Morata explica el motivo de su marcha del Real Madrid
El delantero del Chelsea dio un amplio repaso a su carrera en Fiebre Maldini.
foto-Álvaro Morata ha concedido una jugosa entrevista a Fiebre Maldini, programa de Movistar + que presenta Julio Maldonado.
Morata repasa sus inicios –salió de la cantera del Atlético–, el
cambio de posición que experimentó tras crecer 25 centímetros, de la
cantera del Madrid, de José Mourinho, del Mundial... y del motivo de su
marcha, por dos veces, del conjunto merengue.
¡Jugaste en la cantera del Atlético!
Empecé en el Atleti hasta que dejé de disfrutar, porque no jugaba
mucho y no tenía una buena relación con los compañeros, salvo con Koke y
algún otro. Le dije a Amorrortu que me quería marchar y él me dijo que
era el primero que no quería jugar en el Atleti. Tenía estrés siendo un
niño, y siendo un niño, hasta juvenil, lo primordial es disfrutar.
Pensaba que si con 14-15 años no jugaba en el Atleti a lo mejor no valía
para esto. He visto a muchos mejores que yo pero no tan centrados.
¿Cuál era tu posición en tus inicios?
De media punta, pero en un verano crecí 25 centímetros y se me quedaron corto los isquios y cada vez que esprintaba me rompía.
Cantera del Madrid:
Cuando llegué me fijaba siempre en Villa y en Torres como cualquier
chaval que ha crecido viendo la selección. Y Raúl y Morientes en el
Madrid y Van Nistelrooy: un crack mundial y un tío muy simpático. Tengo
fotos con él en la rotonda de Valdebebas, con él, con Iker Casillas...
Es increíble empezar pidiendo fotos y terminar ganado la Champions con
el Madrid.
¿Qué opinión tiene de Mourinho?
Tiene carácter, nos cuidaba a los canteranos. Nos daba una de cal y
otra de arena. Me hizo el primer contrato gordo con el Madrid y me dijo:
"Si te lo montas bien no tendrás que trabajar más en tu vida". No me
centré desde el primer momento, iba con 17 años a entrenar a divertirme,
no para ser jugador del Madrid o tener que mantener a mi familia.
Mourinho me dijo que me tenía que centrar. Me dio la alternativa. Jugaba
con Nacho detrás y le dije que teníamos que dar cera que es lo que
quería. Casi me cargo a Diego Costa en el Calderón. A veces se lo
recuerdo a Costa y nos reímos.
¿Por qué se fue del Madrid?
Me tuve que ir porque jugaban Isco, Cristiano, Benzema, Jesé, Bale...
Yo era la sexta opción. Me iba a ir al Wolfsburgo, pero vino la Juve y
les dije que no había hecho nada importante e iban a pagar 22 millones
por un jugador que no se había consolidado. Los mejores delanteros han
pasado por la Juventus. La gente me decía que estaba loco por irme allí,
me decían que me podía haber ido al Getafe o al Villarreal que también
me querían. Fui muy feliz en Turín. Llegamos a la final de la Champions.
La segunda temporada estuvo condicionada por la opción de recompra del
Madrid. Eso me perjudicó. Yo sabía que existía esa posibilidad. Entonces
la Juve decidió apostar por otros jugadores que tenían en propiedad. En
el Madrid al final estaba en mi casa, en mi equipo, con mis amigos.
Ganamos la Liga y la Champions. Yo jugué muchos partidos pero en la
unidad B. Yo no pedía ser titular, el Madrid es otro planeta. Pero no
jugué ninguna eliminatoria de Champions, ni contra el Barça, ni contra
el Atleti, ni contra el Sevilla, ni contra el Valencia. No se acaba la
vida en el Madrid, pero yo soy fan del Madrid.
¿Qué le pasa al Madrid?
Son etapas del fútbol, pero al final no sería la primera vez que el Madrid está mal y termina Campeón de Europa.
¿Volverías al Madrid?
Respeto al Chelsea y estoy muy contento, pero el Madrid es el Madrid.
Conte, clave en su fichaje por el Chelsea
Es el que más ha apostado por mí y de verdad. Al final un club grande
que te da la oportunidad de jugar de titular y de crecer. Hasta que
llegan unos problemas físicos. Me equivoqué y jugué con dolor. No he
estado bien físicamente y hay que hacer todo lo posible para volver y
apretar los dientes.
¿Cómo ve la eliminatoria contra el Barça?
A Messi no se le puede parar. Si conseguimos sacar un buen resultado
aquí a lo mejor tenemos que jugar un partido defensivo, con espacios y
tratar de molestarles lo máximo posible.
