TÍTULO: CAFE, COPA, FUTBOL, LA CARTA DE LA SEMANA, Por qué odio a Superman -
- Por qué odio a Superman. llave. Compartir en Menéame; Tweet. Imprimir. Recuerdo el preciso instante en que me desencanté de los ...foto,.
Recuerdo el preciso instante en que me desencanté de los
superhéroes. Fue en el cine, mientras proyectaban una de las películas
de Superman protagonizadas por Christopher Reeve. Superman había
renunciado a sus poderes por amor. Esto en sí era suficiente para
considerarlo un pelotudo, no ya por la deserción de un deber con la
humanidad, sino por la fea imagen admonitoria de quien descarta
una vida de volar, pelear y vivir solo con un picadero en el Polo Norte
para dejarse esclavizar por una rutina matrimonial de las de no me
vuelvas oliendo a cerveza. Humano es quien no puede ser otra
cosa, diríamos, adaptando a Cánovas. Y Superman elegía serlo solo por no
poder aguantar un voto de soledad que era el único inconveniente de una
existencia que ya la habría querido yo cuando frecuentaba las
discotecas sin ninguna posibilidad de proponer como primera cita un
vuelo sobre la ciudad.
Lo que de verdad acabó con mi devoción fue lo siguiente. Una vez que quedó reducido a ser humano, a Clark Kent le pegaron en un bar. De hecho, sangró por primera vez, lo cual debería haberle gustado, porque era algo así como un bautismo en su nueva condición terrenal. Lo siguiente sería eyacular con Lois Lane. Y de ahí al meteorismo y al descubrimiento en el espejo de una barriga incipiente. Por distintas vicisitudes, en un momento dado Superman volvía a la cordura y recuperaba sus superpoderes, quién sabe si por no dejar desamparada a la humanidad o porque, habiendo empezado a encontrar pelos de Lois Lane en la ducha, sospechó por fin en qué consiste estar casado cuando reposan los aleteos del enamoramiento. Molaba más salir con los calzones por fuera, ¿eh? El caso es que, una vez recobrados los poderes, lo primero que hizo el miserable, mal perdedor de Superman fue regresar al bar y propinar una paliza al tipo que le había pegado. Debido a la ignorancia de mi edad, festejé en mi butaca el come-back de Superman y su revancha. Pero en ese momento, a mi lado, mi padre soltó una frase lacerante que me apartó para siempre de la Marvel y la DC y me acercó un poco más a la edad adulta, una frase que a lo largo de los años he adaptado a otras muchas situaciones: «Qué cobarde es Superman dijo mi padre, no pudo con él como hombre, de igual a igual, y regresa para abusar como marciano». Tate. A tomar por saco Superman, los cómics, los pósteres y las camisetas. Para un niño, no hay experiencia iniciática por emplear el término cursi más contundente que ir al cine con un padre cínico. Ya otro día les cuento lo que decía de Heidi.
Aquella experiencia en el cine tal vez esté en el origen de mi aversión, madurada durante los años siguientes, a las culturas que proponen la larga espera mesiánica del ser providencial y la delegación del cumplimiento de destinos propios en un benefactor mágico, sobrenatural. La tradición americana del superhéroe es una invención cultural pensada, en una nación joven, para llenar el hueco mitológico que en Europa es ocupado lo mismo por Odiseo que por los caballeros andantes de la tradición artúrica. Hasta el wéstern, con sus desfacedores fronterizos, procuró en parte esto mismo. Foxá tiene un artículo interesante en el que analiza cómo esta improvisación mitológica se atuvo a un principio racional en el que los superpoderes no podía explicarlos la magia, sino la ciencia. (O el origen extraterrestre, como en Superman). Picaduras de arañas, accidentes en laboratorios, experimentos fallidos... Pretextos científicos para que seres humanos dejaran de serlo y jugaran con ventaja en una pelea de bar contra cualquiera que los confundiera con un igual. La excepción es Batman, humano en sus recursos y hasta en la tenebrosa motivación que lo instiga, la venganza, no la soberbia mesiánica de un salvador de la humanidad.
Mi primogénito acaba de descubrir a Superman. Juega con él, lo lee, lo lleva en la camiseta. Le estoy concediendo unos días más antes de sentarlo y de decirle que tenemos que hablar de lo que una vez ocurrió en un bar.
TÍTULO: EL BLOC DEL CARTERO, ,¿Cómo será la organización laboral del futuro?
