foto - reloj - ALFOMBRAS VOLADORAS Y OTITIS,.
Un pobre chiquillo italiano de siete años ha fallecido como consecuencia de una otitis, entendiendo por tal una inflamación del oído como consecuencia de una infección, normalmente consecuencia del trabajo de algún estreptococo o bicho semejante. La otitis es puñeteramente dolorosa, cursa con su fiebre y, las más de las veces, crea una irritabilidad de padre y muy señor mío. Su incidencia suele centrarse en los primeros años de vida de un individuo: los niños no entienden la razón de ese dolor y ciertamente se desesperan. Con antibióticos acertados y la dosis correcta, todo hay que decirlo, la infección remite y aquí paz y allá gloria. Quien haya pasado una otitis en su vida lo sabe.
Siendo toda bacteria imprevisible y constituyendo siempre un peligro potencial, la ciencia y la farmacopea han hecho posible que lo que antes era pasaporte a la eternidad hoy sea contratiempo molesto. Antes de que se desarrollara la eficacia clínica de los antibióticos la gente se moría joven. Si la esperanza de vida hoy ronda los ochenta años en lugar de los cuarenta de antes, es debido a que los investigadores y las farmacéuticas han desarrollado la terapia antibiótica debida, la cual está al alcance de todos.
De todos los que quieren someterse a ella, evidentemente. El problema de este pobre hijo es que sus padres rechazaron tratar ese problema infeccioso con antibióticos y confiaron la salud de su hijo a un extraño homeópata que quiso vencer la otitis con métodos absolutamente inservibles al estilo de gotas de agua y bolitas de anís. No conozco la característica de esos padres, su nivel cultural o su dependencia sectaria, pero claramente cometieron algo más que un error. Solo ese niño sabe lo que tuvo que sufrir como consecuencia de una infección que le provocó grandes daños cerebrales y dolores insoportables. Las autoridades han abierto un proceso para delimitar responsabilidades penales y la homeopatía, de nuevo, ha vuelto a ser cuestionada por toda la comunidad científica, que rechaza esa especie de mantra según el cual lo semejante cura lo semejante, argumento central de esta disciplina que resulta poco capaz de demostrar su eficacia merced a ensayos empíricos. La gran mayoría de la comunidad médica insiste en que el día que la homeopatía pueda con una neumonía, un edema de pulmón, una diabetes, un herpes o una hipertensión estaremos hablando de medicina. Mientras tanto, todo quedará en palabrería y sugestión suficiente para revertir algunos síndromes menores que, a buen seguro, remitirían por sí mismos.
Sin embargo, es digno de constatar que la homeopatía, al igual que otras disciplinas paralelas, crea una notable fascinación en algunos. Dijéramos que es una cuestión de fe. Convendría señalar que, si el homeópata es médico titulado, lo más probable es que recetara antibiótico a una persona con otitis y que completara el tratamiento, en caso de ser recurrente o frecuente, con alguna de sus pócimas. Hacer lo contrario es un caso de negligencia grave que suele pagarse caro. Si el homeópata no es más que un charlatán (titulado incluso), precisará de la colaboración del crédulo que confía en que una disolución billonésima de un principio activo puede curarle una enfermedad. Está bien que creamos en alfombras voladoras y nos maravillemos de la fantasía de Las mil y una noches, pero conviene que a la hora de volar tomemos un avión. Y, sobre todo, que si queremos experimentar lo hagamos con nosotros mismos y le digamos al médico no alópata que nos trate la hipertrofia de próstata con el agua azucarada o lo que tenga en su vademécum, pero no que lo hagamos con seres indefensos y dependientes como nuestros hijos. Nosotros, hombres y mujeres supuestamente informados y conscientes de nuestros actos, nos podemos entregar a quien queramos, pero a un niño de siete años no podemos condenarle a dolores insufribles y a una sepsis brutal que le lleve a la muerte. Valga ello también para aquellos padres que se niegan a vacunar a sus hijos, últimamente muy protagonistas de la actualidad de forma insospechada. Hay hijos que no merecen determinados padres. Ni determinados ‘médicos’, claro.
TITULO: REVISTA XL SEMANAL PORTADA ENTREVISTA - EL FOTOGRAFO QUE CAMBIO LA GUERRA DE VIETNAN,.
fotos,. EL FOTOGRAFO QUE CAMBIO LA GUERRA DE VIETNAN,.
Este fotógrafo no ha ganado un Pulitzer ni su nombre ha pasado a la historia de la fotografía, pero una absurda casualidad hizo que desempeñara un papel decisivo en la toma de Saigón.
Excéntrico y dandi, Hoang Van Cuong (1949) espera en el restaurante del Sheraton, en el centro de Ho Chi Minh, sentado siempre en el mismo sillón.En la moderna capital de los negocios y el entretenimiento de Vietnam, la antigua Saigón, Cuong se mueve con dos certezas: ser una leyenda desconocida entre sus conciudadanos y sentirse vigilado por las autoridades.
