TITULO: Atención obras - Cine - Carmen Ibeas es actriz y productora de la obra de teatro ,. Jueves -28- Septiembre ,.
Jueves - 28- Septiembre a las 20:00 horas en La 2, foto,.
Carmen Ibeas es actriz y productora de la obra de teatro,.
Carmen Ibeas: «La obra me ha enseñado que hay que seguir siempre hacia delante»
Carmen Ibeas es actriz y productora de la obra de teatro «Aquellas migas de pan»
El Teatro Fígaro, de Madrid, acogió el martes 19 «Aquellas migas de pan», de la multipremiada autora norteamericana Jennifer Haley. Vuelve con un evento solidario con motivo del Día del Alzheimer, que se celebra hoy, para concienciar y visibilizar sobre la experiencia vital de las personas con esta enfermedad y sus cuidadores. Tras la representación teatral un coloquio contó con la participación de la presidenta de la Fundación Alzheimer España, Micheline Antoine Selmes; David Pérez Martínez, jefe de Neurología del Hospital 12 de Octubre y la directora de la obra, Inma Cuevas, así como sus protagonistas, Mónica Bardem y Carmen Ibeas, que también ejerce como productora de la misma y con quien hablamos sobre la experiencia. La recaudación irá destinada a la Fundación Alzheimer España, que organiza este evento especial en colaboración con la Fundación Smedia.
Estrenan «Aquellas migas de pan», con la que busca sensibilizar sobre el alzhéimer. ¿Sobre qué aspectos cree que es más necesario hacerlo?
Es muy necesario concienciar acerca del diagnóstico precoz, ya que es una patología que se suele detectar cuando está más avanzada, y los pacientes pueden ganar en calidad de vida y autonomía cuanto antes se empieza a abarcar la enfermedad.
Tras la obra, celebran un coloquio con el público y con expertos en el campo de las enfermedades neurodegenerativas. ¿Cómo surgió la idea?
El pasado mes de mayo tuvimos temporada de la obra de teatro en Madrid, y la Fundación Alzheimer España nos acompañó en varias ocasiones en los coloquios con el público. Entonces vimos lo necesarios que eran y la gran acogida que tenían en el público. Se convertían en un espacio en el que compartir experiencias y de alguna manera, los espectadores salían «aliviados», se sentían menos solos.
¿Qué es lo que más le ha costado de esta obra?
Estructuralmente, es una obra muy interesante, son dos líneas temporales que se van entrecruzando, y para Mónica Bardem y para mí, es como hacer dos personajes cada una ¡Y con cambios de segundos para pasar de un personaje a otro! Eso ha sido un gran reto. Y el otro gran reto ha sido estrenarme como productora con nuestra primera producción bajo el nombre de Varsovia Producciones.
¿Y la mejor enseñanza que se lleva?
Me llevo muchas enseñanzas. La obra es muy completa y tiene tantas temáticas que me llevó la «mochila llena». Pero, sobre todo, el personaje de Beth («la cuidadora») me ha enseñado lo importante que son la paciencia, el amor y la valentía como valores, y que hay que seguir siempre hacia delante. No rendirse.
La demencia, la soledad y la búsqueda de identidad son los temas centrales de esta obra. ¿Cómo consiguen abordar asuntos tan «oscuros» desde un punto de vista «luminoso»?
Tenemos la suerte de que el texto de Jennifer Haley está muy bien escrito, sabe mezclar muy bien momentos más ligeros o de comedia, con situaciones más dramáticas. Inma Cuevas, la directora, lo entendió perfectamente, y ella, junto a Javier Ruiz de Alegría (escenógrafo y diseño de luces) y Jordi Collet (diseño de sonido) crearon una atmósfera mágica y de fantasía que hacen que el mensaje final que te llevas es de «luz», de alivio.
¿Qué ha significado para usted involucrarse en este proyecto?
