sábado, 28 de diciembre de 2013

ENREDATE, CINCO AÑOS NO SON NADA,./ En Navidad el tiempo queda en suspenso,

TÍTULO: ENREDATE, CINCO AÑOS NO SON NADA,.

Hace hoy cinco años, la predicción del tiempo anunciaba frío y lluvia con un 95% de posibilidades (y acertó, pero solo un poquito). La celebración fue en Labastida, un pueblo de la Rioja alavesa de casonas de piedra y paisajes de viñas. Ella llevaba un vestido violeta y una bonita tripa de seis meses. Él lucía corbata a rayas azules y una gran sonrisa. Acudieron un puñado de familiares y amigos imprescindibles. Ofició el tío Jesús, concejal, que no cura. Hubo fotos, besos y abrazos en la Casa de Cultura. La comida fue, cómo no, en una bodega. Menú riojano, un tanto atípico para este tipo de celebraciones, pero exquisito: patatas a la riojana (con chorizo), chuletillas de cordero y peras al vino. A la mañana siguiente, Labastida amaneció nevado. Una nevada impresionante que casi no deja salir del pueblo a los novios y los invitados. Finalmente, llegamos a Hendaya y un tren nos llevó a París. Parece ayer. Hoy somos cinco. Felicidades, Chema.

  1. Este año, el otoño ha sido llevadero. Aún a mediados de noviembre, recolectaba calabacines y no había encendido la estufa. Por eso, la ...
     
    Este año, el otoño ha sido llevadero. Aún a mediados de noviembre, recolectaba calabacines y no había encendido la estufa. Por eso, la llegada de la época navideña ha sido una sorpresa. “¿Cómo? Ya están los dulces y los adornos”, pensaba un día, pasando ante las tiendas. Luego vino el frío, repentino y extremo, como ocurre estos últimos años; y así, además de cambiar rápidamente de estación, supe que la Navidad estaba al llegar. Hace unos años, en unas vacaciones en la montaña, recogí el esqueje de un abeto. Cuando se lo enseñé a las muchachas que viven conmigo, medía unos cinco centímetros. “¿Qué es?”, preguntaron. “Es –respondí– o, mejor dicho, será algún día nuestro árbol de Navidad”. 
    Ahora tiene seis años, y mide 40 centímetros. Lo hemos metido en casa y adornado con unos pocos motivos ligeros, ya que sus ramas aún no soportan mucho peso. Pero es nuestro árbol y lo queremos mucho, aunque sea pequeño. “¿Cuándo se hará grande del todo?”, me preguntaron, como si yo tuviera una bola de cristal. “Es muy probable que cuando yo ya no esté aquí –les contesté–. Vosotras celebraréis la Navidad con vuestros hijos y yo os veré desde el cielo. A vosotras y al árbol que plantamos juntas”. Me parece que el aumento vertiginoso de los trastornos psicológicos en niños tiene que ver con haber perdido el sentido profundo del paso del tiempo. El tiempo que nos deja el monstruo de esta sociedad derrochadora es solo el del consumo, un tiempo iluminado por luces frías y grises de neón, y acompañado por las machaconas musiquillas de fondo. Dicho tiempo, que todo lo iguala (cada día se parece al anterior y al siguiente; no hay un momento de reposo), esconde, tras la aparente normalidad, un germen de destrucción.
    Entender la vida como consumo nos consume y consume, a la vez, las esperanzas de nuestros hijos. El tiempo del ser humano subyace desde siempre tras el misterio de la sombra: la de la muerte, la de la fragilidad. Dejar de comprender esto solo nos empuja a la angustia o el pánico. Por eso, es necesario volver a inculcar a los niños una profunda noción del tiempo, enseñarles que vivir según leyes consumistas hace que nos volvamos seres consumidos; lo que nos hace humanos es el proceso de construcción de nosotros mismos. Si, a lo largo de un año, logramos dejar en suspenso unos pocos momentos (por ejemplo, la Navidad, vivida en su realidad afectiva y no consumista), podremos dar a nuestros hijos una noción de equilibrio. Algo que también pueden aprender plantando un árbol y esperando a que crezca, a sabiendas de que la persona que lo plantó con ellos ya no estará. En su memoria, sin embargo, quedará el recuerdo de ese gesto de amor vivido en común.


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