EL SILENCIO POR FAVOR - DESAYUNO - CENA - DOMINGO - LUNES - CARMEN POSADAS, fotos.
Carmen Posadas: "Hace 30 años, todos querían un buen coche, ser ricos y cambiar de mujer" .
Carmen Posadas: «La literatura es terapéutica, me he ahorrado mucho dinero en psicoanalistas»,.
Cuando surgió como presentadora en la tele de entonces, nadie supo predecir —ni tan siquiera ella—
que el proceso histórico que pasa por la calle Alcalá la estaba
esperando. De esto hace la tira de años. Con todo, las ganas de gustar
siguen enroscadas a su cuerpo cuando voltea para lucir el
tipo. «Cien años de garantía», le suelto, como en aquel piropo que echó
Pericón al paso de una mujer estupenda por el Mentidero gaditano.
Cien años de garantía, chapa, pintura y motor.
Es
una pena, pero el piropo se ha perdido en España, yo creía que no me
los decían porque soy vieja, pero cuando salgo por ahí, sobre todo a
Sudamérica, veo que sigue existiendo. Creo que es uno de los efectos
colaterales de esta modernidad: a los hombres les da vergüenza decir
piropos porque piensan que las mujeres les van a decir que eso es
machista. Entonces ya no los dicen. Escribí un artículo que se llamaba
«Un buen piropo, por favor» y tuvo muchísimo éxito. Me decían: oye,
tienes razón, una cosa es que no nos gusten los machistas y otra que no
nos gusten las galanterías; que nos gustan y mucho. El piropo es un
arte. Hay que currárselo un poco, no vale con decir «tía buena» y cosas
así.
No ¿quién dijo eso?
Ruiz-Mateos.
¡Socorro!
Hay
que disculparlo. Es un piropo adverbializado, quiso emular a Ortega y
Gasset y le salió así ¿Tú has trabajado con Ruiz Mateos ¿verdad?
Hay una confusión con eso. Escribí al alimón con mi amiga Lucrecia King-Hedinger un libro de entrevistas que se llamaba (Es)cena improbable donde entrevistábamos a diez personas, entre las que estaban Luis Miguel Dominguín, Suárez, Alaska, Alfonso Armada,
el golpista, y otro de los entrevistados era Ruiz Mateos. Les
preguntábamos que si tuvieran que invitar a cenar a uno de los
personajes de la historia a quién sería. Y cuando te contestan a esa
pregunta se hace un retrato robot de la persona porque, según a quién
invites, dice mucho de ti. Y esta amiga mía norteamericana, Lucrecia, se
quedó a trabajar con Ruiz Mateos. Entonces, un día Ruiz Mateos contrató
a un abogado afroamericano —que diría un tipo políticamente correcto—
de Estados Unidos para que le defendiera. Y este abogado no sabía
palabra de español y mi amiga que era quien llevaba todos los temas de
prensa me dijo: oye ¿no te importa hacerle de traductor al abogado? Y
hay una foto en la que salgo yo, está el abogado por medio y luego Ruiz
Mateos. De ahí viene la leyenda.
Años después hay una guerra de tartas y de jarras de cerveza entre Ruiz Mateos y tu familia. Me parece simpático. El Padrino
en versión «Había una vez un Circo». Pero me parece que se pierde un
poco lo que siempre queréis conservar, me refiero a las formas.
Estábamos
en un sitio de paellas, me acuerdo, cuando de repente vimos entrar a
una hija de Ruiz Mateos que ya le había tirado tiempo antes una tarta a Isabel Preysler.
Mira, esa es la de las tartas, dijimos. Se fue; y vino al rato con un
fotógrafo, porque sin fotógrafo no tiene chiste, y llevaba una tarta que
tiró a Mariano. Pero tuvimos la buena suerte de que mi hermana
tiene muchos reflejos porque es gran jugadora de tenis, desvió la tarta
con el brazo y solo le manchó la chaqueta. Mi hermano, que era
jovencillo, salió detrás de la hija de Ruiz Mateos y se encontró con el
propio Ruiz Mateos en un bar tomando una cerveza. Le afeó su conducta y
le dejó caer la cerveza encima.