El Mundial está a la vuelta de la esquina...
Hay mucha competencia. Sólo con escuchar la palabra se me ponen los
pelos de punta. Jugamos muy bien en Wembley, ganamos en Francia, le
dimos un baile a Italia... Hay motivos para creer. Jugar con la
selección es incomparable. Yo fui a celebrar a la Plaza de Colón los
títulos. Y pensé que a lo mejor podía jugar un Mundial. No quiero ni
imaginarme lo que es ganar el Mundial.
TITULO: PLANETA CALLEJA - DOMINGO -4- MARZO -Mario Vargas Llosa: “La corrección política es enemiga de la libertad”,.
PLANETA CALLEJA - DOMINGO -4- MARZO,.
Planeta Calleja es un programa de televisión de España que se emite cada domingo a las 21:30, en Cuatro de Mediaset España.
Jesús Calleja enfrentará a rostros conocidos a vivir experiencias únicas e irrepetibles fuera de su contexto habitual y en los lugares más remotos y fascinantes del mundo., etc.
Mario Vargas Llosa: “La corrección política es enemiga de la libertad”,.
foto -Mario Vargas Llosa: “La corrección política es enemiga de la libertad”,.
Además de crear ficciones memorables, el Nobel de Literatura se ha
batido incansable por la defensa de la sociedad libre. Con su nuevo
ensayo, ‘La llamada de la tribu’, quiere reivindicar el pensamiento
liberal y rendir homenaje a siete autores que lo marcaron. Con él
hablamos del liberalismo, de la ceguera de los intelectuales con los
totalitarismos y de los peligros que acechan hoy a la democracia.
MARIO VARGAS LLOSA está en plena forma. Combativo,
desbordante, de carcajada fácil, el premio Nobel (Arequipa, Perú, 1936)
se multiplica en viajes y en frentes intelectuales, urdiendo ficciones y
escudriñando realidades. Esta semana publica su ensayo La llamada de la tribu
(Alfaguara), un alegato a favor del pensamiento liberal a través de
siete autores que le influyeron y a los que rinde homenaje: Adam Smith, José Ortega y Gasset, Friedrich von Hayek, Karl Popper, Raymond Aron, Isaiah Berlin y Jean-François Revel.
Voces de una corriente que reivindica al individuo como ser soberano y
responsable, y a la libertad como valor supremo; que defiende la
democracia y la separación de poderes como el sistema que mejor concilia
los valores contradictorios de la sociedad. Una doctrina que reacciona
frente al “espíritu tribal” que han alimentado históricamente el
fascismo, el comunismo, el nacionalismo o el fanatismo religioso. Y que
quizás por eso, dice el escritor, ha sido “el blanco político más
vilipendiado y calumniado a lo largo de la historia”. La llamada de la tribu es también una suerte de autobiografía intelectual del propio Vargas Llosa,
de su evolución desde el marxismo y el existencialismo a la
revalorización de la democracia y el descubrimiento del liberalismo.
¿Por qué el pensamiento liberal es la diana de tantos ataques?
Ha sido el blanco de las ideologías enemigas de la libertad, que con
mucha justicia ven en el liberalismo a su adversario más tenaz. Y eso lo
he querido explicar en el libro. El fascismo, el comunismo han atacado
tremendamente al liberalismo, sobre todo caricaturizándolo y asociándolo
a los conservadores. En sus primeras épocas el liberalismo fue asediado
sobre todo por la derecha. Ahí están las encíclicas papales, los
ataques desde todos los púlpitos a una doctrina que se consideraba
enemiga de la religión, enemiga de los valores morales. Creo que estos
adversarios definen muy bien la estrecha relación que existe entre el
liberalismo y la democracia. La democracia ha avanzado y los derechos
humanos han sido reconocidos fundamentalmente gracias a los pensadores
liberales.
Los autores que analiza tienen rasgos comunes, entre otros, que nadaron contra corriente. Incluso dos libros de Hayek y Ortega estuvieron prohibidos. ¿Un liberal está condenado a ser un corredor de fondo solitario? El liberalismo no solo admite, sino que estimula la divergencia. Reconoce que una sociedad está compuesta por seres humanos muy distintos y que es importante preservarla así. Es la única doctrina que acepta la posibilidad de error. Por eso insisto mucho: no es una ideología; una ideología es una religión laica. El liberalismo defiende algunas ideas básicas: la libertad, el individualismo, el rechazo del colectivismo, del nacionalismo; es decir, de todas las ideologías o doctrinas que limitan o cancelan la libertad en la vida social.
