domingo, 30 de noviembre de 2014

REVISTA XL SEMANAL- EN PORTADA, EL BLOC DEL CARTERO, PARALISIS CELEBRAL, ¡ A MOVERSE TOCA! / LA CARTA DE LA SEMANA, , MARCO, POR LA CERCAS,.

TÍTULO: REVISTA XL SEMANAL- EN PORTADA, EL BLOC DEL CARTERO, PARALISIS CELEBRAL, ¡ A MOVERSE TOCA!,.

En portada

Parálisis cerebral, ¡a moverse toca!

«Será un vegetal». La sentencia se repite. Los padres de niños con parálisis cerebral están acostumbrados a escucharla. Este destino de apariencia irreversible, sin embargo, no siempre se cumple. En la Fundación Nipace, en Guadalajara, pionera en el uso de unos trajes que están revolucionando los tratamientos, muchos de estos pequeños descubren todo de lo que son capaces. De caminar incluso.
"Las personas son buenas" Ramón Rebollo lo dice mientras mira a su hija mayor, que se esfuerza por levantarse, quedarse erguida, sentarse... Aspectos del desarrollo que los bebés suelen aprender en su primer año de vida. Raquel Raquelilla la llama él, sin embargo, tiene 16. «En el parto hubo dificultades recuerda su padre. Le faltó oxígeno y no sé... Algo sucedió». Pasaron los meses y siempre tenía los puños cerrados; los músculos, rígidos. Sentarse, gatear o andar eran para ella acciones imposibles.Antes del año, un neurólogo les soltó a sus padres el mazazo: «Su hija tiene parálisis cerebral. El daño que sufre es irreversible». Es decir, al igual que otras 120.000 personas en España, una alteración en su cerebro obstaculizaría de por vida la conexión entre su cerebro y sus músculos. Raquel les dieron a entender nunca se levantaría sola, ni se sentaría ni caminaría... Por eso, hoy, Rebollo observa a su hija y sonríe, se derrite, insistiendo en su admiración hacia el prójimo. «Que sí, que las personas son buenas. No imaginas cuánta gente nos ha ayudado en estos años. Sin ellos, todo esto no sería posible». Lo dice y señala alrededor.
La sala de rehabilitación de la Fundación Nipace, pintada de vivos colores, tiene aspecto de guardería. Máquinas, aparatos, una piscina... Rebollo rebosa orgullo. Esta es la gran obra de su vida, el centro neurálgico de la entidad que él y su mujer, Raquel de los Santos, crearon en Guadalajara hace una década para ayudar a niños como su hija.Y eso que no era su intención llegar tan lejos. «Cuando nos dijeron lo que Raquelilla tenía rememora, nos pusimos a buscar como locos terapias para ella». En un centro de Madrid encontraron una llamada Vojta; más adelante, en Pamplona, otra denominada Petö.
Raquel tenía cinco años y empezaba a abrir las manos, movía un poco los brazos, aprendía lentamente a sujetar cosas, a gatear, a levantarse... Hasta que un día sintieron que no avanzaba más. Una noche, en Internet, hallaron algo diferente. En Mielno, en el Báltico polaco, una clínica practicaba una terapia con un traje especial, conocido como órtesis Adeli, que ayudaba a los pacientes a ganar fuerza muscular, funcionalidad, resistencia, coordinación y equilibrio. Todo aquello de lo que carece alguien con parálisis cerebral... O un astronauta que regresa del espacio.
«En la web de la clínica prosigue Rebollo explicaban que, desde los años setenta, los cosmonautas soviéticos utilizaban estos trajes para evitar las graves alteraciones musculares que produce la ingravidez prolongada. Decían que sin él, al regresar a la Tierra, sus movimientos eran como los de una persona con parálisis cerebral. A partir de ahí, lo habían adaptado para hacer rehabilitación con niños como nuestra hija. Y con grandes resultados».
Con casi seis años, Raquel conoció Polonia y los efectos del Adeli sobre su cuerpo. Durante un mes, en largas sesiones, el sistema de cuerdas y gomas elásticas del traje presionó sus músculos para ayudarla a crear, a base de repeticiones, posturas y movimientos que nunca había podido aprender. «¡Fue impresionante! recuerda su padre. Incluso, con ayuda, dio algún paso. Volvimos a los siete meses y se soltó con el andador». Pero había un problema. Y muy gordo: el dinero. «Eran 7000 euros. Sumando avión, estancia y gastos de un mes subía a 14.000 detalla. Nos ayudó la familia, pero la solución estaba clara: teníamos que traerlo a España». La semilla de Nipace acababa de ser plantada.
Diez años después, la fundación ha atendido a más de 500 niños. «En todos ellos, ¡en todos!, hemos visto mejoría», afirma María Teresa Vega, directora de la fundación y experta en fisioterapia pediátrica. Es decir, Vega y su equipo de 'fisios', logopedas y expertos en terapias rehabilitadoras han conseguido que la conexión entre los cerebros dañados de esos niños y sus músculos mejore notablemente.Porque eso es, básicamente, lo que les ocurre a estos niños. «Existen varios grados de afectación explica Vega. Hay casos muy graves con alteraciones físicas, retraso mental o convulsiones, pero lo que todos comparten es, básicamente, que cerebro y músculos no consiguen entenderse». Piense, por ejemplo, en un bebé que aprende a sujetar un objeto, a gatear, a caminar; cada vez que lo intenta y falla, su cuerpo acumula información hasta que, a base de repetir y repetir esa acción, alcanza su objetivo. Un niño con parálisis cerebral no consigue hacer ese proceso por sí mismo.
