domingo, 19 de agosto de 2018

ESPAÑOLES POR EL MUNDO - LA TIERRA DE UNO TIRA MUCHO,./ El campo de las brujas,.

TITULO: ESPAÑOLES POR EL MUNDO - LA TIERRA DE UNO TIRA MUCHO,.

 LA TIERRA DE UNO TIRA MUCHO,.

«La tierra de uno tira mucho»,.

José Manuel Gómez (en el centro), con su mujer, sus hijos y sus padres, en el patio de la casa familiar de Santa Marta de los Barros. :: a.a./
José Manuel Gómez (en el centro), con su mujer, sus hijos y sus padres, en el patio de la casa familiar de Santa Marta de los Barros. / foto.

José Manuel (37 años) vive junto al mar, pero no perdona unos días de verano en su pueblo extremeño,.

En una hora de paseo por las calles de Santa Marta de los Barros, José Manuel Gómez saluda a una decena de personas. Se le acercan hombres, mujeres, jóvenes, mayores... «Es que yo aquí he sido entrenador de baloncesto, monitor de actividades extraescolares, estuve metido en un canal de televisión local, fui socorrista en la piscina municipal tres años...». Y eso que solo tiene 37 años. Y eso que no vive en su pueblo. Su casa y su trabajo están en Sanlúcar de Barrameda (Cádiz), donde ejerce la profesión de la familia: maestro. Lo fueron sus padres y sus abuelos, lo mismo por línea paterna que materna. Él ha dado continuidad al oficio y al sentimiento de orgullo de ser extremeño, pese a llevar años residiendo en otra región.
En el año 2005, José Manuel Gómez, que estudió Magisterio por Educación Física en la Universidad de Extremadura, en Badajoz, decidió presentarse a las oposiciones que convocó la Consejería de Educación de la Junta de Andalucía. «Ofertaban más plazas que en Extremadura, y mi hermana llevaba ya siete u ocho años trabajando allí y estaba contenta», explica el treintañero pacense, que está casado y tiene un hijo y una hija. «Además -continúa- pensé que si me mandaban a la provincia de Córdoba o a la de Cádiz, estaría más cerca de mi pueblo que si me destinaban, por ejemplo, a Las Hurdes».

Granada, Cádiz, Málaga...

José Manuel es maestro en el Palomar, un colegio de Sanlúcar de Barrameda conocido por los conflictos sociales que agitan el barrio
El bombo de la adjudicación de plazas quiso que su primer destino fuera Cúllar, en la provincia de Granada. De allí le tocó marchar a Torre del Mar, en Málaga. Y más tarde, a Sanlúcar de Barrameda, donde estuvo un año. No uno cualquiera, sino en el que conoció a quien hoy es su mujer y la madre de sus hijos. Tras ese primer curso en la localidad de la costa gaditana, le enviaron a San José del Valle (Cádiz) primero y a Marbella (Málaga) luego, hasta que finalmente tuvo la suerte de que le volvieran a enviar a Sanlúcar, donde sigue viviendo.
«Al principio vivía en Chipiona, donde tenía un piso, pero acabé vendiéndolo para comprar uno en Sanlúcar», explica José Manuel entre saludo y saludo a paisanos que entran a la cafetería y se paran a darle la bienvenida. Una de tantas, porque él vuelve al pueblo cada vez que puede. «En Semana Santa, en Navidad, evidentemente en verano, a veces también para las fiestas de Santa Marta, la patrona del pueblo, y si puedo, que no siempre puedo porque a veces coincide con el inicio del curso escolar, también en septiembre, para las fiestas de la Virgen de Gracia», detalla Gómez, para quien la distancia no es un problema. «En dos horas y media he hecho el viaje -calcula-. Pensamos que está más lejos, pero qué va, Sanlúcar está a 280 kilómetros de Santa Marta».
Una nadería para alguien que siente a su tierra como algo propio y querido. «Cuando le dieron la medalla de Extremadura a la periodista Pepa Bueno -recuerda José Manuel-, dijo algo así como que los extremeños somos radicalmente extremeños, y estoy muy de acuerdo con ella. La tierra de uno tira mucho. Yo soy de Santa Marta de los Barros y me siento extremeño, y siempre será así. Y además, es que si vives fuera te vuelves todavía más radical. Yo podré criticar a mi tierra, pero que nadie diga nada malo de ella...».
Esta querencia por su región explica que una de las primeras cosas que José Manuel hace cada día sea entrar en HOY.es, para estar al tanto de lo que ocurre en la comunidad autónoma. Leer el periódico le ayuda a que la distancia sea solo física. Le acerca a su pueblo aunque esté dando sus clases, en el colegio Maestra Rafaela Zárate, en el barrio del Palomar, que tiene fama de conflictivo. Él, sin embargo, solo tiene buenas palabras. «Quienes viven allí respetan mucho al maestro -asegura el extremeño-, y de hecho, yo no quiero cambiarme de centro».
En un paseo de una hora por Santa Marta de los Barros, no para de saludar a vecinos

