- Fue el mánager, la sombra y el hombre de confianza de Julio Iglesias durante 15 años. Una época clave para el ascenso del que ha sido el ...
Alfredo Fraile: "Para soportar los caprichos y rabietas de Julio, hay que tener una pasta especial"
Fue el mánager, la sombra y el hombre
de confianza de Julio Iglesias durante 15 años. Una época clave para el
ascenso del que ha sido el artista español con más éxito internacional.
Alfredo Fraile, a punto de publicar sus memorias, nos recibe en Miami y
habla de todo: Isabel Preysler, sus hijos, sus amantes, la mafia...
Alfredo Fraile dejó a Julio Iglesias en la cresta de la ola. Le había costado 15 años ayudar a que su cliente se comiera el mundo y, cuando lo consiguió, una noche le soltó las cuatro frescas que pusieron punto final a su vida juntos. Ocurrió en Quebec en el verano de 1984, en plena gira de 1100 Bel Air Place, el mayor éxito comercial de la carrera de Iglesias. De pronto, Fraile, que había obrado el milagro de convertir a un cantante romántico de la España franquista en el mayor artista español por ventas y popularidad de la historia, estaba en la calle.
Alejado de España durante mucho tiempo, sus hazañas, sin embargo, habían trascendido en ámbitos insospechados.Por eso, Adolfo Suárez le encargó el diseño de su campaña en el 86; Berlusconi lo fichó para obtener un canal de televisión en nuestro país; Hernández Mancha le pidió ayuda para modernizar Alianza Popular; el Grupo KIO lo puso al mando de su política de comunicación en España; y el rey Hasan II confió en él para estrechar lazos con nuestro país. En el apartamento de Miami donde vive con la que es su esposa desde hace 44 años, Fraile recibió a XLSemanal para repasar su vida en un adelanto en exclusiva de Secretos confesables [Ediciones Península].
XL. Trabajar con Julio Iglesias le cambió la vida, ¿no?
A.F. Sí, cuando lo dejé, todo el mundo me ofrecía trabajo. La gente pensaba que había hecho milagros.
XL. Iglesias, Suárez, Berlusconi..., ¿a cuál de sus jefes le ha gustado menos oír la verdad?
A.F. A Julio. Es el más inseguro de todos. Yo lo llamaba Míster No, porque de entrada te decía que no a todo. ¡A todo! Luego lo hacía. Casi siempre. Y que conste que yo no viví el Julio en avión privado, viví el de los aviones de pedales y los autobuses. Fuimos país por país tocando en cabarés de mala muerte. Llegabas a Colombia, arrasabas, te ibas a Venezuela y no te conocía nadie. Julio encandilaba por donde pasaba, pero trabajamos como cabrones.
XL. ¿Se ha sentido liberado al contar todo lo referente a Julio Iglesias?
A.F. Pues sí. Mi relación con él fue casi de hermanos, de luchar juntos contra todos... y contra él mismo.
XL. ¿Isabel Preysler también iba con ustedes en autobús?
A.F. Sí, sí... ¡Lo que sufrió la pobre con Julio! Ella es de una familia bien, pero siempre se portó fenomenal.
XL. Que Julio Iglesias se casara con una chica de 19 años y filipina, ¿cómo se tomó en la España de 1971?
A.F. Muy bien. Bueno, la madre de Julio, doña Charo, no tan bien. La llamaba «la china».
XL. ¿Ese paso, la boda, fue el único que no planificó usted?
A.F. Yo,
de hecho, pensaba que no le convenía. Me parecía una locura. Era el
cantante romántico y solitario y, si se casaba, no iba a vender lo
mismo. Pero tenían que hacerlo, claro, Isabel estaba embarazada.
Recuerdo que me dijo: «Alfredo, te lo juro, solo nos hemos acostado una
vez. Bueno, como mucho dos» [ríe]. Se llegó a hablar de aborto, pero
para Julio nunca fue una opción. Y, ¡oye!, al final tuvo tres hijos
estupendos, que es lo más importante. Isabel y Julio nunca se han
arrepentido de haberse casado.
XL.
