se me ha acercado y me
ha ocurrido que, por negarle la foto, me ha quitado la cara.
XL. ¿Es posible que sea mucho peor pasar inadvertido?
C.L. Mi trabajo conlleva ser una persona pública y lo entiendo; pero eso no te convierte en un objeto público.
D.R. Cada
vez que te echan una foto, tu persona, tu imagen, tu cara, tus pelos,
tu ropa, la persona con la que estás... se hacen públicos. Imagínate, si
te echan 200 fotos al día, dónde queda tu intimidad. Pagamos un alto
precio por la popularidad.
C.L. Hemos llegado a
decir que no nos hicieran fotos, pero que, si querían, se podían sentar
un rato con nosotros... ¡Y no han aceptado nunca! Eso significa que les
importa poco cómo seamos, que no hay una ilusión real por conocerte ni
por compartir un momento: solo quieren llevarse el trofeo, la foto con
el objeto para subirla a la Red.
XL. Volvamos a la
película. En estos momentos, hacer bromitas con los tópicos sobre
catalanes ¿os ha obligado a hacer equilibrios en la cuerda floja?
C.L.
La película no pretende ser polémica; tiene un humor muy blanco que
trata de no ofender a nadie, solo queremos que la gente se ría... ¡y
punto!
D.R. Que en el reparto estén Rosa María
Sardá y Berto Romero da mucha tranquilidad, porque son los primeros que
se ríen de sí mismos. Son catalanes que aman su tierra; pero, sobre
todo, son muy universales. Además, en el guión no hay nada tan
importante como para cogerse un rebote: es más una película romántica,
una comedia de amor.
XL. 'Ocho apellidos vascos' terminó
muy bien: Amaia iba a buscar a Rafa a Sevilla y comieron perdices. Sin
embargo, esta segunda parte empieza con la relación rota, ¿qué nos hemos
perdido?
D.R. ¡Son las cosas que pasan
en las parejas! La naturaleza de Rafa es la de un metepatas que, a veces
por cobardía o por miedo al compromiso, hace tambalear la historia.
Pero tampoco vamos a desvelar mucho más.
XL. Un poco
más... sí: Amaia está en Cataluña, a punto de casarse con Pau (Berto
Romero), un pintor hipster y pseudointelectual; y Rafa, claro, tratará
de impedirlo.
C.L. Después de la ruptura con Rafa, a algún lado se tendrá que ir Amaia a llorar sus penas, ¿no?
D.R.
Los compadres andaluces están alucinados porque no ven nada bueno para
mí que no sea una sevillana de Triana. Ni soportaban a Amaia porque era
vasca ni soportan ahora al hipster catalán. Ellos son la parte más loca
de la película, los que sueltan los chistes más típicos, porque cumplen
un tópico muy de los andaluces: que somos muy exagerados para todo y de
todo hacemos un mundo.
XL. Por cierto, por lo que veo, el flequillo de la película es falso.
C.L.
Totalmente: en la primera y en la segunda; aunque he llevado flequillo
muchos años y me encantaba. A los 15, me lo cortaba yo misma con las
tijeras de cortar las uñas, ¡no te digo más! [Ríe].
XL.
Parece que, en esta ocasión, el pique está entre el orgullo de los
vascos y el de los catalanes, porque los andaluces han asumido que
juegan en otra división.
D.R. Cada uno
ha tenido una manera diferente de luchar por su independencia y puede
ser que, ahora, los vascos tengan un poquito de gusa porque la
independencia de Cataluña está más en boga que la suya. Es un tema muy
delicado. Entre Koldo (Karra Elejalde) y Rosel (Rosa María Sardá, abuela
de Pau) hay un poco de eso, pero en tono simpático: nadie se moja
políticamente como ocurría en 'Ocho apellidos vascos'.
C.L. Esto sale en la película, pero de una manera muy blanca, sin posicionamientos.
XL. ¿Esta película unirá más que echará leña al fuego?
D.R. Eso
seguro. No es aleccionadora ni moralista, y yo creo que une más a la
gente de lo que los políticos pueden conseguir en años. Es una película
que le quita muchísimo hierro a un asunto que tiene mucho menos hierro
del que nos hacen ver.
XL. Una curiosidad: ¿dónde comisteis mejor, en el País Vasco o en Cataluña? Porque ese es otro de los temas clásicos de debate.
C.L. Se
come muy bien en toda España, pero comimos mejor en el rodaje de la
primera, porque lo hacíamos de menú pero en restaurantes. En esta
ocasión ha sido todo mucho más de catering.
D.R.
Ha sido por logística. Aunque es verdad que, en cuestión de cantidades,
lo del País Vasco es espectacular: te puedes morir en un almuerzo. ¡Fue
apoteósico!
C.L. ¡No tienen mesura! [Sonríe].
XL. En esta trama hay una segunda historia de amor: la de Koldo y Merche (Carmen Machi).
C.L.
Cuando empieza la película, partimos de que ellos se han separado
también porque Koldo ha desaparecido sin avisar y Merche está enfadada.