Hablando de nacionalismo, últimamente habrá pensado
más de una vez en Ortega y Gasset y en sus advertencias premonitorias
sobre los peligros del nacionalismo en Cataluña y País Vasco. ¿Por qué los liberales rechazan el nacionalismo?
Porque es incompatible con la libertad. El nacionalismo entraña, cuando
uno escarba un poco en la superficie, una forma de racismo. Si crees
que pertenecer a un determinado país o nación, o a una raza, o a una
religión es un privilegio, un valor en sí mismo, crees que eres superior
a los demás. Y el racismo inevitablemente conduce a la violencia y a la
supresión de las libertades. Por eso el liberalismo desde la época de Adam Smith ha visto en el nacionalismo esa forma de colectivismo, de renuncia a la razón por un acto de fe.
Populismo, resurgimiento de los nacionalismos, el Brexit…, ¿está renaciendo el espíritu de la tribu? Hay una tendencia que se opone a lo que yo creo que es lo más progresista de nuestro tiempo, que es la formación de grandes conjuntos que están lentamente desvaneciendo las fronteras e integrando a diferentes lenguas, costumbres, creencias. Es el caso de Europa. Esto provoca mucha inseguridad y mucha incertidumbre y una tentación muy grande de regresar a esa tribu, a esa sociedad pequeña, homogénea que nunca existió en la realidad, donde todos son iguales, donde todos tienen las mismas creencias, la misma lengua… Ese es un mito que da mucha seguridad, y eso explica brotes como el Brexit, como el nacionalismo catalán, o los nacionalismos que hacen estragos en democracias como Polonia, Hungría, incluso Holanda. El nacionalismo está ahí, pero mi impresión es que, como ha ocurrido en Cataluña, es minoritario, y la fuerza de las instituciones democráticas va a ir socavándolo poco a poco hasta derrotarlo. Soy más bien optimista.
¿Cómo se puede luchar intelectual y políticamente contra esas corrientes?
Hay que combatirlas sin complejos de inferioridad. Y decir que el
nacionalismo es una tendencia retrógrada, arcaica, enemiga de la
democracia y de la libertad, y que está sustentada en ficciones
históricas, en grandes mentiras, en eso que ahora se llaman posverdades
históricas. El caso de Cataluña es flagrante.
Su evolución desde el marxismo al liberalismo no es
infrecuente. De hecho, es la misma que siguieron algunos de los autores
que glosa, como Popper, Aron, Revel. ¿Conocer desde dentro el mecanismo
totalitario actúa como revulsivo? Mi generación en América
Latina despierta a la razón en un continente de desigualdades
monstruosas y dictaduras militares apoyadas por Estados Unidos. Para un
joven latinoamericano que tenía cierta inquietud era muy difícil no
rechazar esa especie de caricatura de democracia, con la excepción de
Chile, Uruguay y Costa Rica. Yo quise ser comunista, me parecía que el
comunismo representaba la antípoda de la dictadura militar, de la
corrupción y sobre todo de las desigualdades. Entonces entré en San
Marcos, una universidad nacional y popular, con la idea de que ahí debía
de haber comunistas con los que vincularme. Y efectivamente, me
vinculé. Ahora bien, en ese tiempo el comunismo en América Latina era el
estalinismo puro y duro, con partidos subyugados a la Komintern, a
Moscú. A mí me defendieron del sectarismo Sartre y el existencialismo.
Yo tenía todo el tiempo discusiones en mi célula, y solo milité un año.
Pero seguí siendo socialista de una manera vaga, y eso lo fortaleció la
revolución cubana, que al principio parecía un socialismo distinto, no
dogmático. Me entusiasmó. En los sesenta viajé a Cuba cinco veces. Y
poquito a poco vino el desencanto, sobre todo a partir de la creación de
las UMAP [Unidades Militares de Ayuda a la Producción]. Hubo redadas
contra jóvenes que yo conocía, fue un trauma. Y me acuerdo de haber
escrito una carta privada a Fidel diciéndole que estaba desconcertado,
que cómo Cuba, que parecía un socialismo abierto y tolerante, podía
meter en campos de concentración a “gusanos” y homosexuales con
criminales comunes. Fidel me invitó a mí y a una docena de intelectuales
a conversar con él. Estuvimos toda una noche, 12 horas, de las ocho de
la tarde a las ocho de la mañana, oyéndolo hablar, básicamente. Fue muy
impresionante, pero no muy convincente. Desde entonces empecé a tener
una actitud un poco recelosa. La ruptura definitiva vino con el caso Padilla
[el proceso contra el escritor Heberto Padilla, encarcelado en 1971 y
obligado a una terrible autocrítica pública, que marcó el fin del idilio
de importantes intelectuales con el régimen cubano]. Tuve un proceso
difícil, más bien largo, de reivindicación de la democracia, y poco a
poco de acercamiento a la doctrina liberal, a base de lecturas. Y tuve
la suerte de vivir en Inglaterra los años de Margaret Thatcher.
