Es una de las modelos más cotizadas del
mundo. Después de un romance turbulento con Cristiano Ronaldo ha
encontrado el amor con el actor Bradley Cooper. Sin embargo, bajo el
brillo de los focos de la fama y las principales firmas de moda está la
historia de una chica pobre de un pueblo perdido de Rusia en busca de un
sueño. Ella misma nos lo cuenta.
Su padre fue minero y su madre, profesora de piano. Así que en el ADN de
Irina Valérievna Shaijlislámova, conocida universalmente como Irina Shayk
(Rusia, 29 años), se combinan la dureza de los barreneros que
perforaban las montañas para arañar el lignito que alimentó a la
industria armamentista y la engañosa suavidad de los disciplinados
artistas soviéticos, acostumbrados desde bebés a repetir cada nota hasta
que les sangraban los dedos.
Irina emigró, engatusada por uno de
esos flautistas de Hamelín que va por los colegios de los Urales,
buscando vetas del preciado carbón rubio que alimenta a la maquinaria de
la moda, hambrienta siempre de nuevas hornadas de adolescentes pálidas,
huesudas y espectrales.
Aunque llegó tarde a ese mundo, siendo una mujer hecha y derecha, despuntó porque no se parecía a sus camaradas desnutridas: doncellas de mirada lánguida y muslitos de batracio. Irina da la impresión de ser más exuberante de lo que es.
Mide 1,78 y pesa 58 kilos.
La revista Sport Illustrated le puso un bikini y la llevó a su portada
en 2007. Así se hizo carne de póster y habitó en los talleres de
automóviles. En cuestión de mujeres, mecánicos de garaje y futbolistas
comparten gustos. Por eso, que la modelo
se emparejase con el delantero portugués Cristiano Ronaldo en 2010 fue tan natural como la simbiosis de un torero y una tonadillera.
Irina es una chica de provincias y se enamoró de otro chico de pueblo,
Cristiano Ronaldo, que jugaba al balón en las calles de Madeira
mientras daba mordiscos al bocadillo de sardinas que le había hecho su
madre, doña Maria Dolores dos Santos Aveiro.
A la mamá Dolores nunca le gustó la rusa.
Nunca la vio como madre para sus nietos. Y que Irina no tuviese el
carácter dócil y fuese cortante y gélida tampoco ayudó. Por su parte,
Irina se dio cuenta pronto de que tendría que competir con otras mujeres
por el cariño de su novio.
Por entonces,
Cristiano Ronaldo andaba a lo suyo: marcar goles y ser padre.
En sus cosas va a su bola y prefiere fabricarse sus remates y sus
hijos, pues el trabajo en equipo le resulta un rodeo superfluo.
Su
hijo, como sus balones de oro, se lo gestionó él mismo. Alquiló el
vientre de una estudiante cuya identidad no ha trascendido y le
pagó 14 millones de euros para que renunciase a la custodia. De este
modo, Irina se encontró de pronto con un hijastro, Cris Júnior. La rusa
confesó que se sintió mal cuando Cristiano trajo el niño a casa, pero
que se fue acostumbrando:
«Es imposible no amar a esa criatura». Nunca
tuvo que cambiar un pañal. La abuela Dolores se encargó de todo. Como
se encargó en su momento de Cristiano y sus tres hermanos, a los que
sacó adelante a pesar de la losa de un marido alcohólico. Es una mujer
resuelta, a la que la Guardia Civil sorprendió en un aeropuerto hace
unos días con un fajo de 55.000 euros sin declarar en el equipaje de
mano.
Los Aveiro son un clan. E Irina nunca encajó. Tampoco le perdonaron que se centrase tanto en su carrera.
Nadie debe hacer sombra al astro del Real Madrid,
que gana 21 millones de euros al año, y menos su novia, que por
entonces ya iba camino de ser una de las modelos más cotizadas del
mundo, hacía sus pinitos en el cine (Hércules) y hoy supera los cuatro
millones de ganancias anuales. «
Quiero ser indecentemente rica confesó en una entrevista hace unos años. Acumulo apartamentos y los alquilo. A los rusos nos gusta el dinero, pero nunca nos parece suficiente».
Irina y Cristiano se conocieron posando juntos para una campaña de Armani.