Los paisanos del Palomar

Cuando él llegó al Palomar, tenía dos compañeros cacereños, uno de Coria y el otro de Monroy. «Y años atrás, en este colegio llegó a haber más de treinta profesores extremeños», cuenta el maestro de Santa Marta, que además es entrenador de un equipo de baloncesto de categoría infantil del ADESA-80 (Asociación Deportiva de Sanlúcar).
El polideportivo de la ciudad está junto a la orilla del mar, pero José Manuel reconoce que pasa semanas y meses sin pisar la playa. «Sabes que está ahí, pero no le prestas atención». Cuando elige pasar el día en alguna, se decanta por la de La Jara, que está entre Sanlúcar y Chipiona, y a la que según dice, es difícil llegar si no se conoce bien la zona. Allí le ocurre algo parecido a lo que le sucede cada vez que vuelve al pueblo. Que se pasa la mañana saludando. A antiguos alumnos, a sus padres... Es algo que conocen otros muchos maestros. En el caso de José Manuel Gómez, hay que sumarle que él es un ejemplo de amabilidad. Y de extremeñismo, claro está.

TITULO:   El campo de las brujas,.

 Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía habría de recordar aquella tarde remota en que su padre le llevó a conocer el hielo”.
(Cien años de soledad, Gabriel García Márquez) foto.

