domingo, 29 de septiembre de 2013

ENTREVISTA, SAMANTHA GELMER, / PRIMER PLANO, REFUGIADOS SIRIOS, EL MAYOR EXODO DEL SIGLO Y...

TÍTULO; ENTREVISTA, SAMANTHA GELMER,.

- foto-Polanski tenia 44 años. Yo tenia 13. Se mire como se mire, fue una violacion; yo dije que no,.


La portada de su autobiografía muestra una foto de samantha Geimer a los 13 años. De su cuello cuelga una cadenita con un corazón.
Entrevista

Samantha Geimer: "Polanski tenía 44 años. Yo tenía 13. se mire como se mire, fue una violación; yo dije 'no'"

Para Samantha fue un trauma que cambió su vida para siempre. Y, sin embargo, 36 años después de que el director de cine Roman Polanski abusara de ella, hoy afirma que ambos han sido tratados de forma injusta. Hablamos con ella de la peculiar dinámica de este célebre escándalo y de los escabrosos detalles que nunca antes había contado.

La portada de su autobiografía muestra una foto de samantha Geimer a los 13 años. De su cuello cuelga una cadenita con un corazón. Tiene cara de niña y la mirada, distante. Como ella misma reconoce, «es una chica mona, pero que no tiene nada de excepcional». Roman Polanski le hizo ese retrato en 1977. El director, que entonces tenía 44 años, dijo a la madre de Geimer que la revista parisina Vogue le había encargado dar con adolescentes para un reportaje fotográfico. Minutos antes de tomar la imagen, presionó a la joven modelo para que posara con el pecho al aire. Cuando volvió a casa, Samantha no se lo dijo a su madre. «Si lo hubiera hecho, mi vida habría sido distinta», asegura Geimer, que hoy tiene 50 años, cuando nos encontramos en la suite de un hotel en Las Vegas.
Tres semanas más tarde, Polanski volvió a buscarla. La llevó a la mansión de Jack Nicholson en Mulholland Drive, en Los Ángeles. Para resumir los sórdidos acontecimientos posteriores, Polanski hizo que Geimer bebiera champán y tomara parte de una pastilla somnífera. Le hizo varias fotos más y la violó. «Yo tenía 13 años, era menor. Y no quería hacerlo, así que estamos hablando de una violación. Se mire como se mire, fue una violación. Yo le dije que no». En 1978, Polanski se convirtió en el fugitivo más famoso del mundo. Huyó a Europa para evitar una posible condena de hasta 50 años de cárcel. El caso se convirtió en una truculenta historia de sexo, fama, crimen y castigo.
Con el paso de los años, las opiniones fueron enconándose. Para unos, Polanski es un pedófilo; para otros, un genio martirizado por un caprichoso sistema judicial. ¿Y la chica? «Para unos soy una víctima patética. Para otros, una putilla mentirosa», responde Geimer. Esta es la primera entrevista que concede en años y, por primera vez, está dispuesta a dar detalles de su relación con Polanski. Para empezar, cuenta que durante los últimos años ha estado intercambiando correos electrónicos con el cineasta. En uno de ellos, Polanski padre de dos hijos le expresó su preocupación por el rumor de que el título de la edición francesa de su libro iba a incluir la palabra 'violación'. Geimer le dijo que no era así. Mantener correspondencia con tu violador resulta más bien extraño, ¿no? Geimer no lo cree así: «La gente sigue yendo a por él y a por mí: siguen tratándonos de forma injusta a los dos por igual. Por eso es lógico que estemos en el mismo bando».
En 1977, la chica de la foto no sabía nada del hombre que iba a cambiar su existencia. Geimer había crecido en York, una pequeña ciudad proletaria. Su madre, Susan, «tenía problemas para mantener una relación duradera con un hombre». Geimer no llegó a conocer personalmente a su padre biológico, «aunque él de vez en cuando llamaba a casa, cuando estaba bebido». Su madre aparecía en anuncios publicitarios de forma esporádica y ella, a los diez años, logró su primer trabajo en la pantalla, en un anuncio de felpudos. Es fácil entender que la madre y la hija se sintieran abrumadas cuando Polanski irrumpió en sus vidas. Un antiguo novio de la hermana mayor de Samantha lo puso en contacto con la familia. «Yo tenía claro que era un hombre importante dice Geimer. Era poderoso y sabía que esas fotos eran mi oportunidad».
El 20 de febrero de 1977, Polanski fue a recoger a Geimer a su casa con el argumento de hacerle unas primeras pruebas como modelo. «Mi madre le indicó, con delicadeza, que preferiría estar presente durante la sesión. Roman le dijo que no, pues su presencia podría incomodarme y dificultar que posara con naturalidad». El hecho de que la madre de Samantha la dejara marcharse a solas con Polanski, uno de los más famosos seductores del momento, sigue despertando asombro.Era la última hora de la tarde y hacía calor. Subieron andando por una ladera, hasta llegar a unos terrenos con maleza situados sobre la casa de Geimer. Cuando Polanski le pidió que posara con el pecho al aire, ella se dijo que «tenía que estar a la altura de las circunstancias».
Tres semanas después, hacia las cuatro de la tarde del 10 de marzo, Polanski volvió a presentarse en casa de Geimer y la llevó a la casa de Jacqueline Bisset. Allí tomaron unas cuantas fotos: «Bonitas, femeninas, un poquitín osadas, pero nada más». Después fue con ella a la residencia de Jack Nicholson. Mientras conducía, el cineasta preguntó si se había estrenado sexualmente. Geimer respondió que sí; era verdad. Pero mintió sobre el número de veces. Dijo que lo había hecho dos, cuando solo había sido una. «No quería que me tomase por una niñita ingenua». Nicholson no estaba. La criada los dejó entrar y Polanski abrió una botella de champán. El director sirvió varias copas a Geimer. También le mostró una píldora de Quaalude seccionada en tres partes. «¿Quieres un pedacito?», invitó. «No», respondió ella. Polanski insistió. «Y entonces... Bueno, pues no sé bien... ¿Cómo podía decirle que no?».
