EL PAPEL HIGIENICO ROJO - El Museo del Prado se autorretrata ,./ EL D.N.I. - Francisco Calvo Serraller, el crítico como artista,.
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El Museo del Prado se autorretrata ,.
La
pinacoteca celebra su bicentenario con un paseo por la Historia: una
emocionante exposición que los Reyes inaugurarán el próximo lunes.
«El Prado es más importante que la Monarquía y la República juntas», decía Manuel Azaña. Otro grande, Ramón Gaya,
escribió durante el exilio, en 1953, un ensayo sobre el museo, que
tituló «Roca española». En él confesaba que, estando lejos de España, el
Prado nunca se ve como un museo, sino como una especie de patria.
«Patria, en el sentido de un lugar que genera sentimientos de
pertenencia, objeto de orgullo colectivo y depositario principal de la
memoria de la Historia de España». «Eso es lo que ha generado el Prado
durante 200 años», advierte Javier Portús, jefe de Conservación de Pintura Española (hasta 1700) del museo y comisario de la exposición conmemorativa del bicentenario, «Museo del Prado 1819-2019. Un lugar de memoria», que el lunes inaugurarán los Reyes, dando así comienzo a un año de celebraciones. Reúne 168 obras (34
de otras instituciones nacionales e internacionales). «El Prado ha sido
algo más que un simple contenedor de pinturas y se ha convertido en un
lugar en el que hemos encontrado ocasiones para reflexionar sobre
nosotros mismos, nuestro pasado o sobre la condición humana», dice
Portús. Espectacular
montaje de uno de los espacios de la muestra, con «La Inmaculada
Concepción de los Venerables» de Murillo al fondo ,.
Pacto de Estado
Orgullo, prestigio, bien común, patrimonio colectivo.
Son ideas asociadas a este lugar de memoria que es el Prado. Hay pocas
instituciones en España, por no decir ninguna, que concite unánimemente
tanto consenso. De hecho, es lo único en lo que se han puesto de acuerdo
todos los partidos políticos: hay un pacto de Estado por el que el Prado «no se toca». «Desde el principio ha sido uno de los mayores tesoros del país, del que podemos sentirnos más orgullosos», apostilla Portús.
El
primer proyecto para la exposición conmemorativa del bicentenario quedó
descartado, al parecer, por unos préstamos del Louvre que fueron
rechazados. No hay mal que por bien no venga. Ha sido un acierto,
pues ésta es la exposición que el museo tenía que hacer en su
aniversario: un paseo por su historia, un emotivo autorretrato. Y nadie
mejor para comisariar esta exposición que Javier Portús, quien tiene
todo el Prado metido en su cabeza y ha hecho un espléndido trabajo a
contrarreloj. Sala de la exposición en la que se homenajea a los donantes: cuelgan obras de Goya (en la pared de la izquierda) - MAYA BALANYÁ
Donaciones y legados
La muestra no sólo es un viaje a la historia del Prado a través de sus principales hitos (su
paso de colección real a museo nacional, la incorporación de un millar
de obras del Museo de la Trinidad, la desamortización de 1835, el
expolio en la Guerra de la Independencia, los depósitos por toda España,
su profesionalización), sino que rinde homenaje a todas aquellas
personas que han hecho importantes donaciones y legados contribuyendo a
enriquecer sus fondos. Entre los grandes mecenas del
Prado, nombres como Pedro Fernández Durán, Francesc Cambó, Pablo Bosch,
el duque de Alba, Plácido Arango, Ramón de Errazu, la familia Várez
Fisa... Se exhibe una destacada selección de obras, desde la primera que
se donó (el sobrecogedor «Cristo crucificado» de Velázquez) a lienzos
de Goya, Botticelli, Fra Angelico, Van der Weyden, Memling... Caso
aparte merece la duquesa de Villanueva, a quien habría
que hacerle un homenaje: rompió un cheque en blanco de un coleccionista
americano y donó al Prado dos Velázquez, a cambio de que permanecieran
en el museo. Son los retratos de Diego del Corral y Arellano y Antonia
de Ipeñarrieta. Ambos cuelgan en la muestra.
Uno de los apartados de la exposición está dedicado a la República y la Guerra Civil.
Es la única sala de la muestra en la que no hay pintura. Cuelgan dos
grandes fotografías. En una vemos a un grupo de espectadores
contemplando «Las Hilanderas» de Velázquez, pero no están en el museo,
sino en Cebreros (Ávila). La República llevó copias de obras del museo a
más de 170 poblaciones españolas. Son las llamadas Misiones
Pedagógicas. A su lado, una instantánea de la sala IX del museo vacía y
con la huella en sus paredes de los cuadros ausentes. Cayeron nueve bombas sobre el Prado el 16 de noviembre de 1936.
Un proyectil impactó en la cubierta de la rotonda, hubo destrozos en la
sala italiana del siglo XVIII, en la sala Velázquez... Algunos no
llegaron a explotar. No se conservaron, pero un particular donó al museo
un proyectil que cayó en las inmediaciones del museo.
