sábado, 19 de septiembre de 2015

REVISTA MUJER HOY - PROTAGONISTA - DE CERCA - PORTADA - Adele, el renacer de una diva,. / SI TIENES MINUTOS Y DESCANSO - ATRACÓN DE CITAS ON LINE,.

TÍTULO: REVISTA MUJER HOY - PROTAGONISTA  - DE CERCA - PORTADA - Adele, el renacer de una diva,.

En 2012, con los seis Grammys por su álbum 21-foto--Adele, el renacer de una diva

Llevábamos cuatro años esperando a la cenicienta que se convirtió en estrella y desapareció en pleno éxito. Se enamoró, fue madre y adelgazó 30 kilos y ahora está a punto de volver. Este es el relato de su metamorfosis.
Adele vuelve. Y será la misma, pero también otra. Porque han pasado cuatro años desde su último disco y en ese tiempo han sucedido muchas cosas en la vida de la cantante que se convirtió en estrella casi por casualidad. Hagamos memoria: Adele era, sí, esa cantante británica con sobrepeso y un peinado y una manicura dignos de una diva de otro tiempo. Pero, sobre todo, era la dueña de aquella voz soul maravillosa, melódica y rasgada.
Una Amy Winehouse que sucumbía fácilmente ante la tentación de un dulce. Y una máquina de crear e interpretar éxitos. Los temas sobre relaciones desgraciadas, rupturas, inseguridades y fracasos que componían sus dos únicos álbumes hasta el momento lograron vender 40 millones de copias. Adele Laurie Blue Adkins (su auténtico nombre) llegó, cantó, triunfó y desapareció. Y desaparecida sigue casi totalmente desde que en 2011 acabara la promoción de su disco 21.
Desde entonces, poco se sabe de ella porque, al contrario que sus competidoras en las listas de superventas, no es de las que airean su vida al minuto en las redes sociales, ni tampoco es amiga de reclamar atención disparando escándalos y provocaciones a discreción. Ni siquiera le hace gracia pasarse de cuando en cuando por un evento. Al contrario, la exposición pública le genera una aversión que nunca negó: Odio la alfombra roja. No es que me sienta insegura, simplemente pienso que no es lo que quiero hacer. Literalmente me da dolor de estómago, ha dicho.
Sabemos, eso sí, que abandonó el bullicio de Londres para instalarse con su novio, Simon Konecki, en una apartada casa de campo y que tuvieron un hijo, Angelo, que en octubre cumple tres años. Aquella buena noticia fue la última que comentó en su blog personal, allá por 2012. Y hasta hoy. Hay quien dice que con el éxito pudo comprar la posibilidad de tener tiempo para criar a su hijo, disfrutar de la vida y preparar con calma su siguiente trabajo. Otros, sin embargo, aseguran que en el sacrosanto jardín secreto de su casa de la campiña inglesa lo que cultiva es un ego cada vez más floreciente.
Phil Collins arregló cuentas públicamente con la cantante británica, no sin cierta malicia: "Contactó conmigo para preguntarme si me gustaría trabajar con ella. Me dio un fragmento musical para terminar. Pero no tuve noticias de ella nunca más". Poco después de este desplante, Bob Geldof la llamó para invitarla a participar en el disco de apoyo a las víctimas del virus del ébola. Pero fue en vano. "Adele no hace nada. No responde al teléfono, no escribe, no graba -explicaba-. No quiere que nadie la moleste está criando una familia".
Otro músico, Pharrell Williams, acaba de dejar claro que la vida familiar es la prioridad de Adele. Él, que ha sido llamado a colaborar en el esperadísimo tercer disco de la cantante que verá la luz en noviembre, tampoco lo tuvo fácil para trabajar con ella. Su actitud es la de: "Bueno, chicos, os doy 20 minutos de mi tiempo. Y cuando se cumplen, desaparece con su precioso hijo".
Parece que la artista sencilla, simpática, divertida y que se reía de los aires de grandeza pertenece a un tiempo pasado, cuando declaraba: "Hay tanta gente convencida de su fama que tratan a los demás como mierda. Si yo comenzara a ser así, pararía de hacer música el tiempo necesario para encontrarme a mí misma".
Pero tras los años de retiro, parece que la cantante más que encontrarse se haya perdido. La periodista especializada en música Sophie Rosemont, que la entrevistó en 2010, lo confirma: "Estaba promocionando su álbum 21, la presentábamos a lo grande, pero Adele no era más que una artista prometedora. Se reía de sí misma, se atrevía con las bromas, estallaba en carcajadas y sus actuaciones eran una muestra de que era muy graciosa. Quizá para compensar su miedo escénico. Pero ahora he descubierto su carácter autoritario y cabezota".
  • Subida en la libra
Entre una y otra versión de sí misma, la cantante se ha convertido en una artista planetaria y ha ganado todos los premios Grammys y Brit Awards posibles, y hasta un Oscar y un Globo de Oro a la mejor canción por el tema de una de las películas de la saga Bond, Skyfall. Su último disco le proporciona todavía 50.000 € al día en concepto de derechos de autor. Una cifra más que suficiente para sobrealimentar varios egos.
El sello XL Recordings, que la descubrió y ha producido sus discos desde sus comienzos, ya no es bastante para ella. Demasiado pequeño para su gran retorno. Sobre todo, cuando el gigante Sony la corteja poniendo un sobre de 100 millones de euros sobre la mesa. Una suma al nivel de la mujer encabeza la lista de los músicos ingleses menores de 30 años más ricos. Con una fortuna estimada en 50 millones de euros, el trastorno no es difícil de diagnosticar: debe haber contraído el virus de los poderosos. Pero ¿por qué?
Una pregunta con varias respuestas. Primero, la evidencia: el éxito la alcanzó muy pronto. La chiquilla de clase baja que fue descubierta gracias a que un amigo colgó en la red social Myspace algunas de sus canciones, quizá ha soportado mal haber llegado hasta tan alto con solo 19 años.
Hubo un tiempo en que ella lo reconocía con honestidad: "No he tenido que enfrentarme a la vida real, todo me ha venido dado. Tengo mucha suerte". Pero ¿cómo no hincharse de vanidad cuando se tiene como fans a Barbra Streisand o Aretha Franklin (que incluso versionó su tema Rolling in the deep)? ¿O cuando se recibe la medalla de la Orden del Imperio Británico a manos del príncipe Carlos en Buckingham?
Segunda posibilidad: flota en el aire ese perfume a revancha social que exudan a veces los nuevos ricos. Seguramente Adele no ha olvidado su infancia difícil entre Tottenham y Brixton (que no son precisamente los barrios más pijos de Londres), criada por una madre soltera que daba masajes y fabricaba muebles para poder pagarle su educación musical en la prestigiosa escuela de Croydon. El padre, alcohólico, se largó cuando ella tenía cuatro años y no volvió a aparecer hasta el nacimiento de su nieto Angelo. Con una biografía así, ¿quién se resiste a hacerle un corte de mangas a la vida cuando la moneda cambia de cara? 
  • Nueva vida, nueva imagen
Pero parece que esa reclusión no ha sido más que una larga preparación para la vuelta, en la que ha cincelado su metamorfosis: ha dejado de fumar, ha cambiado el sedentarismo por una estricta disciplina de pilates, y ha abandonado los dulces y la carne por una dieta vegetariana baja en calorías. Y, aunque en otros tiempos levantaba orgullosa la cabeza ante las críticas a su cuerpo (algunas célebres, como la del diseñador Karl Lagerfeld, que dijo que estaba un poco demasiado gorda), el resultado es una nueva imagen con 30 kilos menos.
El cambio también se notará, dicen los entendidos, en su música. Porque sus canciones se nutren de su biografía y se espera que el nuevo disco incluya temas menos sombríos, inspirados en el amor y la maternidad. Como la Bella Durmiente, se despierta de un letargo de cuatro años. Irritada e impaciente, la joven diva patalea como un niño que ha pasado mucho tiempo en un rincón. Adele quiere volver... Y su público no espera más que eso.

