- Con esa cara de bueno que tiene, ¿cómo es enfadado? ... Por cierto, en su día mucha gente presumió de haber sido invitada a su boda, ¡qué honor! J.C. Mi boda es una de esas leyendas urbanas que me tomo a risa.
Desayuno de domingo con... Jaime Cantizano: "Mi boda es una de esas leyendas urbanas que me tomo a risa"
Empecé a trabajar en radio en Jerez, donde nací en 1973. En televisión fui chico Ana Rosa y conduje DEC durante ocho años. He vuelto con Mira quién baila. Y lo compagino con Atrévete, en Cadena Dial.XLSemanal. Cuando estudiaba Empresariales, decía que quería ser como Gabilondo. ¿Se le fue el tiro?
Jaime Cantizano. Empecé en la radio, pero se cruzó la señora televisión, que es muy coqueta y muy lista, y no me ha ido nada mal.
XL. Entró en Antena 3, se convirtió en un 'chico Ana Rosa'... ¡y al estrellato!
J.C. Sí, soy un chico Ana Rosa. Como somos varios, podríamos formar una boys band, que están muy de moda. Hablaré con Màxim y los demás...
XL. Tras Sabor a ti se convirtió en domador de fieras en DEC, donde se todo eran zarpazos y tensiones.
J.C. Los leones nunca son tan fieros como los pintan. En aquel programa, que duraba cuatro horas, entraban estrellas y estrellados... y daba para mucho.
XL. Lo veía todo el mundo, pero nadie lo reconocía...
J.C. Esa es la doble moral de este país. Llegamos a tener un 37 por ciento de audiencia. Eso, ahora, es inalcanzable.
XL. ¿Cuántas horas seguidas trabaja?
J.C. Los lunes y los martes me levanto, como todos los días, a las cinco y media de la mañana para ir a la radio, y a las doce de la noche ya voy con la cabeza perdida. Me sacan en camilla de TVE.
XL. ¿Y cuánto se gasta en dentista para lucir ese pedazo de sonrisa?
J.C. Pues no es una sonrisa postiza, y no solo hablo de los dientes. Yo no soy de sonrisa fácil, aunque lo parezca.
XL. Tengo entendido que con usted hemos perdido un buen pintor, que incluso ganó algunos premios.
J.C. A estas alturas, zapatero a tus zapatos. Lo mejor es que siga haciendo radio y televisión, porque ahora me veo más de brocha gorda.
XL. Con esa cara de bueno que tiene, ¿cómo es enfadado?
J.C. ¡Volcánico! El mío es un enfado por acumulación, explosivo, que es muy peligroso. Pero cuando lo saco todo, me quedo tranquilo dos semanas.
XL. En plena crisis estuvo a punto de irse a Chile, primero, y a Miami, después, pero se quedó.
J.C. Soy muy germánico y planifico las cosas importantes con antelación. Tengo paciencia, algo de brujo y un olfato que no me ha fallado: me quedé y acerté. Ahora parece que estaré un largo tiempo a caballo entre Madrid y Barcelona.
XL. Por cierto, en su día mucha gente presumió de haber sido invitada a su boda, ¡qué honor!
J.C. Mi boda es una de esas leyendas urbanas que me tomo a risa. Cuando me case, no os enteraréis ninguno.
Su desayuno: «Zumo de naranja, cereales, una manzana y una tortilla de tres claras. Me lo preparo yo cada mañana en casa: es sencillo, natural, ligero, deportivo y equilibrado».
TÍTULO: LA OTRA MUERTE DEL ZORRO,.
