REVISTA CAMPO - TAPAS Y BARRAS - UN PAIS PARA COMERSELO - UN ZAPATO DE CADA COLOR, fotos.
Un zapato de cada color,.
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El Carnaval es ser durante estos días lo que no eres el resto del año,.
El carnavalero más auténtico que he conocido fue un señor de Montánchez que estaba borrachín todo el año, pero que durante los días de Carnaval, no bebía nada. El Carnaval consiste en eso, en la suprema transgresión posible: ser durante unos días lo que no eres el resto del año. A partir de esa máxima, todo se ha ido desmadrando y los disfraces sencillos para convertirse en otro o para que no te conozcan han dado paso a los disfraces lujosos para ser no otro u otra, sino tú mismo, esa estrella rutilante.
El Carnaval es convertirte en mujer si eres hombre, transmutarte en cura o monja si eres agnóstico, disfrazarte del político que más detestas y, sobre todo, ser otro, perder los estribos y liberarte de todas las ataduras antes de entrar en un periodo de penitencia y silencio. Esta segunda parte ya no se da, pero es la que explica la primera parte. En resumen: el Carnaval es como todas las fiestas, que se celebran para anunciar el fin de la cosecha, el comienzo de la penitencial Cuaresma, la llegada de la primavera tras el sufrido invierno, pero en realidad se celebran porque sí ya que la causa primitiva del jolgorio ya no existe: ni la cosecha generosa, ni el sufrimiento invernal ni la abstinencia cuaresmal.
Como todas las transgresiones, los carnavales se llevan mal con los autoritarismos. Durante el régimen de Franco, salvo en Montánchez, donde el alcalde prohibía el Carnaval por la mañana y se disfrazaba por la tarde, los carnavales solo se celebraban en aldeas remotas de Las Hurdes o La Vera, en parroquias perdidas de las sierras de Ourense y en caseríos embrujados de los valles de Navarra, lugares recónditos donde todo importaba un comino porque lo que sucedía no trascendía. En las ciudades, el Carnaval se edulcoraba con máscaras venecianas o con trajes de campuza extremeña.
En otros sitios como Cáceres o Plasencia, más comedidos o menos transgresores, el Carnaval fue languideciendo y acabó convertido en una fiesta infantil o juvenil con poca enjundia, aunque Cáceres nunca perdiera episodios tradicionales como las lavanderas o el pelele. De todas maneras, en Cáceres se recuerdan aquellos carnavales de antaño y hay un movimiento nostálgico que intenta recuperar el Carnaval, pero parece más bien como si lo que se quisiera recuperar fuera un espíritu divertido, creativo y loco que se enseñoreó misteriosamente de la ciudad en los años 80 y los primeros 90 del siglo pasado para desaparecer como por ensalmo en el siglo XXI.
Sin embargo, para recuperar el Carnaval no basta con una carpa y un presupuesto alto. Con millones se consigue una fiesta divertida, pero no un espíritu que sí reina todo el año no solo en Badajoz, sino también en los pueblos que rodean la ciudad en 50 kilómetros a la redonda y que durante todo el año se preparan para la gran fiesta de la capital.
Para recuperar el espíritu carnavalero en Cáceres, quizás haya que fijarse en lo que está sucediendo en los colegios de la ciudad, donde, durante la pasada semana, los niños fueron descubriendo, paso a paso, que la esencia del Carnaval es romper moldes y pasar del qué dirán durante unos días. Para ello, el lunes fueron a clase con un zapato diferente en cada pie, el martes llevaron todos la cara pintada, el miércoles acudieron al colegio tocados con un sombrero. Quizás sea esa la mejor manera de recuperar el espíritu del Carnaval, de convertir a los cacereños, desde niños, en amantes de la transgresión, en campeones del ande yo caliente y ríase la gente, en apóstoles del que se note, que se mueva y que traspase. ¡Ardua labor!,.