Cristiano la invitó a su yate poco antes del Mundial de Sudáfrica. La
pareja se prometió en 2011. Sonaron campanas de boda, pues ambos lucían
anillos de compromiso de diamantes. Pero ese mismo año llegó la primera
crisis.
Cristiano envió por correo electrónico unas fotos de una
fan desnuda a todos los contactos de su agenda, incluida a su novia
rusa. Cristiano jura que se le escapó el dedo y en vez de darle
al botón de borrar le dio al de enviar. Irina se tragó el sapo. Tiene
fama de celosa, pero hay que herirla mucho para sacarla de sus casillas.
Solo salta cuando se publica algo que afecta a su honor. Por ejemplo,
cuando se rumoreó que había sido una de las amantes del presidente en
funciones de la FIFA, Joseph Blatter, de 79 años, empedernido mujeriego,
Irina lo desmintió.
En
2013 se publicó que Cristiano había engañado a Irina con una modelo
brasileña, Andressa Urach, más conocida como Miss Bum Bum ['Miss
Culo']. Esta vez fue él quien, furioso, desmintió el rumor. Pero un año
más tarde dijo en una entrevista que era demasiado joven para casarse.
El diario sensacionalista británico The Sun ha publicado que
el futbolista le puso los cuernos a Irina con una docena de mujeres durante los cinco años que duró la relación,
y que terminó como terminan hoy las relaciones: con el teléfono móvil
del infiel olvidado y sin bloquear, y la pareja que lo encuentra y se
pone a husmear el historial de mensajes.
Irina no lo acompañó a
recoger el último Balón de Oro, ni quiso ir al cumpleaños de doña
Dolores, ni celebrar la Nochevieja juntos. Por supuesto, el
final del amor en los tiempos de Twitter se certifica públicamente con
un unfollow que equivale a un bofetón. Y eso hizo Irina, dejar de seguir
a Cristiano en las redes sociales. Y así se enteró el mundo de que el
romance había acabado. «Quiero un hombre fiel, honesto, un caballero que
sepa cómo respetar a las mujeres. No creo en los hombres que nos hacen
caer y sentirnos infelices, porque eso no es de hombres, sino de niños»,
dijo a la revista ¡Hola! Y añadió:
«Pienso que una mujer se siente fea cuando tiene al hombre equivocado a su lado. Yo me sentí fea e insegura».
Irina ha comenzado una relación con uno de los guapos oficiales de Hollywood, Bradley Cooper,
que este verano estrena obra de teatro en Londres. Los tortolitos han
instalado su nido de amor provisional en un hotel londinense, aunque
ella sigue teniendo su residencia en Nueva York y ha desfilado para
Givenchy en la Semana de la Moda de París.
Irina está donde quiere, en la cima del mundo. Y ahora está con quien quiere.
La niña que cultivaba patatas
«Nací
en una pequeña ciudad perdida en el mapa llamada Yemanzhelinsk. Mi
padre trabajaba en una mina de carbón, y mi madre era profesora de
piano. Teníamos un huerto, porque en Rusia has de tener un huerto para
sobrevivir.
Cultivábamos tomates, patatas y pepinos. Del huerto me ocupaba yo, al volver del colegio. También ayudaba a mi madre en las faenas de casa».
El cazatalentos de los Urales
«Mi
hermana mayor iba a un instituto de belleza adyacente a una escuela de
modelos y un día me pidió que la acompañara. Poco después,
un agente se puso en contacto conmigo. Era el mismo que descubrió a Natalia Vodianova
y a todas las grandes modelos rusas. Quería llevarme a París. Acepté al
cabo de un par de meses, pues pensé que sería una oportunidad para
ayudar a mi familia».
Sin blanca en París
«Nunca
había estado en una gran ciudad antes de ir a París. Por entonces tenía
20 años, lo que era una edad muy tardía para empezar como modelo. No
hablaba el idioma y estaba sin blanca.
Vivía en un apartamento con otras modelos y algunas de ellas se burlaban de mí. Nuestra
profesión es complicada, porque hay mucha competitividad. La gente que
no sabe cómo vivimos cree que todo es muy fácil, que somos unas chicas
guapas y que basta con lucir un vestido bonito y sonreír para ganar un
pastón sin hacer nada, pero nuestro trabajo es muy duro».
Barcelona le abre las puertas
«Si
eres una modelo, sabes que centenares de personas van a decirte que no,
pero que también es posible que unas diez te digan que sí, y esa es la
manera en la que sales adelante.