TÍTULO: SI TIENES MINUTOS Y DESCANSO -  ATRACÓN DE CITAS ON LINE,.

Atracón de citas 'On-line'

Atracón de citas 'On-line'

  • Para experimentar, por aburrimiento por curiosidad y... finalmente, por adicción. Nuestro redactora se ha lanzado a las plataformas de citas on line buscando un "príncipe azul", pero ha acabado con stock de candidatos y muchos sapos. Esta es la crónica de un verano caliente. 
2015 es una cifra redonda. Un año destinado a grandes cosas, y yo me he propuesto encontrar al hombre ideal. Léase: un sujeto heterosexual, de manos grandes (ya se sabe, anatómica y proporcionalmente, lo que eso significa), corazón noble, vida social interesante, carrera profesional de éxito y que, además, sea guapo, divertido, no cometa laísmos, tenga buen gusto y caiga irremediablemente rendido de amor a mis pies. Eso y no otra cosa es un príncipe azul.
Con esta meta en el horizonte, decidí desplegar todos mis encantos (y alguna que otra mentira piadosa) en varias plataformas de citas 'on line'. Mi estrategia fue diversificar el producto y estar presente en varios mercados, creando expectativas y un sentimiento aspiracional en cada uno de ellos. Esto último lo leí en un libro de marketing... ¿Qué es el universo de las citas 'on line' sino el arte de venderse uno mismo como la última botella de agua del desierto?
Así que abrí mi corazón a Tinder y a Happn, dos mundos dominados por el azar: si el amor de mi vida estaba geolocalizado cerca de mi casa, no lo dejaría pasar. En mi perfil colgué una foto donde podía intuirse que soy una chica urbana, de mente abierta, que habita el centro histórico de las ciudades y compra verdura orgánica. En mi perfil me vendí como "Un alma cautiva con zapatillas Converse". Y es que, en el mundillo hipster, solo se puede epatar con una declaración contradictoria y carente de sentido. Un discurso deconstruido. Pues eso.
Luego fui a venderme a Meetic. Esta vez, con una foto tomada a la luz de una vela: "Romántica y descerebrada", reza mi perfil. Meetic es ese espacio donde todos esperan encontrar amor y sexo, no necesariamente por ese orden. Después me registré en la web Adopta un tío, por si alguna vez me apetecía un hombre objeto. Nunca digas de esta agua no beberé, pensé.