Cuong fue uno de los fotógrafos de la agencia norteamericana UPI. Y, aunque su nombre no ha entrado en los libros de historia de la fotografía, su papel en la guerra pasa por sorprendentes anécdotas, como haber ayudado -accidentalmente- a las tropas comunistas a ganar la guerra.
Un soldado estadounidense da de beber a un niño en Hue en 1969. Esta es una de las fotos de Cuong que se han conservado. Muchas se perdieron
Desde que empezó la guerra, Cuong vivía en la vieja Saigón. La capital del Gobierno aliado de Estados Unidos en Vietnam del Sur se había transformado en el gran mercado del sudeste asiático. A los tradicionales vecinos que cargaban cestas de mimbre se habían sumado reporteros, mercenarios, bares y burdeles. Un inmenso negocio. «Odié la guerra… Esos dos estúpidos gobiernos. Ambos bandos. En el norte, Ho Chi Minh seguía a los rusos y a los chinos. En el sur, Nguyen Van Thieu y Nguyen Cao Ky obedecían las políticas americanas. Todos golpearon a mi pueblo con la misma brutalidad», escupe Cuong.El maestro fotógrafo
Fue en el negocio familiar, una tienda de artesanías en el centro de Saigón, donde conoció al reportero que cambió su vida, el fotógrafo japonés Kyoichi Sawada. «Me ayudó con ropa, comida e incluso pagó mis estudios. Fue mi amigo, mi mentor y mi hermano», recuerda Cuong, que para aquel entonces ya hacía sus pinitos con una Pentax que le regaló su padre.Cuong fotografió la caótica huida de Saigón. La agencia UPI, para la que trabajaba, le ofreció a él abandonar el país. Pero eligió quedarse
Sawada no había ganado el Pulitzer aún cuando conoció al Cuong de 17 años y apostó por él. Lo presentó ante Frank Frosch, director local de la agencia estadounidense United Press International (UPI). Ambos, Sawada y Frosch, fueron acribillados a balazos cuatro años más tarde por los Jemeres Rojos mientras cubrían un reportaje en la vecina Camboya.Como free lance de la ya extinta UPI durante una docena de años, Cuong fotografió el asedio del sur del país, publicó en las páginas más prestigiosas de la época y se codeó con los grandes nombres de la era del periodismo gráfico. Las instantáneas de Hoang Van Cuong no tuvieron el eco dramático de la foto de Eddie Adams en la que el jefe de Policía de Vietnam del Sur mata de un disparo en la cabeza a un indefenso y maniatado soldado del Viet Cong frente a la cámara. Pero el reportero de la eterna sonrisa desempeñó un papel tan decisivo como desconocido en la captura final de Saigón por las tropas de Vietnam del Norte.Subió al tanque ruso. Creyó que iban a matarlo. Pero lo que querían es que los guiase hasta el Palacio Presidencial
El momento decisivo
Cuong enseña la foto que lo demuestra. Nada técnica ni estéticamente especial. «Pedí a un transeúnte que me la hiciese tan pronto como bajé del tanque», ríe Cuong. En blanco y negro. Sonriente. El joven reportero mira a cámara. Detrás, el blindado del Ejército del norte aparece empotrado en la verja del antiguo Palacio Presidencial. Emblema de la toma de la ciudad por el Gobierno comunista -y la consiguiente derrota de Estados Unidos-, la foto es una referencia en los libros de texto de la actual República Socialista de Vietnam. Pero la icónica imagen esconde una rocambolesca historia.En su actual museo privado de antigüedades, Cuong muestra algunas de las instantáneas que hizo al sur del país durante el conflicto. Ya no hace fotos
En la mañana del 30 de abril de 1975, Cuong fue destinado a las afueras de Saigón para tomar fotos del continuado asedio de la ciudad. La División 324 del Ejército del norte y las tropas del sur se enfrentaban en la actual autovía nacional 1A, al noreste de Saigón. Entorna los ojos al recordar. «¡Había muchos carros de combate rusos T-54B! Tenía miedo. Así que agité la cámara y grité: ‘¡Bau chi, bau chi!’ [‘¡Prensa, prensa!’]. De uno de ellos salió una cara que lo invitó a subir al tanque enemigo mientras el combate seguía en las calles. «Pensé que me iban a matar. Pero no sabían cómo entrar en la ciudad. Así que yo los guie hasta el palacio», se excusa. El resto es historia. Tropas del norte izando su enseña en el que a partir de ese momento sería el Palacio de la Independencia. Trabajadores de la Embajada estadounidense arriando las barras y estrellas mientras helicópteros atestados de refugiados abandonaban el país. El fin de la guerra.Una vietnamita se cubre el rostro mientras un helicóptero aterriza en 1972
