Una pareja de jóvenes tenia varios años de casados y nunca pudieron tener hijos.
Para no sentirse solos, compraron un cachorro Pastor Alemán y lo amaron como si fuera su propio hijo.
El cachorro creció hasta convertirse en un grande y hermoso Pastor Alemán.
El perro salvó, en mas de una ocasión, a la pareja de ser atacada por ladrones.
Siempre fue muy fiel, quería y defendía a sus dueños contra cualquier peligro.
Luego de siete años de tener al perro, la pareja logro tener el hijo tan ansiado.
La pareja estaba muy contenta con su nuevo hijo y disminuyeron las atenciones que tenían con el perro.
Este se sintió relegado y comenzó a sentir celos del bebe, y no era el perro cariñoso y fiel que tuvieron durante siete años.
Un día la pareja dejo al bebe plácidamente durmiendo en la cuna, y fueron a la terraza a preparar una carne asada.
Cual fue su sorpresa,cuando se
dirigían al cuarto del bebé y ven al perro en el pasillo, con la boca
ensangrentada, moviéndoles la cola.
El dueño del perro casi sin pensar, saco un arma que llevaba y en el acto mato al perro.
Luego corrió al cuarto del bebé y para mayor sorpresa encontró una gran serpiente degollada.
El dueño comenzó a llorar y a exclamar: ¡He matado a mi perro fiel!
Entre
los perros de circo, capaces de juegos de habilidad complicadísimos,
que suponen una gran capacidad de aprendizaje, sólo en muy pocos casos
son perros de raza; no es porque un perro común coste menos, para perros
de circo con talento se pagan cifras astronómicas. Además del nivel más
alto de inteligencia y de capacidad de aprendizaje, son principalmente
el menor nerviosismo y la mejor actitud a soportar las tensiones,
precisamente del perro vagabundo, a permitir prestaciones
cualitativamente superiores. No es una casualidad que la descripción más
bella del ánimo canino, Señor y perro de Thomas Mann, se refiera a un
perro común y corriente, un perro de granja.
De mis perros un solo semental era verdaderamente de pura raza, un
verdadero ejemplar de exposición, un perro pastor de nombre Bindo. Era
indudablemente un tipo noble, un caballero sin mancha ni miedo, pero en
cuanto a delicadeza de sentir y a la complejidad de la vida psíquica no
estaba en igualdad de condiciones que mi perra pastor Tito, hija de los
bosques y prados, sin la sombra de un pedigree. Mi bulldog francés
poseía, es verdad, un árbol genealógico, pero era decididamente un
producto de descarte: era demasiado grande, el cráneo y las patas eran
demasiado largos, el dorso recto y, no obstante todo esto, estoy
convencido que ningún campeón premiado de aquella raza habría podido
poseer la calidad de voluntad de mi Bully.
Hay
otra visita interesante y sabrosa en San Juan de Puerto Rico, se trata
de la destilería de ron más grande del mundo, también la más famosa ,
apreciada y conocida. Bacardí, claro!!!
Isla Bacardi-foto.
La visita es un recorrido por la historia de los últimos 150 años,
desde que en 1862 Don Facundo Bacardí Massó revolucionara la producción
de ron con un nuevo y secreto método que le da a los rones Bacardí un
aroma único.
Es un recorrido histórico e interactivo, histórico porque te cuentan la
historia de esta familia y sus dificultades, estableciéndose y creciendo
en Cuba, hasta que llega la Revolución y les arrebata todo, teniendo
que emigrar a los EEUU, donde logran de nuevo levantar su fábrica y de
nuevo la mala suerte les cae encima, esta vez en forma de ley seca, y
prohibición de producir alcoholes. De nuevo tienen que emigrar casi con
las manos vacías y comenzar de nuevo, esta vez en Puerto Rico, y aquí si
crecen hasta convertirse en el mayor productor mundial de rones.
El recorrido se hace con un trenecito turístico que nos lleva primero
al museo, donde se encuentran os viejos aparatos de producción Tienen
montada hasta una reproducción de la antigua fábrica de Cuba, las
primeras etiquetas que se imprimieron para pegar en sus botellas, libros
antiguos de registro de impuestos, fotos, las medallas conseguidas en
diferentes exposiciones, etc...
