LA LOTERIA DEL JUEVES - LOTERIA NAVIDAD - La ola que sale del fondo del mar , fotos.
La ola que sale del fondo del mar ,.
La energía del terremoto se propaga por el océano en forma de tsunami - En alta mar, los barcos apenas perciben el fenómeno que será destructivo en la costa,.
Decenas de imágenes muestran estos días la brutal embestida del mar en las costas de Japón, arrasando todo al entrar en tierra y al salir del nuevo al mar, porque no hay que olvidar que la ola de regreso puede ser tan devastadora o más que la de entrada (una destroza y la otra arrastra lo destrozado, dicen los expertos). Se habla de una ola, pero no se parece una ola normal como las de la playa, ni siquiera las más fuertes que aprovechan los surfistas, sino una riada colosal, una plataforma de agua en movimiento. "Es que la ola del tsunami es muy larga, incluso de kilómetros, y muy plana, así que dura mucho tiempo; un tsunami es un desplazamiento brutal de agua", dice el matemático Luis Vega. Él se dedica a la modelización de este fenómeno que, a efectos científicos, es un caso complejo de física de fluidos. Y sobre modelizaciones -y sensores océanicos- descansa precisamente la capacidad de alertar a la población ante la inminencia del desastre natural.
Atlántico y Mediterráneo sufren tsunamis, pero menos frecuentes
La ola es muy larga y muy plana, así que dura mucho tiempo
Al disminuir la profundidad, la columna de agua se frena y gana altura
En el caso reciente de Japón, el desencadenante ha sido la presión de la placa tectónica de América del Norte que se desliza bajo la del Pacífico hasta que la energía acumulada ha provocado la ruptura, ha producido el gran terremoto y la elevación consiguiente del fondo marino ha actuado, a gran escala, como la plancha de las piscinas de oleaje. Solo que la ola del tsunami es colosal. "La energía del terremoto se distribuye en el océano, y puede viajar a grandes distancias", señala Sebastián Monserrat, físico de la Universidad de las Islas Baleares.
"Se puede originar el tsunami al elevarse el fondo o al hundirse, y en el primer caso es mayor la probabilidad de que se formen olas muy estables capaces de propagarse durante miles de kilómetros por el océano sin deformarse, hasta que llegan a un obstáculo, como la costa o una isla", apunta Vega, de la Universidad del País Vasco.
Es curioso, pero en alta mar no se aprecia en los barcos el paso de un tsunami que horas después provocará una terrible destrucción en la costa. Hasta el punto de que hay relatos de pescadores en el Pacífico que no notaron anormal y al volver a su pueblo lo encontraron arrasado por esas olas, señala Gemma Arcilla, del Instituto de Ciencias del Mar (CMIMA-CSIC), en Barcelona. "Es que en alta mar no se ve la ola, estás como en un mar elevado, pero no se percibe", apunta Monserrat. Sin embargo, el tsunami, un tren de olas -porque no se genera una sola sino varias espaciadas-, viaja a gran velocidad -hasta 800 o 1.000 kilómetros puede recorrer a la hora- y es una columna de agua en movimiento desde el fondo hasta la superficie.
Al aproximarse a la costa, con menos profundidad, la columna de agua se deforma y disminuye su velocidad, incrementándose la energía y la amplitud de la ola. Y ahí depende mucho también de la geografía costera. Es el momento de la destrucción, del agua arrasándolo todo.
El pasado viernes, los sistemas de alerta funcionaron inmediatamente tras el terremoto: "Los datos del nivel del mar confirman que se ha generado un tsunami que puede causar daños extensos", decía, desde el otro lado del Pacífico, la nota de la Agencia estadounidense NOAA. Indicaba la hora (terremoto, a las 14.46 hora de Japón) y las primeras estimaciones que advertían de sucesivas olas de tsunami espaciadas entre cinco minutos y una hora, así como los tiempos de su llegada a las costas (desde apenas 40 minutos tras el terremoto, en Japón, hasta más de un día más tarde en Suramérica).
En el caso de la costa nipona más afectada, tan próxima al epidentro del terremoto, desde luego no habría tiempo para evaluar y caracterizar la propagación del tsunami, sencillamente se daría la alarma automáticamente sabiendo que el riesgo era altísimo. Pero para tiempos más dilatados, los expertos hacen previsiones con alta precisión gracias a los modelos que simulan el fenómeno y a los datos reales que toman las boyas y los sensores submarinos al paso de las olas. "La propagación del tsunami se modeliza bien si tienes caracterizada la ola, con buenas mediciones; la generación es más complicada de modelizar y la inundación depende mucho de las condiciones costeras", señala Monserrat.
Para que se genere el tsunami es imprescindible el desplazamiento vertical, la placa que se eleva o se hunde, "y puede provocarse por una rotura del fondo marino -como en el caso de este terremoto de Japón-, por una erupción volcánica, por deslizamientos de tierra submarinos o costeros e incluso por un iceberg", señala Ercilla.
