miércoles, 24 de noviembre de 2021

Órbita Laika - Egos revueltos ,./ Zona indie - Cine - El asesinato de Laura Olivo, de Jorge Eduardo Benavides . / + Cotas - El nuevo 'boom' de las gallinas ,. / Generaciones - Sevilla - 2 - Wolfsburgo -0 - El Sevilla cumple y se la jugará en Salzburgo ,.

 

TITULO: Órbita Laika -  Egos revueltos,.

Lunes -15, 22- Noviembre  las 22:00 en La 2 / foto,.

  Egos revueltos,.

 Egos revueltos | Ideal

Hay días en los que no tienes nada que decir. Días en los que, para aguantar, para aguantarte, te agarras al silencio, achantas la mui y solo la abres para pedir una barra de pan integral. O eso es lo que tú quisieras porque, al final, tienes que darle a la lengua y a la tecla. No se respeta el silencio en una iglesia, que ni Dios puede mantenernos callados, se va a respetar en tu vida. Vamos, anda.

Siguen llegando los correos, insolentes; sigues teniendo que responder, apática. Pero, a mitad de la lectura de uno de ellos, te ríes. Refiriéndose a un conocido, alguien ha escrito «ya sabes, egos grandes, penes pequeños», y no, no lo sabes porque no has hecho un estudio de campo sobre el tema, que muescas en el revólver tienes pocas, pero te da en la nariz que es cierto. Y te acuerdas de aquel libro de Juan Cruz, 'Egos revueltos', qué titulazo, que recoge multitud de anécdotas sobre la trastienda de la cultura y la tontería de los escritores. La de Ernesto Sábato, por ejemplo, del que cuentan que, mientras asistía a una cena con otros colegas, al cabo de un rato empezó a circular un papelito entre ellos. El papelito, escrito por la primera mujer de Sábato, decía: «Hace media hora que hablan, no han dicho nada de Ernesto y él se está deprimiendo». Independientemente del tamaño del pene de Sábato, lo que está claro es que se le arrugaba en cuanto él no era el centro de la conversación.

Y es entonces, al reírte del correo de tu colega y del argentino que se amohína porque no le hacen caso, cuando te das cuenta de qué tú también has desayunado tu propio ego revuelto. Y de dos yemas: tan vanidosa eres que creías que el mundo se iba a quedar en silencio para respetar el tuyo. Y eso que tú no tienes pene.

TITULO :   Zona indie - Cine -  El asesinato de Laura Olivo, de Jorge Eduardo Benavides ,.

Este lunes- 15, 22 - Noviembre a las 23:30, en la ‘Zona indie’ de La 2 se emite la película, foto.

  El asesinato de Laura Olivo, de Jorge Eduardo Benavides .

 El asesinato de Laura Olivo, de Jorge Eduardo Benavides - Zenda

Esta novela de Jorge Eduardo Benavides (Arequipa, Perú, 1964), ganadora del XIX Premio Unicaja de Novela Fernando Quiñones y publicada por Alianza editorial, plantea, según la calificación del jurado, «una intriga muy bien sostenida en el canon clásico de la novela negra, que sitúa al lector en un punto de vista desconocido del mundo literario, donde se entremezcla la parodia y la crítica». El asesinato de Laura Olivo está protagonizada por Colorado Larrazabal, un expolicía peruano. Ofrecemos en Zenda el comienzo de la novela.

1

Una propuesta inesperada

A Larrazabal siempre le llamó la atención la pequeñez de los pisos madrileños, sobre todo los del centro. Donde su compadre Tejada, en Usera, los pisos eran más amplios, más modernos y también más baratos. Su compadre se lo decía siempre que tenía oportunidad: qué hacía allí en el centro, que se mudara a Usera, hombre. ¿Acaso no trabaja ahí? ¿Acaso no ahorraría un dineral en transporte y en comidas? Y lo miraba con una perplejidad tintada de reproche, si quería hasta le prestaba dinero para que se metiera en la compra de un piso. Larrazabal movía suave, obcecadamente la cabeza.