Hay una sale especial que hace gracia, se trata de unos bidoncitos y al
destaparlos se pueden oler las diferentes clases de rones que se
producen desde los clásicos hasta los que tienen sabor (limón, cacao,
etc). Después pasamos a los edificios de fabricación ), la planta de
producción para terminar en un bar ambientado en la Habana de Hemingway
donde nuestro coctelero nos explicará la preparación e historia de los
cócteles más conocidos mundialmente, cuyo ingrediente principal es el
Ron Bacardí, allí nos enteraremos por ejemplo que el "Cuba Libre" lo
inventaron unos militares en la Habana, o que "Daiquiri", era un a mina
de oro también cubana, cuyos trabajadores hicieron popular su bebida
favorita, y cuando les preguntaron como se llamaba, dijeron que no tenía
nombre, y al verse obligados a buscar uno lo bautizaron como la mina en
la que trabajaban.
El recorrido como no, termina con la inevitable degustación de los
productos Bacardí, pudiendo pedir que te preparen cualquier coctel. En
la yo con mi mojito...
En una noche cualquiera, una persona, de la que no sabemos si es un hombre o una mujer, tuvo un sueño. Es un sueño que todos tenemos alguna vez. Esta
persona soñó que en sus manos recibía unas cuantas monedas de sus
padres. No sabemos si eran muchas o pocas, si eran miles, cientos, una
docena o aún menos. Tampoco sabemos de qué metal estaban hechas, si eran
de oro, plata, bronce, hierro o quizá de barro.
Mientras
soñaba que sus padres le entregaban estas monedas, sintió
espontáneamente una sensación de calor en su pecho. Quedó invadida por
un alborozo sereno y alegre. Estaba contenta, se llenó de ternura y
durmió plácidamente el resto de la noche.
Cuando
despertó a la mañana siguiente, la sensación de placidez y satisfacción
persistía. Entonces, decidió caminar hacia la casa de sus padres. Y,
cuando llegó, mirándolos a los ojos, les dijo:
—
Esta noche habéis venido en sueños y me habéis dado unas cuantas
monedas en mis manos. No recuerdo si eran muchas o pocas. Tampoco sé de
qué metal estaban hechas, si eran monedas de un metal precioso o no.
Pero no importa, porque me siento plena y contenta. Y vengo a deciros gracias, son suficientes, son las monedas que necesito y las que merezco. Así que las tomo con gusto porque vienen de vosotros. Con ellas seré capaz de recorrer mi propio camino.
Al oír esto, los padres, que como todos los padres se engrandecen a través del reconocimiento de sus hijos, se sintieron aún más grandes y generosos. En su interior sintieron que aún podían seguir dando a su hijo, porque la capacidad de recibir amplifica la grandeza y el deseo de dar. Así, dijeron:
— Ya que eres tan buen hijo puedes quedarte con todas las monedas, puesto que te pertenecen. Puedes gastarlas como quieras y no es necesario que nos las devuelvas. Son tu legado, único y personal. Son para ti.
Entonces
este hijo se sintió también grande y pleno. Se percibió completo y rico
y pudo dejar en paz la casa de sus padres. A medida que se alejaba, sus
pies se apoyaban firmes sobre la tierra y andaba con fuerza. Su cuerpo
también estaba bien asentado en la tierra y ante sus ojos se abría un
camino claro y un horizonte esperanzador.
Mientras
recorría el camino de la vida, encontró distintas personas con las que
caminaba lado a lado. Se acompañaban durante un trecho, a veces más
largo o más corto, otras veces estaban con él durante toda la vida. Eran
sus socios, sus amigos, parejas, vecinos, compañeros, colaboradores e
incluso sus adversarios. En general, el camino resultaba sereno, gozoso,
en sintonía con su espíritu y su naturaleza personal. Tampoco estaba
exento de los pesares naturales que la vida impone. Era el camino de su
vida.
De vez en
cuando esta persona volvía la vista atrás hacia sus padres y recordaba
con gratitud las monedas recibidas. Y cuando observaba el transcurso de
su vida, miraba a sus hijos o recordaba todo lo conseguido en el ámbito
personal, familiar, profesional, social o espiritual, aparecía la imagen
de sus padres y se daba cuenta de que todo aquello había sido posible
gracias a lo recibido de ellos y que con su éxito y logros les honraba.
Se decía a sí mismo: «No hay mejor fertilizante que los propios orígenes»,
y entonces su pecho volvía a llenarse con la misma sensación expansiva
que le había embargado la noche que soñó que recibía las monedas.
