martes, 15 de octubre de 2024

Metrópolis - Néxodos ,. / DIAS DE TOROS - El ICAM acoge en su sede las II Jornadas Jurídicas sobre Tauromaquia ,. / Retratos con alma - El Rey y la parienta,.

 TITULO: Metrópolis -  Néxodos  ,. 

  El lunes - 21 , 28 - Octubre , los lunes a partir de las 00:30, en La2, foto,.

 Néxodos ,.

 Néxodos

Con un programa dedicado al colectivo Néxodos, Metrópolis presenta uno de los proyectos más destacados de entre las numerosas iniciativas que, en años recientes, han ido situando el arte contemporáneo en el ámbito rural de la geografía española.

Integrado, actualmente, por 16 personas relacionadas con la cultura y el arte que desarrollan su trabajo en Castilla y León y Asturias, Néxodos tiene como objetivos la generación de proyectos vinculados a territorios periféricos, la puesta en valor de espacios alternativos para el arte y el impulso de nuevos formatos de participación ciudadana. Desde su formación en 2017 y en paralelo a sus actividades de carácter puntual, Néxodos ha conseguido dar continuidad a los proyectos que desarrolla en San Román (Candamo), Monzón de Campos (Palencia) y Portillo (Valladolid); algunas de las piezas publicadas por su plataforma de experimentación sonora se podrán degustar a lo largo del programa.

TITULO:  DIAS DE TOROS  - El ICAM acoge en su sede las II Jornadas Jurídicas sobre Tauromaquia,.

 

 

El ICAM acoge en su sede las II Jornadas Jurídicas sobre Tauromaquia,.

fotos / El Ilustre Colegio de la Abogacía de Madrid ha acogido hoy en su sede la celebración de las II Jornadas Jurídicas sobre Tauromaquia, un evento en el que se ha reflexionado sobre los principales aspectos jurídicos que rodean a la tauromaquia en España.

Estas jornadas han congregado a destacadas figuras del ámbito jurídico y académico, convirtiéndose en un foro de debate para abordar la protección y regulación de esta tradición en el siglo XXI.

El acto fue inaugurado por José Ignacio Monedero, secretario de la Junta de Gobierno del ICAM, quien en su discurso de bienvenida subrayó que el ICAM es “la casa de los derechos y las libertades, un espacio donde se promueve el debate y el análisis jurídico en todas sus facetas”. Acompañando a Monedero, el acto también ha contado con las palabras inaugurales del Alcalde de Madrid, José Luis Martínez Almeida, y del Vocal del Consejo General del Poder Judicial, José Antonio Montero Fernández.

II Jornadas Jurídicas sobre Tauromaquia

El evento, que continuará hasta las 14:00h., ha comenzado con la ponencia inaugural de Tomás Ramón Fernández, catedrático de Derecho Administrativo de la Universidad Complutense de Madrid, quien ha ofrecido una visión detallada sobre los retos jurídicos actuales que enfrenta la tauromaquia en el contexto español.

A continuación, se desarrollará una mesa redonda sobre «La protección de la Tauromaquia en la jurisprudencia del siglo XXI», moderada por Raúl Cancio, letrado del Gabinete Técnico del Tribunal Supremo, en la que participarán Enrique Arnaldo, magistrado del Tribunal Constitucional; José Luque, presidente de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla y de la Unión de Presidentes de Plazas de Toros de España; y Francisco Gordón, abogado del ICA Córdoba. En esta sesión, se debatirá sobre el tratamiento legal de la tauromaquia y los derechos que amparan su ejercicio y promoción.

La segunda mesa redonda estará dedicada a los derechos y deberes de los aficionados taurinos, abordando cuestiones sobre los menores de edad en los espectáculos taurinos y los derechos de imagen de los toreros en la era digital. Esta mesa, moderada por Andrés Sánchez Magro, crítico taurino, contará con las intervenciones de Antonio García Martínez, magistrado de la Sala Primera del Tribunal Supremo; Joaquín Moeckel, abogado y socio director de Moeckel Abogados; y Fernando Navarro, abogado y presidente de la Sección de Derecho de la Tauromaquia de ICA Granada.

