La Brújula Onda Cero ,.
La Brújula es un programa de radio de la emisora española Onda Cero, presentado y dirigido por David del Cura. Es el tercer espacio en audiencia en la franja nocturna, retransmitiéndose entre las 20 y las 24 horas, tiempo que dedica a un análisis de la actualidad, el deporte, la economía (con el espacio denominado La Brújula de la Economía) y el debate político., etc.
El 'crash' del pepino ,.
foto
Una treintena de compradores asistían el jueves a la subasta en la alhóndiga de Agroponiente en El Ejido (Almería). Estaban sentados frente a una pantalla plana en la que veían pasar el precio de salida de las hortalizas. Si estaban de acuerdo, pulsaban un botón y paraban la puja. El tomate de ensalada salía a subasta a tres céntimos el kilo. El señor de la camisa a cuadros de la cuarta fila compraba a poco más de un céntimo.
Otros no tenían con qué ir: entre el lunes y el miércoles habían arrancado las matas de pepino o de tomates ante la evidencia de que, pese a que las fronteras se abrieran, «nadie compraría hortaliza de Almería». «Tener la planta cuesta dinero. Hay que abonarla», decía uno de ellos, y los que estaban cerca asentían.
Precios por los suelos
La llamada crisis del pepino ha hundido el campo almeriense. La Asociación de Empresarios Comercializadores Hortofrutícolas de Andalucía (Ecohal) aseguraba que los primeros días de la crisis se habían dado de baja «centenares de trabajadores». Muchos de estos agricultores habían tenido que despedir «hasta nuevo aviso» a sus jornaleros. «Y los precios están por los suelos», añadía el agricultor José Aguilera.
Aguilera había traído melón, lo poco que aún se vendía al extranjero. La subasta seguía: el calabacín se pujaba a 3 céntimos. El pepino largo, llamado holandés o de Almería, no entraba a la alhóndiga desde el viernes porque había sido «marcado por la ministra».
Esta subasta es la imagen del «bombazo» que ha provocado en Almería la llamada crisis del pepino y que empezó el 26 de mayo. Ese día, final de la temporada del pepino, y cuando la economía andaluza empezaba a capear la crisis por primera vez en todo el año, la ministra de Sanidad de Hamburgo, Cornelia Prüfer-Storcks, acusaba «al pepino para ensaladas procedente de España» de ser el origen del brote de E.coli que afecta Hamburgo y que para entonces ya había causado tres muertos.
Se señalaron dos lotes: uno de pepino ecológico de Frunet, salido de los invernaderos de Miguel Cazorla, en Pechina, y otro, de la empresa Costa de Almería. En total, 13 agricultores almerienses estaban tras esa acusación. Almería temblaba, la Unión Europea declaraba una alerta sanitaria y se bloqueaban las importaciones de productos hortofrutícolas españoles. Supermercados como Lidl y Aldi, según Hortyfruta, la organización interprofesional de frutas y hortalizas de Andalucía, cancelaban «la totalidad de los pedidos de productos con origen en España a excepción del melón y la sandía».
Los comités de crisis de organizaciones agrícolas, sindicatos y la Junta de Andalucía se ponían en marcha para demostrar que esos pepinos nada tenían que ver con la epidemía. Almería es, junto a Granada, la principal exportadora de hortaliza cultivadas en invernadero de España. Solo en pepinos se exportan cada año más de 350.000 toneladas y Alemania es, con diferencia, el principal comprador de hortalizas de la zona.
El indicio del error
«Cuando la ministra señaló Almería, aquí no había habido ningún caso. Esta es la primera señal que demuestra que estaba equivocada», explica Roque García, vicepresidente de la Unión de Pequeños Agricultores y Ganaderos (UPAG) en la sede de la organización. El martes 31 de mayo se demostró que las muestras de pepino que había señalado dicha ministra no eran la causa del brote.