El retrato que hace de Thatcher, como una mujer culta, valiente, de hondas convicciones liberales, contrasta con la imagen que se ha difundido de ella. Es una caricatura absolutamente injusta. Cuando yo llegué, Inglaterra era un país en plena decadencia. Un país con libertades, pero sin nervio, que se apagaba poco a poco dentro de ese avance del nacionalismo económico de los laboristas. La revolución de Margaret Thatcher despertó a Gran Bretaña. Fueron tiempos difíciles: acabar con las sinecuras sindicales, crear una sociedad de mercado libre, de competencia, y defender la democracia con la convicción con la que ella lo hizo, sin complejos, frente al socialismo, frente a China y la URSS, las dictaduras más crueles de la historia. Para mí fueron años definitivos porque empecé a leer a Hayek, a Popper, que eran autores a los que Thatcher citaba. Ella decía que La sociedad abierta y sus enemigos era un libro fundamental en el siglo XX. La contribución de Thatcher y de Ronald Reagan a la cultura de la libertad, a acabar con la Unión Soviética, que era el mayor desafío que había tenido la cultura democrática, es una realidad que está desgraciadamente muy mediatizada por la campaña de una izquierda cuyos logros son muy pobres.
¿Y cuál es hoy el principal desafío para la democracia occidental? El mayor enemigo hoy es el populismo. No hay nadie medianamente cuerdo que quiera para su país un modelo como el de Corea del Norte o el de Cuba, o el de Venezuela; el marxismo es ya marginal en la vida política, pero no así el populismo, que corrompe las democracias desde dentro, es mucho más sinuoso que una ideología, es una práctica a la que por desgracia son muy propensas las democracias débiles, las democracias primerizas.
La crisis bancaria de 2008, el aumento de la
desigualdad han reavivado las críticas a la doctrina liberal, que de
unos años a esta parte ha sido rebautizada como “neoliberalismo”.
Yo no sé qué cosa es el neoliberalismo. Es una forma de caricaturizar
el liberalismo, presentarlo como un capitalismo despiadado. El
liberalismo no es dogmático, no tiene respuestas para todo; se ha ido
transformando desde Adam Smith hasta nuestros días porque la sociedad es
mucho más compleja. Hoy día hay injusticias, como la discriminación de
la mujer, que ni siquiera aparecían en el pasado.
Dentro de las diferentes tendencias en el liberalismo, entiendo que la principal divergencia se deriva del mayor o menor peso que se otorga al Estado. Sí. Los liberales quieren un Estado eficaz pero no invasivo, que garantice la libertad, la igualdad de oportunidades, sobre todo en la educación, y el respeto a la ley. Pero junto a ese consenso básico hay divergencias. Isaiah Berlin dice que la libertad económica no puede ser irrestricta, porque siéndolo en el siglo XIX llenó las minas de niños. Hayek, en cambio, tenía una confianza tan extraordinaria en el mercado que pensaba que podía solucionar todos los problemas si se lo dejaba funcionar. Berlin era mucho más realista, él pensaba que, en efecto, el mercado es lo que traía el progreso económico, pero que si el progreso significaba crear desigualdades tan gigantescas, la esencia misma de la democracia quedaba perjudicada, ya no funcionaba la libertad de la misma manera para todos. También Adam Smith, al que se considera el padre del liberalismo, era muy flexible. Hombre, claro, hay deformaciones del liberalismo, yo cito el caso de economistas completamente cerrados, convencidos de que solo las reformas en el campo económico traen como consecuencia inevitablemente la libertad. Yo no estoy de acuerdo, yo creo que las ideas son más importantes que las reformas económicas.Volviendo a las caricaturas, o las trampas del lenguaje, es muy significativo el uso de la etiqueta “progresista” que en España, por ejemplo, se colocan fuerzas que defienden las dictaduras de Cuba y Venezuela. Yo creo que desgraciadamente es una contribución de los intelectuales a la deformación del lenguaje. Ellos han impregnado de prestigio el marxismo, el comunismo, como antes lo hicieron con el nazismo o el fascismo, a los que rodearon de una aureola que seduce a cierta gente joven. Los intelectuales, con una ceguera enorme, han visto siempre la democracia como un sistema mediocre, que no tenía la belleza, la perfección, la coherencia de las grandes ideologías. Fíjate que esa ceguera no es incompatible con una gran inteligencia. Heidegger, por ejemplo, quizá el filósofo más grande de la modernidad, ¿cómo pudo ser nazi? Lo mismo ocurrió con el comunismo. Atrajo a escritores y poetas de altísimo nivel que aplaudieron el Gulag. Sartre, el filósofo francés más inteligente del siglo XX, apoyó la Revolución Cultural china…
Con Sartre quiero hacer un aparte. Su obra ha
envejecido mal, justificó genocidios, apoyó tiranías y convivió con los
nazis mientras otros, como Albert Camus o André Malraux, se jugaban la
vida en la Resistencia. ¡Y luego se dedicó a dar lecciones! ¿Por qué se
le sigue venerando? Bueno, sabes que para mí fue fundamental en mi adolescencia.