Lo que de verdad acabó con mi devoción fue lo siguiente. Una vez que quedó reducido a ser humano, a Clark Kent le pegaron en un bar. De hecho, sangró por primera vez, lo cual debería haberle gustado, porque era algo así como un bautismo en su nueva condición terrenal. Lo siguiente sería eyacular con Lois Lane. Y de ahí al meteorismo y al descubrimiento en el espejo de una barriga incipiente. Por distintas vicisitudes, en un momento dado Superman volvía a la cordura y recuperaba sus superpoderes, quién sabe si por no dejar desamparada a la humanidad o porque, habiendo empezado a encontrar pelos de Lois Lane en la ducha, sospechó por fin en qué consiste estar casado cuando reposan los aleteos del enamoramiento. Molaba más salir con los calzones por fuera, ¿eh? El caso es que, una vez recobrados los poderes, lo primero que hizo el miserable, mal perdedor de Superman fue regresar al bar y propinar una paliza al tipo que le había pegado. Debido a la ignorancia de mi edad, festejé en mi butaca el come-back de Superman y su revancha. Pero en ese momento, a mi lado, mi padre soltó una frase lacerante que me apartó para siempre de la Marvel y la DC y me acercó un poco más a la edad adulta, una frase que a lo largo de los años he adaptado a otras muchas situaciones: «Qué cobarde es Superman dijo mi padre, no pudo con él como hombre, de igual a igual, y regresa para abusar como marciano». Tate. A tomar por saco Superman, los cómics, los pósteres y las camisetas. Para un niño, no hay experiencia iniciática por emplear el término cursi más contundente que ir al cine con un padre cínico. Ya otro día les cuento lo que decía de Heidi.
Aquella experiencia en el cine tal vez esté en el origen de mi aversión, madurada durante los años siguientes, a las culturas que proponen la larga espera mesiánica del ser providencial y la delegación del cumplimiento de destinos propios en un benefactor mágico, sobrenatural. La tradición americana del superhéroe es una invención cultural pensada, en una nación joven, para llenar el hueco mitológico que en Europa es ocupado lo mismo por Odiseo que por los caballeros andantes de la tradición artúrica. Hasta el wéstern, con sus desfacedores fronterizos, procuró en parte esto mismo. Foxá tiene un artículo interesante en el que analiza cómo esta improvisación mitológica se atuvo a un principio racional en el que los superpoderes no podía explicarlos la magia, sino la ciencia. (O el origen extraterrestre, como en Superman). Picaduras de arañas, accidentes en laboratorios, experimentos fallidos... Pretextos científicos para que seres humanos dejaran de serlo y jugaran con ventaja en una pelea de bar contra cualquiera que los confundiera con un igual. La excepción es Batman, humano en sus recursos y hasta en la tenebrosa motivación que lo instiga, la venganza, no la soberbia mesiánica de un salvador de la humanidad.
Mi primogénito acaba de descubrir a Superman. Juega con él, lo lee, lo lleva en la camiseta. Le estoy concediendo unos días más antes de sentarlo y de decirle que tenemos que hablar de lo que una vez ocurrió en un bar.
TÍTULO: EL BLOC DEL CARTERO, ,¿Cómo será la organización laboral del futuro?
A finales del siglo XIX, un ingeniero autodidacta -Frederick
Winslow Taylor- comenzó a aplicar la organización científica a las
tareas que se realizaban en sus fábricas siderúrgicas. Y a comienzos del
siglo XX, a otro ingeniero estadounidense le dio por aplicar un método
parecido a la fabricación de automóviles, lo que revolucionó la
producción industrial. foto,.
El primero dejó escrito que el principal objetivo de su organización científica del trabajo consistía en «garantizar la prosperidad máxima, tanto para el empleador como para cada uno de los empleados». Henry Ford -que así se llamaba el segundo ingeniero- se olvidó de los segundos agentes de la recomendación de Taylor [los empleados] y desde entonces no todos estamos satisfechos con la actual distribución del horario de trabajo. Entonces importaba poco; hoy importa mucho.
No estamos considerando el ritmo acelerado al que nos aboca la robotización de la vida laboral. En 2011, Alemania contaba ya con 157.200 robots. Y en los dos años siguientes los tuvo que aumentar en 16.500, porque el ritmo de obsolescencia de las máquinas es superior al de los humanos. No se puede olvidar que los robots se ocuparán de muchas tareas que hasta ahora desempeñan los humanos. Y no solo en las fábricas, también en los despachos y oficinas. Lo importante, lo nuevo, es que el concepto de 'retiro' -que sigue estando ligado a la jubilación- tenderá a desaparecer. Esto se va a acabar, según los expertos bien informados. El concepto de 'empleo' y las nociones de 'jefe' o 'estamento superior' también desaparecerán antes de mediados de este siglo.
Que nadie se lleve a engaño: el tiempo en el que estamos entrando, según estudios recientes, es un mundo de trabajo continuo y formación permanente en el que será mucho más importante esta última que la formación inicial. No vamos derechitos, a pesar de lo que cree la gente, a tener que elegir entre trabajar menos o dedicar más horas a pensar nuevas soluciones.
También es tiempo de plantearse qué hay de verdad en el supuesto uso o abuso de las nuevas tecnologías, responsables de la sobrecarga cognitiva y la saturación de la memoria que sufrimos. Uno de los grandes abanderados de ese planteamiento es el fabricante alemán de automóviles Volkswagen, que ha programado sus servidores para que sus empleados no puedan recibir correos electrónicos profesionales entre las seis y cuarto de la tarde y las siete de la mañana ni los fines de semana. Una iniciativa que también han seguido Canon y, en Francia, la Société Générale.