Planearon una boda secreta y, al final, aquello se llenó de fotógrafos y
periodistas. Cuenta usted que Isabel lo pasó fatal ante aquel acoso de
la prensa. Quién lo diría hoy, ¿no?
A.F. Sí, es
que aquel fue su bautismo de fuego con la prensa. Pobrecilla, era una
niña de 19 años que quería una ceremonia íntima y, cuando vio aquello
lleno de gente, no se lo podía creer. Pepe Aguilera, el cura que los
casó, me decía: «Alfredo, nunca he visto llorar tanto a una novia».
¡Toda la boda!
XL. Usted fue testigo de situaciones por las que hoy en día se pagaría una fortuna. Por ejemplo, de la separación...
A.F. Sí,
es cierto, y eso no lo ha contado nadie. Porque yo estuve allí aquel
día, en Barajas, cuando Isabel apareció por sorpresa y le soltó un:
«Julio, tú tuviste que pedirme muchas veces que nos casáramos, pero yo
solo te voy a decir una vez que nos separemos».
XL. ¿Se lo esperaba Julio?
A.F. Bueno,
en Argentina siempre andábamos rodeados de chicas, y el enfado de
Isabel crecía cada día con las historias que circulaban por ahí. Tenían
unas broncas por teléfono impresionantes. «Bueno, me va a tirar los
platos a la cabeza, pero vuelvo a casa, reconduzco la situación, le
prometo que me portaré bien, que lo más importante son ella y los
niños...». Debió de pasar el vuelo desde Buenos Aires intentando
metérselo en la cabeza, porque Julio se creía sus propias mentiras.
Alguna vez ya le dije: «¡Eh, que eso me lo inventé yo! ¡Que esa mentira
es mía!» [se ríe].
XL. ¿Y qué pasó al llegar a Barajas?
A.F.
Isabel lo esperaba en la sala de recogida de equipajes. No sé cómo la
dejarían entrar, pero allí estaba para pillarlo descolocado y que no la
pudiera camelar. Fue un golpe.
XL. En todo caso, se separaron en buenos términos, ¿no?
A.F. De
hecho, lo de Barajas fue tranquilo, sin elevar el tono; no montaron una
escena. Y rápido. Después firmaron un comunicado que redactamos Jaime
Peñafiel y yo. Nadie se enteró hasta que salió la noticia. No lo supo ni
mi mujer.
XL. ¿Isabel no puso reparos?
A.F.
Ninguno. El acuerdo de separación fue amistoso. El juez llegó y dijo:
«A ver, 85.000 pesetas [510,86 euros] para la casa y que usted y los
niños tengan tal y tal». Era una cantidad bastante modesta, la verdad,
pero no pidió más: «Pues muy bien, lo que usted diga». Imagino que, a
medida que los niños han crecido, para colegios y demás no habrán tenido
problemas. No lo sé, pero Isabel siempre pensó en los niños, quería que
aquello no provocara traumas. Isabel nunca ha sido una mujer
interesada, siempre fue una gran señora.
XL. Pinta usted a Julio Iglesias, sin embargo, como un hombre tremendamente tacaño...
A.F.
Él piensa que la gente solo está con él por su dinero. Pero eso de mí
nunca lo pudo decir, porque al principio yo tenía más dinero que él... y
hasta pedí un préstamo para arrancar. Eso me otorgó una influencia
única. Nadie le decía lo que yo le decía. Fui el único que afirmó: «Me
lo juego todo por ti». Porque nadie daba un duro por él. Ni él mismo.
XL.
Hay una escena reveladora en su libro. Chabeli, Julio José y Enrique
viendo la tele en casa, alguien llega para avisar de que los llama su
padre y Chabeli responde: «Bah, será que ha llegado el fotógrafo del
¡Hola! y quiere que posemos».
A.F. Es que siempre
se han sentido abandonados por él. Lo quieren mucho, lo adoran, porque
es su padre, pero... Es una familia desestructurada. Entre su familia y
su carrera, Julio escogió su carrera.
XL. Y cuando pudo apoyarlos, como cuando Enrique lanzó su primer disco, dice usted que lo criticó ferozmente...
A.F.