Aunque en los últimos años le había ido lo suficientemente bien como para poder mudarse a otra zona, a él le gustaba Lavapiés, lo consideraba su barrio, allí había vivido desde que llegó a Madrid. Y su compadre, algo fondón, de camisa y vaqueros impecables —cuando no estaba de corbata y traje, casi siempre azul o gris—, se llevaba las manos a la cabeza como incapaz de entender aquel despropósito, que Larrazabal quisiera pagar más dinero por un piso pequeño con tal de estar en ese barrio. Pero después se le pasaba la contrariedad, dejaba de insistir en el asunto y seguían bebiendo cerveza muy fría y trinchando trozos de tamal o porciones de ceviche, a veces un contundente cocido que Mari Carmen, su mujer, preparaba para que no os olvidéis de que estáis en España, joder, decía con su acento madrileño y sus maneras toscamente cariñosas. A veces tocaba un buen restaurante, también, de esos a los que Tejada se había vuelto muy aficionado, descubriendo una dormida veta gourmet que exploraba, de un tiempo a esta parte, con interés y fruición algo más allá de la comida peruana.

En camiseta, sentado frente a su ventana, Larrazabal sintió con fastidio que se le humedecían los ojos al pensar en su compadre. Encendió un cigarrillo y se volvió a mirar a Fátima. ¿Por qué le decían Colorado?, le preguntó aquella primera vez que salieron juntos, durante las fiestas de San Lorenzo. Él le contó. Ella no supo si reírse o enfadarse, abrió mucho los ojos, soltó un bufido, ¡pero qué barbaridad!, y luego lo volvía a mirar y se le escapaba la risa. «Blanquita», le decía desde entonces Larrazabal acomodando con una de sus manazas los cabellos retintos de la joven. Pero ella decía que no, que no era blanca, y se reía con sus dientes hermosos y grandes, de hembra saludable. Era mora, marroquí, árabe, si prefería. ¿Acaso él no era negro? Negro, sí, negro peruano. Y mitad vasco, añadía pasando un dedo desde la cabeza hasta el vientre, como diseccionándose en dos mitades. ¿Un vasco negro? ¿Dónde se ha visto eso? Y los dos reían. Siempre terminaban con lo mismo. La marroquí y el peruano, la árabe y el vasco.

La mora y el negro, más bien, se ensombreció Larrazabal cuando le vino a la cabeza la imagen del padre de Fátima, el viejo Rasul. ¿Qué diría? ¿Qué diría si supiera que su hijita adorada se acostaba con él? Se tendría que morder la lengua, claro, pero por cuánto tiempo. Larrazabal se incorporó de la banqueta donde estaba sentado y se acercó a la cocinilla para poner a hervir agua. No, definitivamente no le gustaría. «Los moros son unos racistas de los cojones», le dijo Koldo un día, cuando él empezaba a salir con Fátima. Pero lo dijo con una sonrisa que desmentía la seriedad de sus palabras.

 

A Fátima la había conocido casi un año atrás porque ella y su hermano Jamal lo fueron a buscar para contarle desesperados lo que había ocurrido con su padre. Como si él pudiera hacer algo, bufó al escuchar la explicación atropellada de ambos, ¿por qué le contaban todo eso?, y estuvo a punto de darles con la puerta en las narices cuando la mano de Fátima aferró la suya, impidiéndole cerrar. Luego lo miró con tal intensidad que Larrazabal se quedó petrificado. Como una liebre frente a una cobra, pensó.

—Sabemos que ha sido policía en su país. Usted conoce bien cómo se manejan estas situaciones. Su voz había sonado alarmantemente ronca, casi teatral.

—¿Por qué no van a la policía?

Los hermanos lo miraron en un silencio cargado de reproche. Claro, era una pregunta estúpida. Larrazabal, como todos en el barrio, sabía bien que Rasul Tarik traficaba con móviles, con cigarrillos, quizá con hachís, aunque Fátima jurara que no, que eso no. El caso es que había desaparecido de camino a su casa —unos chiquillos vieron que lo metían a empellones a un coche gris— y a las pocas horas recibieron una llamada para pedirles dinero. Dinero que no tenían. O que no podían reunir tan rápido…

—Tiene que ayudarnos —se rompió finalmente la voz de la chica—. Le pagaremos lo que nos pida.