Salieron al jardín y Polanski le dijo que se metiera en el jacuzzi. Hizo unas fotos y agregó: «Ahora tendrías que quitarte las braguitas». Geimer en ese momento pensó en Marilyn Monroe. «¿Qué hubiera hecho ella? Seguramente habría disfrutado del momento». Tenía la mente acelerada. Con alcohol y el sedante, «estaba hecha un desastre... Conviene recordar que yo no era más que una niña». Polanski también se desvistió y se metió en el jacuzzi. «En este momento, me coge por la cintura y acerca mi cuerpo al suyo, un poquito. Me sitúa sobre uno de los chorros de agua, de forma que siento el burbujear entre las piernas». Polanski le preguntó si estaba a gusto. No era así y se inventó que sufría asma y que tenía que regresar a casa para tomar la medicación. En lugar de conducirla a su hogar, Polanski la siguió al interior de la vivienda y la violó. Tras preguntar a Geimer si tomaba la píldora anticonceptiva, el director la sodomizó, haciendo caso omiso de sus ruegos. «Le dije que no una y otra vez». Mientras la conducía de regreso a casa, Polanski fue claro: «No se lo digas a tu madre. Esto será nuestro secreto». Una vez en casa, Geimer fue a su habitación y compartió un cigarrillo de marihuana con su madre. Cuando Polanski les enseñó las fotos de la primera sesión en las que la pequeña aparecía con los pechos al aire, lo invitaron a marcharse.
La noche siguiente, un funcionario de Policía se presentó en casa de Polanski. Estaba acusado de seis cargos: entre ellos, corrupción de menores, sodomía y violación. Para Geimer, lo que vino después de la violación «las presiones de la Fiscalía, la Policía, el hospital, los periodistas, las constantes llamadas de teléfono, la vergüenza» fue mucho peor que la agresión sexual. Tuvo que prestar declaración ante los 23 desconocidos del jurado. La experiencia le resultó insoportable. «Si tuviera que elegir entre revivir la violación o la declaración, elegiría la violación», asegura. Más de una vez se dijo que ojalá su madre no hubiera llamado a la Policía. Antes, «todo era cantar y bailar, hacer gimnasia, presentarme a pruebas de casting e ir en coche por ahí. Pero al día siguiente apenas salíamos de casa; vivíamos escondidos. La situación hizo que todos cambiáramos. Estábamos hundidos. Me sentía rabiosa». Estaba empezando a perder el control sobre su vida.
Un día se hizo unos cortes con una cuchilla. «No tan profundos como para que fuesen graves, solo un poco dolorosos. Pero esas gotas de sangre hicieron que me sintiera mejor».Su madre y su pareja, Bob, tenían tantos remordimientos que eran incapaces de someterla a una mínima disciplina. Geimer recuerda que Bob se enteró de su plan de consumir LSD para contemplar unos fuegos artificiales. En lugar de prohibírselo, «lo que hizo fue tomar el ácido conmigo para mantener la situación mínimamente controlada». Lo lógico sería pensar que estuviera resentida con Polanski. Pero, desde su punto de vista, él cumplió su condena, por mucho que esta al final no pasara de 42 días de reclusión. «Polanski se declaró culpable y fue a la cárcel. ¿Qué más se puede decir?».
No obstante, durante la última década el caso ha vuelto a aflorar. En 2003, cuando Polanski fue nominado al Óscar por El pianista, Geimer dejó boquiabiertos a los votantes de la Academia al pedir que «juzgaran la película y no al hombre». Según dice, se llevó «una pequeña alegría» cuando Polanski se llevó el galardón. «De una forma u otra, todo tenía que ver con mi propio mundo, un mundo en el que todo sale siempre del revés... Y sí, me sentí feliz».En 2009, la Policía suiza detuvo a Polanski. Pasó 67 días en un centro de detención en Zúrich y varios meses de arresto domiciliario en Gstaad. Los periodistas de nuevo volvieron a perseguir a Samantha. Pero ella dejó clara su satisfacción cuando Suiza denegó la extradición solicitada por los Estados Unidos. Ese mismo año 2009, Polanski escribió una nota a Geimer, que hasta el momento no se había hecho pública. Tras ver un documental sobre su vida, Wanted and desired, con participación de Geimer, Polanski le dijo: «Impresionado por tu integridad y tu inteligencia». El director añadía: «Quiero que sepas que siento muchísimo haber influido en tu vida hasta tal punto».
«Yo me sentí igual que siempre después de leer la carta dice Samantha Geimer. Pero la nota sirvió para que mi madre se sintiera mejor». Y eso era importante. Susan, que hoy tiene 74 años, fue muy criticada cuando estalló el escándalo. ¿A quién se le ocurría dejar a su hija a solas con Roman Polanski, un hombre famoso por su interés por las muy jovencitas, un donjuán que poco antes había estado saliendo con Nastassja Kinski, de apenas 15 años?Al escuchar a Geimer, da la impresión de que en el fondo se siente culpable. En un momento preciso dice: «Lo más difícil es ver que mi familia sufre. Y el hecho de que me digan que la culpa no es mía tampoco arregla la situación. De haber sido un poco más lista, podría haber hecho que las cosas fueran un poco distintas». Y agrega: «Tengo claro que lo sucedido cambió mi personalidad (Después de la violación); Me sentía resentida y rabiosa. Yo no había hecho nada malo... Entonces, ¿por qué tenía que pasar por toda aquella situación horrorosa?». Guarda silencio y prosigue: «Muy bien. Es posible que sí hiciera algo malo: ser una estúpida. Eso de posar con las tetas fuera, de beber y tomar la píldora. No sé en qué estaba pensando...».
¿Pero usted no tenía más que 13 años?, intervengo. «Pero a otras chicas de 13 años no les pasaban según qué cosas. En aquel momento era consciente de que estaba comportándome mal, de que estaba haciendo una estupidez. Tampoco era tan ingenua. Tenía que haber sido más lista. Podía haberle hablado a mi madre de aquellas fotos en topless. No sé por qué no lo hice. Creo que en aquel momento pensé que Polanski nunca más volvería a presentarse en casa». Pero volvió...