Es que a Julio que su hijo grabara un disco y no le dijera nada le
hirió el orgullo. Le comentó que el disco era un desastre. «¡Si me
hubieras dejado a mí! ¡Si te hubiera aconsejado!». Pero Enrique conoce
muy bien a su padre y sabía que, si quería tener su propia carrera, no
debía contar con él.
XL. ¿Julio le habría obligado a hacer un disco con su estilo?
A.F. Claro. Y Enrique y Julio no tienen nada que ver.
XL. Hay otra escena, cuando Chabeli encuentra un tanga de una de las conquistas de su padre en su habitación...
A.F.
Sí, bueno, aquella casa nunca fue un hogar para los chicos. Julio nunca
tuvo otra inquietud aparte de su carrera; bueno además de estar moreno y
bien acompañado. Él ha triunfado, estará satisfecho, pero eso le ha
provocado carencias que sus hijos han sentido. Espero que con los cinco
que ha tenido con Miranda tenga más relación.
XL. ¿Y qué cara pondrá Isabel Preysler cuando sepa que usted la espió por orden de Julio?
A.F.
No sé. Eso fue cuando la situación ya estaba calamitosa. Julio ve que
Isabel le está diciendo que lo suyo se ha roto y él piensa que quizá
haya otra persona. Así que me pide: «Alfredo, a ver si te puedes enterar
de si existe otro». La vigilé y vimos que no había nadie, que
simplemente ya no aguantaba más.
XL. ¿Cree que Iglesias ha temido que usted publicara un libro sobre él?
A.F.
Más que mi libro, debe temer el de Toncho Nava, que fue su asistente
personal durante 30 años. Era su persona de máxima confianza y conoce
secretos más inconfesables que los míos. Imagínate, 30 años de entrega y
de repente te llama la secretaria: «Oye, que no vuelvas». Y sin
indemnización.
XL. Lo mismo le
ocurrió, cuenta usted, a la chilena Adriana Ainzúa, asistente personal
de Iglesias durante siete años, que murió de cáncer...
A.F.
Sí, sí. Ella le cocinaba, lo vestía, lo desvestía, vigilaba su
intimidad... ¡Una santa! Porque para soportar durante tanto tiempo todos
los caprichos y rabietas de chiquillo de Julio, hay que estar hecho de
otra pasta. A Adriana la despidió de repente y sin darle un duro. Al
cabo de unos meses apareció su cuñado diciendo que Adriana tenía cáncer y
que no se podía pagar el tratamiento que necesitaba. Julio le envió
dinero durante varios meses, pero un día cortó el grifo al sospechar que
lo habían timado. Y al poco de eso, en Buenos Aires, mientras comíamos
en un restaurante, apareció Adriana con una peluca. Se la quitó ante
Julio y le soltó: «He venido para que sepas que no te he engañado
jamás». Dio media vuelta y se fue.XL. ¡Madre mía!
A.F. ¡Imagínate el shock! Luego me pidió que la buscara para disculparse, pero ella ya no quería saber nada de Julio. Y al final se murió. En fin, todos tenemos defectos. No creo que vaya a destruir a nadie con mi libro, los ídolos tienen pies de barro y los mitos siempre se destruyen a sí mismos.
XL. El mito que sí destruye usted en el libro es el de que Julio Iglesias se había acostado con 3000 mujeres...
A.F.
¡Es que... vamos!XL. 3000 no, pero ¿y 2999?A.F. [Se ríe]. No,
imposible. Aunque es verdad que Julio ha sido un hombre mujeriego y
seductor al que, además, siempre lo han buscado las mujeres. Una foto
con él era para muchas un trampolín a la fama.
XL. Supongo que muchas de esas mujeres no se conformaron solo con meterse en la foto...
A.F.