Los mapas del Pacífico están sembrados de puntos que indican la posición de boyas y sensores para detectar tsunamis y están permanentemente alerta equipos de predicción de su comportamiento. Los vecinos de uno y otro lado del océano comparten estos recursos y se informan mutuamente porque los terremotos son frecuentes en todo el llamado arco de fuego del Pacífico y los tsunamis se propagan en uno y otro sentido.
También en el Atlántico se pueden producir tsunamis, señala Ercilla, aunque son mucho menos frecuentes. Pero recuerda que en el Sur de la península Ibérica, originados en el sistema de la falla Azores Gibraltar, se han catalogado 22 tsunamis en los últimos 22 siglos. El 1 de noviembre de 1755, tras un terremoto de magnitud 8.7, un tsunami arrasó Lisboa, Huelva y Cádiz con olas de 10 metros.
En el Mediterráneo también hay tsunamis, como el de mayo 2003, que se originó en un terremoto cerca de Argel y que llegó a la costa balear 45 minutos más tarde causando daños en algunos puertos y calas. Aunque el Atlántico y el Mediterráneo son menos susceptibles a padecer estos desastres, no faltan científicos que reclaman el despliegue de un sistema de alerta eficaz.
TITULO: Hora Punta, el programa de TVE de Javier Cárdenas - Entevista a Mario Gas: “Los creadores hemos perdido compromiso ético y estético”,.
Mario Gas: “Los creadores hemos perdido compromiso ético y estético”,.
El director estrena una versión de ‘La Strada’, la inolvidable y desgarradora película de Fellini que ganó un Oscar en 1956,. / foto.
Dirigió su primera obra teatral con 18 años. Hoy tiene 71 y una
energía desbordante, que no descansa. Las premisas con las que, en pleno
franquismo, Mario Gas
se inició en el teatro independiente —modificar las condiciones de
trabajo, renovar el lenguaje estético y buscar el compromiso ético e
ideológico— siguen intactas, aunque la profesión algo haya cambiado.
“Los creadores hemos perdido algo de ese compromiso porque, como dice un
colega mío catalán, durante la Transición el que decidía la obra era el
director y ahora parece que esa decisión está en manos de la
producción, que busca otro tipo de efectos. Soy muy crítico con muchas
cosas, pero hay que reconocer que hoy el teatro en España es un oficio
lleno de talento, con gente muy preparada a todos los niveles, actores,
directores, dramaturgos, técnicos, aunque, lamentablemente, sigue
habiendo una pereza tremenda en las distintas Administraciones para
abordar los problemas endémicos que arrastra esta profesión”, aseguraba
el martes el director de escena tras un ensayo de La Strada,
una versión de Gerard Vázquez de la película de Federico Fellini, esa
historia desgarradora e inolvidable del viaje por la vida de tres
cómicos ambulantes, entre las cenizas de la posguerra en Italia, que
ganó el Oscar a la mejor película de habla no inglesa en 1956.
Está exultante Mario Gas, ataviado con un hermoso y florido pañuelo al cuello. “La Strada nos muestra una tremenda historia de desencuentros, supervivencias, amores frustrados, la de tres cómicos ambulantes atacados por la vida y el mundo. Es algo que en cuanto leí el texto me apetecía mucho contar, independientemente de la película de Fellini, una obra maestra que impregna el subconsciente de todo aquel que la haya visto, sea de la generación que sea”, explica Gas, que ha rechazado volver a ver el filme del director italiano para no contaminarse y evitar la mímesis.
Pero ese mundo desgarrador que retrató Fellini, esas vidas infelices y trágicas, esos personajes fronterizos instalados en el miedo y la supervivencia que intentan amarse y se destruyen o son destruidos, surgen en todo su esplendor sobre el escenario, en una función que su director califica de road theatre, con la carretera y el circo como “metáforas del ser humano en una sociedad deprimida”. Anoche se estrenó en el Teatro de la Abadía de Madrid este espectáculo brillante, de evocadoras imágenes y escenas quebradas, protagonizado por Verónica Echegui, Alfonso Lara y Alberto Iglesias.
Tan batallador como siempre, Mario Gas aborda la situación teatral en España en un momento en el que se cumplen 40 años de la creación del Centro Dramático Nacional. “El CDN ha cumplido muchas funciones y muy buenas. Dicho esto, creo que hace falta una profunda renovación de los teatros públicos, con una presencia más en la sombra de la Administración y mayor libertad para los creadores. Creo que hay un entreguismo excesivo de los aparatos artísticos de los centros públicos a la Administración. El creador y las Administraciones buscan cosas distintas, otra cosa es que se puedan encontrar. La Administración, que no tiene un criterio claro, que es avara y obsoleta, está en la obligación de proporcionar una cultura pública al ciudadano, pero no entrometerse en cómo el creador lo lleva a cabo”, asegura el director, que estuvo al frente del Teatro Español de Madrid, de titularidad municipal, de 2004 a 2012, y bajo cuyo mandato se pusieron en marcha las Naves del Matadero, en Madrid.
