domingo, 3 de agosto de 2014

UNA HISTORIA EN IMAGENES, SILENCIO POR FAVOR,.mujeres con los guantes bien puestos,./ REVISTA XL SEMANAL, PORTADA, SEMANAL, Hugh Jackman:

TÍTULO: UNA HISTORIA EN IMAGENES, SILENCIO POR
FAVOR,.mujeres con los guantes bien puestos,.

Nacion.comMamá con los guantes puestos, foto,.

 La recién coronada subcampeona internacional de kickboxing celebró ayer, por vez primera, el Día de la Madre. Su hijo tiene nueve meses, pero lleva 18 acompañándola a los duros entrenamientos de un deporte en el que pocas mujeres logran dar un knock out .


Pensé en iniciar este reportaje con un paralelismo entre una pelea de kickboxing y el parto de un bebé, quizá porque ambas experiencias incluyen las mismas emociones: nerviosismo, entusiasmo, dolor, entrega, ansiedad, lucha y, por supuesto, felicidad, ya sea por el nacimiento del retoño o por la victoria alcanzada en el ring
Sin embargo, Carolina Muñoz tiró a la lona cualquier plan. Ella, quien ha protagonizado ambas situaciones, me aclaró que no hay tal comparación: ser mamá es inigualable…








“Después del parto me dije a mí misma que podía pelear hasta con Mike Tyson”, confiesa esta mujer de 27 años dándole un upercut a mi ignorancia… sabemos poco los hombres de la maternidad.
Pese a estar consciente de que ya en reiteradas ocasiones la literatura, el cine y hasta las páginas de este diario han hablado de madres ejemplares –sobre todo a mediados de agosto–, Proa quiso hacer un retrato de esta luchadora y de su fiel acompañante, su hijo Luis Diego.
El pequeño apenas tiene nueve meses, pero desde hace 18 acompaña a su madre a entrenar el violento deporte de las patadas y puñetazos.
Carolina tiene los guantes bien puestos, y aunque el mayor éxito de su vida es precisamente su hijo, también celebra que a finales de julio alcanzó el subcampeonato del World Classic Amateur Kickboxing and Muay thai Championship.
Dicho torneo se efectuó en Orlando, Estados Unidos, y en él participaron algunos de los mejores luchadores del mundo.
Carolina se convirtió en la primera costarricense en la historia que alcanza tal proeza.
Polifuncional
El secreto de Carolina, como el de otras mujeres, radica en distribuir bien su tiempo; aprovechar 25 de las 24 horas del día.
Se levanta en la madrugada, antes de que el sol y su hijo hayan despertado, y sale a correr.
Cuando vuelve, amamanta al pequeño e inicia ‘oficialmente’ una jornada, que conlleva más entrenamiento y cumplir con las obligaciones de su trabajo, porque además de madre, esposa y luchadora, también es terapeuta física.
Es común verla en el gimnasio o en la academia MMA de San Pedro con su niño en brazos. A la hora de levantar pesas, practicar la técnica o hacer sparring (peleas de preparación) le encomienda el bebé a algún familiar o amigo.
El pequeño, tranquilamente y sin alterarse, ve cómo su mamá se da de golpes con otras personas y, cuando ella finalmente sale del cuadrilátero, él la recibe con una sonrisa y un abrazo.
Ya el pequeño está acostumbrado a la campana, los conteos y las instrucciones de los entrenadores y en ocasiones se duerme arrullado por el sonido de los rectos y jabs contra los sacos de arena. Según cuenta Carolina, ni siquiera cuando estaba embarazada dejó de entrenar; hasta con siete meses de gestación practicaba combinaciones de golpes con su entrenador.
“Yo no sé si él (Luis Diego), cuando crezca, va a querer hacer esto, pero creo que ya lo lleva en la sangre” destaca.
Apoyo
Carolina asegura que el apoyo de sus padres y hermanas ha sido vital, así como el de su esposo, Milton Marín, quien además es su entrenador y ‘esquina’ (la dirige en sus pelas).
“Es curioso porque él es mi esquina en los combates, pero también lo fue cuando nació mi hijo, me daba instrucciones y apoyo; me instruía con la respiración, como si estuviéramos en el ring ”.
La boxeadora asegura que aunque el deporte sea violento y considerado “de hombres” hay espacios suficientes para practicarlo y vencer los estereotipos sociales. “Los límites están en la mente, todo se puede superar”.

TÍTULO:  REVISTA XL SEMANAL, PORTADA,  SEMANAL,  Hugh Jackman:
  1.  
    «¡Este no es mi cuerpo!», sostiene Jackman. Se siente, asegura, como si llevara un traje que alguien le hubiera obligado a vestir. Ahora bien ...fotos,.
     
En portada

Hugh Jackman: "En realidad soy un tirillas. ¡Este no es mi cuerpo!"

