Andrés Roca Rey (Lima, 1996) se sienta en la mesa de un conocido restaurante valenciano y dice: «Me duele la muela del juicio». Es una declaración de intenciones. Muestra su humanidad doliente cuando esta temporada ha trascendido su rol físico de torero para alcanzar la metafísica condición de héroe: en la enfermería de la plaza de toros de Bilbao se arrancó literalmente los goteros y salió a torear en contra de la voluntad de los médicos. «Mi hermano Fernando me dijo que hay días que hay que hacer el esfuerzo para hacer historia», sentencia con un silencio compacto que hería los sentidos allí mismo.


Aquella tarde fue una lucha solitaria e inhóspita contra sí mismo que generó una especie de locura colectiva que marcó su vida. Y la de todos aquellos que vieron su actuación. Porque se había resistido a ese virus llamado dolor e hizo entender una Oda propia de Horacio. Porque arrebató las almas y provocó una conmoción en cadena que culminó en una de las mayores explosiones de catarsis que se recuerda.

Una vez consulta la carta, sonríe levemente, dejando espacio al silencio, y luego elige un vino: «Ahora me lo puedo permitir, estoy de vacaciones», expone con gesto socarrón y enérgico.

Así se presenta el torero que más tirón taquillero tiene en la actualidad, que tiene una parte de humano y otra de héroe. Andrés y Roca Rey son el mismo y son otro. La persona y el torero. Pero a él le gusta que le llamen Roca Rey, no Roca a secas. Porque es el apellido de su padre y quiere llevarlo a gala en plenitud. El mismo que ya colgaba en los carteles de niño, cuando se anunciaba como El Andy.

Delgado y seco, camina con antiguo empaque andaluz y viste un traje azul noche -viene de recoger los premios de la a Diputación de Valencia- por el que asoma una mirada tan pura como profunda.

Ahora gasta todas las fuerzas en disfrutar de la vida, con un esmero de valiente, alejado del ruido: «Quiero pasar la Nochevieja en Cartagena de Indias (Colombia), dentro un barco con mis amigos, después de torear en Cali», adelanta.

En sus palabras hay una cierta invitación a gozar del momento presente, ya que el día de mañana es incierto. Carpe diem, que dirían los clásicos. Puro vitalismo. Puro apasionamiento: «¿Por qué tienen que acabar los momentos bonitos?» se pregunta.

Con apenas 26 años conserva el carisma de los grandes, que en el fondo es su mayor botín. «Estoy enamorado. Me encanta estarlo», manifiesta sin elevar los latidos de su pulso.

Roca Rey durante un muletazo de rodillas en la Maestranza. Joserra Lozano

Cuando recogió los premios en València dijo que tiene muchas ilusiones puestas en su plaza de toros este año...

Desde el principio de mi carrera he tenido triunfos bonitos y he podido pasar momentos emocionantes en esta plaza. Creo que València es una de las mejores ciudades de España.

¿Estará en la próxima Feria de Fallas?

Si Dios quiere, sí. Mi ilusión es seguir toreando, seguir transmitiendo emociones en esa plaza que tanto quiero y siento.

¿Cómo alimenta su ilusión?

A través de la emoción. Cada día, cada tarde, me inspiro para poder dar otro poquito más de mí y poder ir más allá de cualquier triunfo.

¿Pero cómo se puede crear emoción en la mayoría de los toros a los que se enfrenta?

Según tus sentimientos. Siempre he creído que el toreo, que es un arte, es tener algo que decir y poder llegar a decirlo.

Ya lo dijo Rafael El Gallo.

Cuando uno está triste, cuando uno está feliz, cuando uno está emocionado o enamorado creo que es mucho más fácil ponerse delante de un toro y expresar lo que sientes. Y es ahí cuando llegan las emociones al tendido. Obviamente, necesito al toro para crear una cierta emoción, pero lo más importante son las emociones que pueda sentir por dentro como ser humano para poder transmitirlas por la vía del toreo.

¿Y cómo se canalizan esas emociones delante del toro?

Soy una persona un poco tímida y el toreo es lo que me ha ayudado a expresarme desde que tengo uso de razón. Muchas veces no me atrevo a exponerme en alguna respuesta, incluso a hacer algo salvaje como contestar y decir las cosas que yo creo. Porque la sociedad, digamos, mantiene un poco encarcelada a la gente que se sale de la norma.

