LUCKY LUKE - REVISTA CAMPO - TAPAS Y BARRAS Y UN PAIS PARA COMERSELO - Centinelas contra la violencia machista , fotos.
Centinelas contra la violencia machista,.
Un grupo de estudiantes fuentecanteños participa en un proyecto para que la gente de su edad tome conciencia del problema de la violencia de género,.
Los compañeros de Alejandra -esos centinelas contra la violencia machista- son Mayte García Lavado, Jonathan Morcillo Hellín, Celia Sánchez García, Jacobo Iglesias Herráiz y Lucía Yagüe Orcajo, todos entre 16 y 17 años, estudiantes de ESO y de Bachillerato, quienes, de la mano de su educadora Rosa Mogena, presentaron al Consejo de la Juventud de Extremadura el proyecto 'Violencia de género en jóvenes y adolescentes' y, junto con los grupos de otros nueve centros de la región, participan en la cuarta edición del programa denominado 'Wake up Youth' ('despierta, joven'). Se trata de una idea que pretende que adolescentes de entre 14 y 17 años, después de un periodo de aprendizaje de tres meses (entre enero y abril) adquieran los conocimientos necesarios para impulsar proyectos de participación social que mejoren su entorno.
Periodo de estudio
La semana próxima darán una charla en el colegio y en las siguientes otra en un local del Ayuntamiento
En el caso del grupo del San
Francisco Javier, lo que está haciendo en estos momentos es estudiar
todo lo relacionado con la violencia de género en jóvenes y adolescentes
(es su periodo de aprendizaje) para, una vez informados en profundidad,
poder informar y formar a sus compañeros y a jóvenes como ellos e
iniciar la etapa de participación social y mejora del entorno. «Estamos estudiando este problema desde muchos puntos de vista: el social, el familiar, el de la educación; incluso el Código Penal. También estamos estudiando las respuestas a la violencia de género que ofrece el feminismo. Queremos saberlo todo para ser lo más eficaces posible a la hora de informar a jóvenes como nosotros de este asunto», afirma Alejandra Rodríguez, quien confiesa estar «abrumada por las dimensiones de la violencia machista. Yo, antes de empezar a estudiar sobre el fenómeno no podía imaginar lo extendido que está».
Y es que este tipo de proyectos tienen la particularidad de servir de cauce de formación, en primer lugar, a los propios protagonistas de los mismos. En este sentido, Alejandra señala que «a todo el grupo nos ha abierto los ojos. Sabíamos de la violencia de género por referencias porque no la conocíamos en nuestro entorno; ahora estamos más atentos a ella y vamos descubriendo entre los jóvenes actitudes que antes nos pasaban por alto, gestos, reacciones, maneras de comportarse, que encierran una conducta machista que, en el fondo, significa una manera de tratar a las mujeres como si fueran personas de segunda categoría frente a los hombres».
Próximas charlas
Tan entusiasmados están con esta actividad que, además de crear un punto de encuentro en el que informar de los recursos existentes para prevenir y sensibilizar contra este tipo de violencia, se muestran seguros de poder dar charlas ya y contar lo que han aprendido. El colegio también les apoya y en la próxima semana se estrenarán en el propio centro, explicando a sus compañeros qué es la violencia de género, cómo afecta a las relaciones entre chicos y chicas y cómo hacerle frente. Les ayudarán en la tarea la Asociación Alma contra la violencia de género, que reforzará su mensaje con las experiencias que tiene de este problema.Pero no se van a quedar en el centro. Tienen vocación, en consonancia con la filosofía que anima al programa 'Wake up Youth', de tener influencia sobre la comunidad. En este sentido, la educadora Rosa Mogena informa de que el Ayuntamiento se ha comprometido a ofrecerles un local municipal para tener un encuentro al que se convocará a la juventud de Fuente de Cantos en general. «Estoy convencida de que será un mensaje más eficaz que el que nos pueda transmitir un adulto», concluye Alejandra Rodríguez. «Porque cuando un adulto nos habla a los jóvenes tendemos a pensar que 'son cosas de adultos', pero nosotros somos seis jóvenes y hablamos el lenguaje de los jóvenes. Nos comunicamos de tú a tú».