La clausura correrá a cargo de Miguel Ángel García Martín, consejero de Presidencia, Justicia y Administración Local, acompañado por Alejandro Abascal, vocal del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ); Juan Carlos Fernández-Cernuda, Director General de KLJCFC Asesores; y Luis Mosquera, copresidente de la Sección de Derecho de la Tauromaquia del ICAM.

 

TITULO:  Retratos con alma - El Rey y la parienta,. 

 

La periodista Isabel Gemio regresa a la televisión para presentar 'Retratos con alma', el nuevo programa producido por RTVE en colaboración,.  

 

 Lunes - 21 , 28  - Octubre -  a las 22:40 horas en La 1 / foto,.

 El Rey y la parienta,.

 Juan Carlos I 'explica' a Bárbara Rey cómo es su relación con la reina  Sofía: "Como mucho vemos juntos 'Makinavaja'"

 De todo el cancán verbal de Don Juan Carlos y Bárbara lo más importante , yo creo, es que el Rey llama parienta a la artista. Parienta, sí, parienta. Ahí está el meollo escueto del asunto, que deja esclarecida la categoría de la relación, o sea, un noviazgo más paella, y luego asienta a Don Juan Carlos de heteropatriarcal perdido, porque parienta es término del diccionario alegre de la España del destape, que es la suya, y la de Fernando Esteso y Pajares. La palabra parienta es el eje de esta historia que todos conocíamos, salvo la foto de tórtolos, que es la foto que concreta sobre Don Juan Carlos la difícil condición de famoso del colorín, como Cristiano Ronaldo,.

Hace tiempo que se levantó la veda, y con motivo. El rey Juan Carlos I, que pilotó la Transición y frustró el golpe de Estado que pretendía liquidarla, a quien debemos un reconocimiento político indudable, se había ido hundiendo en un cenagal paralelo de impunidad y poca vergüenza, de trinque oculto y bragueta abierta, hasta el punto de acabar convirtiéndose en principal amenaza contra su propio legado. Para quienes pretenden liquidar la monarquía, el personaje lo estaba poniendo fácil, pues los sueños húmedos de no pocos protagonistas de la actual política acarician la imagen de un monarca compareciente, no ante un juez, sino ante un parlamento, con ellos en la tribuna y señalando con el dedo. Ejerciendo de acusadores públicos en plan Fouquier-Tinville con una guillotina simbólica al fondo, mientras sus papás y familiares los ven en directo por la tele y comentan: «Hay que ver lo alto que ha llegado mi Manolín, o mi Conchita, que le ponen la cara colorada a todo un rey».

Si he de ser sincero, dudo que la joven Leonor llegue a reinar algún día. Queda feo decirlo, pero es lo que pienso. Supongo que habré dejado de fumar para entonces, así que tampoco me afecta gran cosa. Pero el presente sí me afecta. Vivo en España y espero seguir haciéndolo unos años más; por eso necesito que éste sea un lugar habitable. No digo perfecto, sino habitable. Pero cuando oigo la radio o pongo la tele y escucho a la infame chusma que desde el Gobierno o la oposición maneja los resortes de mi vida, no me gusta lo que hay, ni lo que viene. Hay muchas cosas que ignoro; pero durante un tercio de mi vida viví en lugares peligrosos, y me precio de reconocer a un hijo de puta en cuanto lo veo.

Cuando me preguntan si soy monárquico o republicano suelo responder que lo que a mí me pone es una república romana con sus Cincinatos, sus Escipiones y sus Gracos, que tenía un nivel; o en su defecto, una república como la francesa, resultado de la que en 1789 cambió el mundo, hizo iguales a los ciudadanos, abolió privilegios gremiales, provinciales y de clase, e hizo posible que la bandera francesa ondee hoy en todas las escuelas y que, después de un atentado terrorista, en los estadios de fútbol se cante La Marsellesa. Soy republicano, en fin, de la rama dura, jacobina cuando haga falta: ciudadanos libres, pero leña al mono cuando ponen en peligro la libertad. Y lo de monarquías hereditarias, pues como que no. Cuando pienso en Fernando VII, Isabel II o Alfonso XIII, se me quitan las ganas. Pero estamos hablando de España, de ahora mismo. Y eso ya es otra cosa.

