TITULO: España Directo - Abanicos - fabricantes de aire,.
Abanicos - fabricantes de aire,.
fotos / El abanico en sus diferentes formas, existe desde hace siglos y ha aparecido en diferentes culturas. Los primeros ejemplares han llegado a nosotros reflejados en cerámicas de la antigua Grecia.
A Europa no llegan hasta el sigloXV, los primeros modelos son importados desde extremo Oriente. El abanico europeo, propiamente dicho, aparece en su plenitud en Francia en el reinado de Luis XV. A finales del siglo XVIII el abanico decae debido a su simplicidad, no es hasta el siglo XIX cuando el abanico renace.
Gran importancia tiene la calidad artística de sus telas, que le dio un
gran valor. Fue pieza fundamental en los salones de la época, como
complemento de moda femenino.
En España, el abanico ha reflejado como un diario hechos políticos, históricos y sociales, además de servir como punto de mira predilecto de escritores como Zorrilla o pintores de la talla de Goya, Dalí o Sorolla, entre otros.
En España, el abanico ha reflejado como un diario hechos políticos, históricos y sociales, además de servir como punto de mira predilecto de escritores como Zorrilla o pintores de la talla de Goya, Dalí o Sorolla, entre otros.
En nuestro país, la fabricación del abanico es prácticamente exclusiva
de Valencia.
Aquí aparece ABANICOS BURRIEL, una empresa familiar fundada hace más de cuarenta años por Salvador Burriel Sayas, donde se han dedicado únicamente a elaborar abanicos de una gran calidad, utilizando los secretos de los maestros artesanos, que pasan de padres a hijos.
Con materiales como maderas nobles (Palo santo, Palo rosa, Ébano) y Nacarina. Una empresa que lucha,día a día, por mantener las tradiciones de un oficio artesano tan hermoso y antiguo.
Aquí aparece ABANICOS BURRIEL, una empresa familiar fundada hace más de cuarenta años por Salvador Burriel Sayas, donde se han dedicado únicamente a elaborar abanicos de una gran calidad, utilizando los secretos de los maestros artesanos, que pasan de padres a hijos.
Con materiales como maderas nobles (Palo santo, Palo rosa, Ébano) y Nacarina. Una empresa que lucha,día a día, por mantener las tradiciones de un oficio artesano tan hermoso y antiguo.
TITULO:
Mi casa es la vuestra - Un intelectual en la España cainita,. , . Viernes -13- Septiembre ,.
Viernes -13- Septiembre - a las 22.00, en Telecinco, foto,.
Un intelectual en la España cainita,.
Al director de 'Tesis', con carta blanca para rodar en Hollywood, le honra meterse en los berenjenales de una cinta con muertos en las cunetas, que reivindica la incómoda figura del filósofo bilbaíno. Su ánimo didáctico, las similitudes que establece entre 1936 y la actualidad, resultan meridianas. El Unamuno seco y cascarrabias con txapela que borda Karra Elejalde asiste esperanzado a la declaración del estado de guerra en Salamanca el 19 de julio. Confía en que los sublevados traigan orden y paz a la República. Y que el Estatuto catalán no rompa España.
Destituido de su cargo de rector por Manuel Azaña, los golpistas le repondrán en el puesto justo a tiempo de ver cómo las purgas siembran la muerte a su alrededor: el alcalde socialista de la ciudad, su amigo pastor protestante... En otro gran momento de cine, el protagonista cierra las ventanas de su caserón al amanecer para no escuchar los tiros de los fusilamientos. Su hija y amigos le piden que abra los ojos a la realidad, que tome partido. Pero Unamuno se siente baqueteado por la Historia, mientras se ve de joven en sueños, en el regazo de su Concha -«mi costumbre», como la llamaba-, a la sombra de un bosque vasco.
'Mientras dure la guerra', que compite en el inminente Festival de San Sebastián y llega a las salas el 27 de septiembre, no es solo un 'biopic' de Unamuno, cuyo célebre discurso en el Paraninfo de la universidad ocupa apenas unos minutos. De manera paralela a la toma de conciencia del escritor, el filme desarrolla las intrigas militares y políticas que llevaron a Francisco Franco a perpetuarse en el poder durante cuarenta años.
Por primera vez en el cine, el dictador (Santi Prego) no está retratado de manera caricaturesca, sino como un estratega temeroso, indeciso, gris y sagaz, que al contemplar un fresco del Cid en la catedral de Salamanca supo que la contienda debía convertirse en guerra santa y que los españoles solo combatirían durante años en nombre de Dios. A su lado, un maquiavélico Nicolás Franco (Luis Bermejo) y la estrella de la función, Millán Astray, un explosivo Eduard Fernández que se quita el parche para asustar a los niños y provoca repulsión y diversión al mismo tiempo.