TITULO: Campo de Estrellas Real Madrid TV - La Quinta del Buitre: Blancas pastillas efervescentes ,.
El jueves -1- marzo a las 22:30 por Real Madrid TV,.
La Quinta del Buitre: Blancas pastillas efervescentes, fotos.
Escuchando ayer a Sanchís durante la transmisión de la
semifinal del Mundial de Clubes entre el América y el Real Madrid me dio
por pensar en la Quinta del Buitre. Yo los vi jugar y fueron la
generación de mi infancia. Butragueño, sobre todo, y sus “quintos”
marcaron mi madridismo a fuego después de mamar de la teta de Juanito y
Santillana. Juanito y Santillana eran unos señores mayores a los que yo
idolatraba, y entonces llegaron esos chicos que también eran mayores
pero ya no tanto. Eran esos chicos de COU que compartían patio de recreo
a los que yo observaba admirado y que además jugaban al fútbol en el
Real Madrid. Era ese chico pecoso del barrio de Salamanca que se pasaba
el balón de un pie a otro en un metro cuadrado de terreno y los rivales
no lo veían, o no lo comprendían, y marcaba goles que no se habían visto
nunca porque los marcaba vestido de uniforme colegial: con camisa
blanca, corbata azul, jersey azul con cuello de pico y pantalones cortos
grises. No ha habido Butragueños salidos de un club de Belén en otros
lugares del mundo. Sólo me sale a bote pronto Del Piero en la Juventus,
ese Butragueño italiano al que también fueron a adorar los Reyes Magos a
la lejana Turín.
Yo miraba a Butragueño. Le buscaba en el Estudio Estadio verdadero de los ochenta donde hacían crónicas televisivas de todos los partidos de Liga (el Estudio Estadio de hoy lo conforman mayormente un aquelarre de brujos y brujas con verruga) y de reojo seguía a Míchel cuya figura y tupé colgante eran el prototipo de pintón de la época. Si Butragueño jugaba con el uniforme del cole, Michel lo hacía con el jersey Privata y los Levi´s pesqueros que dejaban ver los calcetines de rombos envueltos en unos zapatos castellanos negros mientras se apoyaba en el capó de un coche rodeado por una rubia y una morena con hombreras. Míchel y Butragueño eran el popular y el aplicado, respectivamente. Y luego estaba Martín Vázquez que era una suerte de híbrido de los dos, tan admirable como ellos pero con demonios que se podían ver desde la grada y desde el televisor orbitando alrededor de su cabeza como huéspedes de un tiburón a los que pitaba el público al tiempo que él ejecutaba movimientos impecablemente estéticos. Lo de Sanchís era otra cosa. Sanchís era más o menos el Portos cuyas reglas eran otras a las de los demás mosqueteros. Sanchís estaba siempre a salvo de todo de un modo distinto al que lo estaba Pardeza, al que la chispa del Buitre envió a hacer carrera a provincias lejos del relumbrón de la capital.
Eso fue hace treinta años y el madridismo de aquellos símbolos ha evolucionado de modos tan diversos como evolucionarían los miembros de una vieja pandilla de COU luego de salir al mundo lejos de las aulas. Uno podía ser ingeniero y otro abogado. Y otro podía no seguir estudiando y ponerse a currar de fontanero, incluso alguno podía darse a las malas compañías y a los malos hábitos. Atrás quedó una época de instituto americano en el que los niños y los jóvenes tenían a sus ídolos de carpeta y los más viejos a unos futbolistas de la familia estupendos que ganaban Ligas de carrerilla y apuntaron eternamente a recuperar la Copa de Europa que sólo alcanzó la longevidad de Sanchís, que ayer no fue Portos. Claro que tampoco era el futbolista. Seguro que el error está en mi propia imagen, en la antigua imagen de las antípodas, no precisamente aquellas a las que se refería aquí José María Faerna en su bonita crónica de Yokohama sino a las antípodas de una madurez que no se corresponde (aunque sea una impresión condicionada por el recuerdo infantil) con el primigenio desempeño y la imagen que de él se desprendía, acaso físicamente una camiseta blanca manchada de barro.