Muchos años después, sentado en la terraza de un bar de la madrileña Plaza de la Paja, Juan Pablo de las Heras habría de recordar aquella noche remota en que Izaskun le regaló su primer beso. Urbanova era entonces una urbanización joven de la costa mediterránea que vivía de los bulliciosos e insomnes turistas madrileños y hervía cada verano con la burbujeante actividad de sus visitantes y de todos aquellos que llegaban desde la ciudad para trabajar durante dos o tres meses en el bar, la heladería, los dos chiringuitos de playa, el quiosco y la tienda. Después, a partir de octubre, la zona se convertía en una villa fantasma con la única banda sonora de las suaves olas acariciando la orilla y la remota vida que daban, esporádicamente, aficionados al footing o coches de enamorados que buscaban una intimidad cómplice.
Era un verano de calor bochornoso y de nervios adolescentes. Fueron quince días de vacaciones en la urbanización mediterránea de todos los años, pero en aquellas dos semanas sintió que dejaba de ser un niño y algunos de los acontecimientos de aquellos días se quedaron grabados en su memoria para siempre. Sus padres alquilaban cada verano aquel apartamento y cada primero de agosto se repetía el mismo patrón: los recién llegados se buscaban en la piscina o en la playa o en el chiringuito de Marcos; cuando se veían, se saludaban con cierta frialdad y apreciaban enseguida los cambios que los últimos once meses habían producido en aquellos cuerpos versátiles. A veces, se estrenaban peinados, se presumía de ropa de marca o se trataba de ocultar el trabajo inexorable y acomplejante del tiempo: unos intentaban que no llamara la atención la incipiente pelusilla del bigote, otras trataban de ocultar con ropas de amplio vuelo unas curvas nuevas, muchos luchaban contra el acné. Y al final de las vacaciones, las despedidas eran dramas y promesas de cartas que pocas veces se escribían, apretones de manos, besos de cortesía… hasta que Izaskun le dio a Juan Pablo su primer beso en el callejón de detrás del Campo de las brujas.  Aquel verano fue diferente, especial, inolvidable.
Veinticinco años después, a pesar de ser miércoles, todas las mesas de los bares de la plaza de la Paja estaban llenas. Algunos grupos esperaban de pie, acechantes, a que alguien decidiera levantarse e irse. Todo el mundo hablaba, pero el ambiente no era estrepitoso; las cervezas viajaban constantemente de las barras a las mesas a bordo de bandejas abarrotadas de vasos y botellas; los camareros sudaban con disimulo; las raciones de jamón desaparecían con rapidez. El recuerdo de Izaskun había llegado súbitamente, tras escuchar a alguien hablar sobre la arquitectura de la ciudad flamenca de Brujas. Mientras la conversación se dirigía a la exposición de pintores flamencos que estaba a punto de presentarse en el Museo Thyssen, Juan Pablo pensó en meigas, en brujas, en aquelarres, en las diversas teorías que se contaron sobre el origen del nombre del chiringuito de playa llamado El campo de las brujas; eran esos tiempos de hormonas adolescentes, risa tonta y poca personalidad, fue aquel verano en el que Izaskun le regaló el primer roce de unos labios, fue la primera vez en que acariciar un cuello le provocó un escalofrío, fue la primera sensación de desconcierto, de deseo; fue su primera época de duermevelas, de acostarse y levantarse pensando en la misma persona, de perder el apetito, de amar.
Juan Pablo recordó que en los últimos días de aquel verano de 1985 hubo dos noches en las que apenas pudo dormir: cuando recibió ese primer beso de su primera chica y cuando murió ahogado aquel pobre chaval cuyo nombre no terminaba de recordar. Por aquel entonces, la noticia sacudió la urbanización con violencia; un chico de 15 años que había salido a nadar al mar de madrugada, quizás con alguna cerveza de más, había vuelto a la orilla al amanecer arrastrado por las olas. La desgracia multiplicó las chácharas y habladurías y fue entonces cuando el viejo jardinero, un tal Petronio, les contó que aquella zona antiguamente se conocía como el campo de las brujas, porque según la leyenda era lugar habitual de celebración de aquelarres, orgías de brujas y demonios y sacrificios humanos y que allí habían sido enterrados descendientes de la mismísima Medea, sacerdotisa y hechicera de la mitología griega. Y decía que la propia Medea, bruja inmortal, volvía cada 25 años para llevarse el alma de alguien que hubiera hecho sufrir mucho e injustamente a una mujer. Antes de que acabara la historia, el grupo de adolescentes empezó a burlarse del sexagenario Petronio; todos los chavales bromearon sobre las brujas y los demonios, sobre escobas voladoras y vampiros, sobre diablos y pociones mágicas… todos, excepto Izaskun, que les miró con ira y, enfocando sus ojos hacia Juan Pablo pero dirigiéndose al grupo dijo:
–Lo  que ha dicho Petronio es cierto. Raúl maltrataba a una mujer y Medea le ha matado –y a continuación se alejó del grupo enfadada.
Mientras el camarero dejaba la cuenta sobre la mesa y todos comenzaban a sacar sus carteras para pagar a escote las cervezas y las raciones de jamón, Juan Pablo visionó aquella escena de Izaskun alejándose para siempre. Nunca volvió a verla. Al día siguiente, como estaba previsto, su familia partió hacia Bilbao. Juan Pablo no había podido despedirse de ella y como no tenía su teléfono ni su dirección de Bilbao y en aquel entonces no existían ni remotamente las redes sociales o siquiera el correo electrónico o los móviles, no pudo contactar con ella para mantener la neonata relación de pareja. Tardó tres veranos en volver a Urbanova, porque sus padres decidieron enviarle a Inglaterra a estudiar inglés. y cuando volvió en 1988, la casa de Izaskun y su familia estaba ocupada por unos belgas que venían desde Lovaina buscando el sol español.

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