¿Entonces?

Cuando un artista es tímido y cree que su manera de expresarse es toreando, pintando, cantando o haciendo lo que sea, creo que es cuando empiezan a salir las obras de arte, ¿no?

Y en esa creación, ¿qué es lo más importante?

El alma. Porque si un torero no siente sería horrible, ¿no?

El Torta ya lo decía: «No sé cantar, lo que hago es transmitir...»

Cada macho que me amarran en el hotel, cada pliegue del capote de paseo, cada tacto de los trastos de torear... Esos pequeños detalles son los que me inspiran a hacer grandes faenas.

¿Por qué conecta con la sociedad actual?

Cuando de pequeño iba al cine y salía un niño, me identificaba con él. Supongo que los jóvenes, cuando ven a un señor mayor toreando, si no saben de toros, les puede gustar más o menos, pero si ven a un joven se pueden identificar mucho más con él. Por eso es muy importante que cada año vayan saliendo más toreros jóvenes dentro del escalafón.

¿Y por qué los jóvenes se identifican con su carrera?

Sobre todo, por la edad, porque tenemos las mismas aficiones, los mismos gustos. No solamente en el toreo, sino que tenemos las mismas formas de pensar. Yo creo que pienso igual que tú, aunque tengamos diferentes vidas y yo tenga mi filosofía de vida en el mundo del toro.


¿Y también por su rebeldía?

La rebeldía nos gusta a todos, especialmente cuando somos jóvenes. Tenemos que ser rebeldes con el mundo que nos ha tocado vivir. Es decir, ir en contra de las cosas que creemos que no vamos a poder conseguir o de lo que nos metieron en la cabeza que no vamos a entender nunca.

¿Tiene estabilidad en su vida actual?

Ahora estoy enamorado. Me encanta estarlo. La estabilidad es lo más importante que hay en la vida y yo la tengo, claro.

¿Cómo la consigue?

Muchas veces vemos que artistas se pierden. Lo mismo pasa con los futbolistas y los toreros. Creo que el ser humano se divide mínimo en dos personajes: uno es la persona y el otro, el torero. Y cuando estoy en la plaza y llega el toro, tengo que ser lo suficientemente torero para que no entre el ser humano y, de esta forma, no pasar miedo. Pero también hay que ser lo suficientemente persona para que el torero no entre en el ser humano cuando, por ejemplo, estoy en una mesa con mis amigos.

Y el cartel de «No hay billetes» va con usted a todas las plazas...

No me asusta. Al contrario, ver los tendidos llenos me motiva. Lo asumo día a día.

Hablemos de la tarde de Bilbao.

Ha sido la mejor tarde de la temporada. Asumí la muerte, me daba igual que el toro me cogiera. Y ya cuando asumes la muerte, ¿qué más puede pasar?

¿Qué pensó en la enfermería?

Te acuerdas de las cosas más bonitas que puedes vivir de vacaciones. Allí dentro, mi hermano Fernando me dijo que hay días que hay que hacer el esfuerzo para intentar hacer historia y salí a torear el segundo toro.

¿Cómo asume la muerte con tan solo 26 años?

Hay varios miedos. El escénico, el físico y a la muerte. Cuando asumes el miedo a la plaza, llega el miedo a una cornada y, cuando estás ahí, llega el miedo a perder la vida. Son fases mentales que, conforme te pones delante del toro, vas asumiendo en una tarde. Hay veces que logras pasarlas todas. Otras veces, no. La tarde que asumes que la vida está en juego es cuando estoy más relajado para torear.

¿Cómo logra pasar de una fase a otra?

Con la metalización llego a estar dispuesto a que un toro me pueda matar. Lo necesito para vivir. Por eso soy vitalista. Incluso, antes de torear me pongo a llorar porque sé que puede ser la última vez que lo haga. Aunque no busco que me coja un toro para tener una gran tarde. Pero cuando nos coge, te puedes asustar. Pero cuando estás mentalizado, te coge y te sientes tranquilo.

¿Llora?

Claro, como todos. En Bilbao no me pasó, pero cuando voy por la carretera y veo los carteles azules que indican el nombre de la ciudad a la que voy a torear, como por ejemplo Madrid, sí que me pasa. Es natural.