TITULO: Juego de Niños - Carnero inaugura la II edición de la ‘Twitter Pucela Cup’ que fomenta la relación de todos los aficionados del Real Valladolid ,. Sábado - 23 - Septiembre ,.
Juegos de niños,.
Sabado - 23 - Septiembre , a las 22:00 por La 1, foto,.
Juego de Niños - Carnero inaugura la II edición de la ‘Twitter Pucela Cup’ que fomenta la relación de todos los aficionados del Real Valladolid,.
Carnero inaugura la II edición de la ‘Twitter Pucela Cup’ que fomenta la relación de todos los aficionados del Real Valladolid,.
El torneo de fútbol sala entre los aficionados del club blanquivioleta también pretende que la iniciativa siga teniendo amplia repercusión a través de la red social,.
El alcalde, Jesús Julio Carnero, ha inaugurado, durante la mañana de este domingo 27 de agosto, la II edición de la ‘Twitter Pucela Cup’ celebrada en el pabellón polideportivo del colegio San José. El objetivo, tal y como ha manifestado Carnero tras agradecer el trabajo de la organización, “es hacer comunidad, mejorar el ambiente y las relaciones entre aficionados del club de nuestra ciudad, promoviendo a su vez el deporte”.
Para la edición de 2023, el número de participantes ha aumentado de 42 a 64 (con edades comprendidas entre los 15 años y superiores a los 40) de la misma manera que se ha incrementado el interés en el torneo y del público en general.
Este año, el torneo cuenta con participación mixta, donde las chicas de Twitter Pucela tienen presencia en la mitad de los equipos, y como gran novedad, las semifinales y la final serán retransmitidas en directo en el canal de Twitch de Radio Marca Valladolid. También se sorteará entre los asistentes una camiseta del Real Valladolid firmada por toda la plantilla.
TITULO: LA PANTERA ROSA - Y LUKE LUKE - Aqui muere la nostalgia ,.
LA PANTERA ROSA - Y LUKE LUKE - Aqui muere la nostalgia , fotos,.
Aqui muere la nostalgia,.
Harrison Ford recibe, emocionado, la Palma de Oro honorífica de Cannes y presenta fuera de concurso la última y quinta entrega del arqueólogo más famoso del cine
Hay un momento muy hermoso en “Indiana Jones y el Dial del Destino”, la quinta entrega de la saga del arqueólogo de sombrero de ala ancha y látigo suelto, y la primera que no dirige Spielberg, que ayer se presentó fuera de concurso en Cannes. “Es la Historia desplegándose ante nuestros ojos”, dice Indiana habitando un tiempo que no es el suyo, como el héroe desubicado que, en 2023, está condenado a ser. Si Indiana Jones se atreviera, hoy mismo, a reescribir el curso de la Historia, como Quentin Tarantino en “Malditos bastardos”, sería posible una revolución. Pero como decía Chris Marker, la nostalgia del pasado siempre reemplaza a la nostalgia del futuro, que es lo que entendemos como revolución. Y esta es una película que se refugia en la nostalgia de siempre, sometiéndola a una puesta en abismo que sobrepasa los límites de la pantalla. No hubo más que ver a Harrison Ford echando la lágrima después de contemplar un vídeo-resumen de su carrera y recibir una Palma de Oro honorífica sorpresa: en sus ochenta veranos, tímidos y agradecidos, solo se veía nostalgia.
Así las cosas, el filme de Mangold trabaja esa nostalgia como un refugio, tanto para el espectador que ha crecido con la saga desde 1981 como para el personaje/actor, que en los primeros veinte minutos aparece rejuvenecido digitalmente en un flashback que lo coloca, cómo no, huyendo de los nazis con otro Santo Grial entre las manos (el cuadrante de Arquímedes). Las referencias al pasado no han hecho más que empezar: si la acción principal, que conducirá a Jones por Tánger, Grecia y Sicilia acompañado de su díscola ahijada (graciosa Phoebe Waller-Bridge), transcurre en 1969, los frecuentes guiños a “Indiana Jones y el templo maldito” (la cueva tapizada de bichos, el side-kick infantil) no paran de derramarse sobre el metraje. Mangold le deja muy poco espacio a Ford para que se comporte como un eastwoodiano héroe crepuscular: solo lo que dura un despertar malhumorado, en calzoncillos, con un café alcoholizado, el día en que Jones va a jubilarse, con los papeles del divorcio por firmar. En la rueda de prensa, Ford confesaba que quería ver “el peso de la
vida” en su personaje. “Quería ver cómo se reinventaba. Le quería ver en una relación que no fuera el típico romance de película”. Pero su reinvención es, precisamente, un regreso al pasado, con un malvado científico nazi (Mads Mikkelsen) pisándole los talones y un artilugio que, cómo no, permite viajar en el tiempo.