Por otro lado, se equivocan los que continúan esgrimiendo la supuesta y futura separación ad vitam aeternam entre la esfera impuesta por el trabajo y lo que nos gustaría hacer. Ambas serán la misma gracias a la revolución educativa, que es lo que de verdad nos va a cambiar la vida.
¿Qué pensamos hacer con una población que vivirá mejor y más años y que será más productiva gracias al progreso tecnológico? En otros términos, ¿se debe seguir utilizando a esa población como en siglos pasados o, por el contrario, convendría empezar a repartir el trabajo menguante pero compensado por nuevas formas gracias a la revolución educativa en ciernes?
La verdad es que en el campo educativo todo está por hacer. Efectivamente, deberemos contar con un sistema que nos permita desaprender lo aprendido (más intuición y menos Estado), saber trabajar en equipo, apuntarse a la multidisciplinariedad en lugar de aborrecerla y aceptar que el mundo de hoy es digital. Quien mejor ha descrito lo que viene ha sido Sydney Brenner, premio Nobel de Medicina en 2002: «Si sabes demasiado sobre un tema, dirás que 'no funciona'; mientras que si uno es ignorante, va intentando cosas. Lo bueno de ser joven es que eres un outsider y un afortunado por ignorar la mayor parte de las cosas. Para los jóvenes, las mejores oportunidades en ciencia están simplemente en hacerla».
El primero dejó escrito que el principal objetivo de su organización científica del trabajo consistía en «garantizar la prosperidad máxima, tanto para el empleador como para cada uno de los empleados». Henry Ford -que así se llamaba el segundo ingeniero- se olvidó de los segundos agentes de la recomendación de Taylor [los empleados] y desde entonces no todos estamos satisfechos con la actual distribución del horario de trabajo. Entonces importaba poco; hoy importa mucho.
No estamos considerando el ritmo acelerado al que nos aboca la robotización de la vida laboral. En 2011, Alemania contaba ya con 157.200 robots. Y en los dos años siguientes los tuvo que aumentar en 16.500, porque el ritmo de obsolescencia de las máquinas es superior al de los humanos. No se puede olvidar que los robots se ocuparán de muchas tareas que hasta ahora desempeñan los humanos. Y no solo en las fábricas, también en los despachos y oficinas. Lo importante, lo nuevo, es que el concepto de 'retiro' -que sigue estando ligado a la jubilación- tenderá a desaparecer. Esto se va a acabar, según los expertos bien informados. El concepto de 'empleo' y las nociones de 'jefe' o 'estamento superior' también desaparecerán antes de mediados de este siglo.
Que nadie se lleve a engaño: el tiempo en el que estamos entrando, según estudios recientes, es un mundo de trabajo continuo y formación permanente en el que será mucho más importante esta última que la formación inicial. No vamos derechitos, a pesar de lo que cree la gente, a tener que elegir entre trabajar menos o dedicar más horas a pensar nuevas soluciones.
También es tiempo de plantearse qué hay de verdad en el supuesto uso o abuso de las nuevas tecnologías, responsables de la sobrecarga cognitiva y la saturación de la memoria que sufrimos. Uno de los grandes abanderados de ese planteamiento es el fabricante alemán de automóviles Volkswagen, que ha programado sus servidores para que sus empleados no puedan recibir correos electrónicos profesionales entre las seis y cuarto de la tarde y las siete de la mañana ni los fines de semana. Una iniciativa que también han seguido Canon y, en Francia, la Société Générale.
Por otro lado, se equivocan los que continúan esgrimiendo la supuesta y futura separación ad vitam aeternam entre la esfera impuesta por el trabajo y lo que nos gustaría hacer. Ambas serán la misma gracias a la revolución educativa, que es lo que de verdad nos va a cambiar la vida.
¿Qué pensamos hacer con una población que vivirá mejor y más años y que será más productiva gracias al progreso tecnológico? En otros términos, ¿se debe seguir utilizando a esa población como en siglos pasados o, por el contrario, convendría empezar a repartir el trabajo menguante pero compensado por nuevas formas gracias a la revolución educativa en ciernes?
La verdad es que en el campo educativo todo está por hacer. Efectivamente, deberemos contar con un sistema que nos permita desaprender lo aprendido (más intuición y menos Estado), saber trabajar en equipo, apuntarse a la multidisciplinariedad en lugar de aborrecerla y aceptar que el mundo de hoy es digital. Quien mejor ha descrito lo que viene ha sido Sydney Brenner, premio Nobel de Medicina en 2002: «Si sabes demasiado sobre un tema, dirás que 'no funciona'; mientras que si uno es ignorante, va intentando cosas. Lo bueno de ser joven es que eres un outsider y un afortunado por ignorar la mayor parte de las cosas. Para los jóvenes, las mejores oportunidades en ciencia están simplemente en hacerla».
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