Hombre, lo que querían, claro, era meterse en su cama. Lo más increíble
que nos ocurrió fue, en México, cuando una loca de 40 y pico años llamó
a la habitación como a las dos de la madrugada y me firmó allí un
cheque por 25.000 dólares para acostarse con él. «Pero, señora, ¿está
usted loca?» [se ríe]. Y luego yo, que les dejo ahí hablando, me voy a
dormir y al día siguiente le pregunto: «Julio, ¿qué pasó?». Y él: «Pobre
señora». Y yo: «¡Quééé! ¡Cómo que pobre señora!». «Sí, bueno, es que no
estaba mal, ¿no? A ver, ¿tú qué habrías hecho?». Y yo: «Bueno, en
fin... sí, no estaba mal». Y entonces le dije en broma: «Oye, ¿y el
cheque?». «Lo rompí, por supuesto». «¿¡Cómo!? ¿Y mi 20 por ciento?». Me
lanzó un zapatazo [se ríe a carcajadas].XL. Pero podría haber llevado una pistola...
A.F. Bueno, eso también nos pasó en México. Entramos en un ascensor y se nos metió un hombre con un revólver diciendo que a ver por qué su mujer estaba tan obsesionada con Julio Iglesias, que a ver qué había entre Julio y su mujer. Nosotros le decíamos que no conocíamos de nada a su esposa, pero no las tenía todas consigo. Hasta que Julio le dijo: «Mire, yo con quien duermo todas las noches es con este señor. Así que no tema por su mujer, es imposible que yo me acueste con ella». Y se calmó, oye [se ríe]. Nos ha pasado de todo. Es que estábamos en todos lados.
XL. Y cada día en un sitio distinto.
A.F.
Así es, como cuando vinimos a Miami por primera vez, en 1973, que nos
querían matar los cubanos. No hemos pasado más miedo en la vida. Le
empezaron a tirar cosas a Julio y a gritar: «¡Comunista!, ¡castrista!». Y
Julio, desde el escenario: «Oiga, ¡que yo soy más de derechas que
usted!» [ríe]. Fue lo último que pudo decir, porque las mesas volaban.
Tuvimos que escapar al camerino.
XL. Pero ¿qué les ocurrió?
A.F.
Nos salieron tres conciertos en Coral Way, un barrio muy latino. A
Julio nadie lo conocía, pero aquello se llenó. Era un éxito rotundo y
Julio quiso lanzar un guiño cariñoso al público y no se le ocurrió otra
cosa que decir: «Muchas gracias. Espero poder ir pronto a Cuba a cantar a
sus familiares». Y así, sin más, empezaron a llover cosas.
XL. Volviendo a las 3000 mujeres...
A.F. [Se ríe] A ver...
XL.
A veces, usted lo organizaba todo para que él conociera a una
determinada mujer. ¿Le molestaba aquello o, sin más, era una parte más
de su trabajo?
A.F. No pensaba en ello.
Simplemente cuidaba de todo lo relacionado con Julio. De todos modos, no
le gusta que le pongan las señoras en bandeja, que se las metas en la
cama. Quiere seducirlas.
XL. ¿Así que nunca le hizo de Celestina?
A.F.
Bueno, a veces me las arreglaba para que coincidiera con alguna [se
ríe]. Con Priscilla Presley, por ejemplo. Luego fue muy gracioso, porque
una noche, en una discoteca, su mánager me dijo: «Oye Alfredo, que
Julio la trate con cuidado, que esta señora es la viuda de Elvis». Y, de
repente, miro a la pista y Priscilla le está metiendo a Julio un
'morreo' de cuidado. Yo, alucinado, le digo: «¡Pero bueno, dile a la
tuya que se controle, que el mío está formalito!» [se ríe]. También
contribuí a su romance con Sydne Rome. Él la cortejó, pero la primera
noche se quedó con las ganas. Su amor fue de verdad, intenso, hermoso.
Les brillaban los ojos al mirarse. Las revistas anunciaron el romance a
bombo y platillo, pero ellos nunca lo hicieron oficial.
XL. Cuenta, por cierto, que Julio pagaba aumentos de pecho a sus amantes en Los Ángeles.
A.F.
Sí, sí... Les decía: «Tú debes tener un pecho más bonito». Y las
mandaba a un cirujano famoso. Iban por la mañana, y por la tarde
regresaban con el implante puesto. Él siempre ha buscado mujeres
positivas, que le alegraran la vida. Siempre me decía: «Alfredo, si son
modelos o azafatas, mejor».