Yo ayer vi a Sanchís (le escuché) más bien manchando, y no de barro, una camiseta con los tópicos académicos del aquelarre estudioestadista del siglo XXI, algo que también he visto hacer con profusión a Valdano, otro tótem de la época, con su plomiza maestría de poeta argentino, y más recientemente y no menos sorprendentemente al mismísimo Raúl, el heredero de Butragueño que a su vez fue el heredero de Santillana. Es como si no se pudiera (¡ni siquiera ellos!) hablar como Míchel entonces desde la banda, diciendo: “¡Me lo merezco!”. Ha pasado mucho tiempo de aquello y a mí me sigue levantando aquella soberbia fantástica que nunca volví a ver en el protagonista, ni en ninguno de los demás protagonistas, fuera del terreno de juego. Qué decir del melifluo desempeño como comentarista de Martín Vázquez. Lo extraño es que con el micrófono nunca pareció que un día fue un jugador representativo del Real Madrid. Ese niño que fui no puede evitar sentir cierta decepción. Tampoco se trata de llevar una vida dedicada a una cruzada pero sí, y seguro que el equivocado, el que no comprende soy yo, uno debe (ninguno de ellos quizá debería) ponerse jamás del lado contrario al de la familia como hizo ayer Sanchís participando del habitual aquelarre antimadridista.
Pardeza calla porque siempre estuvo como ausente, y Butragueño es otra cosa porque siempre fue otra cosa aunque pueda que sólo lo viera yo así. Si Butragueño no dijo nunca en el campo, ni siquiera nada remotamente parecido: “¡Me lo merezco!”, no espero que lo diga de traje y corbata. Lo que sí hemos visto, lo que yo he visto es un irónico y correcto apagafuegos delante de las cámaras que al menos es mejor que cualquiera de los contubernios con los brujos y brujas de los medios patrios mantenidos en el tiempo (el tiempo después) por figuras como Sanchís, Martín Vázquez y en menor medida, si quieren, Míchel (la única camiseta del Madrid que yo he tenido fue la suya), donde Xavi Hernández, por poner un ejemplo casi estremecedor, es tenido por un interlocutor neutral que se manifiesta extraordinariamente orgulloso del Barcelona de forma inversamente proporcional a lo orgullosos que se muestran estos y otros madridistas señeros disueltos, como blancas pastillas efervescentes, en el ambiente extramuros del Madrid, donde todo parece susceptible de olvidarse hasta que un día estuvieron aquí y dijeron y defendieron cosas hombres como Di Stéfano y Juanito, y otros que siguen igual que siempre, dentro o fuera, como el imponente señor que da nombre a este sitio.
Yo miraba a Butragueño. Le buscaba en el Estudio Estadio verdadero de los ochenta donde hacían crónicas televisivas de todos los partidos de Liga (el Estudio Estadio de hoy lo conforman mayormente un aquelarre de brujos y brujas con verruga) y de reojo seguía a Míchel cuya figura y tupé colgante eran el prototipo de pintón de la época. Si Butragueño jugaba con el uniforme del cole, Michel lo hacía con el jersey Privata y los Levi´s pesqueros que dejaban ver los calcetines de rombos envueltos en unos zapatos castellanos negros mientras se apoyaba en el capó de un coche rodeado por una rubia y una morena con hombreras. Míchel y Butragueño eran el popular y el aplicado, respectivamente. Y luego estaba Martín Vázquez que era una suerte de híbrido de los dos, tan admirable como ellos pero con demonios que se podían ver desde la grada y desde el televisor orbitando alrededor de su cabeza como huéspedes de un tiburón a los que pitaba el público al tiempo que él ejecutaba movimientos impecablemente estéticos. Lo de Sanchís era otra cosa. Sanchís era más o menos el Portos cuyas reglas eran otras a las de los demás mosqueteros. Sanchís estaba siempre a salvo de todo de un modo distinto al que lo estaba Pardeza, al que la chispa del Buitre envió a hacer carrera a provincias lejos del relumbrón de la capital.