Cómo pasas de aquello a lo de ahora. Porque en aquella época no eras la escritora Carmen Posadas.
No, en aquella época era la mujer de Mariano Rubio.
Has
conseguido pasar del glamour al embrujo, que no es otra cosa que pasar
del hechizo del objeto al hechizo del sujeto. Lo fácil es lo contrario
¿Cómo lo hiciste?
Te voy a contar una anécdota para que veas cómo fue ese proceso. Cuando me quedé viuda estaba perseguida por los paparazzi
permanentemente y tenía muy claro que no podía convertirme en carne de
esa prensa porque era lo último que necesitaba para mi carrera. Si
quería ser escritora, no podía ser perseguida por los fotógrafos.
Entonces, durante mucho tiempo llevé una vida extraordinariamente
aburrida. Los que dicen, «Oh Dios mío, no puedo vivir, me persiguen los
fotógrafos», esos son unos mentirosos. El truco consiste en algo tan
fácil como lo que dice el refranero, si no quieres que hablen de ti no
des cuartos al pregonero. Estaba muy claro que tenía que hacer una vida
muy aburrida.
¿Era tan aburrida tu vida que hasta los fotógrafos se aburrieron?
Sí,
al principio iba al supermercado y tenía a los fotógrafos detrás, iba a
cualquier otro sitio y lo mismo pero, poco a poco, se fueron aburriendo
porque no salía con novio nuevo, ni hacía nada escandaloso. Y un día me
ocurrió una cosa muy divertida que marcó el final de esa etapa. Estaba
aquí, en casa, llamaron a la puerta y apareció un tío. Como soy muy
despistada no reconozco las caras, se me olvidan todas y pensé que era
un periodista que venía a hacerme una entrevista. Oye, pasa, ¿quieres
tomar algo? ¿una cerveza? ¿una copa? Después de un rato, veo que el tío
no empezaba la entrevista. Este tío quién es. Y va y dice: creo que me
has confundido, no soy periodista, soy fotógrafo, paparazzi, y
llevo seis meses durmiendo en un coche frente a tu casa para ver si
sales con un novio, con un ligue, con alguien, y me he aburrido tanto
que he escrito unos cuentos y quiero que me ayudes a publicarlos.
¿Estaban bien los cuentos?
Sí, alguno me gustó mucho.
¿Y le ayudaste?
Lo mandé a una editorial, pero ya sabes cómo va esto, sobre todo con el género del relato.
Cuando
salías a aquellas cenas con Boyer, Solchaga, Preysler que luego
publicaban en papel satén ¿Os sentabais para la foto y el pavo era de
plástico, o era todo de verdad y entonces llegaban los fotógrafos?
No,
Isabel Preysler que vive esto, avisaba entonces a los fotógrafos. Ella
es de esas que dicen, «Oh Dios mío, no puedo vivir los fotógrafos me
persiguen» y en aquella época los llamaba ella. Ahora ya no lo hace,
supongo
Quizá estar en primera línea de esa manera no es cosa de tener muchas luces. ¿Erais conscientes de que además de carne de paparazzi, podías haber sufrido un atentado y no precisamente de tartas?
Nunca
lo pensé, pero tienes razón. Pero lo cierto es que no me hubiera
importado mucho. Bueno sí, pero por mis hijas. Siempre he pensado que la
muerte más cómoda es la de Kennedy, estás ahí, saludando a todo
el mundo y de repente, bang, un tiro y al otro barrio. Como muerte no
está mal. La muerte nunca me ha importado, el dolor sí.
¿A Cuántas Carmen Posadas has tenido que matar para llegar a ser Carmen Posadas de ahora?