Sin
embargo, en otra noche cualquiera, otra persona tuvo el mismo sueño, ya
que tarde o temprano todos llegamos a tener este sueño. Venían sus
padres y en sus manos le entregaban unas cuantas monedas. En este caso
tampoco sabemos si eran muchas o pocas, si eran miles, unos cientos, una
docena o aún menos. No sabemos de qué metal estaban hechas, si de oro,
plata, bronce, hierro o quizás de barro…
Al
soñar que recibía en sus manos las monedas de sus padres sintió
espontáneamente un pellizco de incomodidad. La persona quedó invadida
por una agria inquietud, por una sensación de tormento en el pecho y un
lacerante malestar. Durmió llena de agitación lo que quedaba de noche
mientras se revolvía encrespada entre las sábanas.
Al
despertar, aún agitada, sentía un fastidio que parecía enfado y enojo,
pero que también tenía algo de queja y resentimiento. Quizá lo que más
reinaba en ella era la confusión y su cara era el rostro del sufrimiento
y de la disconformidad. Llena de furia y con un ligero tinte de
vergüenza, decidió caminar hacia la casa de sus padres.
Al llegar allí, mirándolos de soslayo les dijo:
—
Esta noche habéis venido en sueño y me habéis dado unas cuantas
monedas. No sé si eran muchas o pocas. Tampoco sé de qué material
estaban hechas, si eran de un metal precioso o no. No importa, porque me
siento vacía, lastimada y herida. Vengo a decirles que vuestras monedas
no son buenas ni suficientes. No son las monedas que necesito ni son
las que merezco ni las que me corresponden. Así que no las quiero y no
las tomo, aunque procedan de ustedes y me lleguen a través vuestro. Con ellas mi camino sería demasiado pesado o demasiado triste de recorrer y no lograría ir lejos. Andaré sin vuestras monedas.
Y los padres que, como todos los padres, empequeñecen y sufren cuando no tienen el reconocimiento de sus hijos,
aún se hicieron más pequeños. Se retiraron, disminuidos y tristes, al
interior de la casa. Con desazón y congoja comprendieron que todavía
podían dar menos a este hijo porque ante la dificultad para tomar y recibir, la grandeza y el deseo de dar se hacen pequeñas y languidecen.
Guardaron silencio, confiando en que, con el paso del tiempo y la
sabiduría que trae consigo la vida, quizá se pudieran llegar a enderezar
los rumbos fallidos del hijo.
Es
extraño lo que ocurrió a continuación. Después de haber pronunciado
estas palabras ante los padres en respuesta a su sueño, este hijo se sintió impetuosamente fuerte, más fuerte que nunca.
Se trataba de una fuerza extraordinaria. Se había encarnado en él la
fuerza feroz, empecinada y hercúlea que surge de la oposición a los
hechos y a las personas. No era una fuerza genuina y auténtica como la
que resulta del asentimiento a los hechos y que está en consonancia con
los avatares de la vida, pero la fuerza era intensa.
Sin ninguna serenidad interior, aquella persona abandonó la casa de los padres diciéndose a sí misma:
— Nunca más.
Impetuosamente fuerte, pero también vacía, huérfana y necesitada, aún queriéndolo y deseándolo, no lograba alcanzar la paz.
A
medida que la persona se alejaba de la casa de sus padres sentía que
sus pies se elevaban unos centímetros por encima de la tierra y que su
cuerpo, un tanto flotante, no podía caerse por su propio peso real. Pero
lo más relevante ocurría en sus ojos: los abría de una manera tan
particular que parecía que miraba siempre lo mismo, un horizonte fijo y
estático.
La
persona desarrolló una sensibilidad especial. Así, cuando encontraba a
alguien a lo largo de su camino, sobre todo si era del sexo opuesto,
esta sensibilidad le hacía contemplarlo con una enorme esperanza, la
que, sin darse cuenta le llevaba a preguntarse:
— ¿Será
esta persona la que tiene la monedas que merezco, necesito y me
corresponden, las monedas que no tomé de mis padres porque no supieron
dármelas de la manera justa y conveniente? ¿Será esta la persona que tiene aquello que merezco?
Si
la respuesta que se daba a si misma era afirmativa, resultaba
fantástico. A esto, algunos lo denominan enamoramiento. En esos momentos
sentía que todo era maravilloso. No obstante, cuando el enamoramiento
acababa convirtiéndose en una relación y la relación duraba lo
suficiente, la persona generalmente descubría que el otro no tenía lo que le faltaba, aquellas monedas que no había tomado de sus padres.
— ¡Qué pena!, se decía y se quejaba amargamente de su mala suerte, culpando al destino de ello.