Por eso le pregunto. Lo define como un gran intelectual. Era un hombre…, digamos que sus posiciones políticas estuvieron siempre equivocadas. Creo que hay una explicación probablemente muy personal y quizás demasiado psicologista, pero él no fue un resistente de verdad…, incluso aceptó reemplazar a un profesor que había sido expulsado de la enseñanza por ser judío, y aunque perteneció a un grupo resistente en el que prácticamente no hizo gran cosa, creo que nunca se liberó de ese complejo y estuvo el resto de su vida haciendo esfuerzos, algunos grotescos, para merecer el nombre de progresista y revolucionario. Una necesidad que fue muy generalizada en su época: los intelectuales querían dar prueba de progresismo porque era lo que se esperaba de ellos. Entonces se equivocaron monstruosamente y contribuyeron muchísimo a dar esa especie de aura al comunismo, como antes al nazismo. Del Tercer Mundo, ya ni hablamos. Si tú en América Latina en los años sesenta no eras un intelectual de izquierdas, simplemente no eras un intelectual. Se te cerraban todas las puertas. Había un control de la cultura por parte de una izquierda muy sectaria, muy dogmática, que deformaba profundamente la vida cultural. Creo que eso ha cambiado considerablemente.
También ha ocurrido en Europa. Sí, claro.
Aunque en Inglaterra, cuando yo vivía allí, había intelectuales que
daban la batalla, que salían a enfrentarse, que no tenían complejos de
inferioridad, y aquello me ayudó muchísimo a ser más honesto conmigo
mismo.
Es que en muchos casos es un problema de honestidad intelectual. Élites que defienden modelos que jamás soportarían... Así lo creo. Bertrand Russell, por ejemplo, defendió causas muy nobles, y fue una persona admirable en muchas cosas, y al mismo tiempo defendió cosas horrendas, y se dejó manipular por una izquierda que no tenía ningún respeto por sus obras, por sus ideas, que ni siquiera lo había leído. ¿Cómo te explicas esa contradicción? Por desgracia, la inteligencia no es una garantía de honestidad intelectual.Isaiah Berlin, sin embargo, creía que era imposible disociar la grandeza intelectual o artística de la rectitud ética. Que talento y virtud van unidos. No, no es verdad. Si fuera así, no se darían esas contradicciones tan flagrantes que hemos visto alrededor nuestro… Heidegger no hubiera muerto con su carné del partido nazi, Sartre no hubiera defendido la Revolución Cultural china, ni declarado, como hizo, en 1946, a su regreso de Moscú: “La libertad de crítica es absoluta en la URSS”… Pero ese no es el caso de ninguno de los intelectuales que yo menciono en el libro. Ellos creen que la moral es inseparable de la política. Y que hay que estar dispuesto a corregir y a aprender de los errores. En eso insiste mucho Popper.
Este debate ha cobrado actualidad. Estamos viendo en el cine, por ejemplo, cómo se condena al ostracismo la obra de creadores acusados de actos deplorables (con o sin pruebas): Polanski, Woody Allen... Y en literatura, Gallimard ha decidido no publicar los panfletos antisemitas de Céline. Estas prohibiciones son estúpidas.
¿Debe respetarse la obra de un canalla? No
solo debe respetarse. Debe publicarse. Si tú comienzas a juzgar la
literatura en función de la moral y de la ética, la literatura no solo
quedaría muy diezmada, es que desaparecería… No tendría razón de ser. La
literatura expresa aquello que la realidad se empeña en ocultar por
distintas razones. Nada estimula tanto el espíritu crítico en una
sociedad como la buena literatura, además de la belleza que significa el
placer que te produce. Pero la literatura y la moral están reñidas, son
enemigas, y hay que respetar la literatura si tú crees en la libertad.