No
he matado a ninguna. Todos los «yos» los tengo vivos. Durante mucho
tiempo esto era un conflicto bastante grande, pero ahora me he
acostumbrado a vivir con todos ellos y no renunció a ninguno. Antes
tenía mucho conflicto. Tengo una parte muy frívola, otra muy seria, otra
muy espiritual, otra muy atea, siempre estaba «conflictuada» pero ahora
a la vejez viruelas. Ahora no estoy «conflictuada», las acepto a todas y
lo que hago es sacar a pasear la que corresponde dependiendo a las
persona que tengo en frente.
Dime, ¿por qué es más difícil conquistar a una viuda que a una divorciada?
Porque
los fantasmas son imbatibles, luchar contra tu muerto es imposible.
Pero no porque el muerto haya sido perfecto, sino porque todo el mundo
tiende a idealizar lo que ha perdido para siempre. Las viudas tenemos
que luchar contra ese fantasma.
Síndrome de Rebeca. Término que acuñaste tú ¿verdad?
Es
una de las cosas de las que estoy más orgullosa. Así se llamaba un
libro que escribí hace casi treinta años. Ahora está en las
enciclopedias y en los libros de psicología. Porque lo he sufrido, yo
sufrí el síndrome de Rebeca.
Al final no hubo más tartas, tampoco hubo metralletas, ni veneno en el plato.
Al final, el enemigo estaba tan cerca que requería un esfuerzo
gigantesco haberlo reconocido. Lo de Kennedy queda al otro lado del
charco y aquí son otras las tradiciones. Sufres auto de fe inquisitorial
¿lo presentiste?
En
aquella época Mariano era un personaje totalmente incuestionable y
admiradísimo, como no lo había sido antes ningún gobernador del Banco de
España. Era el referente de Boyer, de Solchaga, y no me podía imaginar
que aquello iba a cambiar y que, de eso, se pasase a que nos llamasen
ladrones por la calle. Siempre le decía a Mariano cuando estalló todo:
qué pena que no sea verdad lo que dicen de ti. Si fuera verdad, al
menos, tendríamos mucha pasta.
Hay
una entrevista que realiza Vázquez Montalbán a Mariano Rubio para sus
«Almuerzos con gente inquietante». En la introducción a aquella
entrevista escribe: «Le puede ocurrir lo que a aquel personaje de un
poema de Pavese: “ese hombre que ha estado en la cárcel, vuelve a la
cárcel cada vez que muerde un pedazo de pan”»
¿Eso dice de verdad? No sabía que existía esa entrevista, en aquella época no estaba con Mariano, es profético…
Por eso la pregunta del presentimiento.
No
tuve presentimiento, pero sí recuerdo la sensación que tuve la noche
que se llevaron a Mariano a la cárcel: lo tenue que es la línea que
separa a los que están dentro y a los que estamos fuera. En cualquier
momento, por cualquier chorrada, puedes caer al otro lado de la línea.
Luego he ido muchas veces a dar charlas dentro y a visitar a un amigo, a
Jorge, que estaba en el trullo.
¿Jorge de la Hidalga?
¿Conoces a Jorge?
No en persona. Conozco su trabajo en web. Sé que es profesor de tu taller literario y también conozco su novela Vis a vis.
Pues
he ido a Alcalá Meco porque Mariano estuvo allí. Y luego a Soto del
Real, porque Jorge estaba allí. Una vez que estuve allí dentro, Jorge me
decía: mira, este es el violador de viejas, este el asesino de Anabel Segura,
este otro el de las niñas de Alcasser…. Entonces tú los ves ahí
sentados, los miras y son igual que cualquier persona. No llevan escrito
en la cara «soy un asesino». Te impresiona porque pensamos que los
malvados siempre tienen cara de malvados como en las películas y eso no
es así.
En una de tus visitas le llevaste a Mariano un libro a la cárcel. El amor y otros demonios, la novela que publicó García Márquez aquella primavera ¿Le gustó?