Militares, políticos y reporteros organizaron la rápida evacuación en los últimos días de la contienda, 130.000 vietnamitas abandonaron el país. Tres días antes de la caída de Saigón, Alan Danson, periodista de UPI, se acercó a Cuong. «Un avión nos iba a llevar con nuestras familias hasta Hong Kong. No quise irme. Este es mi país. Quería ser testigo de la historia». Pero su heroicidad no le sirvió para preservar su nombre y menos aún le valió para salvarse de la purga del régimen de Hanói. Oficiales del antiguo Gobierno, civiles, monjes, militares y periodistas. Todos eran sospechosos. Las presiones políticas le forzaron a esconderse en el delta del Mekong, al sur del país.El largo cautiverio
«La Policía comunista buscaba a los ‘colaboracionistas’. Pensaban que era espía solo porque trabajé para UPI. Así que dejé de fotografiar y me convertí en un Robinson Crusoe», describe Cuong. Escondido durante nueve años entre planicies aluviales y selva, donde se ganó la vida de granjero y pescador, regresó a Ho Chi Minh para casarse con su mujer.Unos soldados que regresan del frente. «Yo también luché en Vietnam. Lo hice mostrando gente vulnerable que no hizo nada para merecerse las horribles consecuencias de las acciones de políticos infames», dice Cuong
«A los siete meses de embarazo de nuestro primer hijo, me arrestaron. Me interrogaron por todo. ¿Dónde, cómo, cuándo, por qué y con quién? Me llevaron a un campo de reeducación [eufemismo para los campos de trabajo comunistas]», explica. Cuong pagó los servicios prestados al derrotado invasor del sur con un cautiverio de siete años: «No teníamos alimentos ni medicinas. Comíamos insectos y llevé la misma camiseta durante dos años».Después de trabajar sin descanso en 28 prisiones diferentes del país, Cuong fue liberado en 1991. Nunca volvió a coger una cámara de fotos. Ahora se dedica a las antigüedades y se ufana de tener una de las mejores colecciones de cerámicas del período Dong Son -edad de bronce vietnamita- y de jarrones de la dinastía Nguyen -última familia imperial del país-. «La herencia cultural no tiene precio. Yo la preservo para que mis nietos puedan aprender quiénes somos y de dónde venimos». Así es ahora Cuong, memoria viva él mismo de un pasado no tan lejano.Tras la guerra, pasó nueve años escondido en la selva. Al final, lo arrestaron y pasó en un ‘campo de reeducación’ otros siete años
Una imagen icónica
TITULO: EN PRIMER PLANO - A FONDO - ¡ PROTAGONISTA EL BARRO !,.
¡ PROTAGONISTA EL BARRO !, fotos.
Los alfareros, las nuevas estrellas del arte,.
La cerámica está de moda. No solo reina en las mesas de los restaurantes con estrella Michelin, también en museos, galerías y hasta en las redes sociales.
Eric Landon tiene casi 670K -léase, casi setecientos mil seguidores-. Cada vez que en la cuenta de Instagram de su marca, Tortus Copenhagen, sube una imagen o vídeo suyo trabajando, sus likes -me gusta- pueden pasar fácilmente de los 50K -cincuenta mil-. Es un alfarero estrella.Hay un resurgimiento del interés por la cerámica, por las piezas hechas con simple arcilla. Gurús de las tendencias, como el diseñador Jonathan W. Anderson, deslizan en su discurso nombres de ceramistas que hasta hace poco eran desconocidos para el gran público. Hablamos de Bernard Leach, Lucie Rie, Hans Coper o Shoji Hamada.
El trabajo de estos alfareros está alcanzando precios históricos en las subastas. En diciembre pasado, el récord de una vasija -o tazón de porcelana blanca con dibujos concéntricos en azul- de la británica Lucie Rie, fallecida en 1995, fue batido por cuarta vez en dos años, cuando la galería de arte Phillips vendió una pieza de 1978 por 196.771 euros, más de tres veces la estimación.El trabajo de algunos alfareros ha alcanzado precios históricos en las subastas
Hace una semana el museo británico Tate, en su sede de St. Ives (Cornualles), presentaba That continuous thing: artists and the ceramics studio, 1920 to today. Un recorrido por las creaciones más singulares de los últimos cien años tomando el espacio que antes ocupaban Barbara Hepworth, Alex Katz o el mismísimo enfant terrible del arte, Damien Hirst. «Es esa fascinación infinita de dar forma a la arcilla», afirma Sara Matson, cocomisaria de la exposición. «Hay un diálogo en curso entre la forma y la función, entre una escultura y una vasija. Todas estas cosas están en un constante tira y afloja». Son más de 80 obras de más de 50 artistas de Europa, Japón y América del Norte. Y no hay ningún español.
