Las mujeres de las que usted se enamoró, los hombres que
deseó en silencio, esa a la que usted nunca se le animó y todavía se
pregunta qué hubiera ocurrido si…, el hombre de su vida, su primera
novia, el señor que la hizo reír más que ningún otro pero al final la
abandonó. Todas esas personas. Y el editor que lee esta nota –que se
sentirá sorprendido, en este mismo instante, por la alusión–. El
corrector, el quiosquero que se la tiró debajo de la puerta, sus
vecinos, la mayor parte de sus líderes –ya sea del 54 o del 46 por
ciento–, los deportistas que festeja, los músicos que disfruta, los
intelectuales que lee. Sus hijos, sus padres. Los actores y directores
de cine que lo conmovieron, los escritores que le hacen volar la
imaginación, su librero de confianza y el florista de la esquina. Su
maestra de la escuela primaria, sus abuelos, el almacenero que le fiaba
cuando era chico y que ya no está porque se murió o se fundió, la
mayoría de los dirigentes de los organismos de derechos humanos.
Piense en todos ellos.
Tengo una noticia que darle. No sé si es mala o buena.
Es lo que es. Existe un noventa y cinco por ciento de posibilidades de que usted, sí, usted, el que tiene esta revista en sus manos, pertenezca a la clase media. Y, mire lo que le digo: no sólo usted, también yo.
Y todos los que mencioné al principio.
Es difícil entender por qué algunos sectores de la clase media odian a la clase media. Es un fenómeno, realmente, extraño. Pero uno lo percibe, cíclicamente, periódicamente.
Parece que los sectores medios
son gorilas –salvo aquellos que se dan cuenta de cómo son las cosas–. O
son egoístas. O apoyaron a la dictadura militar. O no se dan cuenta de
que hay personas que necesitan más que ellos y por lo tanto no valoran a
los gobiernos que están a favor de la justicia social y la inclusión.
Esta no es una columna sociológica. Pero creo que, dadas las generalizaciones que están tan de moda últimamente en círculos oficiales, quizá convenga recordar algunas cosas.
En principio, la clase media fue un hueso muy duro de roer para el menemismo. Cualquiera que recuerde con honestidad la manera en que se votaba cuando Carlos Menem ganaba elección tras elección, podrá contar la perplejidad de los analistas porque su ventaja era arrolladora tanto en los barrios privilegiados como en los humildes. Menem, en cambio, perdía, una y otra vez, aun en el apogeo de su liderazgo, en la Capital Federal y en casi todos los centros urbanos del país.
Por alguna razón, la clase media, que se benefició al menos en el primer mandato de Menem, le dio la espalda casi siempre. Menem perdía en la capital de Catamarca, y en la de Santiago del Estero, y en la de Tucumán. Y así. Una y otra vez, esa clase media fue buscando caminos, los que se presentaban, para terminar con esa etapa.
La resistencia periodística a ese proceso político se apoyaba en Página 12 que, créanme, se vendía más en Palermo o Caballito que en La Boca o Mataderos. Y Menem era arrasado ahí donde se vendía Página, pero ganaba o alcanzaba resultados más dignos en Recoleta o la Villa 31.
Si uno se va mucho más atrás en el tiempo, hay una elección muy demostrativa de algunos comportamientos de la clase media. Ocurrió en 1973, cuando fue el momento de mayor consenso de Juan Domingo Perón en toda su vida. Perón ganó ese año con el 62 por ciento de los votos en el país. Sin embargo perdió la elección para senador en Capital Federal, porque la clase media prefirió votar masivamente en contra de un candidato fascistón, llamado Sánchez Sorondo, y eligió en cambio a un ignoto abogado cordobés llamado Fernando de la Rúa.
La clase media también compra dólares, si puede, si le alcanza, si la dejan, y sueña con viajar al exterior y vota a veces a Macri y otras veces exige seguridad al límite de la violación a los derechos humanos. Eso es cierto. Pero también lo contrario.
Hubo, al respecto, dos o tres episodios muy significativos en la década del ochenta.