Finalmente, recalé en un lugar de orden: OKCupid, un sitio donde dicen se busca y se encuentra pareja estable. Y pagué (¡pagué!), por una cuenta premium. Esto de pagar por ligar es puro postureo generacional: no quiero que mis nietos piensen que su abuela no invirtió lo suficiente en estabilidad y amor filial.
Con estos frentes abiertos, me dediqué en cuerpo y alma a la búsqueda del hombre ideal. En la primera semana comprobé que era una mujer de éxito inusitado. No dejaba de recibir likes y flechazos que luego se convertían en pequeños chats que, si las cosas iban bien, pasaban a ser largas conversaciones de Whatsapp que terminaban en un café que a su vez iba a mayores si había química, testosterona y ausencia de camisetas de colores chillones.
Lo lamento, pero ciertos estampados me dan bajón moral, intelectual y sexual. Llegué a gestionar ocho candidatos diferentes en una semana y me di el lujo de eliminar a alguno por faltas de ortografía: "Podría acerte muy feliz". "Boy a verte?". ¡NO, NO y NO! ¡Eso nunca!
  • ¿Descartar mirando a la cara?
Me sentía la reina del mambo. Tenía candidatos variopintos bailándome el agua: que si eres de lo mejor que hay por aquí, que si nos tomamos un ramen (¿con este calor? Hay que ver lo dura que es la vida de los modernos). Se me multiplicaban los planes y los hombres. Al principio quedaba con todos, para descartar mirando a la cara. ¡Qué antigua! Hasta que me di cuenta que tenía ante mí un mercado infinito al que podía tratar con desprecio y mirar por encima del hombro, y que aún así seguiría disponible. Un golpe de pantalla el equivalente digital a un golpe de melena y una caída de ojos y ahí estaban todos otra vez. ¡No me había visto en otra igual!
Con solo tres semanas de garbeo digital, mi autoestima estaba robusta. Era una diosa del sexo. Mi vida íntima podía ser tan versátil como mis personalidades en los diferentes mercados del romance humano donde me movía. Tenía poco amor y mucho sexo. Pero lo consideré un buen comienzo.
He de decir que, en estos primeros tiempos, conocí a un chico en Meetic al que en circunstancias normales, es decir, sin estar dispersa en esta hiperactividad de tonteo digital, le habría dado muchas oportunidades. Quizás, con el paso del tiempo, llegaría a ser un poco azul. Pero, claro, con un abanico tan amplio no te vas a detener en lo primero que tenga medio buena pinta. Así que una tarde de primavera le dije: "No eres tú, soy yo", y dejé de prestarle atención.
Unos días después apareció otro sujeto que encajaba con mi potencial príncipe azul. Era perfecto. Inteligente, educado y, sí, con manos grandes. Empezamos a salir, me presentó a sus amigos, nos fuimos de viaje. Me sentía flotando en una nube de amor. True Love. Esa frase que solo he visto en los subtítulos en inglés de las series. Todo era tan perfecto que decidí tomarme la vida en serio y borrar mis perfiles de soltera libre y disponible en Internet. Pero algo se torció.
Antes de desengancharme de lo que había sido mi estilo de vida en los últimos tiempos, tuve un brote de cinismo y quise ver el estado del perfil del elegido. Y la realidad se impuso. Mi príncipe azul tenía sus cuentas activas y abiertas en canal. Probé a crearme un alter ego, un perfil falso que se llamaba Diana de Gales y le envíe un flechazo. Ni corto ni perezoso, el amor de mi vida empezó a ligar con ella: "¿Me abres Buckingham Palace?", dijo. Diana de Gales siguió sonsacando a mi amor hasta que le sacó una cita y una cena en un restaurante japonés. Mi indignación no tenía límites: había creado un monstruo.
Al día siguiente, muy digna y con la cabeza muy alta, le pedí que cerrará sus cuentas de ligoteo y se centrara en nuestra historia de amor real. Me contestó que no le venía bien, que estaba en un momento complicado, que había conocido a alguien. "¿Diana de Gales?", pregunté. Fue el último día de una gran historia de amor.
Para recomponer mi corazón roto, me empleé a fondo con los otros candidatos y añadí nuevas fotos y algún video a mis perfiles. Además, subí el ratio de quedadas a cinco por semana. He de decir que nunca antes había superado una historia de desamor de un modo tan eficiente. Cada vez que intentaba recrearme en mi tristeza y compadecerme de mi mala suerte con los hombres, una notificación me recordaba que había quedado con uno nuevo. La adrenalina se disparaba y empezaba de cero.