A nivel artístico ha sido muy enriquecedor, tanto como traductora, actriz o productora, junto a Niko Verona, cofundador de Varsovia Producciones. Nos encantaba el texto y la propuesta, y Kendosan Producciones nos ayudó a ponerlo en pie. Después, al incorporarse la Fundación Alzheimer España e iniciar este formato híbrido de teatro mas coloquio con expertos, la obra ha adquirido un poder de concienciación muy fuerte sobre esta enfermedad, por lo que nos encantaría que llegase a todas las provincias de España y al teatro público, porque hace una labor social y cultural muy necesaria.
TITULO: Detrás del instante - Un calendario sitúa en Madrid escenas del cine clásico ,.
Miércoles -27- Septiembre a las 20:00 horas en La 2 / foto,.
Un calendario sitúa en Madrid escenas del cine clásico,.
Trece fotomontajes rinden homenaje a la ciudad de Madrid y, a la vez, al cine clásico de Hollywood.
El mundo editorial madrileño se halla revuelto estos días por la aparición en librerías de Madrid de un calendario hasta ahora insólito.
El mundo editorial madrileño se halla revuelto estos días por la aparición en librerías de Madrid de un calendario hasta ahora insólito. Trece fotomontajes rinden homenaje a la ciudad de Madrid y, a la vez, al cine clásico de Hollywood.
Gene Kelly canta bajo la lluvia encaramado a una farola de Plaza Mayor. John Wayne dispara a forajidos en Cine Carretas. Tarzán caza el león de las Cortes. Audrey Hepburn circula como una loca por Puerta del Sol montando la famosa Vespa de Vacaciones en Roma. Y Elisabeth Taylor de Cleopatra preside solemnemente el rincón más egipcio de Madrid: el Templo de Debod. Como guiño al cine español todo un Berlanga, el alcalde de Bienvenido Mr. Marshall suelta su famosa arenga desde el balcón de la Comunidad de Madrid. Y además, con personajes madrileños ocultos entre los paseantes.
TITULO:TARDE DE CINE CON - Adelanto editorial: Lee un fragmento de la nueva novela de Arturo Pérez-Reverte,.
Adelanto editorial: Lee un fragmento de la nueva novela de Arturo Pérez-Reverte,.
fotos / Publicamos una parte de 'El problema final', donde el escritor homenajea a Sherlock Holmes, el detective más icónico,.
Un aparente suicidio en un hotel de Corfú y un inopinado investigador. Así comienza la novela con la que el escritor vuelve al género de la intriga y que llega el martes a las librerías
A primera hora de la tarde, los huéspedes nos sentamos con la señora Auslander en el salón —muebles de estilo nórdico y paisajes enmarcados de Corfú en las paredes–, donde la dueña del hotel expuso un informe detallado y muy sereno sobre el suicidio de Edith Mander. En términos cinematográficos, aquello podía considerarse una especie de 'establishing shot', o plano general preparatorio: además de mí estaban Pietro Malerba y la Farjallah, el doctor Karabin, Paco Foxá y el matrimonio Klemmer. Raquel Auslander se había puesto otra vez en contacto por radio con la comisaría principal de Corfú, nos explicó, y allí aseguraban que cuando el tiempo mejorase vendrían con un juez a hacerse cargo del cadáver. La actuación oficial se demoraría un poco, y lo razonable mientras la isla siguiera incomunicada era volver a la normalidad, o intentarlo.
Fue el doctor quien primero planteó el asunto. Acababa de dejar a Vesper Dundas en su habitación al cuidado de Evangelia, tras darle a la inglesa una dosis de veronal que la haría descansar el resto del día. Se rascó la barba, carraspeó ligeramente y tomó la palabra.
—Hasta que lleguen la policía y el juez, y como dueña de este lugar, usted, señora Auslander, es la autoridad aquí —nos dirigió una ojeada para asegurarse de que todos estábamos de acuerdo—. ¿No es cierto?
—Podríamos considerarlo de ese modo —respondió ella tras una corta vacilación.