- Hay eslabones generacionales con los que se dilapida una fortuna familiar, con los que quiebra un negocio que se mantuvo próspero durante ...-fotoHay eslabones generacionales con los que se dilapida una fortuna familiar, con los que quiebra un negocio que se mantuvo próspero durante décadas. Ejemplares de un final de raza, de una fatiga. Herederos fallidos a los que faltó el impulso de quien tiene algo que construir. Uno de los mejores amigos que tuve cuando viví en Buenos Aires era así. No es que hubiera recibido en herencia un imperio metalúrgico, como en la falsa aristocracia industrial de los Estados Unidos. Pero sí un negocio de cosméticos y pelucas situado en un amplio local de tres pisos en la avenida de Santa Fe por el que pasaban todas esas señoras bien que ocupaban las conversaciones frívolas de Bioy y Borges. El nombre del negocio, que ocultaremos en un falso Pígari, era una referencia social: qué novia con pretensiones no iba allí a que la produjeran mesnadas de maquilladoras y peluqueros.
Cuando lo recibió mi amigo, el establecimiento se convirtió en un anacronismo. Jamás renovó nada. Aquello era un bucle espacio-temporal con una clientela cuya media de edad iba lindando con la de un politburó. Cada vez se hizo más frecuente, al llamar para confirmar una cita, que el establecimiento se encontrara con que tenía que enviar a alguien a un funeral. Las hijas y nietas de las clientas habituales encontraron otros lugares, más alternativos, en barrios como Palermo-Soho. El último momento emocionante fue cuando un famoso forajido que acababa de balear a tres personas por un asunto de faldas en un restaurante de San Isidro, y que era acechado en una inmensa búsqueda nacional, entró en Pígari para comprar una peluca con la que disfrazarse en su huida. Yo sugerí a mi amigo que lo aprovechara para relanzar el negocio con una audaz campaña de publicidad: «Crimen de San Isidro. Los profesionales eligen pelucas Pígari», o algo así. Pero él no lo vio, tal vez porque lo inquietara la posibilidad de que la clientela relacionada con los eventos sociales y los barrios buenos se le cambiara por otra procedente de los prófugos del hampa, que no justifica el sueldo de las pedicures.
Mi amigo entró en un estado depresivo. El negocio agonizaba. Una parte periférica de la familia quería arrebatarle los restos en los tribunales. Comenzó a beber y a visitar a un psicoanalista. Estaba tan atrapado en una inercia fatal que, cuando a su novia le pidió como regalo de cumpleaños hacer un trío, ella lo abandonó para marcharse con la voluntaria. Aún más triste, en el bar donde nos lo explicó a los amigos, que hacíamos solidarios esfuerzos por contener la risa, comenzó a mortificarse en serio: «Las mujeres que intiman conmigo huyen despavoridas al lesbianismo. ¿Qué voy a hacer? Si al menos hubiera tenido valor para reducir al asesino... No lo tuve ni para cobrarle la peluca».
Este era el momento vital de mi amigo cuando aceptó la invitación a una fiesta de carnaval en La Plata, a unos cincuenta kilómetros de Buenos Aires. Eligió un disfraz del Zorro, con sombrero de ala ancha, antifaz y espada al cinto. Con una prominente barriga que abombaba la estampa heroica. Así vestido, entró en la misma carretera en la que se mató el cantante Rodrigo y condujo ante un paisaje de Villas Miseria, bebiendo de una petaca. En las afueras de La Plata, paró el coche en una gasolinera para comprar tabaco. En Argentina hay mucha paranoia con la inseguridad, por lo que alguien avisó de que un hombre armado y enmascarado estaba asaltando la gasolinera. Al salir, mi amigo se encontró con que estaba encañonado por dos policías que se cubrían detrás de las puertas del patrullero. Desenvainó. Gritó: «¡No oséis tirar! ¡Soy el Zorro!».
Tuvo suerte de que los policías no fueran de gatillo nervioso. Mientras nos relataba el episodio en el bar habitual, sin que esta vez nadie intentara contener la risa, todos fuimos comprensivos cuando nos explicó que, por un instante, prefirió morir como el Zorro a vivir como el tipo al que Hacienda iba a precintar el negocio heredado que arruinó. Ojalá no hubiera devuelto el disfraz.
domingo, 9 de marzo de 2014
DESAYUNO DE DOMINGO CON JAIME CANTIZANO, / LA OTRA MUERTE DEL ZORRO,.
TÍTULO: DESAYUNO DE DOMINGO CON JAIME CANTIZANO,.
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