UN PAIS PARA COMERSELO -La mantecada envenenada , fotos,.
La mantecada envenenada,.
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El Astorga se estrenó en Cáceres con muchas cajas de dulces y un gol,.
Conocí Astorga gracias a un libro sobre Londres. Era febrero de 2004, acababa de regresar de la capital inglesa y sentía que no me había enterado de nada, así que compré un libro de Lala Isla que se titulaba 'Londres, pastel sin receta. La vida londinense vista por una española'. Lo leí y seguí sin saber casi nada de Londres, pero entendí Astorga, una ciudad de 12.000 habitantes cuyas joyas son la Semana Santa, la Catedral, los palacios episcopal y municipal y el Seminario.
Lala Isla vivió su adolescencia en Astorga y las mejores páginas de su libro son las que anteceden a su viaje y estancia en Londres, páginas en las que explica las claves de una Astorga conservadora, mojigata y sesteante donde, en los años 60 y 70, cualquier atrevimiento era mucho peor que delito, era pecado. ¿A qué ciudad extremeña me recuerda eso?
Fue en esos años, justamente en 1972, cuando se creó el Atlético Astorga Club de Fútbol, que desde su fundación hasta el año pasado jugó en eso que llaman el infierno de la Regional y de la Tercera. Lo recuerdo de mis años mozos en Zamora y Salamanca, cuando leía en la prensa castellana las crónicas de los partidos del Astorga contra equipos muy nutritivos que tenían nombres de quesos, de harinas y de fábricas de remolacha azucarera, lo lógico en Castilla y León. De hecho, El Faro Astorgano, decano de la prensa maragata y el único periódico de la región que no se publica en una capital de provincia, presentaba en su edición del sábado como noticia más preocupante que la cooperativa Acor, la más importante de la región, tendrá pérdidas por primera vez en su historia por culpa de los precios del azúcar.
El Faro Astorgano fue fundado en 1903 y ahí sigue, resistiendo en una pequeña ciudad y publicando en primera página noticias muy parecidas a las que se leen en Cáceres: las tardanzas y estropicios del AVE y la necesidad de estimular el comercio local.
Este Faro resistente informaba, temporada a temporada, de los emocionantes derbis regionales que el Astorga disputaba contra clubes de humildes campanillas como el Veguellina, el Mojados o el Onzonilla. Pero en 2014, el Astorga ascendió y ahora desfilan por La Eragudina, estadio fundado en 1943 y con 2.000 asientos, equipos de tronío como Burgos, Rácing de Santander o Logroñés.
En Cáceres, asociamos Astorga con el tren Ruta de la Plata y con las mantecadas. Quienes viajamos alguna vez en aquel tren TER que unía Sevilla con Gijón, recordamos que, en Astorga, se detenía media hora para invertir la marcha. La parada era aprovechada por media docena de señoras muy simpáticas que subían al vagón e iban, de asiento en asiento, vendiendo las famosas mantecadas, que popularizó una monja astorgana tras salir del convento y casarse con un maragato. Este curioso gentilicio les viene a los astorganos de su condición antigua de arrieros. Eran ellos quienes llevaban en sus carros pescado desde Galicia (el mar) hasta Madrid (los gatos). Y de ahí, del mar a los gatos, pues eso, maragatos.
Además de monjas, azúcar y mantecadas, Astorga es cuna de insignes poetas como los Panero o Eugenio de Nora y de críticos como Ricardo Gullón. En deportes ha tenido menos brillo. Más allá del Atlético Astorga, solo destaca el paso por Primera División del Astorga Fútbol Sala. La visita del Atlético Astorga, último de la liga, al Príncipe Felipe, además de una novedad, era un caramelo, o mejor, una mantecada envenenada. Se mascaba la tensión entre la experimentada y sufrida afición cacereña: un empate o una derrota contra el colista serían fatales.
Antes de empezar el partido, los futbolistas astorganos, ¡todo un detalle!, lanzaron cajas de mantecadas al público de Preferencia, que se las comió de aperitivo tan ricamente. Estaban buenas, pero, como nos temíamos, llevaban veneno futbolístico: empatamos contra el Astorga y nos hemos colocado al borde del precipicio. Perdiendo fuera y empatando en casa, tenemos menos porvenir que el TER Ruta de la Plata.