Karabin hizo un ademán que incluía a Foxá, Malerba y a mí.
—En tal caso, ¿damos por cerrada nuestra pesquisa?
Raquel Auslander le lanzó una mirada suspicaz.
—Es excesivo llamarla así —volvió a dudar un momento—. Acudieron al pabellón más en calidad de testigos que de otra cosa.
—Naturalmente —Karabin se mostraba inseguro—. Sin embargo, tengo algunas dudas. Y quizá no sea sólo yo quien las tiene.
Incómoda, la dueña del hotel se tocaba las dos alianzas que llevaba en la mano derecha.
—No entiendo qué pretende decir.
El doctor parecía buscar las palabras adecuadas.
—Hay aspectos poco claros —dijo al fin— en el desdichado accidente del pabellón.
Emitió Pietro Malerba una risa vulgar. Tenía un vaso de whisky en las manos y entornaba los ojos con gesto agrio.
—¿Volvemos a que podría no ser un suicidio?
—Yo no digo nada, excepto lo que he dicho.
El productor gruñó, hastiado.
—Usted encontró en el pabellón lo mismo que los demás. Todo estaba a la vista.
—Menos lo que podría no estar —el doctor me señaló, preocupado—. Algunas observaciones hechas por este señor me inquietan un poco.
Soporté impasible el escrutinio general. De pronto, todos nos mirábamos cual si fuéramos sospechosos.
—En cualquier caso, es asunto de la policía —dijo Hans Klemmer.
Era corpulento, sanguíneo, con unos ojos azul claro idénticos a los de su esposa. Una cicatriz horizontal le cruzaba la mejilla izquierda: la inequívoca marca estudiantil de las antiguas universidades alemanas. Me pregunté, no sin malicia, qué habría hecho durante la última guerra.
—La policía —insistió con evidente fe germánica en las instituciones.
—Tardará días en llegar —objetó Karabin—. Además, por mucho que procuremos retrasarlo, el cuerpo de esa pobre mujer entrará en descomposición.
—Dios mío, no lo había pensado —gimió Najat Farjallah.
Se había puesto pálida. Malerba le dirigió una sonrisa de aliento.
—Leyes de la naturaleza, querida. Polvo al polvo, con una fase intermedia bastante desagradable.
—¿Y qué sugiere, doctor? —inquirió Foxá.
Karabin miraba a la señora Auslander.
—No soy médico forense, pero estoy capacitado para un estudio más minucioso.
—¿Autopsia? —preguntó ella.
—No llego a tanto, aunque podría comprobar algunos detalles complementarios.
—¿Sobre el suicidio?
—Sobre lo que haya ocurrido.
Siguió una tensa pausa. Paco Foxá contemplaba una pared como si esperase ver aparecer en ella signos nefastos; los Klemmer se cogían de la mano; Malerba había sacado un cigarro y le daba vueltas entre los dedos sin decidirse a encenderlo; y junto a él, sentada en el borde del sofá que ambos ocupaban, la Farjallah miraba en torno con suspicacia.
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'El problema final', de Arturo Pérez-Reverte. Editorial Alfaguara. 328 páginas. 21,90 euros.
—¿En qué se basa, doctor? —quiso saber Foxá.
—No me baso en nada. Sin embargo, hay detalles...
Quiso dejarlo ahí, pero el otro insistió.
—¿Raros?
—No sé. Detalles, en fin. Cosas que no encajan —se dirigió a la señora Auslander apelando a su buen criterio—. Y que tal vez no sea lugar ni momento para plantear.
—Puede que no —comentó ella, prudente.
Demasiado tarde. El desconcierto del salón se había convertido en recelo.
—¿Insinúa usted...? —empezó a decir Klemmer, dando un respingo.
—No insinúo nada —Karabin movía la cabeza—. Sólo me ofrezco para reconocer más a fondo el cadáver.
—¿Y qué hacemos con eso? —inquirió Malerba—. ¿Cuál es la diferencia?