Mi etapa en París fue muy difícil, pero lo que no quería era volver a mi ciudad natal sin un céntimo.
Por lo menos tenía que ganar un poco de dinero. Pero no había manera de
ganarlo, razón por la que al cabo de seis meses me fui a Barcelona,
donde empecé a sacarme algo de dinero».
No importa la talla
«No creo en la cirugía plástica. Considero que l
as mujeres han de estar enamoradas de sus propios cuerpos
y que todo es cuestión de tener seguridad en una misma. Cuando estoy
trabajando en una sesión de fotografía, me digo que estoy orgullosa de
mi cuerpo y que no tengo reparo en mostrarlo. Lo que me gustaría es que
cada mujer se sintiera especial y estuviera enamorada de su cuerpo, con
independencia de la talla».
Artes marciales para lucir lencería
«En el momento de ponerte lencería o un bañador para una sesión
, tienes que sentirte mejor que nunca, y para eso debes hacer ejercicio y estar en buena forma física.
Últimamente estoy practicando jiu-jitsu, un arte marcial japonés. Es
muy divertido y un ejercicio estupendo para el corazón. Lo principal es
encontrar algo que le vaya bien a tu cuerpo. Soy propensa a aburrirme
con facilidad, por lo que siempre estoy probando cosas nuevas».
Ahorradora y austera
«He sido lista con mi dinero.
Detesto malgastar comprándome trapitos.
Prefiero comprar modelos clásicos que puedes tener en el armario
durante años seguidos. Prefiero vestir prendas de estilo sencillo,
elegantes pero poco llamativas».
Despeinada y en chándal
«Puedo pasarme el día entero vestida con unos pantalones de chándal o ropa del gimnasio
. Cuando no estoy trabajando, no me gusta emperifollarme. Detesto arreglarme el cabello y maquillarme, pues lo encuentro aburrido».
Comprensiva con la 'canallesca'
«Cuando
eres una persona conocida, te das cuenta de que el seguimiento
constante por parte de la prensa forma parte de tu trabajo. Como es
natural, hay ocasiones en las que prefieres esconderte y no te gusta ese
seguimiento, pero
lo que diga la gente tampoco tiene importancia.
Mi familia y mis amigos me conocen y saben quién soy. Yo nunca me
enfado; los que escriben todas esas cosas están haciendo su trabajo. Del
mismo modo que yo también hago mi trabajo».
Sus amigos de Instagram
«
Me encanta Instagram, pero tampoco soy una adicta. Sigo
a los amigos que tengo en Rusia, a mis amigos en Nueva York, al
diseñador de Givenchy Riccardo Tisci, marcas como Prada y Miu Miu y a la
modelo Chrissy Teigen, porque con ella te partes de risa».
Sin planes
«Ni
siquiera sé lo que voy a hacer la semana que viene. Los de la agencia a
veces me llaman a primera hora del día y me dicen que mañana tengo que
volar a Los Ángeles. Llevo una vida que no me permite hacer planes de
ningún tipo.
Me quejo, pero el hecho es que disfruto de cada momento. No puedo imaginarme sentada en una oficina el día entero».
Enamorada de Dostoyevski
«Mi
autor preferido es Dostoyevski. Creo que si viviera en 1867 me
encantaría tener una cita con él. Justo acabo de empezar a leer la
novela de Harper Lee Matar a un ruiseñor. Me resulta muy difícil, porque
estoy leyéndola en inglés, pero me las arreglo como puedo».
Una rusa muy rusa
«Hay
quien dice que no soy una persona de trato agradable. Es verdad que soy
rusa y que puedo ser muy rusa, pero soy una rusa muy amigable. Soy una
persona bastante amable, pero la gente a veces no se da cuenta porque
soy muy directa: si me gustas, me gustas. Y si no, mejor ni te acerques a
mí». T.M.
TÍTULO: EL BLOC DEL CARTERO - LA CARTA DE LA SEMANA - PEDIR PERDÓN,.
foto - reloj,.