TÍTULO: TAPAS Y BARRAS - Juan Roig, en La Mejostilla .
TAPAS Y BARRAS - Juan Roig, en La Mejostilla . fotos.
Juan Roig, en La Mejostilla,.
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El empresario valenciano visitó sus supermercados extremeños,.
Mi mujer no cata vinos, cata suavizantes. Es mucho mejor ser experta en productos de limpieza que ser sabia en tintos. El retrogusto de un Ribera del Guadiana dura un rato, pero el olor del suavizante Bosque Verde es para todo el día. Mi mujer es muy normal. Tanto que compra en las tiendas del señor Roig. En Extremadura, hay supermercados pijos a los que no puedes ir a comprar en chándal. En otros, se te pone cara de consumidor biológico, sostenible y colaborativo. Pero en las tiendas del señor Roig puedes ser cualquier cosa. Son tan normales que ni te miran.
Y es entre sus estanterías donde yo me maravillo viendo a mi mujer dilucidar los conceptos creativos de cada bayeta (de microfibra, clásica, del polvo...), discernir entre lejías: ¿la perfumada, la de frescor verde, la de frescor aloe vera, la de aroma flor de cerezo? O catar suavizantes: los abre, los huele, los agita, los vuelve a oler y decide si nuestra ropa revelará notas de rosa mosqueta, de azul clásico, de flores o de talco.
En los supermercados del señor Roig, tan mesocráticos y populares, nos podemos dedicar a labores tan extrañas como buscar ganchetes de hilo dental, comparar toallitas para gafas o hacer acopio de geles de afeitar de viaje. Las tiendas del señor Roig son así y por eso, en 1981, eran solo ocho y en 2014, sumaban 1.521 con 74.000 empleados, facturando 20.161 millones de euros.
Hasta 1977, los Roig vendían carne. Ese año decidieron vender de todo y montaron sus primeras ocho tiendas. Después, la gran expansión y hoy, ya ven, es la segunda empresa familiar de España y está en todas las capitales salvo en Melilla. Pero a pesar de que el año pasado sus tiendas dejaron 543 millones de euros de beneficio neto, el señor Roig sigue actuando como los tenderos de toda la vida: siempre al pie del mostrador y de la estantería, visitando sus tiendas y buscando la manera de llegar a sus clientes.
La semana pasada, el señor Roig, de nombre Juan (Valencia, 1949), estuvo en Cáceres, visitando su tienda de La Mejostilla, una de las que más facturan en la región. Se le puede ver en la foto a punto de entrar en su comercio, del que es asiduo: ya ha venido varias veces.
Muchos deberían tomar ejemplo del señor Roig: todo el día de tienda en tienda para saber qué necesitan sus clientes y ofrecérselo. Hay dos operaciones cotidianas que me desesperan: una es limpiar mis resquicios interdentales y la otra, limpiar mis gafas. Pues bien, es el señor Roig quien ha facilitado esas tareas que me llevaban casi media hora diaria: él lanzó al mercado los primeros ganchetes baratos con hilo interdental y él vende las cajas de toallitas para gafas más económicas y eficaces.
Pero la cosa no se queda ahí. Su merluza congelada es la más jugosa, aunque la marca (Mascato) no sea famosa, sus porciones de pez espada y de atún rojo sorprenden, fue el primero en vender panecillos variadísimos, es el único, ¡el único!, capaz de surtirme de gel de afeitar en botes pequeños y baratos para viaje y cada vez que quiero yogures desnatados, cremosos, naturales, y edulcorados, me obliga a acercarme a sus tiendas porque solo él ha conseguido darles el punto.
Nunca olvidaré la primera vez que escuché hablar de las tiendas del señor Roig. Tuvo que ver con el morbo, como casi todo lo que llama la atención en esta vida, y sucedió al asistir a una conversación de mis compañeras profesoras de instituto, que comentaban la eficacia probada de una crema para «levantar las tetas» (sic), que vendían muy barata en las tiendas del señor Roig. Un tipo capaz de conseguir turgencias por un par de euros solo puede ser un genio.