Estrella y 'sex symbol'. Este australiano de 45 años es un fijo en las listas de hombres más deseados del planeta, sobre todo cuando se mete en la piel de Lobezno; 8 veces en los últimos 14 años. Un lobo con piel de cordero, como demuestra en esta entrevista cuando habla de su mujer, sus hijos y lo incómodo que se siente metido en el papel que ha puesto el mundo a sus pies.
Hugh Jackman me recibe en la puerta de su suite, en un lujoso hotel londinense, y se disculpa por su vello facial. «Perdóneme, es por el personaje de mi próxima película», dice. La barba es corta, morena y puntiaguda. De no haberla mencionado, ni me habría fijado; estoy absolutamente fascinada por su físico. «No sé bien cuál es mi imagen, la verdad. Hace unos 15 años que no me corto el pelo o me arreglo la barba por mi cuenta. Y en cuanto a mi físico, pues esto tampoco...».
Se señala el torso, envuelto en un suéter oscuro, bajo el que se perfila la musculatura ultradesarrollada de Lobezno, el personaje que lo convirtió en una superestrella de Hollywood allá por el año 2000. «¡Este no es mi cuerpo!», sostiene Jackman. Se siente, asegura, como si llevara un traje que alguien le hubiera obligado a vestir. Ahora bien, le sienta de maravilla.
XLSemanal. ¿No le resulta extraño todo esto de no controlar su propia imagen, siempre sometido a las exigencias del director de turno?
Hugh Jackman. A mí me encanta. En este trabajo, tener una imagen muy determinada es peligroso. Ser actor consiste en liberarse de uno mismo. He oído a algunos decir: «Mi cabello tiene que aparecer así en la película». Eso no puede ser. Tu personaje siempre es más importante.
XL. ¿Quizá es usted más acomodadizo que los demás?
H.J. Lo que pasa es que a mí me da igual. Lobezno, por ejemplo, es muy distinto a mí. Es un ser torturado y musculoso, y yo soy un tirillas, tirando a tranquilo [suelta un aullido]. Es un ser siempre al límite. ¡Debería ir al psicólogo! [Se ríe].
XL. Con tanta diferencia entre ustedes, ¿cuál es la clave para convertirse en él?
H.J. Ducharme con agua fría nada más levantarme. Te deja cabreado para el resto del día, tal y como Lobezno va a sentirse durante el rodaje.
XL. ¿Y qué opina su esposa? ¿Le gusta el corpachón que luce cuando hace de Lobezno?
H.J. Deb [Deborra-Lee Furness, su esposa desde 1996] no termina de pillarle la gracia. Como ella dice: «Tu misión no es tener unos abdominales fabulosos, sino estar un poco gordo y dejado, para que yo siempre tenga mucha mejor pinta a tu lado y me sienta feliz y contenta».
XL. No debe de ser fácil eso de convivir con una estrella de Hollywood...
H.J. Deb fue una estrella antes que yo, ¡me saca 15 años!, y ya tenía las cosas muy claras. Cuando nos conocimos, en 1995, ella era la protagonista de Correlli una teleserie australiana muy popular. Deb aparecía en todas y cada una de las secuencias, y yo no era más que uno de los 30 presos de la cárcel. De hecho, cuando empecé a darme cuenta de que aquella chica me gustaba de verdad, me sentí horrorizado. Imagínate, ¡menudo topicazo! Mi primer trabajo y me enamoro de la protagonista [se ríe]. Pensé que ella se burlaría de mí si le decía algo y que no querría ni hablar conmigo. Pero el sentimiento era recíproco...
XL. El suyo es uno de los matrimonios más longevos y estables del cine actual. ¿Cuál es el secreto?
H.J. Es obvio que nuestro trabajo tiene sus peligros, aunque no sé si en mayor medida que en otras profesiones. Tengo entendido que el divorcio es más frecuente entre agentes de policía que entre actores. Pero, bueno, supongo que esa fama se vincula al tiempo que pasamos fuera de casa y a que trabajas con actrices muy guapas. La cuestión es tener las cosas claras y no hacer siempre lo primero que se te pasa por la cabeza.
XL. ¿Usted y su mujer son siempre absolutamente sinceros el uno con el otro?
H.J. No. Por ejemplo, si Deb me comenta que últimamente ha engordado... [se ríe]. Yo me atengo a cierta pequeña norma de cosecha propia. Una de cada diez veces respondo: «Bueno, no te digo que no, pero ahora que lo mencionas...». Es un truco para la supervivencia del matrimonio. Ella me pregunta que si ha engordado; yo le digo que quizá un kilito. En realidad son un par de kilos, ¡pero eso no se lo dices nunca!
XL. ¿Qué clase de marido es usted?