Uno fue el surgimiento del alfonsinismo, que fue algo así como una explosión de primavera política que resistía al mismo tiempo dos expresiones de la derecha más recalcitrante: la impunidad de los crímenes de la dictadura militar y el regreso al poder de sectores muy violentos del peronismo, asociados también al régimen que se retiraba. Y a ese movimiento lo nutrió la clase media.
Otro recuerdo es el de la Semana Santa de 1987, cuando se llenó la Plaza de Mayo durante cuatro días para resistir lo que se percibía como un intento de golpe militar. El domingo de ese fin de semana atravesé el conurbano para llegar a Plaza de Mayo. Era un día hermoso. Y cientos de miles de personas lo disfrutaban como si no pasara nada. En la Plaza estaba –mayoritariamente– la clase media.
Y el tercero es el del surgimiento del movimiento de derechos humanos. Éramos jóvenes universitarios.
Seamos francos: así era. La inmensa mayoría de clase media.
Desde ciertos sectores de la así llamada izquierda nacional, siempre hubo una especie de incorregible auto-odio. Son todos de clase media, pero la desprecian. Las chicanas son tan previsibles: les molesta que no haya té de Ceilán, dicen, citando al célebre Mordisquito. Puede ser que algo de eso ocurra. La clase media muchas veces es frívola, o no pasa las necesidades de otros sectores sociales, y por lo tanto no valora en su entera dimensión la satisfacción de esas carencias. Pero otras veces es una reserva contra muchos atropellos, justamente por eso: porque no depende del Estado, porque su relativo bienestar económico le permite tener parámetros más exigentes, porque sus valores históricos le hacen reaccionar –al menos a algunos de sus sectores, al menos a veces– frente a la falta de libertad o a violaciones a los derechos humanos.
Por unas y otras razones, gente muy distinta salió a manifestar hace dos semanas. Personas de clase media las despreciaron con el argumento de que… ¡pertenecen a la clase media!
No sé cómo calificarlo. Pero es raro. Es, francamente, muy raro.
Porque Eladia Blázquez y León Gieco, Bernardo Houssay y Luis Federico Leloir, Fangio y el Beto Alonso, Quino, Caloi y Rep, Fito Páez, Cacho Castaña y Sandra Mihanovich, Adolfo Castelo, Jorge Lanata y Adrián Paenza, Felipe Pigna y María Sáenz Quesada, Estela de Carlotto y Adolfo Pérez Esquivel, CFK, Amado Boudou y Pino Solanas, entre tantos otros, son miembros de la clase media.
Algunos, gracias a lo que erróneamente la Presidenta llamó esta semana “american way of life”, ya son de clase recontra alta.
O se dan sus lujos: como el intendente de Florencio Varela o tantos otros habitantes de Puerto Madero.
Pero eran de clase media.
Aunque se hayan olvidado.
Con disculpas por la ofensa.
TÍTULO: LA CENA DEL VIERNES, LOS TAXISTAS DICEN QUE SOY MAS GRACIOSO EN LA TELE, ARTURO VALLS,.
Los humoristas de Me resbala son los únicos trabajadores que vuelven a casa contentos después de golpearse el cuerpo, recibir un tartazo o ...