Sí,
le encantó. Era muy lector. Curiosamente la gente creía que era muy
antipático y muy tecnócrata. Leía mucha novela, le interesaba todo. Era
una persona con gran curiosidad. La cualidad que más respeto es la de la
curiosidad. Sin ella estaríamos todavía en la caverna.
Tu novela La cinta roja
arranca en la cárcel, en la prisión de La Force con el personaje de
Teresa Cabarrús preparándose para ser ejecutada. Hay un momento en el
que dice que, en la cárcel, se baila mucho, casi tanto como se ama. Y a
continuación se corrige y dice que no es verdad, que en la cárcel se ama
aún más de lo que se baila. ¿Has experimentado el eros en tus visitas a
la cárcel o eso es cosa de Teresa Cabarrús y de su tiempo?
No,
la verdad. Si lo que me preguntas es si Mariano y yo tuvimos un vis a
vis, la respuesta es no. Él estuvo a penas quince días en la cárcel.
Tengo entendido que los vis a vis se solicitan cuando se trata de
reclusiones mucho más prolongadas.
Vamos a seguir con literatura, con Vázquez Montalbán. ¿Cómo fue tu relación con él?
Le debo mucho a Vázquez Montalbán porque cuando pasó lo de Mariano escribí Cinco moscas azules y, al poco tiempo, se celebraban las elecciones en las que se sabía que iba a ganar Aznar y Vázquez Montalbán vino a Madrid para escribir un libro que se titulaba Un polaco en la corte del Rey Juan Carlos,
entrevistando a distintas personas de la vida pública de entonces.
Cuando le preguntaron cuál de todos los entrevistados era la persona que
más le había impresionado, contestó: Carmen Posadas. Y eso me vino de
perlas, ya te puedes imaginar. Entonces los de El País me
empezaron a hacer caso, pues nunca hasta entonces me habían dado bola.
Es uno de mis problemas, en general, nadie me considera de su club, todo
el mundo piensa que soy de otro bando.
¿Se equivocan de enemigo?
Siempre
estoy fuera de lugar, para los sudacas soy una europea, para los
europeos soy una sudaca, los de derechas piensan que soy de izquierdas,
los de izquierdas piensan que soy de derechas…
Una Pijaparte.
En el sentido más literario de la palabra.
Pero me hablabas de que El País nunca te habían dado bola.
Sí, y de repente, cuando dijo eso sobre mí Vázquez Montalbán, en El País debieron decir: ahí va, esta tía no será tan tonta. En ese momento estaba escribiendo Cinco moscas azules y la cogió Alfaguara. Juan Cruz en ese momento era su director y le pidió a Manolo una frase para entrecomillar.
La consigna.
Sí, y para sorpresa de todos y sobre todo mía, Vázquez Montalbán escribió cuatro folios sobre la novela.
¿Qué
te dijo tu familia cuando les contaste que te habías enamorado de un
hombre que tenía a su cargo el gobierno del Banco de España?
Mi
familia es muy respetuosa con mis decisiones. Pero en el caso de
Mariano lo que les preocupaba era la edad, la diferencia de edad. Nos
llevábamos veintidós años. Pero que yo me enamorara de Mariano tiene que
ver con el síndrome de Rebeca. Porque si ves a Mariano y a mi primer
marido son la antítesis. Mi primer marido era el más guapo, el que mejor
montaba en moto, el más fantasma, el más calavera, el más caradura. O
sea, el que nunca hizo nada de provecho. ¿De qué te ríes?
Me asombra que hables así de tu primer marido, porque pensaba que estaba muerto para ti. Me explico, leí Caviar y sardinas
donde sale él, al principio, la boda en Rusia, el ramo de flores en la
tumba de Lenin, y luego no vuelve a aparecer y, si recuerdas, lo que
viene a decir Chejov es: «Si al comienzo de un relato se ha dicho que
hay un clavo en la pared, ese clavo debe servir al final para que se
cuelgue el protagonista».