Eso fue hace treinta años y el madridismo de aquellos símbolos ha evolucionado de modos tan diversos como evolucionarían los miembros de una vieja pandilla de COU luego de salir al mundo lejos de las aulas. Uno podía ser ingeniero y otro abogado. Y otro podía no seguir estudiando y ponerse a currar de fontanero, incluso alguno podía darse a las malas compañías y a los malos hábitos. Atrás quedó una época de instituto americano en el que los niños y los jóvenes tenían a sus ídolos de carpeta y los más viejos a unos futbolistas de la familia estupendos que ganaban Ligas de carrerilla y apuntaron eternamente a recuperar la Copa de Europa que sólo alcanzó la longevidad de Sanchís, que ayer no fue Portos. Claro que tampoco era el futbolista. Seguro que el error está en mi propia imagen, en la antigua imagen de las antípodas, no precisamente aquellas a las que se refería aquí José María Faerna en su bonita crónica de Yokohama sino a las antípodas de una madurez que no se corresponde (aunque sea una impresión condicionada por el recuerdo infantil) con el primigenio desempeño y la imagen que de él se desprendía, acaso físicamente una camiseta blanca manchada de barro.
Yo ayer vi a Sanchís (le escuché) más bien manchando, y no de barro, una camiseta con los tópicos académicos del aquelarre estudioestadista del siglo XXI, algo que también he visto hacer con profusión a Valdano, otro tótem de la época, con su plomiza maestría de poeta argentino, y más recientemente y no menos sorprendentemente al mismísimo Raúl, el heredero de Butragueño que a su vez fue el heredero de Santillana. Es como si no se pudiera (¡ni siquiera ellos!) hablar como Míchel entonces desde la banda, diciendo: “¡Me lo merezco!”. Ha pasado mucho tiempo de aquello y a mí me sigue levantando aquella soberbia fantástica que nunca volví a ver en el protagonista, ni en ninguno de los demás protagonistas, fuera del terreno de juego. Qué decir del melifluo desempeño como comentarista de Martín Vázquez. Lo extraño es que con el micrófono nunca pareció que un día fue un jugador representativo del Real Madrid. Ese niño que fui no puede evitar sentir cierta decepción. Tampoco se trata de llevar una vida dedicada a una cruzada pero sí, y seguro que el equivocado, el que no comprende soy yo, uno debe (ninguno de ellos quizá debería) ponerse jamás del lado contrario al de la familia como hizo ayer Sanchís participando del habitual aquelarre antimadridista.
Pardeza calla porque siempre estuvo como ausente, y Butragueño es otra cosa porque siempre fue otra cosa aunque pueda que sólo lo viera yo así. Si Butragueño no dijo nunca en el campo, ni siquiera nada remotamente parecido: “¡Me lo merezco!”, no espero que lo diga de traje y corbata. Lo que sí hemos visto, lo que yo he visto es un irónico y correcto apagafuegos delante de las cámaras que al menos es mejor que cualquiera de los contubernios con los brujos y brujas de los medios patrios mantenidos en el tiempo (el tiempo después) por figuras como Sanchís, Martín Vázquez y en menor medida, si quieren, Míchel (la única camiseta del Madrid que yo he tenido fue la suya), donde Xavi Hernández, por poner un ejemplo casi estremecedor, es tenido por un interlocutor neutral que se manifiesta extraordinariamente orgulloso del Barcelona de forma inversamente proporcional a lo orgullosos que se muestran estos y otros madridistas señeros disueltos, como blancas pastillas efervescentes, en el ambiente extramuros del Madrid, donde todo parece susceptible de olvidarse hasta que un día estuvieron aquí y dijeron y defendieron cosas hombres como Di Stéfano y Juanito, y otros que siguen igual que siempre, dentro o fuera, como el imponente señor que da nombre a este sitio.