H.J. Bueno. Por así decirlo, soy un marido que comparte y contribuye. Soy bastante de fiar.
XL. Póngase nota del uno al diez...
H.J. Digamos que un siete. Aunque me gustaría que Deb me pusiera, al menos, un nueve [se ríe].
XL. ¿Ha buscado alguna vez en Google lo que se dice de usted?
H.J. Una vez andaba detrás de cierta imagen, algo que pensaba utilizar para el cartel de un monólogo que iba a hacer en Broadway. ¡Me quedé de piedra al ver lo que la gente buscaba en Google! «Hugh Jackman filmografía», «Hugh Jackman familia» y «Hugh Jackman gay». ¡Preferí no seguir mirando!
XL. En 2008, la revista People lo eligió a usted como el hombre más sexi del año...
H.J. ¡Yo no soy así! ¡Nada de eso! ¡Por favor! Voy a decirle una cosa: cuando rodé mi primera película en Hollywood, tenía 30 años. Así que no llegué a experimentar la fascinación absoluta, las chicas que te persiguen por todas partes... Es justo lo que ansiaba al principio, pero nunca me pasó. ¡Y no porque me hiciera de rogar! [Se ríe]. Hoy tengo claro que mi atractivo se debe en gran parte a que soy famoso y salgo en películas.
XL. ¿Pero usted no se considera guapo?
H.J. Creo que estoy por encima del promedio. Es la respuesta más sincera que puedo darle.
XL. Lobezno fue el personaje que lo convirtió en una estrella. ¿Cómo es eso de pasar, de la noche a la mañana, a convertirse en toda una celebridad?
H.J. Es como ser arrastrado calle abajo por un gran danés. Puede ser divertido, pero también puede salirse de madre con mucha facilidad. Yo nunca me metí en esto para hacerme famoso. Siempre actúe por diversión. Hasta la universidad, nunca pensé en ello como una carrera profesional. Yo estudié Comunicación y, el último año, me apunté a un curso de teatro que daba créditos adicionales. Me gustó tanto que me matriculé en una escuela de arte dramático y me di cinco años. Si a los 31 no había terminado de montármelo, lo dejaría y me dedicaría a otra cosa. Pero nunca pensé: «Quiero hacerme famoso».
XL. ¿Y qué quería?
H.J. Comer. Me había pasado siete años estudiando y siempre pensaba que, cuando ganara dinero, me lo gastaría en comida. Y punto. Entraría en un restaurante y pediría lo que quisiera, sin tener que estudiar antes la carta en la puerta. Vivía con 120 dólares por semana. El alquiler eran 55 dólares, otros 50 en comida y me sobraban 15. Y todos mis amigos y compañeros estaban igual.
XL. ¿Se ha acostumbrado a los privilegios de su posición o todavía se sorprende?
H.J. Todavía alucino cuando duermo en hoteles como este, lo mullidita que es la cama, que te paguen todo o si vuelo en primera clase. Mira, cuando yo era adolescente, mi madre vivía en Inglaterra y yo, con mi padre, en Australia. No veas la de vuelos baratos de Garuda [aerolínea indonesia] que me chupé entre Sídney y Londres... Los llamaban los 'vuelos del lechero', porque llegaban a hacer hasta siete escalas. Salías de Sídney y una hora después ya habías parado en Melbourne. ¡Y así hasta Londres! Por eso, lo de viajar en primera clase me parece de locos. Me dan ganas de ir la cabina del piloto y pedirle que dé una vuelta más para hacer el trayecto un poquito más largo [se ríe].
XL. En 2013, la revista Forbes estimó su fortuna personal en 55 millones de dólares. Es usted rico, ¿no?
H.J. Bueno [en un susurro]... pues sí.
XL. ¿No se siente a gusto con la idea?
H.J. El dinero, te confieso, es una carga. No aprecias... Es que siempre me están haciendo regalos: ropa de marca, un coche... Mis amigos me dicen que no me lo merezco, que no aprecio nada y que nunca me fijo en si algo es de esta marca o de la otra.
XL. El dinero no le importa...
H.J. Pues no mucho.
XL. Pero puede usted comprarse lo que le plazca...
H.J. Sí, pero resulta que estoy casado y es Deb la que se encarga de gastar el dinero. ¡No se preocupe por mí! ¡Como ve, tengo ese problema resuelto! [Se ríe]. Pero no, en serio, esto de tener tanto dinero me resulta un poco incómodo. Tengo que esforzarme para no sentirme culpable. Por poner un ejemplo, con mucho dinero hay muchos más obstáculos para conseguir ser un buen padre.
XL. Tiene dos hijos [Oscar, de 13 años, y Ava, de 8]. ¿Tiene que esforzarse para no mimarlos?