  • Demasiados peces en el mar
La posibilidad teórica de tener la puerta abierta a una cantidad infinita de parejas te convierte en una persona soberbia y caprichosa. Empezaba a tener problemas de gestión de stock. Se me acumulaban los mensajes sin contestar y me faltaba tiempo para poner en su justo valor mis opciones. Empezaba a dejarme llevar por los brazos y los pectorales... y también a confundirme entre unos y otros, a intercambiar mensajes o a ponerme en actitud Tinder cuando lo que tocaba era sobriedad y recogimiento porque el candidato buscaba a la madre de sus hijos en OKCupid.
Para evitar que los problemas fueran a más, decidí abrir una hoja de Excel para organizarme y elaboré una cuidadosa clasificación del género disponible. Creé categorías para clasificar el mercado. A saber: heteropijos, heteropijos con mocasines conjuntados con el polo, heteros militantes y socialmente inquietos, crudiveganos, heteros de corazón tierno que juegan a dos bandas, potenciales príncipes azules con madre castradora, príncipes azul oscuro casi negro, jóvenes de buen ver, ejemplares necesitados de reeducación y reinserción urgentes, basura genética y desechos variados.
Para los que puedan acusarme de cruel por clasificar de un modo tan descarnado al género masculino, les diré que la inspiración me vino de un documento similar elaborado por un pretendiente que me incluía en la categoría ejemplares de mediana edad con los óvulos contados. Porque si algo aprendes en la diversidad de las citas 'on line' es a regirte por criterios de eficacia. Cuanto más despejado tengas el camino, más rápido llegarás a tu meta.
He de reconocer que mi mundo se redujo a la búsqueda del hombre ideal y a la gestión eficiente de mi stock de candidatos. Mis amigas empezaron a quejarse de mis negativas a todos los planes, o de que, cuando por fin me unía a alguno, estaba más pendiente de las notificaciones del teléfono que de su conversación. Fueron esas mismas amigas las que empezaron a crear la leyenda urbana de que me había convertido en una ninfómana digital. Y analógica, repliqué. Las más prácticas, en lugar de sermonearme, se ofrecieron para gestionarme el Tinder: lo de descartar tíos engancha. Está probado. Y de paso, echaban un vistazo por si podían repescar algún residuo tóxico.
  • Saber cuándo dejarlo
También había dejado de ver series de televisión y de leer. Estaba totalmente entregada a la causa del amor y no me daba la vida para más. Solo seguí yendo al gimnasio porque la buena forma física es un pilar del amor 'on line'. Los michelines analógicos generan frustración.
A finales de agosto, una amiga me hizo ver que estaba perdiendo la capacidad crítica de descartar hombres, deslumbrada por el exceso de oferta. Que tenía que someterme a un retiro espiritual para volver con más fuerza. Me convenció con el argumento de que, si salía un mes del ruedo, al volver sería carne fresca y generaría nuevas expectativas en el mercado. Tenía razón, a estas alturas había olvidado mi misión original: encontrar al hombre ideal. Necesitaba descansar.
Cual monje budista, cerré mis perfiles y me alejé del mundanal ruido. A los dos días de retiro, sufría sudores fríos cuando sonaba el teléfono. Esperaba estímulos continuos y me enfadaba al comprobar que solo me whatsappeaban amigas sobre asuntos anodinos. Empecé a comer chocolate y a morderme las uñas. Preocupada, busqué en Google: Comer chocolate y morderse las uñas. Síntomas. Y el buscador respondió: Ansiedad, síndrome de abstinencia propio de un proceso de desintoxicación. Oh, cielos. ¿Me estás llamando adicta, Google?.
  • Epílogo
Si supero el primer mes, estaré rehabilitada. Eso dicen. De momento, voy a los bares con mis amigos y veo a todos esos ejemplares solitarios concentrados en la pantalla de su teléfono. Ya sé a qué juegan. Aún me quedan retazos de la enfermedad porque inmediatamente pienso en qué categoría de mi Excel irían a parar: heteropijo con barba, calvo majete y de buen corazón, gays que aún no lo saben... Me dicen que cuando destruya esa tabla de Excel estaré curada del todo. Sonrío. Confío en que la humanidad no permita que se destruya una auténtica obra maestra.

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