Deslumbrante Elejalde
Amenábar no carga las tintas ni cae en el maniqueísmo en el dibujo de los bandos, un mal de la mayoría de cintas sobre la Guerra Civil. En ese sentido, un votante de Vox aplaudiría sin dudarlo la conversación entre Unamuno y Millán Astray, cuando este contempla con desdén y envidia la biblioteca de su casa burguesa. El hombre de acción, el héroe de guerra, frente al intelectual que nunca ha arriesgado la vida por su país.Karra Elejalde debía de tener muchas ganas de abandonar el registro cómico al que le condenó su arrebatador Koldo de 'Ocho apellidos vascos'. El actor tiene asegurada la nominación al Goya por una composición mesurada, en la que el cuerpo, la voz y una deslumbrante caracterización son esenciales.
Amenábar remarca que 'Mientras dure la guerra' «apela muy directamente a nuestro presente y nuestra condición como ciudadanos que conviven, discuten y a veces, lamentablemente, se destruyen». Su lección de Historia apela asimismo, como todo su cine, a la emoción.
TITULO: Detrás del muro - PÁGINA DOS - La escritora Deborah Levy, ,.
Página Dos
'Página Dos' - La escritora Deborah Levy, ,.
- Martes -10- Septiembre a las 20:00 horas en La 2 / foto,.
La escritora Deborah Levy, el martes en 'Página Dos',.
- El programa estrenará la sección 'Historias de libro', sobre experiencias extraordinarias en torno a los libros,.
- 'Página Dos' cuenta esta semana con la novelista, dramaturga ypoeta británica Deborah Levy. Óscar Lópezentrevistará a la escritora para hablarde los dos primeros libros que conforman su'Autobiografía en construcción': 'Cosas que noquiero saber' y 'El coste de vivir'. En ellos, la escritoranacida en Sudáfrica muestra cómo los añosde infancia y sus relaciones familiareshan afectado en su literatura.De esta forma, Levy ofreceuna mirada sobre cómo se construyeun escritor y, al mismo tiempo,da un repaso a las autorasque más le han influido en su vida.A continuación, 'Página Dos'inaugurará una sección nuevaen el programa. 'Historias de libro'recogerá experiencias extraordinariasrelacionadas con los libros. En este primerepisodio el protagonista será un novelistaque se gana la vida como taxista. Acontinuación, el editor y poetaToni Quero recitará un poema propio.Y, en 90 segundos, la actualidad editorial del momento.TITULO: ANTENA 3 TV | MASTERS DE LA REFORMA - Unamuno, acto final ,.
El Lunes -10- Septiembre a las 22:45 por Antena 3, fotos,.Unamuno, acto final ,.
La ciudad donde habían impartido sus clases Fray Luis de León o Elio Antonio de Nebrija era un lugar peligroso en aquellas fechas. Escribió Luciano G. Egido un gran libro, Agonizar en Salamanca (Tusquets), que recrea a la perfección el ambiente a la vez hostil y estrafalario que se respiraba por sus calles en aquellos días inciertos. El general Franco tenía instalado su despacho en el palacio episcopal, se preparaba una gran ofensiva sobre Madrid —de donde se apresuraban a salir las autoridades republicanas ante la inminencia de un ataque— y parecía que la guerra se pondría pronto del lado de los rebeldes. En la trastienda comenzaban las represalias contra aquellos que, con más o menos entusiasmo, se habían adherido a la defensa del sistema legalmente establecido y, en consecuencia, veían cómo se les declaraba enemigos acérrimos de la nueva España que estaba por nacer.
Mientras ocurría todo esto, Miguel de Unamuno, rector de la Universidad de Salamanca y uno de los intelectuales totémicos de la Generación del 98, se sumía en el desconcierto. Nunca había sido un hombre que rehuyera los inconvenientes de la duda, pero la situación política del país le estaba poniendo contra las cuerdas. Él, que llegó a izar la bandera de la II República en el Ayuntamiento de Salamanca en el cada vez más lejano abril de 1931, había acabado por desencantarse ante el rumbo de los sucesivos gobiernos y se vio apoyando el alzamiento militar, por entender que abriría una revolución humanista en la que la lógica y la razón acabarían triunfando sobre el cerrilismo cainita. Cuando en la mañana de aquel 12 de octubre de 1936 abandonó su casa y se puso a caminar, calle Compañía arriba, hacia la Universidad, ya estaba seguro de cuánto se había equivocado, aunque aún no se atreviera a confesarlo abiertamente. No era sencillo. Incomprensiblemente, se había identificado demasiado con una causa que no le pertenecía. A diario llegaban desde Madrid las pullas que le lanzaban quienes, creyendo tenerlo a bordo de su barco, le habían sorprendido navegando en compañía de la tripulación contraria, y él mismo iba viendo cómo, lejos de perseverar por la senda de la regeneración, los que se habían levantado en armas aprovechaban las posiciones que iban ganando para tomarse la revancha contra quienes abrazaban la causa opuesta e imponer sus odios y rencores sobre cualquier idea de reconciliación.