—Aconsejo...
—Quien aconseja no suele ser el que paga.
Reinó otro silencio incómodo. Fue Paco Foxá quien acabó rompiéndolo.
—La diferencia es saber si Edith Mander realmente se suicidó o si alguien más intervino. ¿Es lo que intenta decir?
—No con esa brusquedad —repuso Karabin.
El español sonrió con impertinencia. Me parecía el suyo un aire demasiado ligero, en tales circunstancias. Cual si la muerte de una mujer en el pabellón de la playa le pareciera un incidente menor.
—Pero se refiere a eso.
Ni el doctor ni ningún otro dijimos nada. Foxá nos miró a todos hasta acabar deteniéndose en la señora Auslander.
—La cuestión, en tal caso —señaló—, es que esperar de brazos cruzados el fin del temporal no sería conveniente —en este punto hizo una pausa más bien dramática—. Me refiero a si el responsable de la muerte fuese uno de nosotros.
Brotó un coro de protestas. A la Farjallah le temblaban las pulseras de excitación.
—¿Uno de nosotros? ¡Válgame Dios! —cristiana libanesa como era, se santiguó sin recato—. ¿Creen que es posible?
—Qué mal suena eso —coincidió Malerba, sarcástico.
—¿Un responsable? ¿Aquí dentro? —a Klemmer le había subido un golpe de sangre al rostro. Hizo ademán de levantarse, y volvió a dejarse caer en el sofá–. ¡Es absurdo! No podríamos dormir tranquilos.
—De eso se trata precisamente —argumentó con calma Foxá—. De dormir tranquilos o no dormir.
—Me parece disparatado —opinó el alemán arrastrando las erres, y su esposa asintió, solidaria.
—Quizá no sea un disparate lo que apunta el señor Foxá.
Fue la señora Auslander quien dijo eso, y nos volvimos a mirarla.
—¿Está diciendo...? —empezó a decir Klemmer, pero no siguió adelante, como si lo asustaran sus propias conclusiones.
—Sí. Eso estoy diciendo.
Se mostraba convencida, muy serena, cual si hubiera llegado al término de un largo y prolijo razonamiento.
—Haría falta un policía —sugirió alguien—. Un detective.
—Tenemos uno —dijo Foxá.
Lo dijo vuelto hacia mí, y todos siguieron la dirección de su mirada. Desde el sillón en que me había mantenido inmóvil, callado y al margen, dirigí en torno un vistazo sorprendido al principio, irritado después o con apariencia de tal. En el fondo me sentía halagado; pero eso era asunto mío.
—¿Por qué me miran? —inquirí.
—Sabe muy bien por qué —respondió Foxá.
—Eso es ridículo... ¿Se han vuelto locos?
—Cuando se conoce una serie de hechos, cualquiera puede predecir el resultado. Otra cosa es, a partir del resultado, establecer los hechos.
—¿Y?
—Usted fue Sherlock Holmes.
Abrí la boca lo conveniente, como no dando crédito a mis oídos.
—Nadie fue Sherlock Holmes —tras un momento, descrucé las piernas y me ladeé un poco en el sillón—. Por Júpiter. Ese detective no existió jamás. Es una invención literaria.
—Que usted encarnó de modo admirable.
—Eso fue en el cine —me recosté de nuevo y encogí los hombros—. Nada tuvo que ver con la vida real.
—Hiciste quince películas sobre el personaje —apuntó Malerba, divertido.
—¿Y qué, Pietro? Otros actores lo interpretaron también: Gillette, Clive Brook, Barrymore... Hasta Peter Cushing, aunque es bajo y nervioso, acaba de hacerlo. Al menos hubo una docena.
—Pero nadie lo hizo como usted —terció Foxá—. Todos lo recuerdan con su rostro, sus gestos y su voz.
Moví una mano en el aire como para apartar una mosca o una idea.