También se lamenta Gas del deterioro de las condiciones de trabajo de los artistas. “Los teatros públicos tienen que trabajar en mejores condiciones y dar más oportunidades a la investigación. El poder adquisitivo de los actores se ha reducido de manera increíble, así como las semanas de ensayos. Hay que hacer profunda reflexión entre todos. Los que ahora están al frente de estos centros de titularidad pública lo intentan hacer de la mejor manera posible, pero también hay que ser valientes, bajar al ruedo y no olvidar que el teatro está al servicio de la sociedad”, apunta.
Gas se lamenta de la escasa aportación pública en España a los teatros —“la comparación con los países de nuestro entorno da sonrojo, se hace insoportable”—, pero también del poco amor que siente la sociedad española hacia su dramaturgia en comparación, por ejemplo, con los países anglosajones. “No se trata de repetir aquella frase de Fernando Fernán Gómez que, con su voz profunda, decía: ‘Aquí no gusta el teatro’, pero algo de verdad hay en ello. Nosotros también, la gente del teatro, debemos despertarnos, porque, aunque soy optimista, hay que reconocer que estamos un poco dormidos y nos miramos demasiado al ombligo. Estamos obligados a reencontrar un cierto compromiso personal ético con la que sociedad que nos ha tocado vivir”.
Está exultante Mario Gas, ataviado con un hermoso y florido pañuelo al cuello. “La Strada nos muestra una tremenda historia de desencuentros, supervivencias, amores frustrados, la de tres cómicos ambulantes atacados por la vida y el mundo. Es algo que en cuanto leí el texto me apetecía mucho contar, independientemente de la película de Fellini, una obra maestra que impregna el subconsciente de todo aquel que la haya visto, sea de la generación que sea”, explica Gas, que ha rechazado volver a ver el filme del director italiano para no contaminarse y evitar la mímesis.
Pero ese mundo desgarrador que retrató Fellini, esas vidas infelices y trágicas, esos personajes fronterizos instalados en el miedo y la supervivencia que intentan amarse y se destruyen o son destruidos, surgen en todo su esplendor sobre el escenario, en una función que su director califica de road theatre, con la carretera y el circo como “metáforas del ser humano en una sociedad deprimida”. Anoche se estrenó en el Teatro de la Abadía de Madrid este espectáculo brillante, de evocadoras imágenes y escenas quebradas, protagonizado por Verónica Echegui, Alfonso Lara y Alberto Iglesias.
Tan batallador como siempre, Mario Gas aborda la situación teatral en España en un momento en el que se cumplen 40 años de la creación del Centro Dramático Nacional. “El CDN ha cumplido muchas funciones y muy buenas. Dicho esto, creo que hace falta una profunda renovación de los teatros públicos, con una presencia más en la sombra de la Administración y mayor libertad para los creadores. Creo que hay un entreguismo excesivo de los aparatos artísticos de los centros públicos a la Administración. El creador y las Administraciones buscan cosas distintas, otra cosa es que se puedan encontrar. La Administración, que no tiene un criterio claro, que es avara y obsoleta, está en la obligación de proporcionar una cultura pública al ciudadano, pero no entrometerse en cómo el creador lo lleva a cabo”, asegura el director, que estuvo al frente del Teatro Español de Madrid, de titularidad municipal, de 2004 a 2012, y bajo cuyo mandato se pusieron en marcha las Naves del Matadero, en Madrid.
También se lamenta Gas del deterioro de las condiciones de trabajo de los artistas. “Los teatros públicos tienen que trabajar en mejores condiciones y dar más oportunidades a la investigación. El poder adquisitivo de los actores se ha reducido de manera increíble, así como las semanas de ensayos. Hay que hacer profunda reflexión entre todos. Los que ahora están al frente de estos centros de titularidad pública lo intentan hacer de la mejor manera posible, pero también hay que ser valientes, bajar al ruedo y no olvidar que el teatro está al servicio de la sociedad”, apunta.
Gas se lamenta de la escasa aportación pública en España a los teatros —“la comparación con los países de nuestro entorno da sonrojo, se hace insoportable”—, pero también del poco amor que siente la sociedad española hacia su dramaturgia en comparación, por ejemplo, con los países anglosajones. “No se trata de repetir aquella frase de Fernando Fernán Gómez que, con su voz profunda, decía: ‘Aquí no gusta el teatro’, pero algo de verdad hay en ello. Nosotros también, la gente del teatro, debemos despertarnos, porque, aunque soy optimista, hay que reconocer que estamos un poco dormidos y nos miramos demasiado al ombligo. Estamos obligados a reencontrar un cierto compromiso personal ético con la que sociedad que nos ha tocado vivir”.
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