“Indiana Jones y el Dial del Destino” no puede evitar entonces exhibir sus propias contradicciones, entre la película que recuerda ser y el ‘blockbuster’ plenamente integrado en el capitalismo de plataformas y la homogeneización digital que acaba siendo. Por muy eficaces que sean las escenas de persecuciones, y por muy icónico que sea Indiana Jones, uno tiene la impresión de estar viendo una producción muy estandarizada, que desaprovecha la estimulante deriva argumental de su clímax final, que no vamos a desvelar aquí por respeto a Arquímedes, para encerrar al personaje en su propia mitología.
Si Lucas y Spielberg crearon a Indiana Jones a imagen y semejanza de las novelas seriales de quiosco, Nuri Bilge Ceylan parece tener a la literatura de Dostoievsky (con unas gotas de Emil Cioran) como modelo de “About Dry Grasses”. En la línea de un cine novelesco y duración generosa iniciado con “Winter Sleep” y “El peral salvaje”, la excelente película de Ceylan empieza con lo que podría ser la amenaza de expulsión de un profesor de secundaria (extraordinario Deniz Celiloglu) de una escuela pública de un remoto y nevado pueblo del norte de Anatolia para acabar con la disolución de un triángulo amoroso protagonizado por ese mismo profesor. Es decir, el filme parece anclarse en una situación -la relación ambigua que este maestro mantiene con una de sus alumnas-, que podría servir como metáfora para explicar el anquilosamiento de las instancias de poder de un país dictatorial, para luego enfocar su atención en lo que realmente le interesa: en la construcción de un personaje fascinante, que ha hecho del egoísmo, la envidia y la misantropía su manera de estar en el mundo, que es, también, el modo en que expresa su (nula) responsabilidad social para con los que le rodean.
Exceptuando una desconcertante salida de tono brechtiana y una voz en off final un tanto redundante, la solidez de la construcción dramática de “About Dry Grasses” es impecable. Largas escenas dialogadas (la de la cena-coqueteo con su interés romántico es una maravilla) que, en bloque, hacen que la película, tensa y antipática, se transforme ante nuestros ojos en el retrato de un hombre amargado, que reivindica su derecho a no ser héroe, a no responder ante nadie, mientras fotografía a la gente que hay a su alrededor como si quisiera retener lo que hay de humano en su mirada.
La mujer, después de la primavera árabe
En “Les filles d’Olfa”, la tunecina Kaouther Ben Hania quiere contar la vida de la Olfa del título y sus cuatro hijas, dos de ellas reclutadas por el estado de Daesh en Libia en 2016, basculando entre el documental y la ocasional recreación ficcionada. Ese dispositivo, que en el arranque parece que va a tener un peso importante en el filme, se diluye en su desarrollo, y provoca más confusión que otra cosa. Queda, claro, el autorretrato de la figura femenina después de la Primavera Árabe, ilustrado con todas las contradicciones -una supuesta liberación que condujo, paradójicamente, a una radicalización integrista- de un momento histórico del que aún queda mucho por explorar.
TITULO: EL CLUB COMEDIA - ¿ Y si cae aquí ? ,.
¿ Y si cae aquí ? ,.
El cuento congelado de "Turandot" vuelve al Teatro Real,.
En esta producción de Bob Wilson, el regista norteamericano huye de la realidad y nos pinta un mundo cuajado de hermosas imágenes congeladas, movimientos geométricos y actitudes pétreas,.
Tras aquellas ya lejanas representaciones de 2018 ha vuelto al Real esta producción de Bob Wilson, que repite permanentemente sus modos, sus métodos, sus concepciones. En esta ocasión hemos encontrado las mismas carencias, defectos y virtudes de hace años. En esta coproducción con la Canadian Opera Company de Toronto, el Teatro Nacional de Lituania y la Houston Grand Opera, fiel a su estilo, el regista norteamericano huye de la realidad y nos pinta un mundo cuajado de hermosas imágenes congeladas, de movimientos geométricos, de actitudes pétreas, esfíngeas.