Nunca supo por qué aceptó. O mejor dicho sí, se dice ahora, mientras observa cómo empieza a burbujear el agua para el té y enciende otro cigarrillo. Pero siempre se sorprendió de que resultara tan fácil ser persuadido por la morita que veía pasar todas las tardes por su portal, con sus pañuelos y sus faldas largas, y que lo saludaba con una coquetería inofensiva y jovial. «Así de fácil eres, compadre», se rio Tejada cuando él se lo contó, dándole una palmada burlonamente compasiva en la espalda. Pero que tuviera mucho cuidado de dónde se metía.

Y así debió haber sido, pero no fue. Porque sin saber en qué momento, ya tenía a los hermanos en su minúsculo piso y él había sacado una libretita de notas. Y empezó con las advertencias. Lo primero: solo él hablaría de ahora en adelante con los secuestradores. Ni una palabra a nadie. ¿De acuerdo? Había que plantear una cifra que pudieran asumir, sin eso que se olvidaran de volver a ver a su padre. Segundo: debían hacer una con todos sus posibles enemigos, con gente del negocio en el que estuviera metido, con sus vecinos, con los familiares de aquí y de allá, de…

—Marrakech —dijo Fátima pasándose un pañuelo por los ojos—. Somos de Marrakech. —Su voz sonaba ahora más serena, y eso le gustó al Colorado. Mostraba temple.

—¿Entendido? —Esta vez miró a Jamal, que fumaba moviendo el ralo bigotillo con cierta hastiada suficiencia. El chico gruñó algo que parecía un sí, pero Fátima le hincó un dedo en las costillas.

—Entendido. ¡Joder! —Saltó el hermano, y se llevó una mano al costado.

Fueron dos días duros. Después de algunas llamadas discretas aquí y allá, de conversar con los chavales que vieron todo y de atar algunos cabos, Larrazabal supo con quiénes se enfrentaba. Al viejo Rasul lo habían secuestrado unos albaneses de allí, del mismo Lavapiés. Pedían treinta mil pavos. No eran de aquellos siniestros
profesionales que acechaban urbanizaciones de lujo y se ocultaban en polígonos alejados, con armas y coches preparados. Con esos sencillamente no se podía negociar. Pero esos jamás hubieran secuestrado a un traficante de tres al cuarto de Lavapiés. Estos eran unos aficionados que habían dejado tantas y tan fáciles pistas que hasta Santi, que vendía cupones de la ONCE en la esquina, podría dar con ellos. Pero no podían ir a la policía, claro. Eso no era negociable, le dijo Fátima, y él se encogió de hombros.

¿Con quién cojones hablaban?, preguntó uno, alarmado, cuando Larrazabal contestó la primera vez. Con paciencia, con toda tranquilidad, explico que él era el portavoz de la familia, que de ahora en adelante conversarían con él. El albanés soltó un juramento y seguro se cagó en su madre en su lengua endiablada antes de colgar. Larrazabal vio el horror encendiendo los ojos de Fátima, las manos de la madre elevadas al cielo, la maldición de Jamal cuando entendieron que la conversación se había roto abruptamente. Pero el Colorado les explicó que así era esto, volverían a llamar, que tuvieran confianza en él. Y así fue. A las dos horas el teléfono volvió a timbrar. Esta vez escuchó una voz que parecía de pedernal. Siniestra. Si no reunían los treinta mil euros, que mejor fueran preparando un puto entierro moro. Solo habían podido reunir quince. ¿Qué? Quince mil euros, no tenían más. Pero si les daban más tiempo… Volvieron a jurar y a cagarse en sus muertos. ¡Al viejo lo iban a recoger en pedacitos, marroquianos de mierda!, escucharon todos. Jamal quiso echar de la casa al Colorado, que se dejó empujar mansamente hasta la puerta. La madre lloraba agazapada en un rincón. Pero Fátima soltó dos ladridos en su lengua llena de jotas y asperezas y su hermano se quedó callado. Cuando se volvió a él, su voz era fina como un hilo de acero:

—Siga con la negociación, señor Larrazabal. Confiamos en usted.

Y en la mirada que le dirigió había una súplica pero también una desesperación y una vaga amenaza.