Que haya escritores demoniacos, desde luego, hay muchísimos, que no son
para imitarlos, pero sí para aprender de ellos. El marqués de Sade está
lleno de horrores, escribió las cosas más atroces y al mismo tiempo
pocos escritores se han adentrado con tanta profundidad en las
complejidades de la mente humana, del mundo de los deseos y los
instintos. Y Céline fue un miserable por apoyar a los nazis y por su
racismo, sin duda, y al mismo tiempo fue uno de los más grandes
escritores modernos. Yo no creo que haya en la Francia moderna, después
de Proust, ningún escritor tan original ni tan grande como Céline. Yo he
leído sus dos grandes novelas dos o tres veces, y son obras maestras
absolutas. Dentro de su pequeñez, de su visión tan mediocre del ser
humano, expresó una realidad no solamente de la sociedad francesa, sino
de todas las sociedades sin excepción.
¿La corrección política puede amenazar la libertad? La corrección política es enemiga de la libertad porque rechaza la honestidad, es decir, la autenticidad. Hay que combatirla como una desnaturalización de la verdad.
Recientemente hemos descubierto las fake news como si fuera algo nuevo. Pero en El conocimiento inútil, Jean-François Revel describe cómo, en los años ochenta, la URSS dio la gran batalla de la desinformación en Occidente, en la que participaron intelectuales, por supuesto, y medios de comunicación, con coberturas sesgadas y campañas contra dirigentes conservadores. Ahí nacieron los grandes bulos… Palabras nuevas para realidades muy antiguas. En el caso de la desinformación, de la manipulación, el comunismo tuvo una habilidad diabólica para desnaturalizar las cosas, para desprestigiar a figuras honestas, para encubrir las mentiras con falsas verdades que al final prendían y sustituían a la realidad.
La URSS cayó, pero ahora llega desde Moscú una nueva forma de injerencia cibernética en las elecciones de EE UU, en Cataluña, en las campañas electorales de México y Colombia... Lo que hay es una revolución tecnológica que está sirviendo para pervertir la democracia más que para fortalecerla. Es una tecnología que puede ser utilizada para fines muy diversos, pero de la que están sacando provecho los enemigos de la democracia y de la libertad. Es una realidad a la que hay que enfrentarse, pero desgraciadamente yo creo que todavía la respuesta es muy limitada. Estamos como desbordados por una tecnología que se ha puesto al servicio de la mentira, de la posverdad, y que puede llegar a ser, si no atajamos ese fenómeno, profundamente destructor y corruptor de la civilización, del progreso, de la verdadera democracia.
“El nacionalismo entraña una forma de racismo y
conduce a la violencia. El desvanecimiento de las fronteras es lo más
progresista de nuestro tiempo”
Los autores que analiza tienen rasgos comunes, entre otros, que nadaron contra corriente. Incluso dos libros de Hayek y Ortega estuvieron prohibidos. ¿Un liberal está condenado a ser un corredor de fondo solitario? El liberalismo no solo admite, sino que estimula la divergencia. Reconoce que una sociedad está compuesta por seres humanos muy distintos y que es importante preservarla así. Es la única doctrina que acepta la posibilidad de error. Por eso insisto mucho: no es una ideología; una ideología es una religión laica. El liberalismo defiende algunas ideas básicas: la libertad, el individualismo, el rechazo del colectivismo, del nacionalismo; es decir, de todas las ideologías o doctrinas que limitan o cancelan la libertad en la vida social.
Populismo, resurgimiento de los nacionalismos, el Brexit…, ¿está renaciendo el espíritu de la tribu? Hay una tendencia que se opone a lo que yo creo que es lo más progresista de nuestro tiempo, que es la formación de grandes conjuntos que están lentamente desvaneciendo las fronteras e integrando a diferentes lenguas, costumbres, creencias. Es el caso de Europa. Esto provoca mucha inseguridad y mucha incertidumbre y una tentación muy grande de regresar a esa tribu, a esa sociedad pequeña, homogénea que nunca existió en la realidad, donde todos son iguales, donde todos tienen las mismas creencias, la misma lengua… Ese es un mito que da mucha seguridad, y eso explica brotes como el Brexit, como el nacionalismo catalán, o los nacionalismos que hacen estragos en democracias como Polonia, Hungría, incluso Holanda. El nacionalismo está ahí, pero mi impresión es que, como ha ocurrido en Cataluña, es minoritario, y la fuerza de las instituciones democráticas va a ir socavándolo poco a poco hasta derrotarlo. Soy más bien optimista.