A ver si consigo explicarme. Una república necesita un presidente culto, sabio, respetado por todos. Un árbitro supremo cuya serenidad y talante lo sitúen por encima de luchas políticas, intereses y mezquindades humanas. Pero díganme ustedes un político, hombre o mujer, que en España encaje en esa descripción. Es más, ¿imaginan a ese árbitro supremo, esa autoridad absoluta, encarnados en Pedro Sánchez? ¿En Pablo Iglesias y su república plurinacional de la señorita Pepis? ¿En Mariano Rajoy y su obtusa y pasiva estupidez? ¿En ese payaso irresponsable y transatlántico llamado Rodríguez Zapatero, que desenterró una nueva guerra civil? ¿En la ridícula y embustera arrogancia de Aznar? ¿En un Felipe González al que ahora no se le cae de la boca la palabra España que mientras estuvo en el poder evitó siempre pronunciar? ¿En Rufián? ¿En Torra? ¿En Casado? ¿En Abascal? ¿En Irene Montero?

No sé ustedes; pero yo, que me hago viejo, necesito alguien por encima de todo eso. Un cemento común, mecanismo unitario que mantenga el concierto de tierras y gentes tan complejas y peligrosas que llamamos España. Sobre todo, porque los ataques actuales a la monarquía no responden a una reflexión intelectual de pensadores serios, sino al viejo afán centrífugo de demoler un Estado a cambio de golferías particulares, chanchullos locales, demagogias idiotas y argumentos de asamblea de facultad. ¿Imaginan una Constitución redactada por Echenique, Otegui o Puigdemont?… Pendiente de liberarse de la nefasta sombra de su padre, Felipe VI es un hombre sereno y formado, irreprochable hasta hoy, mucho más Grecia que Borbón. Estoy convencido de que es una buena persona y un sujeto honrado, y nada hay hasta ahora que me induzca a pensar lo contrario. Creo que es un buen tío, como solemos decir; y nadie que haya cambiado con él dos palabras afirmará lo contrario. Ama a España y cree de verdad ser útil para preservarla en tiempos de tormenta. Hace lo que puede y lo que le dejan hacer. Y en mi opinión es el único dique que nos queda frente al disparate y el putiferio en que puede convertirse esto si nos descuidamos un poco más. Se lo dije una vez: es usted un asunto de simple utilidad pública, señor. Que no es poco, tratándose de España. La delgada línea roja. Dije eso y sonrió como suele hacerlo, bondadoso y prudente. Y todavía lo quise más por esa sonrisa.

A vivir que son dos días - A vivir - Cadena SER - Culturas 2 - Juan Manuel de Prada - La descomposición ha comenzado ,. / LA BRUJULA ONDA CERO - La Linterna La Cope - La desconfianza de Juan Carlos I en el jefe de la Casa del Rey: «Sabino cuenta cosas»,.

 

 TITULO:  A vivir que son dos días - A vivir -  Cadena SER - Culturas 2  -  Juan Manuel de Prada - La descomposición ha comenzado  ,.

 A vivir que son dos días - A vivir -  Cadena SER,. 

 Escucha 'A vivir', con Javier del Pino, el programa líder de las mañanas del fin de semana en la Cadena SER.

 Juan Manuel de Prada - La descomposición ha comenzado,.

 Juan Manuel de Prada: «Asistimos a un proceso de descomposición de los  pilares de Occidente

foto /  Juan Manuel de Prada ,.