Tampoco
tuvo mucho peso en mi vida. Era como estar casada con Peter Pan. Date
cuenta de que me casé muy joven, con diecinueve años. Cuando te casas
muy joven, si tu marido no crece contigo la situación es inviable.
Te casas en Rusia.
Rafa
y yo teníamos pensado casarnos y como mi padre estaba de embajador en
Rusia, mi madre dijo: mejor casaros allí que es más divertido. Mi madre
es increíble, es de ese tipo de personas que venden helados a los
pingüinos. Se fue a hablar con el patriarca de la iglesia ortodoxa. Se
quedó hipnotizado y mi madre consiguió que la boda se celebrara en una
iglesia ortodoxa por el rito católico. Como decía, me casé con el más
guapo, el que mejor montaba en coche, el que mejor jugaba al tenis, al
golf, esquiaba….pero un vago de siete suelas. Nunca pegó palo al agua.
Ser vago no es malo.
Le
estoy muy agradecida por cómo educó a mis hijas. Se puede educar con
ejemplo positivo o con ejemplo negativo. Él las educó con el negativo,
mis hijas son las más currantas del mundo, las más responsables. Creo
que miraban a su padre y dijeron: yo no quiero ser así.
¿Polanco te dejó escapar o no te supo coger?
Esa
es otra de las leyendas urbanas. Ahí con ese asunto de Polanco fue
cuando descubrí que la mayoría de las cosas que dicen por ahí, los
rumores, no son ciertos. Empezó a correrse la voz por Madrid de que
Polanco estaba enamorado de mí. Y es falso.
No
te hablo de eso, no te hablo de plano sentimental, sino del plano
empresarial. Polanco era un empresario que tenía una editorial donde
publicaste tu primera novela Cinco moscas azules y luego te fuiste a Planeta.
No
fue culpa suya. En un momento dado pensé que podía ser un paso
importante en mi carrera ganar el Planeta. Voy a intentarlo, me dije, y
me presenté. Y es curioso porque Juan Cruz cuenta en sus memorias que la
única persona que se portó bien con él, en ese sentido, fui yo. Sus
amigos nunca le avisaron cuando decidieron cambiar de editorial. Yo, en
cambio, cuando me dijeron que había quedado finalista del Planeta, hablé
con Juan Cruz y le dije: «No sé si voy a ganar o no, pero quiero que
sepas que me he presentado al premio Planeta» y se sintió agradecido. Es
una persona estupenda.
¿Recuerdas la primera vez que fuiste a los toros?
Mi padre era muy taurino, gran seguidor de Paco Camino.
¿Y la última?
San Isidro, Talavante, cuando se encerró con los Vitorinos.
¿Cuándo pierdes la inocencia con la literatura?
Antes
de aprender a leer entre líneas existe la fascinación. Ahora leo mucho
entre líneas y sé por qué el escritor utiliza un adjetivo y no otro y
por qué este personaje se llama María y no Vanesa. Siento haber perdido
la fascinación de la literatura que no te deja dormir. Me acuerdo en el
colegio interna en Inglaterra, a las diez se apagaba la luz y yo tenía
una linternita; me metía bajo el edredón y seguía leyendo; eso lo he
perdido, esa cosa trasgresora.
¿Te encuentras aceptada como escritora, entre el gremio?
Ahora
un poquito más, pero el no haber sido aceptada ha sido un gran acicate
para mí. Me acuerdo de un escritor que me basureaba bastante, decía: tú y
yo no somos iguales, porque tú has escrito obras menores. Yo tragaba,
tragaba y me empecé a hartar. Un día se me ocurrió escribir una frase en
inglés en una cartulina, una frase de la película My fair Lady
que traducida quiere decir, «Espera y verás». Me puse la frase pinchada a
la pared, a mi espalda, detrás de donde me sentaba a trabajar. Me vino
muy bien, pues así escribí Cinco moscas azules.
Cinco moscas azules es un ajuste de cuentas. Pero luego hay otro. Se trata de tu libro El buen sirviente. ¿Eres consciente del daño que puedes llegar a hacer poniendo negro sobre blanco a un personaje como el que sale en este libro?