Por fin, luego de innumerables llamadas que se prologaron durante toda la madrugada y hasta bien avanzada la mañana del día siguiente («se van turnando, quieren cansarme»), llegaron a un acuerdo. Veinte mil euros. Larrazabal tenía los ojos enrojecidos, la lengua calcinada por los cigarrillos que había fumado sin tregua y una sensación de suciedad atroz en las manos, como si hubiese estrangulado a un animal. Fátima le ofreció una taza de té y Larrazabal olfateó la hierbabuena como si fuera algo inexplicable y sagrado… Sí, así había ocurrido.

 

El agua finalmente hervía y él terminó de preparar el té sintiendo cómo explotaba en su nariz el perfume fresco de la hierbabuena. Cada vez que lo bebía recordaba esa mañana turbia en casa de Rasul Tarik, el piar recién amanecido de los pájaros, los ojos cansados de Fátima, que había permanecido a su lado toda la noche y toda la madrugada, como quien acompaña en un velatorio, hablando poco y en susurros.

Esa mañana los hermanos pusieron el dinero en una vieja bolsa de deportes y Larrazabal salió de la casa, cogió un taxi y se acercó a un bar de General Ricardos. Allí le esperaba una nota —una nota escrita en mal castellano, metida en un sobre usado de Nacex— donde le daban las indicaciones siguientes. Mucha película, se dijo molesto Larrazabal, pero siguió escrupulosamente las órdenes. Se acercó hasta el colegio La Milagrosa y se la entregó a un chiquillo que le esperaba en la puerta con un teléfono en la mano. Un chavalillo mal encarado y rubio, con pendiente en la oreja. Once, doce años como mucho, cabezón como todos los eslavos. El chaval recibió el maletín sin mirarlo y llamó por el móvil. Luego le hizo un gesto, como si espantara una mosca, que se fuera.

Cuando llegó de regreso a casa de los Tarik, el viejo Rasul ya estaba allí, abanicándose perezosamente, rodeado de los suyos. Larrazabal siempre sospechó que lo tuvieron todo ese tiempo retenido en un piso cercano, por donde merodeaban los albaneses. Lo habían metido en el coche con los ojos vendados, le dieron unas cuantas vueltas para desorientarlo y lo soltaron bajo la resolana de la plaza de Lavapiés. La policía los hubiera atrapado en cinco minutos. Pero claro…

El té ya estaba listo y él lo sirvió con cuidado.

—Morita —susurró sentándose a la vera de la cama y colocando la taza con delicadeza casi frente a la naricilla de Fátima—. Morita —repitió un poco más alto.

—Colorado —ronroneó esta al fin, desperezándose con la parsimoniosa flexibilidad de un gato.

¿Por qué siempre despertaba tan feliz? Él hubiera querido preguntarle, hubiera querido pedirle que le dijera cómo así, pero en ese momento alguien tocaba a la puerta.

Sinopsis El asesinato de Laura Olivo, de Jorge Eduardo Benavides

Larrazabal es un expolicía peruano negro, de origen vasco, que ha abandonado su Lima natal tras haberse enfrentado a un caso de corrupción en la época de Fujimori. Sobrevive en Madrid, en el barrio de Lavapiés, haciendo trabajos ocasionales para el abogado peruano Tejada, también expatriado, y mantiene una relación sentimental semi-clandestina con una joven marroquí, Fátima. Tras resolver el secuestro del padre de Fátima a manos de unos delincuentes de poca monta, su casera le encomienda ocuparse del caso de su sobrina, una joven periodista a la que todos los indicios señalan como única sospechosa de la muerte de una célebre agente literaria, Laura Olivo, con la que estaba viviendo un tórrido romance. Mientras Larrazabal se adentra para su investigación en el mundo de las agencias literarias y en el lado menos amable del ambiente editorial, el lector se asoma a un entretenido fresco de escritores reconocibles y desencantados, novelas perdidas y ambiciones frustradas. Larrazabal es un buen policía y sufre la perplejidad que le causa un mundo complejo en el que se siente desplazado y donde a veces lo que no vemos está justo delante de nuestros ojos.

 

TITULO:  + Cotas -   El nuevo 'boom' de las gallinas ,.

El Sabado -13, 20, 27 - Noviembre  a las 9:30 por La 1, foto,.

 El nuevo 'boom' de las gallinas,.