Aquella mañana, en el paraninfo, Unamuno no tenía previsto intervenir. Su cometido se limitaba a abrir el acto y distribuir los turnos de palabra, según le correspondía por su condición de rector. Sí hablaron José María Pemán, que pronunció un discurso de corte ultracatólico y fascista, y también el profesor Maldonado, que en la misma línea llegó a tildar de «anti-España» a los vascos, los catalanes y, en general, todos aquellos que se mostraban desafectos a la cruzada cuyo inicio había tenido lugar unos meses antes en Marruecos. El viejo rector había escuchado en silencio mientras tomaba notas en un papel que sacó del bolsillo interior de su chaqueta. Luego se supo que se trataba de una carta que pocos días atrás le había remitido la esposa de Atilano Coco, un íntimo amigo suyo que había sido arrestado tras la sublevación y cuya liberación él mismo había solicitado, sin ningún éxito, ante el gobernador civil. Cuando Maldonado puso fin a su intervención, Unamuno respiró profundamente. El autor de aquel ensayo titulado Del sentimiento trágico de la vida, que tanta repercusión había tenido, estaba viendo cómo el último tramo de su existencia se convertía en toda una tragedia a la que urgía escribir un final acorde con su desarrollo. Por eso, en vez de limitarse a clausurar el acto, se levantó de su asiento en la mesa presidencial y caminó lentamente hacia el estrado, con aquel papel en el que había garabateado algunas anotaciones inconexas bien apretado entre los dedos de su mano derecha.
—Estáis esperando mis palabras, me conocéis bien y sabéis que soy incapaz de permanecer en silencio; a veces, quedarse callado equivale a la aquiescencia —dijo tras ubicarse ante el atril, la mirada fija en los asistentes—. Quiero hacer algunos comentarios al discurso, por llamarlo de algún modo, del profesor Maldonado, que se encuentra entre nosotros. Se ha hablado aquí de guerra internacional en defensa de la civilización cristiana; yo mismo lo hice otras veces. Pero no, la nuestra es sólo una guerra incivil. Vencer no es convencer, y hay que convencer, sobre todo, y no puede convencer el odio que no deja lugar para la compasión. Dejaré de lado la ofensa personal que supone su repentina explosión contra vascos y catalanes llamándolos «anti-España»; pues bien, con la misma razón pueden decir ellos lo mismo. El señor obispo —añadió mirando a Plá y Deniel—, lo quiera o no lo quiera, es catalán, nacido en Barcelona, y aquí está para enseñar la doctrina cristiana que no queréis conocer. Yo mismo, como sabéis, nací en Bilbao y llevo toda mi vida enseñando la lengua española, que no sabéis.
Cuentan que, en ese instante, Millán-Astray empezó a gritar: «¿Puedo hablar? ¿Puedo hablar?». Sus escoltas enarbolaban las metralletas como si el mando les hubiese requerido que presentaran armas. Alguien desde el público gritó: «¡Viva la muerte!». Justo después, en lo que Dionisio Ridruejo, que estaba presente, calificaría como «un exhibicionismo fríamente calculado», el militar alzó la voz: «¡Cataluña y el País Vasco, el País Vasco y Cataluña, son dos cánceres en el cuerpo de la nación! ¡El fascismo, remedio de España, viene a exterminarlos, cortando en la carne viva y sana como un frío bisturí!». La excitación le impidió seguir hablando. Se cuadró, alguien desde la bancada profirió un «¡Viva España!» y el paraninfo quedó sumido en un silencio sepulcral. Unos sonreían orgullosos. Otros dirigían angustiadas miradas de soslayo al anciano rector, que seguía de pie en el estrado y retomó pronto la palabra.