En ese caso, espero que sí. Ella no me saluda desde ese día. No hay mejor venganza que decir la verdad.
La escritura como venganza pero también como exorcismo ¿verdad?
Como soy una persona muy atormentada y la literatura es terapéutica, me he ahorrado mucho dinero en psicoanalistas. Con La bella Otero,
exorcicé todos los fantasmas de cómo se enfrentarse a la vejez o a la
perdida de la belleza, cosas que me preocupaban entonces. Luego con Juego de niños,
que parte de la base de qué pasaría si una mujer descubre que su hija
es una asesina, que es una pregunta le hago a muchas mujeres: y todas
ellas contestan lo mismo que yo. Lo encubrirían.
Ahora que hablas de delito y de defensa. Tú te mantuviste cerca de tu marido, en aquel momento.
Hay
una cosa que me sorprende mucho. La gente me dice: qué bien te
comportaste con tu marido. Primero, defender al inocente es muy fácil y
luego defender a alguien que quieres es más fácil aún.
Pero se puede crear un conflicto, una situación de crisis. Pueden saltar muchas cosas que rompan el equilibrio doméstico.
De todas maneras es verdad que Mariano cometió un error. Un grave error. Era muy amigo de Manuel de la Concha,
síndico de la bolsa de Madrid. En la época en la que Solchaga dijo
aquello de que «aquí se hace millonario cualquiera», todos los viernes
iba Mariano con Manuel de la Concha a jugar al golf. Entonces Manolo le
decía a Mariano: por qué eres tan tonto, tú puedes ganar mucho dinero en
bolsa. Mariano decía: no, cómo voy a jugar en bolsa, si soy el
gobernador del Banco de España. La única prohibición que tienes es
invertir en bancos, le contestaba Manolo. Tú puedes invertir en
cualquier sociedad, por ejemplo, vamos a sacar a bolsa ahora una
compañía de muebles de oficina. Y Mariano le dijo: no, porque yo no
tengo dinero para invertir en eso. No, no te preocupes, responde Manolo,
organizamos un crédito puente para que compres unas acciones, las
compras el lunes y las vendes el jueves y lo que ganes para ti. Y
Mariano dijo que sí. Entonces hicieron esa operación y Mariano ganó de
una tacada, en un día, cuatro millones de pesetas.
¿Cuatro kilos?
Sí,
y entonces Mariano empezó a decir: qué horror, a ver ahora qué van a
decir. Ahora resulta que el gobernador del Banco de España se dedica a
pegar pelotazos en bolsa. No me gustaría que se supiera, está muy feo.
Manolo de la Concha le contestó: no te preocupes, esto es facilísimo, yo
tengo que dar cuenta de esa operación, pero en vez de poner Mariano
Rubio Jiménez, vamos a poner Mariano Jiménez Rubio. Luego entra Mario Conde,
empieza a intrigar, y cuando se descubre que Mariano y Manolo habían
falseado y habían invertido los apellidos, nadie pudo concebir que
Mariano se había pringado por cuatro millones de pesetas, nadie. Todo el
mundo pensaba que tenía una fortuna escondida en las Islas Caimán.
Sobre todo, nadie podía creer que Mariano había arruinado su vida por
solo cuatro millones.
¿Y tú dónde estabas para haberle dicho, Mariano, déjate de muebles?
Estaba con él en aquella época. No me enteré, pero aunque me hubiera enterado, a mí tampoco me hubiera parecido mal.
¿Cómo que no te hubiera parecido mal?
Me refiero que quien sabía de economía era él.
Antes hablabas de Juego de niños cuando te planteas qué harías si supieses que tu hija es una asesina. Me has dado una idea y podemos jugar.
Vale, juguemos.