Era la propia ministra la que reconocía que el pepino nada tenía que ver con la epidemia. «El pepino andaluz es inocente», titulaban los periódicos almerienses ese día. Al día siguiente, el vicepresidente del Gobierno, Alfredo Pérez Rubalcaba, lo anunciaba en la subdelegación de Gobierno de Almería y el jueves 2 de junio se levantaba la alerta. Todo había durado una semana.Y fuera de Almería todo parecía encauzarse. El Gobierno español anunciaba que pediría indemnizaciones para resarcir a los agricultores de las pérdidas que ya se cuantificaban en casi 200 millones de euros. En Almería, en cambio, los anuncios de los gobiernos solo daban una pequeña tregua al malestar.
Pese al levantamiento de la alerta sanitaria, los camiones aún no salían porque «nadie» estaba comprando. Los agricultores no sabían si seguir trabajando o dejar perder la cosecha y, peor aún, todo el mundo tenía claro que la imagen «de Almería» había caído en picado. «No es la primera vez que Alemania u Holanda lanzan un bulo, pero este es el más fuerte y beneficia a Holanda», denuncia Roque García, vicepresidente de la Unión de Pequeños Agricultores y Ganaderos (UPAG).
No es el único. En Almería, muchos hablan de «mano negra». Otro punto levanta suspicacias: Alemania del norte empieza ahora la temporada del pepino. José Antonio Moreno, secretario de organización de la Unión de Agricultores y Ganaderos (COAG), pide que además de indemnizaciones se presenten «demandas contra la ministra» y que se haga «boicot contra las cadenas que habían renunciado a la hortaliza española sin pruebas».
España, con 56.572 hectáreas, es el país mediterráneo con mayor superficie de cultivos hortofrutícolas en invernadero. Almería y Granada tienen el 76,7%, y cada año se producen productos hortofrutícolas que facturan 2.500 millones de euros. Casi 110.000 personas viven de esta industria en ambas provincias y solo Almería cuenta con 64.585 agricultores y 23.785 personas empleadas en las comercializadoras. El 24,17% de la población de Almería está empleada en el sector.
Una crisis así es como una roca en el zapato para toda la provincia. En la última década, gracias a la industria del plástico, los hijos de los emigrantes almerienses regresaron a casa porque los invernaderos hicieron florecer la economía. La crisis económica ha sido un mazazo y el paro afecta al 29,43% de la población, pero aquí dicen: «Siempre queda meterse en un invernadero» y el campo, antes de esta deblace, iba «tirando».
¿Hay algún pueblo de Almería más afectado que otro? Es una pregunta sin sentido para el que vive aquí. Toda Almería está aquejada porque toda la provincia es un gran invernadero que, de una u otra manera, da de comer a todos los almerienses. Desde el poniente hasta el levante almeriense, los invernaderos son la piel que cubre la tierra. Desde el poniente hasta el levante hay toda una industria conectada a los invernaderos: semilleros, empresas de plástico, bancos rurales con promociones para los agricultores.
Una cadena industrial
Incluso la ciudad de Almería es un minúsculo casco urbano rodeado de plástico. Los invernaderos son un eslabón más de la cadena industrial que es hoy la agricultura intensiva. Solo se entiende este tipo de agricultura en un mundo globalizado en el que la producción es intensiva, masiva y el producto entra en un circuito de exportación internacional. Estornuda alguien en algún punto de la cadena de producción y el resfriado es transnacional.
Es por eso que en Almería, pese a los anuncios de normalización, el jueves pasado seguían las reuniones de crisis en sindicatos y organizaciones agrarias. En las tiendas, en los bares, en los polígonos no se hablaba de otra cosa. «¿A qué se dedica usted?», le preguntaba a un joven al azar en un bar. «Transporto frutas y verduras por Andalucía. Desde los 15 hasta los 21 años trabajé en los invernaderos. Todos dependemos de la agricultura», respondía.
José Aguilera es agricultor. El jueves recibió unas 15 llamadas en las dos horas que dedicó a explicar cómo funciona la maquinaria hortofrutícola almeriense.Ni tanta llamada encajaba con la imagen del agricultor que observa el cielo para ver si descarga tormenta, ni el teclado, con esos dedos curtidos por el trabajo en el campo. Es él quien da las claves del cambio que ha vivido Almería en los últimos 40 años. No lo hace con estadísticas, pero sí con vivencias. Su padre fue uno de los primeros agricultores en El Ejido que cultivó bajo abrigo, es decir, en invernadero.