Un antinaturalismo radical, extremo, una pintura bellamente cincelada a base de paneles corredizos, de un pormenorizado estudio de la luz, sabiamente manejada, de fondos monocolor, en los que, como elemento habitual, no falta la gran luna roja. Los solistas, coros y figurantes no guardan actitudes que podríamos considerar “normales”, miran siempre hacia el espectador, no dialogan entre sí y adoptan posturas y gesticulan a impulsos bien estudiados. Se mueven de atrás adelante como autómatas luciendo, eso sí, un vestuario fantasioso y estilizado, inspirado en la imaginería lacada de las antiguas dinastías.
“Turandot”, como pregona Wilson, y tiene razón, es un cuento de hadas y no tiene mucho sentido representarla en forma naturalista. Pero sí ha de hacerse de modo fantasioso y no tanto en un idioma de imágenes quietas y un movimiento de características geométricas. A veces, esa disposición frontal, ese ajetreo de mecano, esos aspavientos irreales, heladores –ejemplo: muerte de Liù: de pie, la cabeza inclinada, los brazos en ángulo- terminen por cansarnos en espera de que en algún momento el drama, que aletea a lo largo de toda la obra, la emoción que ha de desprenderse del amor inefable de la joven hacia Calaf, la tragedia que amenaza a éste si no acierta a resolver los enigmas, las contradicciones de Turandot, la inquietud del anciano Timur, las reacciones del pueblo haya que imaginárselos.
La dramaturgia resulta por todo ello fosilizada, inane, inexpresiva. Wilson, no sabemos si inteligentemente, intenta hallar la solución para dar vida interna al cuadro marcando un muy vivo contraste entre toda esa parafernalia y la intervención de los tres mimos, los ministros, los bufones y escépticos cronistas de lo que sucede, Ping, Pang y Pong, que aquí son auténticos y movedizos payasos que no paran de hacer cucamonas, saltitos, posturas absurdas. Una exageración que lastra una representación que Wilson plantea huyendo del tópico operístico; y cae, creemos, buscando ese antitópico, en lo contrario: en el tópico de la rigidez, del antiteatro. Aunque hubo soluciones teatrales válidas, sugerencias interesantes, propuestas novedosas, como esa brillante aparición de Turandot o como ese cisne sobrevolando la escena, el estilizado bosque en el que parece atrapado Calaf, los trajes blancos de éste, Liù y Timur…
La frialdad de la puesta en escena contrastó y eso estuvo muy bien, con la fogosa, musculada, bien orientada y perfilada dirección musical de Nicola Luisotti, que supo también buscar momentos de ensimismamiento y encontrar trazos delicados a la hora de subrayar acentos, modelar intervenciones corales y respetar la línea vocal. Buen concertador que tuvo a su disposición a unos conjuntos en buena forma, atentos a sus órdenes. La tan compleja secuencia de los enigmas, con la que se cierra el segundo acto, fue bastante bien planificada. Aunque teatralmente resultara más bien ridícula.
Tuvimos en esta primera representación un buen plantel de voces. Turandot estuvo en la garganta de Anna Pirozzi, una spinto arrostrada, de buena coloración, centro anchuroso, timbrado, agreste, bien redondeado, y agudo percutivo y fulgurante. Cantó con propiedad su “In questa reggia”. Calaf fue Jorge de León, tenor valiente, fustigante, brioso, sólido y contundente. Lo hemos encontrado algo cansado con agudos esforzados y cupos, no tan bien proyectados como otras veces. Vibrato excesivo y escasos pianos. Valiente como es su costumbre. Alcanzó un buen Si natural agudo en el final de “Nessun dorma”.
Exquisita la Liù de Salome Jicia, lírica fina, fácil en el apianamento y en el filado. Correcto el bajo lírico que es Adam Palka. Muy bien los tres mimos, Germán Olvera, Moisés Marín y Mikel Atxalandabaso. Precisos y musicales a pesar de las cucamonas a las que estaban obligados. En su sitio Esteve como Emperador y Bullón como Mandarín (siempre en un cometido inferior a su calidad).
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