XL. ¿Cuántos relojes Cartier ha regalado Julio?
A.F.
Uno por cada amante [se ríe]. Bueno, yo hace 30 años que ya no estoy
con él, pero sé que el joyero Santiago Villar sigue siendo su amigo y
estoy seguro de que aún le suministra relojes, a pesar de que ahora
dicen que es un hombre casado y serio. Pero no hay por qué creérselo,
¿no?
XL. Vaitiaré, la que fue su novia
durante siete años, escribió un libro donde acusó a Julio Iglesias de
haberla introducido en el mundo de las drogas y en experiencias sexuales
con otras mujeres...
A.F. Vaitiaré se pasó dos pueblos. Muy poca gente la creyó. Supongo que le pagaron un buen dinero por escribirlo.
XL. Dijo Vaitiaré que esnifó cocaína con Julio en su habitación...
A.F.
A ver, lo que pasaba en el dormitorio de Julio solo sus amantes y él lo
saben. Lo que yo puedo decir es que nunca lo vi consumiendo drogas,
salvo una vez que él y todo el equipo se pusieron ciegos de marihuana en
la finca de Juan Barragán, en México, a finales de los setenta. Pero
jamás percibí que nos rondara cualquier tipo de estupefacientes.
XL. ¿Vaitiaré fue la única despechada?
A.F.
La verdad es que ninguna le ha recriminado nada. Y con Vaitiaré te diré
que, después de aquel libro, ella ha vuelto a casa de Julio como
invitada. No sé si se lo ha perdonado o no le ha dado mayor importancia.
Pero es que a la única mujer a la que ha engañado Julio ha sido a
Isabel. Todas las demás han sabido desde el principio que no eran las
únicas. Les decía: «Yo soy así».
XL. Sin usted, Julio no habría sido un mito. Y ¿sin ella?
A.F. Isabel
es una mujer clave en su vida y lo será hasta que se muera. Fue,
además, de las pocas personas que confió en su carrera y que lo ayudó.
Porque había mucha gente que no veía nada en Julio. Su familia, por
ejemplo... Su madre prefería a su hermano Carlos, que se subió al carro
después para encargarse de la parte económica. Y luego estaba su padre,
que adoraba a Julio, pero que tampoco... Y luego le desbordó todo
aquello.
XL. Hombre, y que lo secuestró ETA...
A.F.
Ese ha sido el episodio más dramático que he vivido en mi vida con
Julio. Él se sentía culpable: «Lo han secuestrado por ser mi padre». No
comía, no dormía, no podía trabajar... Fue un sufrimiento tremendo para
Julio.
XL. ¿Con qué soñaba cuando empezaron?
A.F.
Primero, con España, claro, pero fue creciendo hacia América Latina;
empezó a cantar en italiano, francés, japonés y llegó un día en que
había que asaltar los Estados Unidos. Eso fue una lucha a muerte. Julio
ha sido el único español que ha conseguido triunfar allí de verdad. Y a
su pesar, porque ya te digo que Julio era Míster No.
XL. ¿Recuerda alguna negativa irritante de Julio?
A.F.
En los Estados Unidos, yo removía cielo y tierra para conseguirle cosas
inalcanzables y el tío siempre me decía que no. Por ejemplo, le consigo
el asiento junto a Michael Jackson para los Grammy, en la gala en que
Thriller se llevó ocho premios, y cuando se lo cuento: «¿Qué pinto yo al
lado de Michael Jackson? Él va a recoger premios, ¿y yo? No pinto nada
ahí. No voy». ¡Lo quería matar!
XL. En
esos años se decía que trataban con la familia Gambino. En su libro lo
confirma: «No voy a negarlo: anduvimos con la mafia».
A.F.
Eran fans de Julio, iban a sus conciertos. Además, eran socios de
muchos de los casinos donde actuábamos y llegaban a pagar hasta un
millón de dólares por semana. Nos invitaban a sus restaurantes, incluso
estuvimos en la mansión de Paul Castellano, el supercapo.
XL. ¿Y no sentían que estaban 'tratando' con fuego?
A.F.