Cuando se entera Koldo de que Amaia se va a casar, viajan a Cataluña
para conocer al novio.
D.R. Vuelven a ser las
aventuras de los mismos cuatro personajes, pero esta vez en otra
comunidad autónoma. Rafa va a buscar a Amaia, para reconquistarla, sin
saber siquiera si le van a dejar salir de Cataluña [ríe]. Es una comedia
que trata de decir que el amor lo puede todo, porque Rafa por amor
hubiera ido a la Franja de Gaza si hubiera sido necesario.
XL.
¿Dani Rovira también va donde haga falta por amor? En una ocasión, lo
dejaste todo y te fuiste a Argentina detrás de una mujer.
D.R. Yo por amor hago lo que sea necesario, pero he de reconocer que he tenido más éxito en las vueltas que en las fugas [se ríe].
C.L. Yo también hago lo que haga falta... Aunque dicen que la imagen que doy es de tía dura, no es así: yo soy una romántica.
XL.
¡Y lanzada! Ya lo vimos en ese beso que le diste a Dani delante de las
cámaras, casi a la altura del que Iker Casillas le dio a Sara Carbonero
tras ganar la Eurocopa. ¿Te arrepentiste luego?
C.L.
No; creo que no hay que arrepentirse de lo que sale del corazón de
manera natural. Además, al día siguiente me fui a Estados Unidos y me
perdí todo el bombo de después.
D.R. Para mí fue
una noche muy especial, muy bonita... de esas que no se repiten. Yo
llevaba muy preparada la presentación de la gala, todo lo demás ni me lo
había planteado: fue muy espontáneo, como habría actuado cualquier
persona en nuestro lugar.
XL. Dani, Clara tiene diez años menos que tú. A esta edad, ¿es casi un 'infanticidio'?
D.R.
¡No, hombre! Un 'infanticidio' hubiera sido en la época de 'El viaje de
Carol'. Pero vamos a ver: ¿tú, al mirarnos, estás notando la diferencia
de edad? Mi padre también le lleva diez años a mi madre.
XL. ¡Vamos, que en su familia son unos listos!
D.R. Bueno, a lo mejor la lista es la otra persona que ya te pilla débil y puede hacer contigo lo que quiera [risas].
C.L.
A mí me ha pasado esto con todo, no solo a la hora de enamorarme. Desde
pequeña, me flipaba el mundo de los adultos y siempre estaba con ellos.
De hecho, una de mis mejores amigas, Ingrid Rubio, tiene 40 años. Al
final, conectas con las personas al margen de su edad.
XL. ¿Cómo consiguen evitar a los paparazis?
D.R. ¡No
se puede! Aunque ya no es como al principio, siempre queda el
paparazi-residente que te ve y te pega la tralla de fotos cuando vas
medio despistado por la calle. Para nosotros, hacer las cosas normales
que hacen los demás entraña siempre una cierta estrategia.
C.L. Al
principio fue horrible, salíamos al portal y allí estaban esperándonos;
pero ya se ha reducido bastante. La manera como entiendo que hay que
llevarlo es siendo prudente y discreto, no contestando a nada, pero no
dejando de vivir. Yo, obviamente, no les dirijo la palabra y ni los
considero.
D.R. Yo los trato como a Patrick
Swayze en 'Ghost': intento no verlos, hacer como que no existen. Para mí
son personas a las que, como no me merecen ningún tipo de atención ni
de energía, ignoro. Si tienen que hacer su trabajo, que se pongan detrás
de un seto y que procuren no dejarse ver.
XL. ¿Qué tal
anda Clara de sentido del humor y Dani, de genio? Parece que tienen los
papeles muy repartidos, en la película y en la vida real.
C.L. No,
no; yo siempre he tenido bastante sentido del humor. A mí me ponen
siempre de contrapunto de todos estos locos, pero luego no soy así.
D.R. A
lo mejor está feo que lo diga yo, pero soy un tío que tiene bastante
buen carácter; me tienes que tocar mucho mucho los cojones para sacar el
oso grizzly que llevo dentro.
XL. Para terminar, ¿se habla de una tercera secuela de 'Ocho apellidos'...?
C.L.
Nunca se sabe, supongo que depende de cómo vaya esta. Pero solo haremos
una tercera parte si hay otra historia buena que contar. Yo esto no lo
concibo como la gallina de los huevos de oro.
D.R.
Cuando hicimos la primera, no estaba en la mente de nadie hacer la
segunda y, ahora, tampoco lo está hacer la tercera. En este momento lo
que toca es disfrutar: ya hemos disfrutado con el rodaje, ahora toca
hacerlo con la promo y, cuando se estrene, ojalá disfrutemos del proceso
de taquilla.
XL. Por cierto, ¿os han ofrecido transmitir las doce campanadas en alguna televisión?
D.R. ¡Noooo! ¡Virgen Santísima!
C.L. ¡Ni hablar! Yo las uvas me las tomo en mi casa con mi gente.
D.R. Bueno, pero a lo mejor si no son en directo... [Risas].