 

El pánico ante la pandemia y el ansia de autoabastecerse con productos naturales dispara la compra de estas aves para tenerlas en el jardín o en la terraza,.

Gallinas en Labastida.

«El huevo de gallina es el mejor alimento concentrado que el hombre haya conocido. Es producido por una criatura humilde, y un poco ridícula, cuyas notables cualidades nunca han sido justamente reconocidas». Así iniciaba Alan Thompson su prólogo a un libro publicado por Penguin en 1941, un tiempo de carencias agudas en la Segunda Guerra Mundial, para instruir a los británicos sobre cómo criar pollos con sobras.

Ochenta años después, la producción de huevos por 'gallinas mascota' en Reino Unido equivale al 10% del consumo nacional. La estimación es de ChickenGuard, empresa creada por Ben Braithwaite después de que un zorro se llevase algunas gallinas que heredó de su madre. Se había descuidado, cansado de madrugar para dejarlas libres y de regresar a casa a tiempo de cerrar el gallinero.

Inventó un mando electrónico, dotado de cronómetro y de un sensor de luz. Ha vendido más de 100.000 en 57 países. La empresa publica todo tipo de información sobre gallinas. En su última entrega, afirma que el número de propietarios de gallinas mascota en Reino Unido se acerca a un millón y medio tras el 'boom' vivido durante el confinamiento.

Su director de ventas, Martin Hodson, explica que el auge es muy marcado desde hace tres años, con aumentos anuales de 200.000 nuevos propietarios. En el principio de la pandemia, los proveedores fueron superados por la demanda, porque el pánico provocó un acaparamiento de huevos que dejo sin existencias a los supermercados.

«Más del 95% de los encuestados afirma que compró gallinas por los huevos», explica Hodson. «Pero el 67% las quieren como mascota, y en Estados Unidos llega al 75%. Se les trata como a gatos o perros. Es un fenómeno reciente». También se compran para tratar la tierra de manera ecológica, porque son depredadoras de insectos, como las garrapatas, dañinos para el césped y su excremento es fuente de nitrógeno fertilizante para plantas.

     

     

25.000 millones en el mundo

     

La compilación de datos de la empresa inglesa incluye un ránking mundial de gallinerías no industriales. La población total sería de 25.000 millones, tres veces el número de humanos, y se habría duplicado en tres décadas. El país con más gallinas per cápita es Turquía, donde más de una décima parte de las viviendas tiene gallinero. Le siguen Sudáfrica, Bélgica, Estados Unidos.

España no entra en la lista de 15 países por el número de 'gallinas mascota', pero Ramón Barbado, de Finca Casarejo, proveedor nacional de avicultura de ocio, afirma que están desbordados. Cuando se le pide una cifra del aumento, asegura que ha sido desde marzo al menos del 60%. Su contacto con empresas europeas le permite decir que es un fenómeno compartido.

«Creo que hay dos razones fundamentales», afirma Barbado. La primera sería que «el confinamiento ha permitido a mucha gente hacer cosas que deseaba hacer desde hace mucho tiempo pero no podía: voy a arreglar el patio, el jardín, el corral...». La segunda sería que «la pandemia nos crea una psicosis a todos y queremos autoconsumo, y también una vuelta al campo y abastecernos con productos naturales y ecológicos en casa».

Finca Casarejo, que tiene su sede en Navalmoral de la Mata, en la dehesa extremeña, es una referencia nacional en la venta de gallinas de raza y de otra aves. La idea de vuelta al campo es recurrente en la conversación, pero Barbado cuenta que sus clientes están comprando su nuevo corral también con consideraciones de estilo. Una combinación de razas araucanas, marans y holandesas molludas dará un elegante cesto de huevos de cáscaras de color azul, marrón rojizo y blanco.

El urbanismo en Reino Unido es diferente al de España, con extensos barrios de casas con jardín. Martin Hodson señala las regiones centrales y el sudoeste de Inglaterra como fuente principal de la reciente demanda. En el caso de Finca Casarejo, la venta de sus aves es mayor en el norte, desde Galicia hasta Navarra, quizás por mayor abundancia de viviendas con una parcela de tierra. Pero también las compran residentes en pisos con terraza o azotea. 

TITULO: Generaciones - Sevilla - 2 - Wolfsburgo -0 - El Sevilla cumple y se la jugará en Salzburgo ,.

