Desde 1997, el grupo de homicidios de
la comandancia de Madrid buscó un fantasma: el del hombre que había
cosido a puñaladas a Eva Blanco. Muchos guardias civiles han pasado
durante este tiempo por la unidad, pero solo uno lleva desde el
principio, el guardia Joaquín. Lorenzo Silva reconstruye con su
testimonio y con el de sus compañeros claves desconocidas del caso.
Durante 18 años, una muestra de material biológico estuvo
guardada en una nevera del laboratorio de criminalística de la guardia
civil.
En ese tiempo el laboratorio sufrió dos mudanzas, y la muestra las sufrió con él.
Durante esos mismos 18 años, el grupo de homicidios de la comandancia
de Madrid estuvo buscando un fantasma: el del hombre que dejó esos
restos biológicos en el cuerpo de Eva Blanco un día de abril de 1997,
antes de coserla a puñaladas y abandonarla en una cuneta en el término
municipal de Algete. A lo largo de estas dos décadas han sido muchos los
guardias que han pasado por la unidad.
A todos ellos, y al
resto de sus compañeros actuales que han podido al fin resolver el
enigma, con la ayuda de la muestra biológica tan escrupulosamente
guardada, nos insiste el guardia Joaquín, el más veterano y único que
queda del grupo que levantó el cadáver, que atribuyamos el éxito que ha
llegado cuando apenas faltaba año y medio para que prescribiera el
delito. «Esto es un logro de todos, de los de antes y los de ahora; ninguno de los que han pasado por aquí aceptó rendirse nunca».
Hablamos
con él en la oficina del grupo, una sala de unos 30 metros cuadrados
donde se juntan los investigadores de homicidios de la comandancia
madrileña. No es un buen día: justo después del éxito han tenido un
homicidio. La oficina es un ir y venir de guardias atareados, con los
que tenemos que conversar casi a salto de mata. Es lo que hay: aquí el
deber pasa por delante de las celebraciones.Recuerda Joaquín, con un
deje de nostalgia pero una pasmosa precisión en los detalles (la
precisión del que los ha repasado mil veces), aquellos días del hallazgo
del cuerpo de la joven de dieciséis años. Apareció a mediodía, junto a
la carretera, tendido en el vierteaguas de hormigón. La noche había sido
muy lluviosa y por la canalización contigua a la vía había corrido el
agua en abundancia.
Pese a tener casi veinte puñaladas, el
cuerpo se veía casi limpio de sangre y la chica estaba perfectamente
vestida, con sus pantalones de pitillo estrechos bien puestos y
abrochados. Cuando la autopsia certificó que Eva tenía rastros de haber mantenido relaciones antes de su muerte,
la primera hipótesis de los investigadores fue que debía de haber sido con alguien conocido. De esa conjetura salió incluso el nombre que pusieron a la investigación: Operación Pandilla.
Primer objetivo: rastrear el círculo de la víctima
Los guardias civiles, entre los que a la sazón había cuatro mujeres, empezaron a rastrear el círculo de la chica: sus
amigos, familiares y vecinos. Ninguna de esas pistas condujo a nada.
Continuaron con otros hombres de su entorno, pero la investigación
terminaba encallando en el mismo punto: un análisis negativo, que
certificaba que su ADN no casaba con el de los restos hallados en el
cuerpo de Eva. Cerca de seiscientas pruebas negativas se acumularon
durante la investigación del caso. En cierto momento, allá por el año
1999, se organizó en el pueblo una recogida de firmas a favor de la toma
de muestras a todos los hombres de la localidad. Pero la juez que
entonces llevaba el asunto no lo autorizó: además de su coste, había
dudas sobre la legalidad de una recogida masiva como aquella.
Una pista falsa: el código secreto
Pese a tener todos los caminos cerrados, los investigadores no se dieron por vencidos.
Habilitaron un número de teléfono y una dirección para el caso, en los
que recibieron los mensajes más estrambóticos. A medida que iban pasando
los años, pusieron a disposición de la población datos que habían ido
recabando, por si a alguien le daban alguna idea.
Facilitaron un
retrato robot, elaborado a partir de un testimonio poco preciso, y una
secuencia numérica, 343110, hallada en los diarios de Eva y que pensaban
que podía ser una clave. Detectives profesionales y
aficionados, supuestos testigos y hasta videntes les enviaron las
interpretaciones más peregrinas sobre el código. La que se lleva la
palma: alguien dedujo que representaba la palabra 'cuello', de
'alzacuellos', es decir, al párroco, del que adjuntaba fotos y señalaba
su supuesto parecido con el retrato robot. La pista acabó en nada, como
las que antes apuntaran a amigos, profesores del instituto y vecinos. Un
indeseado efecto secundario de la investigación fue que en el pueblo
todo el mundo empezó a recelar de todo el mundo. En sus pesquisas los
investigadores acabaron por hacer una radiografía de aquella pequeña
comunidad, lo que los llevó a descubrir no pocos secretos.