Juego
a pensar que, si mi hija hubiera venido diciéndome que se ha enamorado
del gobernador de una Ínsula Barataria, una vez pasado mi disgusto, se
me hubiera abierto una puerta a la esperanza para hundir el sistema
financiero. Quiero decir que cuando el gobernador hubiera pedido la mano
de mi hija yo le hubiera pedido a cambio, no ya que dimitiera, sino que
hubiera puesto el dinero al mismo precio para todos. Que el dinero
valiera lo mismo para unos que para otros, o sea, nada. Bonito cuento
libertario.
Lo que me dices me recuerda a «El banquero anarquista» de Fernando Pessoa.
Pero
si te das cuenta, podía haber sido verdad. En este caso, tu madre,
capaz de vender helados a los pingüinos, lo hubiera conseguido. Tu madre
tuvo en sus manos haber cambiado el rumbo del proceso histórico, el
mismo proceso histórico que luego te atropelló a ti y a tu marido ¿lo
has pensado?
Desde
luego, mi madre era capaz de cualquier cosa, incluso de convertir a un
banquero en un anarquista. Pero te recuerdo que Mariano no era un señor
de derechas, ni siquiera era un banquero, sino un tecnócrata en el mejor
sentido de la palabra o, como a él le gustaba más definirse, un
servidor público. Para mí es muy gratificante la cantidad de personas
que se me acercan ahora para decir: «Si Mariano viviera, no habríamos
visto tanto desmadre en los bancos, en las cajas». Para mí es una gran
satisfacción saber que hay gente que piensa así. Tarde o temprano el
tiempo lo pone todo en su sitio
Hablando de servicio público, ¿te gustaría ingresar en la Real Academia Española?
A mí me gustaría, pero no doy el perfil, creo.
Sería una reivindicación ante la falta de mujeres en la Academia.
No sé, nunca lo había pensado.
Aunque
la verdadera reivindicación está en las definiciones. Se podrían
cambiar muchas para así instruir al personal y hacer que los espíritus
sean libres. Sin ir más lejos, la definición de la palabra «Trabajo:
Beneficio para el Capital».
Sí, eso está muy bien.
Recuerdo
la primera vez que entré a esta casa. Estaba aquí, sentado en el
sofalito blanco. El sol castellano se colaba por los ventanales junto a
la sinfonía de los ensayos del teatro. Y me vino a la cabeza el arranque
de ¡Absalon, Absalon! de Faulkner, en cómo consiguió captar el instante preciso del chorro de luz.
¡Absalon, Absalon! es un libro sagrado.
Sí,
pero lo que vino después fue lo mejor. Porque desde la cocina me
montasteis una bronca a la par, tú y tu cachifa. Me daban ganas de
cogeros a las dos y largaros a la puta calle y quedarme en el sofalito,
fumándome un porro y disfrutar de la sinfonía, intentando hacer
literatura del instante. Pero me hizo gracia porque me di cuenta
de que en esta casa se mezclan dos continentes, por un lado la Europa de
sol pagano con sus sinfonías y, por otro, toda la cacharrería de la
cocina sudaca con su folclore a la cara, directo.
Yo,
que soy sudaca, creo que nosotros tenemos enorme ventaja con respecto a
Europa, porque somos un continente joven y estamos más pegados a la
tierra. Y eso para escribir es impagable, porque realmente un continente
viejo se repite y no aporta nada
Amantinita
del alma. Se ha jubilado, lamentablemente. Amantina se ha vuelto a
Santo Domingo. Para mí era «la prueba del nueve», la importancia de la
intuición. Cada vez que venía un novio nuevo y se lo presentaba, ella
luego me decía este así o este es asao. Y los clavaba a todos.
Y de mí ¿qué te dijo?
Nada, no le pregunté. Tú no eres mi novio.
TITULO:PESADILLA EN LA COCINA - JUEVES -30- NOVIEMBRE - LA COCINA - DOMINGO - LUNES -Con mi nuera en La Morocha ,.
PESADILLA EN LA COCINA - JUEVES -30- NOVIEMBRE,.