“Los intelectuales, con una ceguera enorme, han
visto siempre la democracia como un sistema mediocre, que no tenía la
belleza de las grandes ideologías”
El retrato que hace de Thatcher, como una mujer culta, valiente, de hondas convicciones liberales, contrasta con la imagen que se ha difundido de ella. Es una caricatura absolutamente injusta. Cuando yo llegué, Inglaterra era un país en plena decadencia. Un país con libertades, pero sin nervio, que se apagaba poco a poco dentro de ese avance del nacionalismo económico de los laboristas. La revolución de Margaret Thatcher despertó a Gran Bretaña. Fueron tiempos difíciles: acabar con las sinecuras sindicales, crear una sociedad de mercado libre, de competencia, y defender la democracia con la convicción con la que ella lo hizo, sin complejos, frente al socialismo, frente a China y la URSS, las dictaduras más crueles de la historia. Para mí fueron años definitivos porque empecé a leer a Hayek, a Popper, que eran autores a los que Thatcher citaba. Ella decía que La sociedad abierta y sus enemigos era un libro fundamental en el siglo XX. La contribución de Thatcher y de Ronald Reagan a la cultura de la libertad, a acabar con la Unión Soviética, que era el mayor desafío que había tenido la cultura democrática, es una realidad que está desgraciadamente muy mediatizada por la campaña de una izquierda cuyos logros son muy pobres.
¿Y cuál es hoy el principal desafío para la democracia occidental? El mayor enemigo hoy es el populismo. No hay nadie medianamente cuerdo que quiera para su país un modelo como el de Corea del Norte o el de Cuba, o el de Venezuela; el marxismo es ya marginal en la vida política, pero no así el populismo, que corrompe las democracias desde dentro, es mucho más sinuoso que una ideología, es una práctica a la que por desgracia son muy propensas las democracias débiles, las democracias primerizas.
Dentro de las diferentes tendencias en el liberalismo, entiendo que la principal divergencia se deriva del mayor o menor peso que se otorga al Estado. Sí. Los liberales quieren un Estado eficaz pero no invasivo, que garantice la libertad, la igualdad de oportunidades, sobre todo en la educación, y el respeto a la ley. Pero junto a ese consenso básico hay divergencias. Isaiah Berlin dice que la libertad económica no puede ser irrestricta, porque siéndolo en el siglo XIX llenó las minas de niños. Hayek, en cambio, tenía una confianza tan extraordinaria en el mercado que pensaba que podía solucionar todos los problemas si se lo dejaba funcionar. Berlin era mucho más realista, él pensaba que, en efecto, el mercado es lo que traía el progreso económico, pero que si el progreso significaba crear desigualdades tan gigantescas, la esencia misma de la democracia quedaba perjudicada, ya no funcionaba la libertad de la misma manera para todos. También Adam Smith, al que se considera el padre del liberalismo, era muy flexible. Hombre, claro, hay deformaciones del liberalismo, yo cito el caso de economistas completamente cerrados, convencidos de que solo las reformas en el campo económico traen como consecuencia inevitablemente la libertad. Yo no estoy de acuerdo, yo creo que las ideas son más importantes que las reformas económicas.Volviendo a las caricaturas, o las trampas del lenguaje, es muy significativo el uso de la etiqueta “progresista” que en España, por ejemplo, se colocan fuerzas que defienden las dictaduras de Cuba y Venezuela. Yo creo que desgraciadamente es una contribución de los intelectuales a la deformación del lenguaje. Ellos han impregnado de prestigio el marxismo, el comunismo, como antes lo hicieron con el nazismo o el fascismo, a los que rodearon de una aureola que seduce a cierta gente joven. Los intelectuales, con una ceguera enorme, han visto siempre la democracia como un sistema mediocre, que no tenía la belleza, la perfección, la coherencia de las grandes ideologías. Fíjate que esa ceguera no es incompatible con una gran inteligencia. Heidegger, por ejemplo, quizá el filósofo más grande de la modernidad, ¿cómo pudo ser nazi? Lo mismo ocurrió con el comunismo. Atrajo a escritores y poetas de altísimo nivel que aplaudieron el Gulag. Sartre, el filósofo francés más inteligente del siglo XX, apoyó la Revolución Cultural china…
Por eso le pregunto. Lo define como un gran intelectual. Era un hombre…, digamos que sus posiciones políticas estuvieron siempre equivocadas. Creo que hay una explicación probablemente muy personal y quizás demasiado psicologista, pero él no fue un resistente de verdad…, incluso aceptó reemplazar a un profesor que había sido expulsado de la enseñanza por ser judío, y aunque perteneció a un grupo resistente en el que prácticamente no hizo gran cosa, creo que nunca se liberó de ese complejo y estuvo el resto de su vida haciendo esfuerzos, algunos grotescos, para merecer el nombre de progresista y revolucionario. Una necesidad que fue muy generalizada en su época: los intelectuales querían dar prueba de progresismo porque era lo que se esperaba de ellos. Entonces se equivocaron monstruosamente y contribuyeron muchísimo a dar esa especie de aura al comunismo, como antes al nazismo. Del Tercer Mundo, ya ni hablamos. Si tú en América Latina en los años sesenta no eras un intelectual de izquierdas, simplemente no eras un intelectual. Se te cerraban todas las puertas. Había un control de la cultura por parte de una izquierda muy sectaria, muy dogmática, que deformaba profundamente la vida cultural. Creo que eso ha cambiado considerablemente.