—Eso no tuvo nada de particular. Me eligieron porque en Hollywood nadie hablaba correctamente el inglés excepto Ronald Colman, David Niven y yo; y sobre todo porque me parecía a las ilustraciones de 'The Strand Magazine', donde Conan Doyle publicó sus relatos.
—Pocos recuerdan esas ilustraciones —comentó Hans Klemmer—. Las ediciones modernas no suelen traerlas.
—Tenemos una edición facsímil en la sala de lectura —dijo la señora Auslander–. En el estante más alto de la librería, junto a las novelas de Remarque y Colette.
—Novelas o películas —insistió Foxá—, el hecho obvio es que el rostro que se asocia con unas y otras es el suyo, Basil.
Yo había recobrado la flema.
—Nada hay más engañoso que un hecho obvio —dije.
Tras decir eso arrugué la frente, como sorprendido de mi propio comentario. Después me removí en el sillón, aparentando incomodidad, antes de cruzar las piernas de nuevo. Mis zapatos de ante marrón aún tenían adheridos granos de arena.
—¿Ves?... No puedes evitarlo —se echó a reír Malerba—. Te guste o no, eres el detective por excelencia.
Negué con la cabeza.
—Te equivocas —dije con la aridez adecuada—. Sólo aparenté serlo durante cierto tiempo.
—Casi veinte años.
—Quince, para ser exactos: los transcurridos entre 'Un escándalo en Bohemia' y 'El perro de Baskerville'... Precisamente porque me harté de parecerlo, o se hartó el público, o nos hartamos todos, se fue apagando mi carrera.
—Puede que se hubiera apagado igual —opinó Malerba con ecuánime crueldad–. Vivimos otros tiempos.
—Sí, es posible.
Permanecí callado, consciente de sus miradas. Pensando en lo que acababa de decir. Es imposible expresar lo que siente un intérprete encasillado al que atan a la espada y al caballo; o, en mi caso, a la pipa, la lupa y el elemental, querido Watson. Ansioso de recordar al mundo que, ante todo, es un buen actor.
Nadie apartaba los ojos de mí.
—Se equivocan conmigo —dije al fin.
Sonrió Paco Foxá, cortésmente irónico.
—¿Está seguro de eso?
—Por completo. Cuando ven a un personaje en la pantalla, en realidad no lo ven a él, sino a un actor haciendo lo que mejor sabe hacer, que es actuar.
—Lo observé cuando estábamos en el pabellón —dijo el español—: cómo estudiaba el cadáver, la cuerda rota, las huellas en la arena... Y en ese momento no tenía una cámara cinematográfica cerca. No estaba actuando. Sin embargo, se comportaba como Sherlock Holmes.
—Es cierto —confirmó Malerba, que lo pasaba en grande.
—Ridículo —repetí.
—No, en absoluto —volvió Foxá a la carga—. ¿Vio La ventana indiscreta?
—¿La de Hitchcock?
—Ésa. El protagonista mira, ve, reacciona. Un proceso mental que parte de elementos visuales. Se vuelve detective sin pretenderlo.
—¿Y a dónde quiere ir a parar con eso?
—A que ignoro cuánto caló en usted el detective de sus películas, ni de qué manera influyó en su personalidad. O tal vez fue usted quien marcó al personaje... Pero eso no importa ahora. Quien hace unas horas se encontraba en el pabellón no era el actor Hopalong Basil, sino el detective del 221B de Baker Street: el hombre que nunca existió y nunca murió.
Paseé la vista por el salón. Me contemplaban admirados, y lo cierto es que yo mismo estaba empezando a entrar en situación, como si acabaran de encender los focos y oyese el suave rumor de la cámara rodando. La idea me suscitó una sonrisa que pude reprimir a tiempo. Mi proverbial flema británica. Aun así decidí mantenerme silencioso, cruzados los dedos bajo la barbilla, para prolongar el efecto de aquel agradable estímulo. No había disfrutado tanto, lo confieso, desde el rodaje de 'El perro de Baskerville'.
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