Aunque el trabajo de Claudio Casanovas (Barcelona, 1953), por su trayectoria, podría encajar. Con premios tan importantes como el del Concurso Internacional de Cerámica de Mino (Japón), es una celebridad fuera de nuestras fronteras. Su galerista de Barcelona, Joan Gaspar, se preguntaba recientemente por qué su obra es fácilmente colocable en el extranjero y aquí cuesta. Y nos preguntamos, ¿llegamos tarde a esta tendencia? «Hay un interés por la cerámica», nos confiesa Pedro León. En su taller-escuela, en los últimos meses, han proliferado las matrículas. «El público que se acerca a los cursos lo hace más por una cuestión de relajación, de pasar el tiempo libre, que profesional», nos señala.
Es a mitad del siglo XX cuando la alfarería se divide en dos escuelas: por un lado, la que sigue ligada a la artesanía y, por otro, la que se convierte en una forma más de arte. En España tenemos buenos ejemplos de ambos casos. León coloca sus vajillas en los restaurantes más prestigiosos del país y el toledano Gregorio Peño expone sus piezas de barro en los principales museos del mundo. «En Londres empieza a haber tiendas o galerías que solo muestran cerámica», comenta Carmen Palacios, codirectora de Tiempos Modernos, en cuya galería y anticuario exponen con regularidad Palacios o Gálvez. «Al principio fue una afición personal. Me recorrí España conociendo artesanos. Luego vi la oportunidad de apoyar a alfareros o artistas que estaban creando un lenguaje propio. Rodeados de maestros del diseño del siglo XX, estas piezas lucen y abandonan el toque popular y folclórico de los rastrillos. Hay que ponerlas en valor».A mitad del siglo XX, la alfarería se divide en una escuela ligada a la artesanía y otra al arte
Paco Ortí, diseñador, artista, pero sobre todo, alfarero, nos recuerda una cita de Miguel Hernández: «La mano es la herramienta del alma…». Y añade: «El trabajo con las manos es capaz de satisfacer, de un modo puramente instintivo, muchas de las necesidades humanas».
Joo Hyun Baek / Laon Pottery / Corea, 1988
Desde locales ‘hipsters’ a marcas de lujo
Sus piezas, de inspiración oriental, utilizan colores muy naturales
«No hay mucha barrera entre ‘artesano’ y ‘artista’. Las dos palabras empiezan por ‘arte’ y será por algo».Gregorio Peño / Toledo, 1983
Lleva la alfarería en su ADN
Su obra está en importantes colecciones de museos internacionales. Gregorio Peño lleva la alfarería en su ADN. Su familia regenta un taller en funcionamiento desde hace siglo y medio. Pero su acercamiento al barro y la arcilla es distinto.Es la mirada de un escultor que, en vez de hierro o bronce, utiliza el material cerámico como medio de expresión. Hace un año, la Asociación Española de Críticos de Arte (AECA, Spain) lo premiaba como el artista español más relevante en la feria ARCOmadrid.
La obra de Peño se caracteriza por las formas insólitas
«Entiendo la cerámica como un material con unas posibilidades plásticas infinitas. La producción más ligada al taller tradicional (como es el caso de mi familia) está más sujeta al encargo, a lo utilitario o a lo decorativo. Yo, sin embargo, tengo la libertad de preocuparme solo de la emoción o el misterio que encierra la creación artística».Paco Ortí / Valencia, 1984
La creatividad como terapia
Estudió Arquitectura. Y, a pesar de sufrir
un cáncer en segundo curso, obtuvo matrícula de honor en el proyecto de
final de carrera. Pero el torno lo reclamó y aprendió el oficio de
forma autodidacta. Entre alfarero, escultor y diseñador concibió un
lenguaje propio y creó piezas míticas como El botijo del siglo XXI,
finalista de la XI Bienal Internacional de Cerámica de Manises en 2013.
Su curiosidad lo ha llevado a trabajar en el estudio de Patricia
Urquiola, en Milán, durante casi dos años y ahora se instalará en Madrid en solitario.
Arquitecto de formación, trabajó con Patricia Urquiola y hoy vuela en solitario
«En mi caso, con mi trabajo tan solo quería curarme de una fuerte depresión, agarrarme a la vida. Nunca me planteé ser artista ni artesano».Xavier Mañosa / Apparatu / Barcelona, 1981
Nuestro ceramista más aplaudido
Foto: Jara Varela
El taller de cerámica de sus padres es ahora Apparatu, un híbrido entre estudio de diseño, taller y plaza familiar. De él salen best sellers del diseño o piezas más arriesgadas y que rompen con la lógica. También hay una obra más personal que se presenta en galerías y museos.Es nuestro ceramista más aplaudido.