 Sevilla - 2 - Wolfsburgo -0 - El Sevilla cumple y se la jugará en Salzburgo ,. 

El Sevilla cumple y se la jugará en Salzburgo

Los goles de Joan Jordán y Rafa Mir al Wolfsburgo permiten al conjunto de Lopetegui depender de una victoria en Austria para lograr el pase a octavos,.

 Joan Jordán celebra su gol al Wolfsburgo./jorge guerrero / afp

El Sevilla superó su primera final en la Champions. Doblegó al Wolfsburgo con un gran arreón inicial, en el que encontró el decisivo gol de Joan Jordán, y luego supo dormir el partido hasta el postrero tanto de Rafa Mir para amarrar un botín que le permite depender de sí mismo en Salzburgo, donde una victoria le daría el pase a octavos.

No era una noche cualquiera. Solo valía la victoria y se notó desde el inicio tanto en el ímpetu de la grada del Pizjuán como en la actitud inicial de los hombres de Lopetegui, que volcaron el juego hacía el área germana y mordieron en la presión tras pérdida. El 'Papu' Gómez, ya al 100 % después de rodarse en la segunda parte contra el Alavés, fue uno de los principales actores del gran inicio, volviendo loca a la defensa alemana desde el costado zurdo del ataque hispalense.

Era un vendaval el conjunto sevillista. Avisó Koundé con la testa y castigó Jordán también de cabeza, aunque el gol llevaba la rúbrica de un centro de escándalo de Rakitic desde el costado derecho. En un día para los pesos pesados aparecían los galones. Ni rastro de la versión mejorada del Wolfsburgo de la mano de Florian Kohfeldt, sustituto de Van Bommel en el banquillo de los 'Lobos', pues al Sevilla le sobraba intensidad pero a la vez criterio para manejar la posesión de balón con paciencia, en busca de los espacios. 

Resultado Final -  foto,.

2 Sevilla

Bono, Montiel, Koundé, Diego Carlos (Augustinsson, min. 94), Acuña, Jordán (Delaney, min. 82), Fernando, Rakitic (Rekik, min. 94), Ocampos, Munir (Mir, min. 80) y 'Papu' Gómez (Óliver Torres, min. 80).

0 Wolfsburgo

Pervan, Baku (Mbabu, min. 75), Lacroix, Brooks (Ginczek, min. 88), Roussillon (Otávio, min. 75), Vrancks (Lukebakio, min. 75), Guilavogui, Arnold, Gerhardt (Philipp, min. 67), Nmecha y Weghorst.

  • Goles: 1-0: Jordán, min. 12. 2-0: Rafa Mir, min. 97.

  • Árbitro: Cüneyt Çakir (Turquía). Amonestó al sevillista Fernando y a Guilavogui, Arnold y Nmecha, por el Wolfsburgo.

  • Incidencias: Partido de la quinta jornada en el grupo G de la Champions disputado en el Ramón Sánchez Pizjuán.

El panorama era idílico, pero en esas Nmecha bajó de la nube a los hombres de Lopetegui con un duro disparo que dobló las manos de Bono, topándose con un larguero salvador. El susto le bajó un par de marchas al partido y recordó al Sevilla los problemas que ha venido arrastrando en esta Champions. No se puede decir que sufriera en exceso, pero ya le empezó a costar mucho más pisar terreno rival, con un balón en largo que se le escapó a Jordán en el control ante la portería rival como mejor ocasión hasta el descanso.

Tras la pausa, el Sevilla continuó con la duda entre apostar por el control para mantener el botín o redoblar la apuesta en busca de la sentencia. Un tanto del Wolfsburgo era prácticamente definitivo con la victoria momentánea del Lille contra el Salzburgo y ese miedo se respiraba en el ambiente. Pese a ello, y en un contexto de partido plano, Ocampos y 'Papu' Gómez avisaban desde la distancia. Tuvo la tranquilidad Koundé, con una acrobática volea que desbarató Pervan, pero el gran acierto sevillista fue dormir el encuentro a través de la posesión, en un desenlace sin sobresaltos, aderezado por el tanto final de Mir. El futuro en Champions pasa ahora por Salzburgo.

 

 

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