TITULO: EL BLOC DEL CARTERO - LA CARTA DE LA SEMANA -Santiago, Ceuta, Estrecho, Los Marinos,.
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Algunos fines de semana me gustar pinchar por ahí.
No pinchar nalgas con una aguja cargada de antibiótico. Pinchar
vinilos. Que en realidad ya no son vinilos: trabajo con iPad, disco
duro, Spotify y un programa de mezclas que no está mal y se llama DJ2.
Mezclo todo lo mezclable y en función del auditorio bailable voy más por
disco o por pop español de los ochenta o por macarradas varias. Me lo
paso bien viendo a la gente venirse arriba con Camilo o con Alaska, con
EW and F o con Secretos. Incluso con Dartacán, que los pone a pegar
saltos insospechados. Unas veces trabajo solo, otras con José Luis
Salas, a pachas y mesa de mezclas intermedia. Ni que decir tiene que
nuestro escenario fetiche es La Polaca, en Marbella, el mítico local de
Francis Guzmán, ese genio de ademanes entre el medio desmayo y la gracia
más rotunda. La Polaca es una suerte de templo, siempre hasta arriba,
en el que igual cenas que bailas, bebes o deliras con la asombrosa
decoración kitch. La cocina no es mala, por cierto.
Francis me enseñó uno de los mejores lugares para el pez pequeño y el
frito perfecto: el bar Ceuta, en el casco antiguo de Marbella, que me
da que la gente lo conoce poco y no sabe lo que se pierde. El Ceuta es
una vitrina con el mejor producto y una sartén con las mejores manos.
Unas mesas, una barra y una notable prudencia a la hora de pasar
factura. Poco más o menos podría decir de El Estrecho, donde Alfonso y
Reyes atienden con el mimo de quien hace muy bien las cosas, frente a La
Taberna del Pisto, donde, como a nadie podrá extrañar, te plantan un
pisto con un huevo frito en lo alto que hace las delicias del más
exigente. Sólo en temporada se puede comer en el Bar El Cordobés, en el
límite externo del barrio, un delicioso espeto de sardinas medianitas
que brasean como nadie. Y así.
Suelo dejarme caer por La Navilla: Manuel y Miguel, dos hermanos de
Montilla, elaboran la elegancia sublime y ese agrado que se ve incluso
reflejado en el plato que te estás comiendo, como si te sonriera también
la merluza (buenísima, por cierto). Pero este último fin de semana de
agua por un tubo y noche de baile en La Polaca, que Salas y yo
parecíamos Bruno Mars y David Guetta, quise volver a encontrarme con un
maestro, una referencia en la Costa del Sol, un pionero señorial y
trabajador que sigue al pie del cañón dando calidad y afecto a todo el
que se acerque a su casa: Santiago. El gran Santiago Domínguez, cinco
décadas de experiencia, en el paseo marítimo de Marbella: apuesta
segura, trabajo infatigable y garantía de calidad. Ha adaptado el local a
los usos de hogaño, pero de su cocina sigue saliendo lo que el público
ha querido siempre de él. Santiago, emprendedor histórico, llegó a abrir
el restaurante más perfecto y selecto en el que he comido en muchos
años, Ruperto de Nola, cocina de altura y lujo sideral, con la desgracia
de que el chef era un delincuente y hubo de echar el cierre. Replegó
ese frente y siguió con su local emblemático y otras apuestas. Y ahí
sigue. Imbatible.
Y si gozan de un par de días para pasear y echar el rato en Marbella y
alrededores, no dejen de visitar una de mis citas ineludibles, a la que
acudo por muchos que sean los kilómetros que me separen de Fuengirola:
Los Marinos José, en un extremo del paseo marítimo de esa localidad. No
se cansarán de volver. Esta última vez sirvió para probar el lomo
fileteado de salmonete sometido al fuego de un soplete y regado por el
aceite de haber frito sus tripas y cabeza. Con un toque de sal negra,
por cierto. Y un tartar de quisquilla en el que se detecta un lejano
aroma a mostaza que consume mis ansias. Y un aparador en la entrada que
asusta. Tampoco les asuste lo otro: no te destrozan la cartera.
Un par de días por esa ribera mediterránea no les hará ningún mal. Y
en La Polaca puede que nos pillen pinchando a Salas y un servidor. Que
no lo hacemos mal.
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