«Con estos trajes, a base de repeticiones añade Vega, buscamos que aprendan el movimiento correcto, que creen esas funciones que nunca desarrollaron, esas sinapsis que no fueron capaces de crear siendo bebés». Y lo consiguen.Por eso, tras haber visto los avances de ese medio millar de niños, la directora de Nipace sostiene que sus cerebros, en realidad, distan mucho de estar 'paralizados'. «Se llama 'parálisis cerebral' porque la lesión que sufren (normalmente entre el embarazo y los cinco años, cuando el cerebro alcanza el 90 por ciento de su peso) provoca un mal funcionamiento de las áreas encargadas del movimiento. Pero lo cierto sostiene Vega es que sus cerebros siguen muy pero que muy activos».
Esta mañana hay sesión intensiva en Nipace. Ocho niños reciben un programa de neurorrehabilitación de un mes de duración y tres horas diarias. A todos, como a Raquel, que ya usa muletas, alguien vaticinó en su día una existencia vegetal. Álvaro, el mayor, tiene 16 años; Lucía, la más pequeña, cuatro. Ajenos al pronóstico que los condenaba a la atrofia eterna, los chavales, embutidos en órtesis Adeli y Therasuit la versión norteamericana del invento se ríen, estiran brazos y piernas y alguno incluso camina. Pegados a ellos, los 'fisios' estiran y aflojan gomas y cuerdas, los sujetan e interactúan con ellos.
«Siempre celebramos los cumpleaños y nos disfrazamos por Halloween o Navidad cuenta Lucía, fisioterapeuta. Les proponemos juegos, retos; que se motiven para hacer el esfuerzo». Un paso, ascender un escalón, sujetar un vaso... son siempre acciones que celebrar. En especial, para los padres. «El día que vi andar a Laurita fue una locura. Envié el vídeo a todo el mundo rememora Fernando de Yarza, un maño cuya hija pasa las tardes de los lunes en Nipace desde hace dos años y medio. Después de que los médicos me dijeran que nunca haría nada semejante... Imagínate».
Beatriz de Manuel también festeja los logros de su hija de cuatro años. «Lucía no sabía girar la mano hacia arriba. Pues el otro día me puso la mano así y me pidió pipas suspira. Ahora gatea, se sube al sofá, se sienta contra la pared... Me pregunta: Mamá, ¿voy a andar sola?, ¿podré ir a clase de baile? suspira otra vez. Es duro. Hace poco consiguió abrir un bote. Cuando consigue hacer algo sola, es que...». Ninguno de estos padres pensó que algún día vería a sus hijos haciendo lo que hacen hoy. Los llaman 'luchadores' y hablan de 'milagro', pero lo cierto es que fueron ellos quienes encajaron el primer golpe y asumieron que las necesidades de sus hijos iban a requerir de su parte un constante sacrificio.
«La fortaleza, el ánimo, no quedarte paralizado ante la situación, es el primer paso para ayudarlos sostiene Paloma Martín, la madre de Jorge. Y el dinero. De tu capacidad económica depende el bienestar de tu hijo. Yo trabajo para que pueda tener la mejor terapia, la mejor silla; para darle lo mejor». En sus ocho años de vida, Jorge ha pasado por atención temprana, fisioterapia, hidroterapia, logopedia, equinoterapia y el método Fay de estimulación multisensorial, hasta llegar a Nipace. «Solo lleva una semana, pero lo veo más activo que nunca dice su madre. A la hora de andar, antes lo sujetaba por los hombros, ahora lo llevo de un brazo. Tiene mejor equilibrio. Yo pensé: ¿Son imaginaciones mías?. Pero no, me dicen que sí, que avanza. Ha merecido la pena».Los padres de Ainara, una niña de tres años de Vallecas, popular barrio de Madrid, opinan igual. «Es un dineral, claro asegura Óscar Pinela, su padre. Pero mejor gastarlo en esto que en cualquier otra cosa».
Diez años después del viaje de Rebollo y su familia a Polonia, los 7000 euros que pagaron entonces por un mes de terapia quedan lejos de los 2600 que cobra Nipace. La cifra, en todo caso, aún es de las que causa vértigo en muchos bolsillos, aunque exista un acuerdo con un banco para financiar a personas con menos recursos. «Queremos bajar las tarifas admite Rebollo. Pero necesitaríamos más ingresos. Yo busco hasta debajo de las piedras: subvenciones, donaciones, premios; organizamos campañas de captación de fondos, vendemos cestas de Navidad, llaveros, peluches, tazas, libros..., pero no podemos poner en riesgo la viabilidad de Nipace».
David y El Therasuit
Gracias a este traje terapéutico, David ha aprendido a andar a los cinco años. Y no descansa. Las gomas del Therasuit, en intensas sesiones, siguen presionando sus músculos para ayudarlo a mejorar el paso o, como en la foto de arriba, volver a una posición de partida. No está mal para un niño del que, tras nacer con 27 semanas, dijeron a sus padres: «No es compatible con la vida».

