Quitarse el sombrero. ¿De dónde viene esta costumbre?, foto.
Desde
los Asirios, pasando por los griegos y los romanos, todos tenían en
común que se despojaban de alguna prenda como muestra de respeto.
Quitarse el sombrero. ¿De dónde viene esta costumbre?
El acto de saludar puede ser tan simple como hacer un gesto o simple ademán de quitarse un sombrero, visera o prenda similar que cubre la cabeza. Quitarse el sombrero es una muestra de cortesía y respeto hacia las personas a las que saludamos. Pero este gesto tiene unos orígenes bastante antiguos y hacen casi siempre referencia a muestras de respeto y sumisión de las personas que se quitaban una o más prendas delante de otras personas.Desde la época de los Asirios, pasando por las épocas de los griegos y los romanos, todos estos pueblos tenían en común el despojarse de alguna prenda como muestra de respeto. El paso del tiempo ha hecho que, poco a poco, cada vez menos pueblos utilicen prendas que puedan representar o significar respeto y sumisión.
Despojarse de alguna prenda de vestir, mostrando no llevar ningún arma escondida, venía a significar además de una muestra de respeto, ir en "son de paz". La persona que tenía este gesto demostraba llevar buenas intenciones.
Descubrirse delante de otras personas no era siempre necesario . Los caballeros se quitaban el sombrero, pero las mujeres permanecían cubiertas en espacios cerrados, aunque se quitaban el guante para saludar a los reyes y otros personajes de la nobleza. Este gesto, al igual que el de la genuflexión, eran muestras de respeto (aunque algunos las hayan interpretado como muestras de sumisión).
"La moda no debe estar por encima de la buena educación"
Tal
y como dijimos al principio, desde la época de los esclavos, además de
los militares, y posteriormente el personal al servicio de los señores,
en sus distintas formas y grados, el despojarse de una determinada prenda ha sido interpretado como un gesto de respeto y acatamiento de unas determinadas normas.Estas normas se fueron incorporando poco a poco a la sociedad, y fueron asimiladas en ámbitos tan diversos como la Iglesia, donde hay que descubrirse al entrar en cualquier templo, en el ámbito laboral, descubriéndose delante de los superiores y calando en todas las capas sociales hasta llegar a ser una práctica común en la sociedad.
Con el tiempo el sombrero, sobre todo, junto con la boina y muchas de las prendas que cubrían la cabeza han perdido actualidad, y son cada vez menos utilizadas, salvo en las épocas en las que la moda y las tendencias que marcan los diseñadores ponen de actualidad el uso de boinas y otros complementos.
Debido a este menor uso de prendas que cubren la cabeza puede que haya llevado a muchas personas al olvido sobre sus normas de uso . Es bastante común, para una enorme tristeza de todos, ver a personas comiendo en un restaurante con su boina o gorra puesta, en el cine o muchos otros lugares. Hasta en las ruedas de prensa podemos ver a deportistas, artistas, etc. Desde aquí podemos hacer una llamada de atención para todas aquellas personas, famosas o no, que creen tener un "look" más moderno o actual por permanecer cubiertos con estos complementos en lugares donde no deberían estar con un sombrero, una visera, un gorro, etc. o cualquier otro complemento que cubra su cabeza.
TITULO: EN EL PUNTO DE MIRA - LUNES -25- DICIEMBRE - ORDEÑANDO LOS OLIVOS.
EN EL PUNTO DE MIRA - LUNES -25- DICIEMBRE - ORDEÑANDO LOS OLIVOS , POR LA CUATRO A LAS 22:45, etc.
ORDEÑANDO LOS OLIVOS.
Ordeñando los olivos,.
Recoger aceitunas, una destreza para la que no sirven las app
Si esto fuera Cataluña o Euskadi, mi padre sería un charnego o un maketo reciclado, como es Extremadura, simplemente es un asturiano que llegó por aquí hacia 1950 y se quedó. Conoció a mi madre, que es de Ceclavín y pasaba largas temporadas en Cáceres, se enamoraron y se casaron. Tuvieron seis hijos y ahora nos explotan, a nosotros y al conjunto de yernos, nueras y nietos, cada año un sábado de diciembre para que les recojamos las aceitunas.
A mí me parece que el mayor rasgo de asimilación de un charnego/maketo asturiano en Extremadura consiste en plantar 300 olivos en Ceclavín a los 80 años. Plantar olivos a esa edad es un rasgo de romanticismo y de amor a la tierra sin parangón. Porque, además de plantarlos, los ara, los mima y los ordeña. Bueno, matizo, los ordeñamos nosotros, con nuestras manos, rama a rama, aceituna a aceituna. Y así, recogiendo la cosecha del olivar, hemos descubierto que las mejores cosas de esta vida son aquellas que no se pueden hacer con ninguna aplicación.
De manera intuitiva, como si lleváramos en los genes una marca de 'extremeños de Ceclavín, aceituneros altivos', hemos aprendido a recoger aceitunas con eficacia, sin máquinas ayudándonos ni teléfonos móviles orientándonos. Colocamos las redes en el suelo con precisión geométrica, tiramos de ellas sin que se pierda ni una oliva, llenamos las cajas y los sacos con habilidad y ordeñamos los olivos con una rapidez y una eficacia que ya empezamos a presumir y a entender a esos campeones de la recolección que ostentan sus récords en la puerta de casa.
Me refiero al Águila de las Hurdes, ese señor que en la fachada de su casa hurdana anuncia que es el mejor y más rápido ordeñador de olivos del mundo. Reconozco, en fin, que ya he pasado del grado de aceitunero altivo al de aceitunero bravucón y reto al Águila a ver quién de los dos recoge más aceitunas con la mano izquierda en 15 minutos.
Ordeñar olivos es una de las actividades más relajantes que conozco. Mientras vas tirando de las aceitunas, te sientes heredero de romanos, árabes y de cuantos pueblos han pasado por la Península. Cada fruto que haces caer a la red es un detalle de autenticidad que te reconcilia con el mundo real, sin virtualidades ni pamplinas. Y cuando calculas los resultados, te das cuenta de que has participado en un ejercicio donde primaba el gesto, el sentimiento y la tradición por encima del rendimiento, la ganancia y la rentabilidad.
Estos son los datos: recogimos 285 kilos de aceitunas y mi padre recibirá a cambio seis garrafas de cinco litros de buen aceite. Es decir, unos 150 euros, pero hay que pagar la molturación, transportar las aceitunas, darnos de comer y cenar a unos cuantos y luego está la gasolina de los cinco coches en los que desde Zafra, Cáceres y Madrid viajamos hasta Ceclavín. En resumen: una ruina.
Pero los olivos no se ordeñan por dinero, sino por amor a la tierra, por sentirse enraizados y continuadores de una saga, por lo mucho que relaja y por ese momento mágico en que el asturiano y la ceclavinera nos sirven platos de fabes de Proaza con orejas ibéricas de Acehúche. Son alubias con historia: es el pago del alquiler que mi padre y sus hermanos reciben por un prado que arriendan a unos 'vaqueiros' en las estribaciones de Peña Ubiña. Todo muy medieval: sin app, sin máquinas, con cariño.
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