La consigna en la unidad: "No te olvides de lo de Eva"
Pero
los guardias no estaban allí para cotillear las miserias ocultas de los
algeteños, sino para atrapar a un asesino, y ese objetivo parecía cada
vez más inalcanzable. El grupo iba cambiando de jefes y siempre, al
pasarse el testigo, el saliente le insistía al entrante en la espina
clavada: el caso de Eva Blanco. El actual capitán jefe de la unidad de
Policía Judicial de la comandancia, Rubén, recuerda cómo su predecesor,
el hoy comandante Rogero (al que también insiste en que recordemos), le
pidió por encima de todo que hiciera lo imposible para resolver lo de
Eva antes de que prescribiera el delito. Como los anteriores, se puso a
ello. Todos los que iban llegando trataban de mirar el caso con ojos
limpios. El capitán Rubén recuerda que se pasaba las tardes con el
teniente elucubrando, y así llegaron a pensar que pudiera ser un bombero
o incluso un guardia civil; alguien que hubiera podido recoger a la
chica e inspirarle confianza. Exploraron esas vías, pero ninguna dio
resultado.
Así y todo, no cejaron. Hubo años, como el 2013, en que tuvieron muchos homicidios y poco tiempo libre.
Pero en cuanto les bajaba la carga de trabajo, retomaban lo de Eva.
«Siempre que haya un ratito, algo hay que hacer», recuerda el capitán
que les decía a los suyos. Uno de ellos, el cabo Ricardo, muestra un
vaso en el que el capitán le escribió con rotulador permanente: «No te
olvides de lo de Eva». Se lo devuelve al capitán en nuestra presencia.
«Ahora tendrá que buscarme otro para guardar los clips, mi capitán», le
dice, con indisimulada satisfacción.
El giro que había de sacarlos
del bloqueo se produjo en 2013. El capitán recuerda que el teniente
Pablo, entonces jefe del grupo de homicidios, vino a contarle que había
leído que en la Universidad de Santiago de Compostela habían
desarrollado técnicas para, a partir de una muestra de ADN, sacar rasgos
de la persona, incluido su origen geográfico. Tras sometérselo a la
nueva titular del Juzgado número 4 de Torrejón, pidieron a los
científicos compostelanos que examinaran el material genético. Se
recuperó aquella muestra guardada durante casi dos décadas y sobre ella
trabajaron los biólogos, que concluyeron, en términos de muy alta
probabilidad, que el ADN pertenecía a un varón de origen norteafricano,
ojos y cabello oscuros y piel morena.
Con esos parámetros
y el padrón de Algete de 1997, que conservaban celosamente, acotaron la
búsqueda y la redujeron a unos doscientos individuos, magrebíes
residentes entonces en la localidad madrileña. Lo que venía a continuación requirió paciencia, constancia y una buena dosis de mano izquierda.
Fueron
contactándolos uno por uno. Muchos se habían repartido por toda España;
otros habían emigrado a Francia, Bélgica, Holanda... A los que estaban
en territorio español iban a visitarlos. A los que estaban en Francia
trataban de convencerlos de que avisaran cuando pasaran por la Península
camino del Estrecho. Todos menos uno consintieron en dar su muestra de
saliva, para contrastar su perfil genético con el que se guardaba del
asesino. Tanto el capitán como el actual teniente jefe del grupo,
Víctor, coinciden en subrayar la colaboración ejemplar de los magrebíes.
Incluso en lugares como el conflictivo barrio del Príncipe, en Ceuta
(«allí entramos bien camuflados, en un Audi Q7 blanco», bromea el cabo
Ricardo). «Ojalá lo pilléis, gente así nos deshonra», cuentan que les
decían muchos.
La clave: una pista que conduce a Francia
Allá
por junio de 2015 contactaron con el que había de dar la muestra número
90: F., de origen marroquí y residente en Francia. Muy amable, se
ofreció a facilitarles la muestra en un viaje que iba a hacer a Madrid
para dar clases de golf. Quedaron en una rotonda cerca de la A-1. El
guardia Alejandro, que se entrevistó con él, lo recuerda como un hombre
bien vestido y especialmente educado. En la misma rotonda le recogieron
la muestra y les firmó el consentimiento para hacer las pruebas. También
les deseó que acabaran dando con el autor del crimen.
Ahí
fue donde saltó, al fin, la coincidencia. Aunque su perfil genético no
era el mismo que el del hombre al que buscaban, compartían el mismo
cromosoma Y, lo que certificaba que eran hijos del mismo padre.
A partir de ahí hicieron indagaciones y descubrieron que F. tenía dos
hermanos y que uno de ellos, Ahmed, vivía en Belvis, al lado de Algete y
del lugar del crimen, en 1997. Lograron encontrar a cinco testigos que
lo recordaban y que les dieron de él detalles que cuadraban con su
posible autoría del crimen. Con todo ello hicieron el informe que
permitió a la juez dictar la orden europea de detención ejecutada
finalmente por la Gendarmería francesa el 1 de octubre.
