Ingredientes: Para la cuajada: 435 g de leche, 40 g de azúcar, 2 hojas de gelatina y 50 g de chocolate negro (66 por ciento). Para la salsa de ...-foto
Ingredientes: Para la cuajada: 435 g de
leche, 40 g de azúcar, 2 hojas de gelatina y 50 g de chocolate negro (66
por ciento). Para la salsa de chocolate: 150 g de leche, 40 g de miel
de acacia y 120 g de chocolate negro (66 por ciento). Además: frutos
rojos y hojas de menta.Elaboración: De la cuajada: se hidrata la gelatina en un bol con agua fría. En una cazuela se pone a calentar la leche con el azúcar. Cuando este se haya disuelto, se añaden las hojas de gelatina bien escurridas y se remueve hasta que estén integradas. Se vuelca el contenido de la cazuela sobre el chocolate negro picado y se mezcla con la ayuda de las varillas. Se rellenan cuatro recipientes de yogur hasta unos tres cuartos de su capacidad. Cuando estén templados, se meten en la nevera y se dejan ahí, por lo menos, cuatro horas. De la salsa de chocolate: se hierve la leche con la miel. Cuando esta se haya disuelto y la mezcla esté caliente, se echa sobre el chocolate picado y se remueve con las varillas.
Acabado y presentación: se sacan las cuajadas de la nevera. Se cubren con una capa de salsa de unos dos milímetros de espesor. Por encima se colocan unos frutos rojos de nuestro gusto y unas hojas de menta fresca.
Mis trucos
Antes de incorporar la salsa de chocolate a la cuajada hay que dejarla enfriar, procurando que no se quede muy densa. Así la podremos verter con comodidad y evitaremos que ablande o derrita la cuajada.
TÍTULO: CONOCER ARTE, Las chicas recortables de Matisse,
- Durante los últimos años de su vida, Henri Matisse reclutó un pequeño ejército de chicas jóvenes y bellas que lo ayudaron a producir algunas ...-foto
Arte Las chicas recortables de Matisse
Durante los últimos años de su vida, Henri Matisse reclutó un pequeño ejército de chicas jóvenes y bellas que lo ayudaron a producir algunas de sus famosas obras recortables. Con motivo de una gran exposición en la Tate Modern de Londres, varias de esas mujeres rememoran su vida en el taller y trazan un retrato desconocido del genio.Jacqueline Duhême tenía 20 años cuando Henri Matisse la hizo ir a su estudio por primera vez. Corría 1948, y el maestro del arte moderno estaba cerca de cumplir los 80. «Unos días antes, había visto a Matise en el jardín de su casa. Estaba dibujando recuerda Jacqueline, más de 65 años después. Yo admiraba muchísimo su obra, pero no quería molestarlo, de forma que le escribí una carta, plagada de errores. Me respondió diciendo: 'Venga a verme'».
Durante los dos años siguientes, Jacqueline trabajó como ayudante de Matisse en los apartamentos-estudios que el artista tenía en Cimiez, a las afueras de Niza, y en el cercano pueblo de Vence. Jacqueline fue una de las muchas chicas jóvenes y guapas empleadas por el artista durante sus últimos años. Algunas de ellas, como la joven pintora holandesa Annelies Nelck, empezaron a colaborar con él como modelos. A otras se les encomendó labores más específicas: pintar hojas de papel en gouaches vistosos para que Matisse después las recortara, o subirse a escaleras para pegar las siluetas recortadas en las paredes, donde formaban collages gigantescos.
Matisse estaba discapacitado tras haber sufrido una colostomía en 1941 y raras veces se movía de la cama o de su silla de ruedas. De hecho, hizo que pusieran la cama al centro de su taller. Desde allí impartía sus instrucciones blandiendo un bastón de bambú. El afecto entre Matisse y sus ayudantes estaba basado en el trabajo. Si alguna le fallaba o no mantenía las debidas distancias, no tardaba en ser despedida. «Pronto comprendí que estaba obsesionado con su obra.
Trabajaba día y noche. Era un adicto al trabajo», afirma Paule Caen-Martin, quien se convirtió en colaboradora del artista a los 20 años, después de que Jacqueline se marchara en 1949. El equipo colaborador de Matisse tenía una importancia determinante en su obra. A finales de los años treinta, quien llevaba sus estudios y sus asuntos era Lydia Delectorskaya, una rubia de Siberia que había escapado de la Rusia postrevolucionaria. Lydia empezó a posar como modelo para Matisse a los 25 años. Luego se convirtió en su cuidadora, en la gerente de su estudio y en la persona a la que el artista más unido estaba, lo que finalmente acabó con su matrimonio de 25 años. Lydia era también responsable de la selección de las ayudantes.paule recuerda haber sido descubierta gracias a su hermano, que estudiaba Bellas Artes. «Un día, el profesor de mi hermano preguntó: '¿Alguno de vosotros tiene una amiga que quiera posar para Matisse?'. Mi hermano me dio su número, llamé y al día siguiente fui a ver a Lydia, quien dijo ser 'la institutriz'».