—Acabo de oír el necrófilo e insensato grito de «¡Viva la muerte!» —dijo con la misma serenidad con que Fray Luis de León había referido, unos siglos atrás, su «Como decíamos ayer» al iniciar su primera clase tras la condena impuesta por los tribunales inquisitoriales—. Esto me suena lo mismo que «¡Muera la vida!». Y yo, que he pasado mi vida componiendo paradojas que excitaban la ira de algunos que no las comprendían he de deciros, como experto en la materia, que esta ridícula paradoja me parece repelente. Como ha sido proclamada en homenaje al último orador, entiendo que va dirigida a él, si bien de una forma excesiva y tortuosa, como testimonio de que él mismo es un símbolo de la muerte. El general Millán-Astray es un inválido —el aludido, tuerto y cojo como consecuencia de varias heridas que había sufrido en la guerra de Marruecos, se revolvió en su asiento—. No es preciso que digamos esto con un tono más bajo. Es un inválido de guerra. También lo fue Cervantes. Pero los extremos no sirven como norma. Desgraciadamente en España hay actualmente demasiados mutilados. Y si Dios no nos ayuda, pronto habrá muchísimos más. Me atormenta el pensar que el general Millán-Astray pudiera dictar las normas de la psicología de las masas. Un mutilado que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes, que era un hombre, no un superhombre, viril y completo a pesar de sus mutilaciones, un inválido, como he dicho, que no tenga esa superioridad de espíritu es de esperar que encuentre un alivio viendo cómo se multiplican los mutilados a su alrededor. El general Millán-Astray desea crear una España nueva, creación negativa sin duda, según su propia imagen. Y por eso quisiera una España mutilada.
Hubo testigos presenciales que aseguraron que, tras escuchar esto, Millán-Astray se llevó la mano a la pistola, y que si no abrió fuego contra el rector fue porque Carmen Polo, con un leve gesto, le hizo abandonar sus intenciones. Preso de la furia, el militar gritó: «¡Muera la inteligencia!», a lo que un sorprendido Pemán opuso: «¡No! ¡Mueran los malos intelectuales!». Sobre el alboroto de insultos y proclamas patriotas, Unamuno continuó su intervención sin amilanarse:
—Éste es el templo de la inteligencia, y yo soy su sumo sacerdote. Vosotros estáis profanando su sagrado recinto. Yo siempre he sido, diga lo que diga el proverbio, un profeta en mi propio país. Venceréis, porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no convenceréis, porque para convencer hay que persuadir. Y para persuadir necesitaréis algo que os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil el pediros que penséis en España. He dicho.
Algunos se encararon con Unamuno e intentaron agredirle. Millán-Astray, que logró contener sus impulsos, le ordenó que se cogiera del brazo de Carmen Polo para abandonar el lugar sin incidentes. Él así lo hizo. Una fotografía célebre le muestra saliendo de la sede universitaria rodeado de individuos que escenifican el saludo fascista. Es una imagen curiosa: si algo abunda en ella son las figuras humanas, pero hay algo que mueve a quien la observa a concluir, aun desconociendo su contexto, que el rector anciano y exhausto, que ocupa el centro de la composición, se encuentra terriblemente solo.
Apenas tres años después, cuando se disponía a salir con sus familiares camino del exilio, el poeta Antonio Machado dejó acuñadas unas palabras cuya resignación no esquivaba la esperanza en una futura justicia poética: «Para los estrategas, para los políticos, para los historiadores, todo está claro: hemos perdido la guerra. Pero humanamente, no estoy tan seguro… Quizá la hemos ganado». En la mañana del 12 de octubre de 1936, Miguel de Unamuno se redimía ante la Historia al mismo tiempo que daba por finiquitada su propia biografía. Tras los sucesos del paraninfo —Franco, tras enterarse de lo ocurrido, dictaminaría que Millán-Astray había actuado correctamente—, se le despojó de su cargo de rector y se le condenó a un arresto domiciliario que le mantendría confinado en su vivienda de la calle Bordadores hasta el final de sus días. El mismo Unamuno que había sido presentado como uno de los adalides intelectuales del levantamiento pasó a convertirse en un despojo al que convenía evitar y cuya memoria debía relegarse forzosamente al ostracismo. Murió poco después, el 31 de diciembre de 1936, en medio de una gran nevada que convertía las calles de la ciudad en una alfombra blanca sobre la que se iban dibujando las huellas indelebles del oprobio. La casa donde exhaló su último suspiro aún existe. En su fachada se grabaron hace tiempo las últimas estrofas de la conmovedora oda que dedicó a su tierra adoptiva.
Del corazón en las honduras guardo
También acertó en eso. Cuando se cumplen ochenta años de su muerte, la figura de Miguel de Unamuno resulta imprescindible para comprender la literatura y el pensamiento en la España que atravesaba atónita la primera mitad del siglo XX. Su recuerdo jamás ha dejado de estar presente en el acontecer diario de la ciudad que baña el Tormes. El eco de aquel «Venceréis, pero no convenceréis» con que rubricó el último acto de su vida aún resuena de cuando en cuando, como resuenan los ecos de esas profecías, por mucho tiempo que pase.
tu alma robusta; cuando yo me muera
guarda, dorada Salamanca mía,
tú mi recuerdo.