“Si comienzas a juzgar la literatura en función
de la ética, no solo quedaría muy diezmada, es que desaparecería. La
literatura y la moral están reñidas”
Es que en muchos casos es un problema de honestidad intelectual. Élites que defienden modelos que jamás soportarían... Así lo creo. Bertrand Russell, por ejemplo, defendió causas muy nobles, y fue una persona admirable en muchas cosas, y al mismo tiempo defendió cosas horrendas, y se dejó manipular por una izquierda que no tenía ningún respeto por sus obras, por sus ideas, que ni siquiera lo había leído. ¿Cómo te explicas esa contradicción? Por desgracia, la inteligencia no es una garantía de honestidad intelectual.Isaiah Berlin, sin embargo, creía que era imposible disociar la grandeza intelectual o artística de la rectitud ética. Que talento y virtud van unidos. No, no es verdad. Si fuera así, no se darían esas contradicciones tan flagrantes que hemos visto alrededor nuestro… Heidegger no hubiera muerto con su carné del partido nazi, Sartre no hubiera defendido la Revolución Cultural china, ni declarado, como hizo, en 1946, a su regreso de Moscú: “La libertad de crítica es absoluta en la URSS”… Pero ese no es el caso de ninguno de los intelectuales que yo menciono en el libro. Ellos creen que la moral es inseparable de la política. Y que hay que estar dispuesto a corregir y a aprender de los errores. En eso insiste mucho Popper.
Este debate ha cobrado actualidad. Estamos viendo en el cine, por ejemplo, cómo se condena al ostracismo la obra de creadores acusados de actos deplorables (con o sin pruebas): Polanski, Woody Allen... Y en literatura, Gallimard ha decidido no publicar los panfletos antisemitas de Céline. Estas prohibiciones son estúpidas.
¿La corrección política puede amenazar la libertad? La corrección política es enemiga de la libertad porque rechaza la honestidad, es decir, la autenticidad. Hay que combatirla como una desnaturalización de la verdad.
Recientemente hemos descubierto las fake news como si fuera algo nuevo. Pero en El conocimiento inútil, Jean-François Revel describe cómo, en los años ochenta, la URSS dio la gran batalla de la desinformación en Occidente, en la que participaron intelectuales, por supuesto, y medios de comunicación, con coberturas sesgadas y campañas contra dirigentes conservadores. Ahí nacieron los grandes bulos… Palabras nuevas para realidades muy antiguas. En el caso de la desinformación, de la manipulación, el comunismo tuvo una habilidad diabólica para desnaturalizar las cosas, para desprestigiar a figuras honestas, para encubrir las mentiras con falsas verdades que al final prendían y sustituían a la realidad.
La URSS cayó, pero ahora llega desde Moscú una nueva forma de injerencia cibernética en las elecciones de EE UU, en Cataluña, en las campañas electorales de México y Colombia... Lo que hay es una revolución tecnológica que está sirviendo para pervertir la democracia más que para fortalecerla. Es una tecnología que puede ser utilizada para fines muy diversos, pero de la que están sacando provecho los enemigos de la democracia y de la libertad. Es una realidad a la que hay que enfrentarse, pero desgraciadamente yo creo que todavía la respuesta es muy limitada. Estamos como desbordados por una tecnología que se ha puesto al servicio de la mentira, de la posverdad, y que puede llegar a ser, si no atajamos ese fenómeno, profundamente destructor y corruptor de la civilización, del progreso, de la verdadera democracia.
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