Pesadilla en la Cocina es un programa de televisión español de telerrealidad culinaria, presentado por el chef Alberto Chicote, emitido habitualmente los jueves a las 22:30 en La Sexta.
PESADILLA EN LA COCINA. Alberto Chicote se ha convertido en el terror de los cocineros. Su objetivo es reflotar restaurantes en crisis y enseñar, etc.
LA COCINA - DOMINGO - LUNES -Con mi nuera en La Morocha ,.
Con mi nuera en La Morocha , foto.
Con mi nuera en La Morocha,.
Arroz, pasta y carnes raras en un restaurante cacereño que arriesga,.
Un profesor de Cocina me había recomendado conocer este restaurante donde, me comentaba, la relación calidad, riesgo y precio era de lo mejor. Pero siempre que venía estaba lleno. Pero, por fin, estamos sentados en una de sus mesas y llegan unas tapas para abrir boca: un bol con arroz y un triángulo de sabrosa tortilla de patatas muy gruesa. Los vasos de cerveza son estilizados y en una cesta llega el pan, rico y de estilo 'gallego'.
En la carta, ofrecen un menú degustación a mesa completa por 19 euros: ternera con atún, arroz meloso de carabineros y alganori, lagarto a la parrilla con velouté de miel y soja y pasión de chocolate. Me habían hablado de que una de las curiosidades de La Morocha era que cocinaban pez mantequilla. Efectivamente, tienen una tapa de este pescado en carpaccio con duxelle trufada de portobellos (6.50). Aparece en la sección de tapas con el pan bao relleno de bondiola de cerdo ibérico (7), las verdinas marineras (8) o la merluza de pincho sobre cremoso de boniatos y muselina de ajo negro (6.50).
En la carta, la oferta de pasta italiana es variada y tentadora, destacando el canelón de costilla a baja temperatura con la velouté de sus jugos (14.50) y el sorrentino de berenjena y scamorza a los cuatro quesos (13.50). Una confesión personal: era la primera vez que iba a comer con mi hijo y mi nuera así que dejé que ella escogiera los platos. Pidió una ensalada de bacalao (13.50) y acertó: delicada, aromática, con hierbabuena... Pidió también un vitello, o sea, un plato que en la carta se llama 'cuando la ternera encontró el atún' (13.50), que me entusiasmó menos. Vino a continuación un arroz 3 pomodori y albahaca (13.50), que me emocionó: qué frescura la del tomate, qué intensidad melosa y cautivadora... Perdón por el desliz de lirismo barato, pero es que aún recuerdo su sabor. Hasta ahí dejé pedir a mi nuera. A partir de ese momento, escogí yo: arroz con gambón y sepia (14.50), muy bien ligado y sabroso, pero previsible y lógico: sabor a gambón y a sepia, sin la originalidad festiva del pomodori.
Me había contado el profesor y consejero gastronómico que en La Morocha preparan a veces tomahawk, que es un hueso de ternera alargado con un trozo generoso de carne en la punta, parecido a un hacha apache. Nunca lo he probado ni visto y ese día no lo tenían, pero sí me llamó la atención la entraña de ternera (14.75). La camarera me explicó que eran trozos de carne situados entre la costilla y el diafragma de la ternera. Lo preparan a la brasa y llega en compañía de una salsa chimichurri picantita y de unas patatas panadera muy bien fritas.
La carta tiene de todo: solomillo de vaca (19.50), lagarto, abanico o presa (16.50), carpaccios (16.50) de venado, solomillo de ternera, lomo ibérico o salmón, pescados del día y unos postres dulcísimos, abundantes y espectaculares (6.50). Volvió a pedir mi nuera y volvió a acertar: tiramisú, mousse de dulce de leche sobre ganache de chocolate negro y chocolate en texturas. Esta muchacha vale mucho. Y La Morocha, también.
TITULO:LIGA FUTBOL - LEVANTE -0- Atlético Madrid -5-,.
Resultado Final - LEVANTE -0- Atlético Madrid -5-,foto.
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