Hay también material que recuerda la evacuación de las obras del Prado a Ginebra,
la exposición que se celebró en la ciudad suiza en 1939 y el regreso a
España de este tesoro. Con el dinero conseguido por la venta de entradas
a la muestra de Ginebra y los catálogos se adquirió «San Andrés y San
Francisco», del Greco, presente en la exposición. «La marcha de las
obras del Prado a Ginebra y de Machado a Colliure son dos símbolos de la
Guerra Civil –comenta Javier Portús–. El Prado se convirtió para los
exiliados en el cordón umbilical que les unía a España».
Sala
dedicada a la República y la Guerra Civil. En el centro, una bomba que
cayó en las inmediaciones del Prado el 16 de noviembre de 1936 - MAYA BALANYÁ
Defensa del Patrimonio
Uno de los temas fundamentales de la exposición es la idea de patrimonio, explica Portús. Recuerda que en 1779 Carlos III
prohíbe a través de una Orden exportar obras de Murillo y otros
artistas españoles, que tuvo como hito fundamental la Constitución de
1931, «la primera europea en la que hay una mención específica al
patrimonio y las obligaciones del Estado hacia el patrimonio común. Dos
años después, en 1933, se aprueba la ley de Patrimonio,
también pionera en Europa y que en España está en funcionamiento hasta
1985, cuando se aprueba la ley actual». En la exposicion están presentes
la Orden de 1779 y las leyes de Patrimonio del 33 y el 85. Junto a esta
última, «La condesa de Chinchón» de Goya, que pudo comprar el Estado español, gracias al derecho de tanteo, por 4.000 millones de pesetas.
Hay diálogos muy intensos
a lo largo de la exposición: «La Maja desnuda» de Goya junto a «Desnudo
recostado» de Picasso; Fortuny copiando el «San Andrés» de Ribera,
Picasso haciendo lo propio con el «Felipe IV» de Velázquez... La
«Infanta Margarita» de Mazo (que en su día se atribuyó a Velázquez)
inspira obras de Sorolla, Merritt Chase y Sargent, que cuelgan junto a
ella. En otra pared, dos obras de Manet, artista que llegó a España en
1865 y quedó fascinado por el Prado y por Velázquez, a quien bautizó
como «el rey de los pintores». «La Inmaculada
Concepción de los Venerables» de Murillo luce junto a una pintura del
Salón Carré del Louvre, en el que colgaba dicha obra. Fue uno de los
trueques artísticos entre Francia y la España franquista.
Especialmente emotivo, el maravilloso «Cristo muerto sostenido por un ángel», de Antonello da Messina, junto a un estudio preparatorio del «Guernica»,
en el que una mujer llora desconsolada, al igual que el ángel, la
muerte de su hijo. «Si España ha podido ir aumentando su patrimonio y el
Prado su colección, es porque los españoles nos hemos dotado de
instrumentos legales para proteger ese patrimonio, como la posibilidad
de declarar inexportables algunos bienes y los derechos de tanteo y
retracto», explica Portús.
Manet
llegó a España en 1865. Se quedó fascinado con el Prado y con
Velázquez. Cuelgan en la muestra dos obras del pintor francés - MAYA BALANYÁ
Arte moderno
Alguien
dijo que el Prado es un museo para los pintores y una meca para el arte
moderno. En sus orígenes acogió el arte contemporáneo, entre ellos
muchos artistas vivos, hasta que en 1898 se inauguró el Museo de Arte
Moderno. Hoy el Prado abre sus puertas a Renoir, Manet, Picasso, Miró,
Gris, Pollock, Motherwell, Hamilton u Oteiza, quienes revisitaron las
obras del Prado. Durante el franquismo, el Equipo Crónica «manipuló» «El caballero de la mano en el pecho», incluyendo un puño americano. Antonio Saura deforma la imagen de Felipe II, un símbolo para el franquismo.
Hay dos grandes ausencias: el «Guernica» y la «Dama de Elche», que en su día formaron parte de este museo. En realidad, hay una tercera, «Mujer en azul» de Picasso,
del Reina Sofía, que está prestada al Museo d’Orsay de París. Portús
hubiera querido confrontarla con «La Reina Mariana de Austria» de
Velázquez y «La Reina María Luisa con tontillo» de Goya, ilustrando así
la columna vertebral del arte español (Velázquez-Goya-Picasso), pero no
ha podido ser. Le queda esa espinita clavada al comisario. Los grandes
del arte del siglo XX peregrinaron hasta el Prado:
Francis Bacon, Lucian Freud, Joan Miró, Salvador Dalí, Andy Warhol...
como queda patente en imágenes presentes en la muestra. Y no sólo
artistas. También inspiró a pensadores como Foucault y Eugenio d’Ors
(que pasó «Tres horas en el Prado»), escritores como Buero Vallejo,
María Zambrano y Rafael Alberti. «Las Meninas»,
cómo no, ocupan un lugar especial en la exposición, aunque el cuadro no
se ha movido de la Sala XII. «Se creó una pequeña sala, hoy
desaparecida, para exponer exclusivamente este cuadro –explica Portús–.