En la
detención estuvieron presentes el teniente Víctor, el cabo Ricardo y el
guardia Alejandro. Volaron directos a Ginebra y llegaron a la una de la
mañana a Besançon, donde los esperaba el responsable de la Gendarmería,
para la que solo tienen palabras de gratitud: «Nos ayudaron como si
fuera algo suyo». La detención se practicó a las tres de la tarde, por
los gendarmes, que le comunicaron en francés al presunto asesino de Eva
el motivo de su arresto y le mencionaron el nombre de la víctima. Ahmed
negó fríamente con la cabeza y, dirigiéndose a los guardias civiles,
dijo: «Os estáis equivocando». El cabo Ricardo le espetó entonces, en
español: «¿Crees que viniendo de Algete nos vamos a equivocar?». Al oír
el nombre del pueblo, en labios del guardia civil (que estuvo seis años
destinado allí), el mismo hombre que había oído sin inmutarse el de la
chica dejó caer la cabeza y se quedó callado. Como si aceptara que
acababan de noquearlo.
El epílogo de esta historia, tanto
para el capitán Rubén, el jefe del grupo, como para Joaquín, el guardia
que ha pasado día por día estos dieciocho años detrás del criminal,
ocurre en la casa de los padres de Eva, en Algete, cuando van a
darles la noticia. Les dicen, simplemente, que han detenido en Francia
al asesino de su hija. Olga, la madre de Eva, solo les pregunta: «¿Es
alguien conocido?». Los guardias le dicen que no. Ponen así fin a 18
años de sospechas, de no saber si seguía teniendo cerca al asesino de su
hija. En ese momento, y mientras se abrazan, el capitán Rubén se
emociona y casi se viene abajo.
Lo recuerda sin avergonzarse: «No
lo pude evitar, me acordé de mi madre y se me hizo un nudo». Y bromea:
«Los míos ahora me dicen que al final el psicólogo del Cuerpo que
llevábamos no era para la familia, sino para el capitán». Joaquín, que
también se emocionó, se duele de que durante años siguieran una pista
equivocada. «Ahora que conocemos el perfil, lo que creemos es que la
intimidó con la navaja y la aterrorizó de tal modo que ni se pudo
resistir. Por eso, y no porque lo conociera, la encontramos como la
encontramos». Cuando se le menciona la condecoración que el ministro
anunció que se les va a conceder, dice: «Mi medalla ya la tengo. Me la
dio esa madre la otra tarde».
Si volviera a nacer, García Lorca, el gran poeta español del siglo XX, tendría que reescribir aquellos dos versos de su
Romance de la Guardia Civil española: «Tienen, por eso no lloran, / de plomo las calaveras». Sí que lloran. Venturosamente.
El otro teléfono de la esperanza
La
Guardia Civil habilitó un teléfono para recibir información;
corresponde al móvil de la foto, que aún está sobre la mesa del
investigador. Abajo, el carné del acusado.
Un logro de todos
El
agente Joaquín insiste en que este es un éxito de toda la unidad. «De
los de antes y los de ahora. Ninguno aceptó rendirse nunca».
Las claves del caso
Operación pandilla
El cadáver de Eva estaba perfectamente vestido. Parecía que el culpable era un conocido. Por eso, la investigación se llamó Pandilla.
La mejor recompensa
El
investigador asegura que la mejor medalla por su trabajo la recibió de
la madre de Eva el día que le dieron la noticia de la detención. A la
izda., retrato robot del asesino.
La detención
Tres guardias participaron en la detención. Al principio, Ahmed negó fríamente con la cabeza. «Os estáis equivocando», dijo.
Tirada en la carretera
Eva
apareció en un vierteaguas de hormigón con 20 puñaladas y vestida. La
autopsia certificó que tenía rastros de haber mantenido relaciones
sexuales.
Santiago dio la pista vital
Una técnica desarrollada por la Universidad de Santiago de Compostela
combina el análisis genético, efectuado en el Instituto de Ciencias
Forenses, con el análisis estadístico, a través de un software
desarrollado con la Facultad de Matemáticas que procesa 99 marcadores
genéticos. Hasta 80 de ellos (de los tipos SNP e InDel) permiten
calcular la probabilidad del origen biogeográfico y 19 (del tipo SNP)
sirven para estimar la de tres características físicas del individuo
(color de ojos, pelo y piel). En el caso del asesino de Eva, arrojó la
alta probabilidad de su origen norteafricano. Abajo, todo el equipo que
intervino en la investigación.
Una espina clavadaEl actual capitán
jefe de la unidad, Rubén, recuerda cómo su antecesor le pidió que, por
encima de todo, resolviera el caso antes de que el delito prescribiera,.
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