Todavía, en sueños, vuelvo a caminar entre tomillos y jarales por la Dehesa de la Villa, hasta el terraplén donde se amontonaban los cadáveres de los fusilados en diversos grados de descomposición, comidos de gusanos y pecados mortales que no habían podido confesar. Todavía, en sueños, vuelvo a vivir la noche de mi ejecución, rasgada de relámpagos como cicatrices que envolvían la ciudad en lontananza con un sudario fosforescente. Vuelve la lluvia, tupida y dolorosa como metralla, a empaparme la camisa; vuelvo a ponerme de rodillas para suplicar clemencia; vuelvo a respirar el aliento de coñac de Pedro Luis de Gálvez, que se acerca al gurruño de carne que yo entonces era y se saca de la canana una bala que me introduce entre los dientes. Vuelvo a escuchar su voz lúcida y beoda, como un rugido entre los truenos, mientras escupe por el hueco del colmillo; vuelvo a morder la bala, para amortiguar el castañeteo de los dientes; vuelvo a probar su sabor de pólvora y de sangre antigua, mientras escucho una y otra vez, mil millones de veces, sus palabras desabridas:

—No tenéis cojones para morir. La muerte es un castigo para hombres decentes. Los cobardes no merecéis que otros os eviten el trabajo de mataros.

Y vuelven a sonar los truenos, como si Dios se estuviese jugando mi vida a los bolos. Entonces despierto y descubro que mi camisa no la empapa la lluvia, sino mi propio sudor, como un río desmandado; descubro que los tomillos y jarales de la Dehesa de la Villa se vuelven las sábanas rasposas de mi cama; descubro que la noche ardiente de junio ya claudica en el ventanuco de mi buhardilla de la calle Froidevaux y que los truenos son en realidad el cañoneo de los alemanes, que ya están a las puertas, que ya saludan alborozados a la ciudad en fuga.

Desde el ventanuco de mi buhardilla contemplé el cielo de París, que se había vuelto de repente una ciudad sin luz, encapotada por una nube espesa de humo que de vez en cuando cruzaban golondrinas alocadas, como flechas que hubiesen extraviado su rumbo. No tardé en comprender que eran humos artificiales lanzados por los gabachos, que así aturdían el vuelo de los aviones alemanes y aseguraban la evacuación de la capital. Me lo contó un rato después la portera, reviradilla y legañosa de orzuelos, que estaba liando sus bártulos en el chiscón del portal y de vez en cuando se pegaba un lingotazo de calvados:

—Los boches están al caer, monsieur Navales. Los boches nos van a degollar a todos, como no nos apresuremos. ¿Usted no se marcha todavía?

—Todavía no. Tal vez mañana.

Aprendí en los meses de supervivencia en el Madrid rojo que nunca hay que fiarse de los porteros, y mucho menos de las porteras, que son cuzas y eruditísimas en delaciones, porque nada ambicionan más que mudarse del chiscón del portal al piso principal donde vive el señorito, después de darle pasaporte a la checa. Yo no vivía en el piso principal de aquel edificio, sino en un cubil de miseria, pero igualmente me callaba o le mentía a la portera, que parecía dispuesta a abandonar el edificio antes que los inquilinos. Los porteros, aparte de chivatos y fisgones, son el colmo de la pretenciosidad y se creen directamente amenazados por la Gestapo.

—Pues como no se dé prisa van a ficharlo los boches, monsieur —me advirtió, en el fondo deseosa de que me arrastrasen a la mazmorra, o tal vez al paredón—. Esa gente no se anda con chiquitas.

—Los boches tendrán cosas más importantes que hacer. Además, los españoles estamos a partir un piñón con ellos —dije, con una sonrisita aviesa que la estremeció—. Au revoir, madame.