Había un balcón que la iluminaba por la misma zona donde está iluminada
en el cuadro. Había enfrente un espejo». Así se aprecia
en fotografías que cuelgan en la sala, presidida por «Las Meninas» de
Picasso. La exposición cuenta con un epílogo en el que se aborda la
actividad del museo (exposiciones temporales, el Prado online, proyectos
como «El Prado se toca» para invidentes...) y se exhiben varias
fotografías de Francesco Jodice, en las que aparecen visitantes del
museo. El Prado rinde homenaje al público, el gran protagonista de esta historia.
Picasso copió en la obra que aparece a la derecha el «Retrato de Felipe IV» de Velázquez (a la izquierda) - MAYA BALANYÁ,.
A la altura de la Historia
Miguel Falomir no oculta su emoción: «Soy un director orgulloso de su plantilla
y agradecido por el esfuerzo que ha hecho para que el museo esté a la
altura de su historia en estos 200 años. Esta exposición es visualmente atractiva, importante, necesaria y emocionante. Resulta difícil visitarla sin que se te haga un nudo en la garganta». Javier Portús ofreció una lección magistral
en la presentación de la muestra, que fue recibida con una de las
mayores ovaciones que se recuerdan en el auditorio del museo. Muy
merecida, por cierto.
Horas después saltó una triste noticia: había muerto Francisco Calvo Serraller, ex director de la pinacoteca. Falomir recordaba ayer que apenas dirigió el museo 200 días, entre 1993 y 1994, «pero su amor por él recorrió toda su vida.
Se identificó con lo que el Prado significaba como esencia de las
mejores virtudes de nuestro país. Como director del Prado solo puedo
expresar la orfandad en la que nos deja en este museo que tanto amó y
que, orgulloso, dedica la exposición a su memoria».
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Francisco Calvo Serraller, el crítico como artista,.
Fue
uno de los críticos más influyentes de España y pertenecía, sin ningún
género de dudas, a la estirpe de crítico de arte que tipificó
Baudelaire, con su característico refinamiento e incluso con el perfil
del dandy,.
Francisco Calvo Serraller
ha sido, sin ningún género de dudas, uno de los críticos más
influyentes de España. Desde las páginas de «El País», desde los años
setenta fue valorando el arte contemporáneo, mostrando su preferencia
por artistas como Eduardo Arroyo, Darío Villalba o Miquel Barceló.
Catedrático de Historia del Arte de la Universidad Complutense y
miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, dominaba el
arte desde el Renacimiento hasta la actualidad. Dirigió infinidad de
cursos en instituciones como la Menéndez Pelayo, el Museo Thyssen o el
MNCARS y tuvo una relación de colaboración constante con el Museo del
Prado del que fue llego a ser director, aunque fuera en un periodo muy
breve.
Entre las exposiciones de las que fue comisario destacan
«El siglo de Picasso» o «La influencia de Picasso en el arte
contemporáneo». Escritor prolífico y ensayista ágil, publicó libros de
referencia como «Vanguardia histórica y tradición en el arte español
contemporáneo» (1989) o «Libertad de exposición. Una historia del arte
diferente» (2000). Dirigió proyectos ambiciosos como la «Enciclopedia
del arte español del siglo XX» (1992) y formó, a lo largo de décadas, a
generaciones de historiadores del arte.
Junto a su pasión por las artes plásticas destacaba siempre su amor por la literatura
de lo que es buena prueba uno de sus libros más inspirados: «La novela
del artista». Pertenecía, sin ningún género de dudas, a la estirpe de
crítico de arte que tipificó Baudelaire, con su
característico refinamiento e incluso con el perfil del dandy. En su
escritura destacaba siempre el afán por evitar la acritud, la voluntad
de ponderar desde el respeto, la intención de contextualizar
históricamente. Tampoco rehuyó las polémicas cuando consideró que era
urgente; desde hace años mostraba a las claras su distancia absoluta con
la mercantilización del arte y, por supuesto, su antagonismo con arte y
en general con la bienalización.
La
última vez que pude escucharle fue apenas hace dos semanas en la
Academia de Bellas Artes de San Fernando. Había asumido el cometido de
pronunciar el discurso de homenaje a su amigo Darío Villalba que
falleció recientemente. Sentado y con voz pausada desgranó unas emotivas
palabras en las que destacaba la poética excesiva y verdadera de
Villalba, recordando que Warhol calificó su estética
como «pop soul». Entre los asistentes al acto se encontraba Luis
Gordillo, otro artista sobre el que Calvo Serraller escribió lúcidamente
en numerosas ocasiones.
En los últimos meses ha desaparecido uno
de los «tríos» más determinantes del arte español contemporáneo, Arroyo,
Darío Villalba y Calvo Serraller. Compartieron muchas comidas y
conversaciones, pero, sobre todo, encarnaban un estilo, una forma de
estar en el mundo del arte. Extremadamente cultos y curtidos todos ellos
en los años del tardofranquismo, habían tenido un protagonismo enorme
en los años de la Transición Cultural. Desaparece con Francisco Calvo
Serraller una forma, más allá de lo académico, de entender el arte y la
cultura, pero también una forma de dialogar con la tradición y de
habitar en ese espacio complejo que son los museos.
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