-foto-Arturo Valls: "Los taxistas dicen que soy más gracioso en la tele"
Regresa con 'Me resbala' (Antena 3): "Después de haber imitado a Miley Cyrus solo podría hacer otra mamarrachada"
Los humoristas de 'Me resbala' son los únicos trabajadores que vuelven a casa contentos después de golpearse el cuerpo, recibir un tartazo o hacer el ridículo. Esta noche, a partir de las 22.30 horas, Antena 3 abre el telón de su teatro inclinado. De maestro de ceremonias, Arturo Valls (Valencia, 1975).- Usted no se lo pasa nada mal presentando este programa.- Es una maravilla manejar a los cómicos como si fueran tus marionetas: '¡Ahora entras tú!', '¡Ahora tienes acento cubano!'&hellip Ese juego de dar directrices y ver cómo van reaccionando es una maravilla.- ¿Quién le ha sorprendido más entre los novatos?- María Esteve, por ejemplo. Entró muy rápido al tono del programa. Piedrahita también, acostumbrado a verle haciendo magia y monólogos, me sorprendió imitando voces y saltando. Estoy intentando hacer una apuesta por recuperar cómicos clásicos como Arévalo, Bigote Arrocet... gente así.- El humor físico es universal.- La cáscara de plátano, el tartazo&hellip efectivamente es universal. Hay gente muy intelectual que de repente te confiesa que estuvo viendo el programa y se rio. ¿Y qué pensabas? 'Me resbala' me recuerda mucho al 'Un, dos, tres', ese formato que reunía a toda la familia. Ahora, además, estamos haciendo programas temáticos, el Oeste, la antigua Roma&hellip- ¿Le vamos a ver participar más en las pruebas?- En algunas, por propia voluntad. En otras, en contra de ella. Se ponen todos de acuerdo contra mí. Hay veces que lo paso mal.- Han conseguido plantar cara al 'Deluxe', que no era fácil.- Si no te apetece ver un tipo de televisión esta es una gran opción. Yo siempre pienso que en las parrillas hay que ofrecer cosas muy distintas cuando se pretende luchar contra otro programa. Un 'reality' contra otro 'reality' es absurdo, aquí estamos diferenciando el tono y ya en la primera temporada se vio que funcionaba.- ¿Le gustaría ver a Jorge Javier Vázquez en alguna de las pruebas de 'Me resbala'?- ¡Y tanto! Estaría muy bien. Jorge es muy rápido y muy ingenioso y se le darían bien las pruebas de mímica, o el 'Alfabody', la de hacer letras con el cuerpo.- ¿Como espectador, qué es lo que más le gusta?- Las sorpresas, cuando el guion te sorprende o el programa da un giro. Me hace mucha gracia también el humor absurdo, Faemino y Cansado, los Chanantes...- ¿Les ha invitado?- Estamos en ello. Yo, que me llevo muy bien con ellos, sé que más de uno es muy fan del humor físico. A ver si se animan.- ¿En casa es usted así?- A ratos. Cuando llego de grabar 'Me resbala' o 'Ahora caigo', llego vacío de simpatía, estoy como seco. Los taxistas me dicen: 'En la tele eres más gracioso'.- ¿Mira continuamente el share?- Sí, lo miro. Si estás trabajando en esto hay un pequeño enganche, no sé quién decía que somos yonkis del 'share'.- ¿Volvería a 'Tu cara me suena'?- Cuando has hecho a Miley Cirrus, ¿qué más puedes hacer? Tengo la sensación de que ya no puedo hacer más. Sería otra mamarracha y hay que parar (risas).TÍTULO: VIERNES, CINE, THE RIVER KING,( BAJO EL HIELO),.- Reparto
- Edward Burns, Jennifer Ehle, John Kapelos, Rachelle Lefevre, Sean McCann, Thomas Gibson, Jamie Thomas King, David Gibson McLean, Jonathan Malen, Sean McCann,.
- Abel Grey (Edward Burns), agente de policía de una pequeña ciudad, investiga la muerte por ahogamiento de August Pierce (Thomas Gibson), alumno de una exclusiva escuela privada. Por temor al escándalo, el centro educativo insiste en que se trata de un suicidio. Sin embargo, Abel descubre a través de Carlin (Rachelle Lefevre), la única amiga que el chico tenía en la escuela, que August era víctima de acoso escolar, y que el acosador era Harry (Jamie King), otro estudiante con quien Carlin había salido en alguna ocasión. Abel sospecha que la iniciación escolar del joven fallecido tuvo unos resultados inesperadamente horribles, y solicita la ayuda de la profesora de fotografía, Betsy (Jennifer Ehle), quien cree que el espíritu del muchacho va dejando pistas. A medida que Abel profundiza en su investigación, descubre un mundo de corrupción y tapaderas, y deberá enfrentarse a la verdad acerca de sí mismo...
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