A esto lo llaman desengaño y esta persona se
sentía sometida a un tormento emocional que tomaba la forma de
desesperación, desazón, crisis, turbulencia, enfado, frustración…
Por
suerte, o no, en este momento podía estar esperando a un hijo y la
desazón se volvía más dulce y esperanzadora, más atemperada. Entonces la
pregunta volvía a su inconsciente:
— ¿Será
este hijo que espero, tan bien amado, quien tiene las monedas que
merezco, que necesito y que me corresponden y que no tomé de mis padres
porque no supieron dármelas de la manera justa y conveniente? ¿Será este ser el que tiene aquello que merezco?
Cuando se contestaba de nuevo que sí, era maravilloso, formidable y empezaba a sentir un vínculo especial con ese hijo, un vínculo asombroso, muy estrecho, lleno de expectativas y anhelos.
Pero
si pasa el tiempo suficiente la mayoría de los hijos desean tener una
vida propia y saben que tienen propósitos de vida propios e
independientes de sus padres. Entonces, aunque aman a sus padres y
desean hacer lo mejor para ellos, la presión de tener vida propia
resulta exigente, imperiosa y tan arrolladora como la sexualidad.
Así
es como, de nuevo, esta persona comprende un día que tampoco su hijo
tiene las monedas que necesita, merece y le corresponden. Sintiéndose
más vacía, huérfana y desorientada que nunca entra en crisis y
desesperación. Enferma. Ahora tiene entre 40 y 50 años, la fase media de
la vida. Ahora ningún argumento la sostiene ya, ninguna razón la calma. Es su “cata-crac” y grita:
— ¡A Y U D A!
¡Hay tanta urgencia en su tono de voz! ¡Su rostro está tan desencajado! Nada la calma, nada puede sostenerla.
Y… ¿qué hace? Va al terapeuta.
El terapeuta la recibe pronto, la mira profunda y pausadamente y le dice:
— Yo no tengo las monedas.
Hay dos clases de terapeutas: los que piensan que tienen las monedas y los que saben que no las tienen.
El
terapeuta ha visto en sus ojos que sigue buscando las monedas en el
lugar equivocado y que le encantaría equivocarse de nuevo. El terapeuta
sabe que las personas quieren cambiar, pero les cuesta dar su brazo a
torcer, no tanto por dignidad sino por tozudez y costumbre.
Él piensa:
“Amo y respeto mejor a mis pacientes cuando puedo hacerlo con sus
padres y con su realidad tal como es. Los ayudo cuando soy amigo de las
monedas que les tocan, sean las que sean.”
El terapeuta añade: “Yo
no tengo las monedas pero sé dónde están y podemos trabajar juntos para
que también tú descubras dónde están, cómo ir hacia ellas y tomarlas.”
Entonces
el terapeuta trabaja con la persona y le enseña que durante muchos años
ha tenido un problema de visión, un problema óptico, un problema de
perspectiva. Ha tenido dificultades para ver claramente. Sólo se trata
de eso.
El
terapeuta le ayuda a reenfocar y a modular su mirada, a percibir la
realidad de otra manera, desde una perspectiva más clara, más centrada y
más abierta a los propósitos de la vida. Una manera menos dependiente de los deseos personales del pequeño yo que trata de gobernarnos.
Un
día, mientras espera a su paciente, el terapeuta piensa que está listo y
que debe decirle, por fin y claramente, dónde están las monedas. Y este
mismo día, como por arte de birlibirloque, llega el paciente. Tiene
otro color de piel, las facciones de su rostro se han suavizado y
comparte su descubrimiento:
— Sé dónde están las monedas. Siguen con mis padres.
Primero solloza, luego llora abiertamente. Después surge el alivio, la paz y la sensación de calor en el pecho. ¡Por fin!
Durante
el trabajo terapéutico ha atravesado las purulencias de sus heridas, ha
madurado en su proceso emocional y ha reenfocado su visión. Ahora se
dirige de nuevo, como lo hizo hace tantos años atrás a la casa de sus
padres.
Los mira a los ojos y les dice:
—
Vengo a deciros que estos últimos diez, veinte o treinta años de mi
vida he tenido un problema de visión, un asunto óptico. No veía
claramente y lo siento. Ahora puedo ver y vengo a deciros que
aquellas monedas que recibí de vosotros en sueños son las mejores
monedas posibles para mi. Son suficientes y son las monedas que me
corresponden. Son las monedas que merezco y las adecuadas para que pueda seguir. Vengo a daros las gracias. Las tomo con gusto porque vienen de vosotros y con ellas puedo seguir andando mi propio camino.
Ahora
los padres, que como todos los padres se engrandecen a través del
reconocimiento de sus hijos, vuelven a florecer y el amor y la
generosidad fluyen de nuevo con facilidad. Así el hijo ahora es
plenamente hijo, porque puede tomar y recibir.