Hace unas semanas, escuchábamos al Papa (en sintonía con sus predecesores) pedir perdón
«por los crímenes contra los pueblos originarios durante la llamada
conquista de América». No entraremos aquí a señalar, por archisabidos,
los peligros de enjuiciar acontecimientos pretéritos con mentalidad
presente. Señalaremos, en cambio, que como cabeza de la Iglesia el Papa
sólo puede pedir perdón por los crímenes que haya podido perpetrar o
amparar la institución que representa; pues hacerlo por los crímenes que
pudiera perpetrar o amparar la Corona de Castilla (luego Corona
española) es tan incongruente como si mañana pidiese perdón a los sioux
por los crímenes perpetrados por Búfalo Bill. Además,
el Papa sólo puede pedir perdón por crímenes que la Iglesia haya podido cometer institucionalmente,
con el amparo de leyes eclesiásticas, no por crímenes que hayan podido
perpetrar por su cuenta clérigos más o menos brutos, salaces o
avariciosos; pues pedir perdón por acciones particulares realizadas en
infracción de las leyes emanadas de la instancia suprema es un cuento de
nunca acabar que no sirve para sanar heridas, sino tan sólo para
excitar el victimismo de los bellacos.
Yo vería muy justo y
adecuado que la reina de Inglaterra o el rey de Holanda pidieran perdón
por los crímenes institucionalizados que se realizaron en las
colonias sojuzgadas por sus antepasados, donde los nativos por ejemplo
tenían vedado el acceso a la enseñanza (en las Españas de Ultramar, por
el contrario, se fundaron cientos de colegios y universidades), o donde
no estaban permitidos los matrimonios mixtos (que en las Españas de
Ultramar eran asiduos, como prueba la bellísima raza mestiza extendida
por la América española), porque sus leyes criminales así lo
establecían. Pero me resulta estrafalario que el Papa pida perdón por
crímenes cometidos por españoles a título particular, y en infracción de
las leyes promulgadas por nuestros reyes. Porque lo cierto es que los
crímenes que se pudieran cometer en América fueron triste consecuencia
de la débil naturaleza caída del hombre;
pero no hubo crímenes institucionalizados, como en cambio los hubo en Estados Unidos o en las colonias inglesas u holandesas, pues las leyes dictadas por nuestros reyes no sólo no los amparaban, sino que por el contrario procuraban perseguirlos.
Colón
había pensado implantar en las Indias el mismo sistema que los
portugueses estaban empleando en África, basado en la colonización en
régimen asalariado y en la esclavización de la población nativa. Pero la
reina Isabel impuso la tradición repobladora propia de la Reconquista,
pues sabía que los españoles, para implicarse en una empresa,
necesitaban implicarse vitalmente en ella; y en cuanto supo que Colón
había iniciado un tímido comercio de esclavos lo prohibió de inmediato.
En su testamento,
Isabel dejó ordenado a su esposo y a sus
sucesores que «pongan mucha diligencia, y que no consientan ni den lugar
a que los indios reciban agravio alguno ni en su persona ni en sus
bienes». Este reconocimiento de la dignidad de los indígenas es
un rasgo exclusivo de la conquista española; no lo encontramos en
ninguna otra potencia de la época, ni tampoco en épocas posteriores. Los
indios fueron, desde un primer momento, súbditos de la Corona, como
pudiera serlo un hidalgo de Zamora; y los territorios conquistados nunca
fueron colonias, sino «provincias de ultramar», con el mismo rango que
cualquier otra provincia española.
Algunos años más tarde, conmovido por las denuncias de abusos de Bartolomé de las Casas,
Carlos I ordenó detener las conquistas en el Nuevo Mundo
y convocó en Valladolid una junta de sabios que estableciese el modo
más justo de llevarlas a cabo. A esta Controversia de Valladolid
acudieron los más grandes teólogos y jurisconsultos de la época: Domingo
de Soto, Melchor Cano y, muy especialmente, Bartolomé de las Casas y
Juan Ginés de Sepúlveda; y allí fue legalmente reconocida la dignidad de
los indios, que inspiraría las Leyes de Indias, algo impensable en
cualquier otro proceso colonizador de la época. Por supuesto que durante
la conquista de América afloraron muchas conductas reprobables y
criminales, dictadas casi siempre por la avaricia, pero nunca fueron
conductas institucionalizadas; y la Iglesia, por cierto, se encargó de
corregir muchos de estos abusos, denunciándolos ante el poder civil.
Antes de pedir perdón por crímenes del pasado,
conviene distinguir netamente entre personas e instituciones; de lo contrario, uno acaba haciendo brindis al sol. Tal vez procuren muchos aplausos, pero son aplausos de bellacos.