Pocas mujeres duraban mucho en el estudio. Si una lograba sobrellevar los cambiantes estados de ánimo y las exigencias incesantes de Matisse, entonces corría el riesgo de irritar a Lydia porque el maestro estaba encariñándose demasiado de ella. Paule se las compuso para cultivar una buena relación con Lydia, pero muchas veces tuvo problemas para satisfacer las exigencias del maestro. Un día cometió el error de presentarse en el taller con la nariz requemada por el sol. «Matisse detestaba la nueva moda de tomar el sol», recuerda hoy con un suspiro.
Pero Paule acabó marchándose tras una discusión por otro asunto, durante la elaboración de los Desnudos azules. «Me dijo que ya no me fijaba en lo que estaba haciendo. Pero yo estaba exhausta, necesitaba unas vacaciones y era joven... Quería salir por las noches a bailar. Él era un hombre muy posesivo. En el atelier vivíamos bien, nos daban de comer estupendamente, pero teníamos que trabajar todos los días, domingos incluidos». Matisse era consciente de las presiones a las que sometía a sus chicas. «Las pobrecillas... No entienden nada comentó cierta vez. Pero lo que está claro es que no voy a renunciar a trabajar los domingos simplemente porque a ellas les apetece estar con sus amantes».
Jacqueline habla de una atmósfera en el estudio más agradable que la descrita por Paule. «Matisse tenía un espíritu muy juvenil y un gran sentido del humor. Nos pasábamos el día riendo. Lydia no participaba tanto en la diversión. Hay que tener en cuenta que nunca paraba de trabajar». Jacqueline hoy es una vivaracha mujer de 86 años, una artista que vive rodeada por su propia obra, y su pisito está lleno de tesoros artísticos: el recorte de un corazón rojo regalado por Matisse; cartas de Picasso enmarcadas; un retrato que le hizo Man Ray... Los años anteriores a estar ella con Matisse no habían sido fáciles para el artista. A sus problemas de salud y el fin de su matrimonio se sumaba lo decreciente de su reputación. A finales de los años treinta, sus obras habían dejado de venderse. Mientras el fascismo se enseñoreaba de Europa, los luminosos desnudos de Matisse de pronto resultaban anticuados.
Pero su jubilosa producción artística escondía los propios demonios interiores. Durante la ocupación nazi, su exmujer y su hija, Marguerite, fueron detenidas por la Gestapo por ayudar a la Resistencia. Marguerite fue encarcelada, interrogada y torturada casi hasta la muerte. Matisse, que tan solo se enteró de lo sucedido después de su puesta en libertad, se hundió. lydia era quien se llevaba la peor parte cuando el maestro estaba de mal humor. La relación entre Lydia y Matisse es materia de muchas especulaciones. Está claro que Amélie, la mujer del maestro, sospechaba que había una relación amorosa entre ellos. Con el tiempo le dio un ultimátum: o ella o yo. Lydia fue despedida del estudio y diez días más tarde trató de suicidarse. Al poco tiempo, Amélie estaba pidiendo la separación y Lydia de nuevo se encontraba en el taller.Paule asegura que nunca vio indicios de que mantuvieran relaciones físicas. «Cuando llegué al estudio, Matisse ya estaba discapacitado. Su relación personal se movía a un ritmo que no dejaba lugar a la intimidad...».
Jacqueline corrobora sus palabras: «Matisse estaba muy enamorado de su esposa. Le escribía cartas y me encargaba que las echase al correo. Así que no creo que entre Lydia y él hubiera algo. Matisse era un hombre muy sincero. Antes de casarse, había tenido sus aventuras, pero luego para él solo existió Amélie». Tampoco parece que existieran otros motivos, como la presencia de las ayudantes, por mucho que todas fuesen jóvenes y guapas. Jacqueline recuerda que Matisse la trataba de forma paternal. «Siempre era muy bueno conmigo. Me dio el primer diccionario que tuve, porque la ortografía no era mi fuerte. También intentó enseñarme a escribir a máquina. Le preocupaba lo que pudiera ser de mí cuando me fuera de su casa. Se preocupaba mucho por mi futuro». Jacqueline dejó el taller en 1949 y se marchó a Italia, donde encontró trabajo como niñera. Luego fue contratada por la revista Elle como dibujante. Desde entonces es una artista e ilustradora reconocida.
Paule Caen-Martin se casó al poco de dejar el estudio de Matisse. Vendió un dibujo regalado por el artista para comprarse el apartamento donde hoy vive. Sigue manteniendo contacto con la familia del artista. Lydia Delectorskaya estuvo al lado de Matisse hasta el 3 de noviembre de 1954, cuando el maestro falleció en la cama de su estudio en Cimiez. Inmediatamente después se marchó con la maleta que tenía preparada desde hacía 15 años. Murió en 1998.