Jorge y el Athlant
Creado por científicos rusos, este traje (u órtesis) es el último avance en neurorrehabilitación llegado a Nipace. Un sistema inflable a lo largo de los músculos del tronco y las extremidades corrige el centro de gravedad y ayuda al paciente a quedarse de pie y a caminar. Gracias a él, Jorge de ocho años ha mejorado notablemente su equilibrio.

Pablo y el Lokomat
Este aparato de marcha robotizada es la gran joya de Nipace. Costó 266.000 euros y es el único para niños que hay en España. Se usa a partir de los cuatro años. Pablo tiene ocho. «Camina con muletas y arrastra los pies, los zapatos no le duran un mes cuenta Manuel González, su padre. En solo cinco días aquí, ya veo que empieza a levantarlos al andar».

Ainara y la terapia Spider
Un cinturón y unas bandas elásticas permiten a niños como Ainara aprender a andar, subir escaleras o sentarse. A sus tres años, los músculos de Ainara van venciendo la espasticidad (rigidez) que arrastra desde que, al nacer, con 29 semanas, sufrió un miniinfarto cerebral. «Tuvo suerte dice su padre, Óscar Pinela, salvo la movilidad, el resto de su desarrollo es normal».

El empuje de Raquelilla
Sin esta chica de camiseta amarilla, nada de esto existiría. Los padres de Raquelilla, Ramón y Raquel, crearon la fundación hace diez años ella tiene 16 mientras buscaban tratamientos para ella. En Polonia hallaron un revolucionario traje terapéutico y crearon Nipace para que otros niños también se beneficiaran de él. Raquel y sus progresos son hoy el gran símbolo de la fundación.
Los pasos de Laura
El médico me dijo que, con Laura, no había nada que hacer cuenta Fernando de Yarza, el padre de esta niña de Zaragoza. Por suerte, no le hice caso. Si no la hubiera traído aquí, su vida sería totalmente diferente». Desde 2011, padre e hija viajan a Nipace cada lunes y, una vez al año, Laura realiza un tratamiento intensivo. La pasada Navidad, sus padres la vieron caminar por primera vez.

TÍTULO: LA CARTA DE LA SEMANA,  MARCO, POR LA CERCAS,.

foto--Nuestro Amigo Marco y su Mono Amedio,.