No, porque nos trataban de maravilla. Hasta que un día vimos el cadáver
de Castellano con más de 96 balazos en todas las portadas. Ahí
decidimos que era mejor mantener las distancias. TÍTULO: EL BLOC DEL CARTERO, LA CARTA DE LA SEMANA, ¡ QUÉ PELMAS CON LO DE LA SIESTA!,.
- Desmontemos simplezas: España será como sea, pero en todo el país no duerme la siesta ni el 15 por ciento de sus ciudadanos. Un amable ...Desmontemos simplezas: España será como sea, pero en todo el país no duerme la siesta ni el 15 por ciento de sus ciudadanos. Un amable -a pesar de todo- artículo de The New York Times reduce las características básicas de nuestro país a un pintoresco lugar en el que se cena a las diez de la noche y en el que se duerme por la tarde una corta cabezada en el brazo de un sofá. No es para tanto. Entre semana duermen la siesta los jubilados, que para eso se lo han ganado, pero muy pocos asalariados. Otra cosa puede ser el fin de semana, tiempo en el que echar un sueño no debería penarse con la desconsideración con la que lo hace el titular del New York Times: acabar de comer un sábado y dejarse caer en cualquiera de las versiones de la siesta viene siendo una sana costumbre de la que no es propietaria España, sino que se pone en práctica en muchos lugares, haga en ellos calor o no. La siesta es una leyenda, una antigüedad del tiempo aquel en el que todo era lento y un pelín rural. Dormir la siesta de pijama y orinal no está al alcance de una cajera de supermercado, de una abogada laboralista o de un ejecutivo de Bolsa. Dejémonos de daguerrotipos envejecidos.
Caso distinto es el horario vital de los españoles, necesitado de un repaso. Cada día empezamos a trabajar a hora más temprana, tendemos a hacer turnos completos con breve parada para un tentempié y salimos a media tarde. Es el momento de conciliar vidas familiares, cenar temprano y no acostarse a las tantas. Es lo que hacen por ahí y no les va mal. Sin embargo, clima y costumbres hacen que apuremos los días hasta el último suspiro: es cierta la parte del reportaje que afirma que cenamos a las diez, cosa que para un norteamericano resulta una barbaridad. Si cenamos a las diez y vemos la televisión hasta las doce dormimos pocas horas, ya que son muchos los que deben despertarse en torno a las seis de la mañana y desplazarse largamente para llegar a su trabajo, lógicamente en grandes ciudades. Pero para cenar antes también hay que comer antes, no a las tres. Nadie, o muy pocos, comen a las doce y media. Si uno se zampa un cordero pasadas las dos y media no suele tener hambre a las ocho de la tarde, que es la hora que te permite hacer la digestión tras la cena, charlar con los tuyos, acostarte plácidamente a las once y dormir siete u ocho horas. Nos gusta estirar el día, y la temperatura de buena parte del año nos invita a hacerlo. Corregirlo no es sencillo.
Pero las cosas, no nos engañemos, han ido cambiando paulatinamente. Posiblemente no todo lo que quisieran los apóstoles de la europeización de horarios en España, pero sí de forma evidente. Hace años nadie entraba a trabajar antes de las nueve, ni en la empresa pública ni en la privada. Ni los atascos en grandes ciudades eran los mismos, ya que no se habían desarrollado los extrarradios ni las ciudades dormitorio. Se comía mucho y tarde y se hacía durante un par de horas largas. Ahora se come en el trabajo o en la calle, o se lleva uno una tartera o se zampa cualquier cosa, a no ser que se viva en un lugar pequeño y accesible. Y así, casi todo. La ingeniería social es de lenta aplicación y precisa de decretos muy concretos sobre obligaciones y derechos para que ello repercuta después en usos y costumbres. Adecuar la hora peninsular española a la que usan británicos y portugueses, en lugar de la que se eligió en su día (la alemana y francesa), sería un primer paso. Reconocer que horarios menos castizos tienen sus ventajas ya es más difícil, pero no imposible. Deshacerle tópicos a los viajeros románticos que escriben en periódicos debería venir dado. Y ganar con todo en competitividad y productividad no nos iría nada ma
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