El arte de la tijera
-La técnica de los recortes de Matisse no iba a ser más que un recurso temporal. Un apaño para seguir trabajando mientras su mala salud le impidiese pintar. Sin embargo, cuanto más perseveró con los recortes, más entusiasmado se sintió con sus posibilidades. Matisse decía que se trataba de «esculpir en colores puros».
-Cuando recobró la salud lo suficiente como para volver a plantarse frente al caballete, Matisse no quiso hacerlo. «Los recortes son el estilo final más curioso y distintivo que se puede encontrar en la trayectoria de cualquier artista», afirma Nicholas Cullinan, comisario de la exposición en la Tate Modern de Londres.
-Los recortes son la muestra de cierto carácter clarividente dice Cullinan. Son un ejemplo temprano de las instalaciones con las que hoy estamos tan familiarizados, pero que Matisse ideó por su cuenta».
- A todos se nos ha pasado alguna vez por la cabeza la posibilidad de ser inmortales. En realidad, el deseo no es nuevo; viene de lejos.
¿Qué problemas nos causaría ser inmortales?
A todos se nos ha pasado alguna vez por la cabeza la posibilidad de ser inmortales. En realidad, el deseo no es nuevo; viene de lejos. Si hurgamos en las huellas que dejaron nuestros antepasados, encontraremos indicios de que los humanos hemos soñado con existir forever desde que vivíamos en las cavernas en manadas reducidas e incomunicadas unas de otras. Hasta llegar a hoy, las religiones se han encargado de dar continuidad a esas creencias, interpretando nuestro paso por la Tierra como un peldaño más en la escalera que nos conduce a la eternidad.
En los últimos siglos hemos echado por tierra esas ideas tan inamovibles como en absoluto constatadas. La ciencia nos ha enseñado que, lejos de esperarnos una eternidad sosegada tras nuestro breve paseo terrenal, la vida debemos buscarla aquí, ya, antes de la muerte. Centren ahí toda su atención y olvídense del después. De todos modos, es innegable que el sueño de vivir para siempre permanece. Llámenlo 'inmortalidad' si quieren, pero el sentimiento en sí no es más que una expresión de nuestro instinto de supervivencia, que compartimos con el resto de los animales. Y aunque sepamos que no somos eternos, el foco de atención de la ciencia se ha centrado en buena parte en conseguir que los humanos vivamos más y mejor. Y les aseguro que, desde que empezaron a tambalear esos antiguos dogmas, lo estamos consiguiendo.
El dato me lo dio hace un par de años el gran demógrafo y matemático James Vaupel. La esperanza de vida crece, en los países bien situados, dos años y medio cada década desde la Revolución Industrial. ¿Qué sucedió para que se diese esta inflexión? Básicamente, cuatro hitos clave. Primero, dimos un giro a las medidas higiénicas y sanitarias; descubrimos los antibióticos y las vacunas, y aprendimos a lavarnos las manos aunque no lo crean, esto fue una gran revolución. Luego, conseguimos frenar la mortalidad infantil, sobre todo desde principios del siglo pasado, lo que postergó nuestra fecha de defunción. En tercer lugar, la prosperidad nos hizo llegar más lejos. Tomen nota: velar por unos hábitos más sanos y menos esclavos nos regala años. Finalmente, y a ello nos dedicamos aún hoy, conseguimos arrebatar años a la muerte; es decir, dimos más años de vida a las personas de edad avanzada.
Este aumento de la esperanza de vida crece imparable y parece que no tiende a estabilizarse. Mi fascinación por este hecho hizo que mi equipo de colaboradores y yo dedicáramos el ciclo de conferencias que coordinamos cada año para la Fundación Banco Santander a indagar qué es lo que están haciendo los científicos de distintas disciplinas como la demografía, las neurociencias, la biología molecular y la biología evolutiva para que esta tendencia siga al alza.
Mientras que en la Antigüedad los humanos contábamos con un par de décadas de vida redundante en términos biológicos para dedicar a nuestras cosas, hoy estos años de madurez se extienden a cuatro o incluso cinco décadas. Este aumento de la esperanza de vida nos plantea dos desafíos. El primero: afrontar las enfermedades propias de la edad, como el alzhéimer, la diabetes, la osteoporosis o el cáncer. El segundo desafío, no menos importante, tiene un componente social: el envejecimiento de las poblaciones está colapsando los servicios sociales y sanitarios. Y seguimos sin invertir de verdad en políticas de prevención. ¿No creen que ya va siendo hora? De golpe, hemos descubierto todo lo que nos hacía falta para poder aplicar esas políticas de prevención: que nuestra esperanza de vida ha aumentado dos años y medio en la última década; que la intuición es una fuente de conocimiento tan válida como la razón, pero más rápida; que hay una edad crítica para aplicar esas políticas de prevención y que debemos dedicarle miles de horas. El poder de la voluntad individual es insospechado.
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