H.J. Siempre viajamos en clase turista. A no ser que sea por trabajo y nos paguen el vuelo. Y entonces les dejo claro que por eso vamos en primera. Mira, un día, cuando mi hijo tenía seis años, estábamos embarcando en un avión y me preguntó [pone acento pijo]: «Papá, ¿no vamos en jet privado?». Y se lo expliqué. ¡Mira qué problemas tengo! No quiero que se acostumbren a tenerlo todo.
XL. Encontrarse con Hugh Jackman en clase turista... Revolucionará usted la cabina, ¿no?
H.J. Pues he de confesarte que la gente me molesta muchísimo menos en turista que en primera clase. Sí, sí. Cuando me ven, dicen: «¡Ese tipo es clavado a Hugh Jackman! Pero cómo va a ser él. ¡Si va en turista!» [Se ríe]. La verdad es que a veces pienso en el dinero que me pagan y me digo que es demasiado. Ningún actor trabaja tanto como para ganar lo que nos pagan.
XL. ¿Cree que le pagan más de lo que merece?
H.J. ¡Sí, sin duda!
XL. ¿Y a todas las estrellas de cine?
H.J. ¡Sí! Pero es lo justo. Es fácil entender el porqué. A ver, tú eres una marca. Un reclamo para la audiencia. Y a eso hay que ponerle un precio. En el contexto de una industria que mueve millones de dólares, tú te llevas la parte que te corresponde. Y no siempre ha sido así; hace 50 años, las más grandes estrellas no se llevaban tanto dinero. Los que se hacían ricos de verdad eran los dueños de los estudios. Los actores firmaban un contrato y se convertían en su propiedad. Muchos murieron sin un centavo.
XL. ¿Cree que el dinero lo corrompe todo?
H.J. No es exactamente el dinero. Digamos que, de pronto, estás rodeado de privilegios, y eso saca una parte de tu personalidad que quizá, de otro modo, nunca afloraría.
XL. ¿Quiere decir que el corrupto nace, no se hace?
H.J. Justamente. Con o sin dinero, debes tener claro quién eres y lo que quieres. Hay mucha gente que vive muy tranquila y en cuanto consigue algo de dinero pierde la cabeza. Aunque también hay muchos que, con o sin dinero, acaban por perder la cabeza igualmente.
XL. Usted no parece de esos. ¿No pierde la cabeza de vez en cuando?
H.J. Lo cierto es que no. No sé si eso es bueno en el caso de un actor. Algunos de los más grandes viven en el filo. Gente impulsiva, que se mueve por instinto, que a veces pierde el control, pero que posee un empuje, una mente y una creatividad increíbles. El problema para gente así aparece cuando hay drogas de por medio. Pero la impulsividad genera creatividad. El verdadero genio compone una sinfonía o escribe un guion sin dudar de su capacidad y sin dejarse influir por las opiniones ajenas.
XL. Hablando de drogas, ¿tiene usted algún vicio?
H.J. Sí, el café. Suena ridículo, pero... Ahora bien, yo fui un chaval, digamos, muy curioso... No entiendo a quienes dicen que no probaron nada siendo jóvenes. ¿Es que no sentían curiosidad? ¿Ni un poco? Pero si no tienes cuidado, todo eso te pasa factura.
XL. ¿Considera al resto de las estrellas como rivales profesionales?
H.J. Bueno, antes tenía unos 20 rivales. Ahora, no creo que haya más de 8.
XL. ¿Puede darme nombres?
H.J. Will, Brad, Channing... [Se ríe]. Y últimamente también Matthew McConaughey. Matthew ha sabido escoger muy buenos papeles y compartimos el mismo agente. Eso me pone alerta y me sirve de inspiración. ¿Estoy dispuesto a hacer lo mismo? ¿A pasarme cuatro años trabajando en películas con menor presupuesto a cambio de interpretar unos papeles sensacionales? Él lo ha hecho y le ha salido bien la jugada.
XL. ¿Y está dispuesto a hacerlo?
H.J. Creo que sí. Aunque me costaría un poquito no seguir siendo uno de los actores que cortan el bacalao.
Privadísimo
-«Mi padre era un hombre muy religioso y solía llevarme con él a misa. Hubo dos o tres años en que pensé que algún día sería predicador».
-«Recuerdo ver a mi madre con una toalla en la cabeza diciéndome adiós. Me fui al colegio y, al volver, ya no estaba en casa».
-«Antes de ir al rodaje le digo a Deb a quién tengo que besar ese día. Y ella: 'Vale, pero prefiero no saberlo'».
-«He pasado días enteros vestido de koala como animador y he sido payaso en fiestas infantiles».
-«Antes dormía desnudo, hasta que me pilló la niñera de mi hija y se puso a gritar».
-«Si fuera homosexual no lo ocultaría, porque sería un insulto para la comunidad gay. Trato de no pensar en las habladurías».
-«Después de dos abortos y varios intentos in vitro, un día decidimos que ya teníamos bastante y empezamos el proceso de adopción».

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