martes, 25 de febrero de 2020

Un país en la mochila - Mucho suelo improductivo,./ AQUI HAY TRABAJO - El virus de la soberbia ,.

 TITULO: Un país en la mochila - Mucho suelo improductivo,.

 Mucho suelo improductivo,.

El término municipal de Cáceres es mayor que el de Los Ángeles, pero la ciudad no encuentra la manera de sacarle rendimiento, foto,.

Vista general de Cáceres, donde según el Ayuntamiento el 96% del suelo tiene algún tipo de protección./HOY
Vista general de Cáceres, donde según el Ayuntamiento el 96% del suelo tiene algún tipo de protección.

Cáceres presume de tener el término municipal más grande de España. Son 1.750 kilómetros cuadrados en los que cabría entera la ciudad de Los Ángeles y aún sobraría terreno, pero a diferencia de lo que ocurre en la megalópolis estadounidense la inmensa mayoría de esa superficie se encuentra sin uso, y con la normativa actual es muy difícil que pueda llegar a utilizarse para algo más que la agricultura, la ganadería o la caza, las tres actividades más tradicionales y carpetovetónicas de esta tierra sin suerte.
El concejal al que le toca ahora lidiar con el asunto del suelo, José Ramón Bello, ha llamado la atención esta semana sobre el dato de que el 96% del término municipal cacereño cuenta con algún tipo de protección. «No parece lógico», ha dicho. También que «hay que buscar el equilibrio». Viene a insinuar que la salvaguarda medioambiental debe ser un elemento prioritario en la toma de decisiones, pero no el único a la hora de analizar proyectos que beneficien el desarrollo de la ciudad. No es muy contundente Bello cuando pide algo más de margen en ese sentido porque al fin y al cabo forma parte de un gobierno que enarbola la bandera del conservacionismo, pero sí deja entrever cierto malestar por situaciones como los retrasos en la reforma de la muralla por la anidación de los vencejos, o más recientemente el recurso de Adenex ante los tribunales contra la modificación del plan de urbanismo que permite determinadas actividades industriales en suelo no urbanizable protegido.
La postura que parece defender al menos una parte del gobierno municipal no tiene nada que ver con la desregulación ni, como han querido interpretar algunos, con empezar a abrir la puerta a la llegada de la mina de litio. Ese es otro debate. Se trata más bien de que Cáceres pueda aprovechar los importantes recursos de los que dispone en forma de suelo improductivo sin que se pongan continuamente palos en las ruedas que terminan por espantar a los pocos inversores que se interesan por la ciudad. No se pide barra libre –el término municipal cuenta con parajes que pueden no ser tan espectaculares a la vista como el Valle del Jerte o Monfragüe, pero que tienen un gran valor medioambiental–, sino como dice José Ramón Bello de buscar un equilibrio entre desarrollo y conservación sin que sea necesario que los proyectos que se proponen acaben en los tribunales con demoras de años o décadas mientras los inversores se van con su dinero a otra parte. Está pasando hasta con el complejo budista, básicamente un gran jardín con una estatua gigante y algunos edificios auxiliares, todo ello sin la menor actividad contaminante. Ya hay quien está advirtiendo de que, si se hace, va a acabar con el agua de Cáceres y alterar el ciclo vital de las aves de la zona donde se construya. Así, desde luego, no hay manera.

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El virus de la soberbia,.

El virus de la soberbia

foto / Hay que reconocerle a Manuela Carmena su coraje para reconocer que se equivocó al crear la plataforma Más Madrid, con la que concurrió a las elecciones municipales de 2019 y perdió la alcaldía de Madrid.
Lo ha hecho el pasado viernes en una entrevista, muchos meses después de la derrota, eso sí. Pero otros no lo hacen nunca, por muy grosero que sea el error. Para algunos, el equivocado siempre es el pueblo, que no tiene ni idea de votar; o la prensa, que no les trata bien. No ha reconocido su error de cálculo, por ejemplo, su compañero de formación, Íñigo Errejón, que se presentó el pasado 10N como la gran esperanza blanca de la izquierda con Más País y consiguió tres escaños.
No lo ha hecho tampoco Albert Rivera, que pasó en seis meses de 57 diputados a diez y dimitió, pero nunca admitió que su empecinamiento y sus errores han puesto a Ciudadanos en riesgo de desaparecer.
Probablemente los tres han sido víctimas del mismo virus, más letal para un político que el coronavirus, que es la soberbia. A Albert Rivera le convenció su entorno de que era el Macron español, el Kennedy barcelonés que anhelaba España para solucionar los problemas que acarrean los nacionalismos. Su éxito en Cataluña había sido tan fulgurante, y su salto al escenario nacional tan exitoso, que era imposible que los electores no apreciaran su brillante talento de estadista. En el imaginario de Rivera y de sus más íntimos llegar a la Moncloa sin necesidad de pactos estaba al caer, era cosa de un par de elecciones. Su intuición política, que le había guiado hasta hace unos meses, le falló y se estrelló.
A Íñigo Errejón le perdieron quienes le retrataron, muchos desde la prensa, como la cabeza mejor amueblada de la izquierda española. Se emborrachó de superioridad intelectual y llegó a la conclusión de que su verbo privilegiado debía tener premio en las urnas. ¡Cómo no lo iba a tener, y además gordo!
A Manuela Carmena también la halagaron lo suficiente para que se viese como la gran alcaldesa de Madrid, capaz de traspasar trincheras de partido, de clase e ideológicas para concitar el apoyo de toda la ciudad. Y también se equivocó. Su edad, que suele aportar dosis de prudencia, no la blindó contra las alabanzas y la autocomplacencia.
Los tres cayeron en la trampa que nos pone la vanidad para perdernos: convencernos de que somos seres providenciales, imprescindibles, amados por las masas. Todos tenemos nuestras pequeñas dosis de vanidad, también la gente corriente a la que no nos aplauden por hacer nuestro trabajo. En la política esa vanidad se reparte por toneladas. El culto al líder es la norma, incluso en las democracias. La gran ventaja respecto a los regímenes autoritarios es que, antes o después, las elecciones libres obligan a aterrizar hasta al líder más endiosado.
Cuando despertaron de su ensoñación, Carmena, Rivera y Errejón se encontraron con que el apoyo popular no era ni de lejos el esperado por su ego inflamado. El espejo deformante en el que se miraban les tapaba la realidad y les confundió. También Sánchez pecó de soberbia al forzar unas elecciones de las que esperaba mejores resultados. En su caso, la salida de emergencia de un gobierno de coalición le está salvando de tener que reconocer que sí, que él también está infectado del virus de la soberbia.

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