En 1973, su padre llegó a su casa de El Ejido con unos plásticos que se habían dañado en las inundaciones de Adra, una localidad cercana y la primera de Almería donde, según José, hubo invernaderos. Recordaba que su madre tuvo que «coser» esos plásticos. En aquel entonces, en El Ejido había cereales, pocas hortalizas ¿«tomate tipo raf, de ese que ahora se paga tanto»¿ y emparrados que daban unas uvas que el mercado ya no quería. Ese es el punto de partida del mar de plástico que es ahora la zona. A los invernaderos siguieron las compras de plástico a Israel, las semillas híbridas que sustituyeron a las autóctonas y que provienen de Holanda, Bélgica y Alemania, el cultivo intensivo, el sistema de goteo para riego y el sellado para que la tierra sea fértil en poco tiempo. Cambiaba el paisaje, cambiaba la forma de proceder de los agricultores y cambian los productos, cuyo aspecto es ahora casi uniforme, «como lo quiere el mercado». «Ahora vamos todos como locos, pero no podemos parar. La gente come rápido e igual de veloces tenemos que producir», dice Aguilera.
Para entender cómo es ahora la producción, Aguilera hace dos paradas por el camino. La primera en Matagorda, cerca de El Ejido, en los invernaderos de otro agricultor, Juan Álvarez. En la entrada del invernadero, está la parra que sembró el padre de Juan y que ya es símbolo de otra manera de trabajar. Esta semana Juan tuvo que destruir la mitad de la cosecha en las plantas de tratamiento. Pagó en euros la destrucción de pepinos y calabacines.
Aguilera argumenta que el «bombazo» de la ministra demostró que en Almería «no hay problemas de calidad». En menos de 48 horas, se supo la identidad de los productores de los lotes de pepino. «Aquí todo está controlado. Se nos ha hecho un falso testimonio. Estamos acostumbrados», dice.
El mar y el plástico
La segunda parada era en un mirador en el que la vista confunde el final del mar y el plástico. Todo lo que se ve es gris agua o gris invernadero. Luego, otra vez a Agroponiente. En la radio decían: «Gracias a vuestro esfuerzo, agricultores, y a nuestra exigencia el producto de Almería es de excelente calidad». Era la publicidad de una comercializadora.
A las dos de la tarde, la alhóndiga ya estaba vacía. El encargado apuntaba en la pizarra precios y lotes que no se habían vendido. Los pocos agricultores que aún hacían corrillo resoplaban, resignados. Carmen Fernández, responsable de calidad de la subasta y esposa de agricultor, leía la pizarra. «En Almería, los controles de calidad son exhaustivos, se hacen en el terreno y en el almacén. Hay protocolos establecidos por la Junta y por las propias comercializardoras. ¡Las seguimos a rajatabla! La verdad es que, a veces, piensas que hay algo que no cuadra. Siempre nos señalan a nosotros, a Almería, a España, y eso no es para nada normal», dice.
Dos días en Almería y los ojos se acostumbran a toparse con el plástico que cubre despeñaderos, acantilados, descampados, hasta la misma playa. En Adra, donde empezó el cultivo bajo abrigo, los invernaderos abrazan las casas, una discoteca y llegan a un paseo marítimo típico de cualquier ciudad mediterránea.
En Motril, invernaderos y apartamentos colindan por igual con la carretera de la costa. En la radio, alguien se preguntaba qué ave de mal agüero ha volado por Almería en la última semana: del jueves 26 de mayo al jueves 2 de junio. El locutor decía que Shakira, que tenía que actuar el miércoles en el estadio Olímpico de los Juegos del Mediterráneo de Almería, no había podido salir al escenario. Temas de seguridad, había argumentado la cantante. «¿Qué ha pasado en Almería?», se preguntaba el locutor. No tenía respuesta.