Recuerdo haber entrevistado a Enric Marco en alguna ocasión. Y, claro está, recuerdo también el estremecimiento que producía su relato. Cualquiera que escuche en primera persona a una víctima de un campo de concentración nazi difícilmente podrá evitar un arañazo de impresión, y Marco presidía entonces la Asociación Amical de Mauthausen, en la que figuraban inscritos los supervivientes de la pavorosa 'solución final' de Hitler y compañía, siendo él uno de ellos. Al menos eso aseguraba. Los trabajos de un investigador de la historia concluyeron de forma documental que Marco mentía: jamás pisó un campo de concentración ni fue víctima de represalia nazi alguna por haber sido un luchador antifascista exiliado de la España de Franco. Era un impostor. Fascinante.
La figura de Marco merecía un análisis y unas cuantas gotas de literatura. Captó el interés de uno de los mejores dibujantes de pasajes y emociones que conozco y leo: Javier Cercas (El impostor, Random House, 2014). El autor de Soldados de Salamina se acercó temerosamente a la figura de Marco y lo ha desnudado en un libro, como otros de su factoría, inquietante e inevitable. Asegura el autor haber tenido miedo al libro, al compromiso de buscar en el fondo de la historia del impostor, pero el resultado desmiente esos temblores: la radiografía es tan pasional como impecable, haciendo verdad aquello de que a veces puede crear fascinación algo detestable, como una impostura semejante a la del barcelonés Marco, hijo de una cautiva de esquizofrenia que nunca acabó de reconocerle y de un padre desentendido y emparejado con una áspera borrachuza que lo maltrataba. Su infancia consistió en pasar de mano en mano, de familia en familia, sin acabar de encontrar nunca un ambiente adecuado para el afecto, yendo del anarquismo a la república y de la república a Alemania a formar parte de brigadas de trabajadores de intercambio que proporcionó el régimen de Franco al Tercer Reich. Y ahí empieza el cuento.
Cercas cita a Magris cuando este afirma que todo mentiroso, por colosal que sea, sabe que la mentira bien armada es aquella que contiene no pocos elementos de verdad. Creo que la cita es de Magris, pero ahora que lo escribo no estoy seguro; en cualquier caso podría serlo. La mentira colosal de Marco contenía, efectivamente, fragmentos de verdad, aroma a certidumbre, por cuanto Marco fue detenido por la Gestapo y encarcelado algunos días por algunas cuestiones menores relacionadas con el orden público. Es decir, en puridad, nuestro hombre sí estuvo detenido por los alemanes... solo que en un calabozo un par de días y no en los temibles barracones de Flossenbürg. Al poco fue devuelto expeditivamente a España y Marco comenzó, paso a paso, a reconstruir su vida, a inventar su historia con tanta precisión y detalle que nadie que le escuchara, ni siquiera auténticos protagonistas de la tragedia, podía sospechar que todo era producto de la fantasía.
Una vez desenmascarado al cabo de muchos años, después de haberse revelado como una referencia nacional y continental del sufrimiento, Marco fue convertido en una excrecencia social. A pesar de ello no se arredró. Defendió su proceder asegurando que gracias a su habilidad para la comunicación y su capacidad para seducir auditorios hizo de la causa de los represaliados un permanente altar de reconocimiento y respeto. Y es posible que así fuera: su habilidad en las diferentes performances en las que estuvo implicado estaban fuera de duda. Su argumento, por demás, guarda cierta similitud con el que utilizaron sin asomo de vergüenza los apologetas y partidarios de otra cuentista global, Rigoberta Menchú, la líder indigenista guatemalteca que también inventó una vida de penurias que ni con mucho se asemejaba a la realidad. El argumento era que ella no hacía otra cosa que «asumir la historia colectiva» y personificarla didácticamente para así transmitir el sufrimiento de un pueblo. Y tal y tal, cabría añadir.
A pesar de ello, Cercas sitúa a Marco en el fuego de los infiernos. Le condena, para ser más exactos. Pero antes desarrolla un esfuerzo en un intento de comprender al personaje. El debate del libro estriba también en si comprender es justificar. Cercas cree que no. El resultado está a la vista en un libro apetitoso. Juzgue usted mismo.

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