Y la dejé en el chiscón, repentinamente temblorosa y más resuelta que nunca a marchar de París, no fuera que el español de la buhardilla la acusara ante los boches y la deportasen a Berlín, para obligarla a trabajar en alguna fábrica de armamento. Todas las mañanas me hacía a pie el camino hasta el número 11 de la avenida Marceau donde se había instalado la Delegación de Falange, en el palacio donde antaño los separatistas vascos habían tenido su cuartel general, con fondos sustraídos del erario público. Aquellos euscaldunes estaban más apegados a las voluptuosidades del arancel y el privilegio foral que a las sugestiones poéticas regionales; pero, desde que lo incautase la Falange, el palacio se había convertido en una mezcla de local parroquial y escuela de coros y danzas, de la mano del palurdo de Federico Velilla, que tenía alma de tendero. Caminar desde mi buhardilla en la calle Froidevaux, oreada por el perfume de los cadáveres que se pudrían en el vecino cementerio de Montparnasse, hasta la avenida Marceau, al otro lado del Sena, a mitad de camino entre la plaza de la Concordia y el Arco del Triunfo, me llevaba aproximadamente una hora, que yo además alargaba parándome a desayunar en algún café, por llegar un poco tarde al trabajo y así enervar a Velilla. Montparnasse era por entonces un barrio encomendado al milagro, hormigueante de bohemios y cucañistas (muchos de ellos españoles) que vivían a salto de mata, estafando a los turistas y también a los indígenas, porque los gabachos, aunque se las dan de vivos y desconfiados, tienen mucho de pipiolos; y, si el que los estafa es español, apoquinan sin quejarse siquiera, porque temen que el español los raje y se haga con sus tripas una corbata, como cuando la francesada. Montparnasse tenía cielos de Modigliani, góticos y desvaídos, antes de que los alemanes tomaran posesión del barrio y sus cielos se volvieran de feroces cobaltos, como un pintarrajo picassiano. Y sus gentes, siempre ociosas, siempre dedicadas al trapicheo y a la holganza, vivían en una suerte de miseria cómoda o inconsciencia feliz, pasando el rato de café en café, como piojos en costura. Pero aquella mañana Montparnasse parecía desierto, tras el éxodo de los últimos días, y apenas quedaban casas que tuvieran alguna ventana abierta. París se desangraba por los cuatro costados, por las carreteras y las estaciones de ferrocarril; y toda la multitud que había desertado de las calles se hacinaba en el metro, que circulaba siempre lleno desde las cinco de la mañana hasta las once de la noche, apretado de gentes cargadas de maletas y paquetes y cochecitos de niño. Los autobuses y los taxis habían desaparecido como por arte de ensalmo; y los automóviles que circulaban, procurando no hacer ruido, llevaban el techo recubierto de colchones y de mantas (los ingenuos gabachos pensaban que así se protegían contra las ametralladoras y los cascos de las bombas). París se cagaba de miedo, ante los alemanes que venían a arrollar, saquear y destruir, según se contaba en los mil episodios inventados por la prensa antifascista. Y yo contemplaba la cagalera con indescifrable placer, porque al fin la democracia erigida en dogma se iba al vertedero de la Historia (perdón por la mayúscula), por fin los soldados de Hitler, rubios y apolíneos, llegaban arrasando el legado de Rousseau y Montesquieu, toda esa morralla de parlamentos y separación de poderes y demás paridas para mentecatos que meriendan nardos. La guerra es la única higiene del mundo; y las democracias europeas tenían una capa de roña que ya sólo se podía quitar a bombazos.

—¿Y cómo es que huye la gente? —le pregunté al camarero de La Coupole, donde esa mañana paré a desayunar.

La Coupole era el café más elegante del barrio, con bar americano, un restaurante bastante acreditado donde se descorchaba champán y unas piculinas de cierta categoría que se arrimaban como miuras, para tragarse la espuma en estampida directamente del gollete. Pero aquella mañana no había piculinas que se arrimasen, mucho menos champán.

—Toda la mañana llevan pasando coches y camiones sin cesar —me respondió escamón el camarero, que me miraba como si yo fuese un marciano—. Aquí no se queda ni Dios.

Pero Dios, que sabe los nombres y los separa en las nubes, ya había dejado de su mano a los gabachos mucho tiempo atrás, para que se pudrieran entre los miasmas de su republiquita. Pasaba un camión por delante de La Coupole, abarrotado de bultos y de viajeros, con los niños y ancianos sentados y los demás escrutando el cielo ahumado. Pero los aviones alemanes brillaban por su ausencia, poniendo puente de plata a la cobardía gabacha.

—¿Y el Gobierno no piensa hacer nada? —le pregunté todavía al camarero, haciéndome el longui.

—Si tuviéramos un auténtico gobierno del pueblo, se iban a enterar esos malditos boches —me respondió, con la típica fanfarronería retórica del napoleoncito en ciernes—. ¿O lo pone usted en duda?

—Yo dudo por método —le dije, displicente—. Ande, tráigame un café con leche y un brioche con su mantequilla.

—Tendrá que ser un café solo. La leche ya no llega a París. Se han cortado las comunicaciones con Normandía —me reconoció compungido el camarero.

—Vaya por Dios —suspiré—. Pues un café solo entonces. Pero un auténtico gobierno del pueblo le habría regalado una vaca a cada francés, para que él mismo ordeñara sus ubres.

Al camarero lo encabronaron mis chanzas, pero finalmente miró al soslayo, fuese y no hubo nada. Si en Francia hubieran tenido un auténtico gobierno del pueblo, como anhelaba aquel polluelo, se habrían jiñado todavía más y, al primer gruñido de Hitler, habrían disuelto el ejército y mandado al mundo un mensaje de paz universal. El ingenio prestaba al ansia de fuga gabacha recursos infinitos, echando mano de todo aquello que tenía ruedas: a falta de automóvil, los montparnos menos pudientes recurrían a carretillas inverosímilmente cargadas de muebles que trepaban al cielo como obeliscos descangallados (a los franchutes les gustan los obeliscos porque se creen que son símbolos fálicos, o por delirio de masonazos irredentos), también a bicicletas con remolque incorporado (sin saberlo, estaban inventando el velo-taxi, que tanta fortuna iba a correr en los años sucesivos) y hasta cochecitos de niños sin niño (las cigüeñas de París se habían quedado sin trabajo desde que los gabachos le cogieran gusto al condón), en modelos antañones, muy anchos y voluminosos, donde cabía casi tanto equipaje como en los vagones de los grandes expresos europeos. En algunos carritos iban gramófonos y caniches, que son los dos sucedáneos de niño predilectos de los franchutes de postín.

—¿Y usted no piensa marcharse? —me preguntó todavía el cretino del camarero, mientras me cobraba, sin dejarme siquiera terminar el brioche. Se veía que tenía ganas de poner pies en polvorosa.

 

 TITULO:  LA BRUJULA ONDA CERO - La Linterna La Cope -  La desconfianza de Juan Carlos I en el jefe de la Casa del Rey: «Sabino cuenta cosas»,. 

LA BRUJULA ONDA CERO,.


 La Brújula es un programa de radio de la emisora española Onda Cero, presentado y dirigido por David del Cura. Es el tercer espacio en audiencia en la franja nocturna, retransmitiéndose entre las 20 y las 24 horas, tiempo que dedica a un análisis de la actualidad, el deporte, la economía (con el espacio denominado La Brújula de la Economía) y el debate político., etc,.
 

  
La Linterna La Cope ,.
 
  'La Linterna' es el programa de radio informativo, político y económico, cultural y de debate nocturno de la Cadena COPE. Dirigido y presentado desde 2009 por Ángel Expósito, se emite de lunes a viernes de 19:00 a 23:30 horas, correspondiendo la última hora de los viernes a 'La Linterna de la Iglesia', dirigida y presentada por Faustino Catali
na,.

 

La desconfianza de Juan Carlos I en el jefe de la Casa del Rey: «Sabino cuenta cosas»,.

A principios de los 90, Sabino Fernández Campo rechazaba la conducta de Don Juan Carlos y el Rey le reprochaba su deslealtad,.

foto / Don Juan Carlos recibe a Sabino Fernández Campo en 2007,.

Todo se empezó a torcer en los primeros años 90. Sólo dos personas con responsabilidad institucional fueron capaces de decirle a Don Juan Carlos que algo en su conducta estaba fallando y que el Rey de la Transición, el político admirado por el mundo entero,.