TÍTULO; PRIMER PLANO, REFUGIADOS SIRIOS, EL MAYOR EXODO DEL SIGLO Y..

En primer plano

Refugiados sirios: El mayor éxodo del siglo y... sus rostros

Tiene tres hospitales, centenares de tiendas, una calle principal a la que pomposamente llaman Campos Elíseos y da la bienvenida cada día a 1500 nuevos inquilinos. Pero nadie quiere vivir aquí. Entramos en el campo de refugiados de Zaatari, en Jordania, donde 125.000 sirios se refugian de las bombas que asolan sus aldeas, y hablamos con sus vecinos, que viven una de las situaciones más duras y tristes del mundo.
 En medio de una extensa y blanca polvareda, diez hombres avanzan despacio, bajo un sol agobiante, llevando en volandas una enorme tienda de campaña.
Dilal Ahiviad ObidComo una figura fantasmal, la improvisada casa de tela se mueve flotando sobre la tierra, con su emblema de Acnur -el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados- bien visible. «Es una mudanza», explica Karl Schembri, uno de los cientos de cooperantes que trabajan en el campo de refugiados de Zaatari (Jordania). «La mayoría de la gente no quiere vivir a las afueras, así que coge sus tiendas y se traslada a los distritos del centro, donde está casi todo el mundo».
Mudanza, centro, distritos... El vocabulario muestra la dimensión de la tragedia: hay tanta gente en Zaatari que el campo de refugiados está mutando en ciudad. Una de las ciudades más tristes, duras y frustrantes del mundo. De los dos millones de refugiados que ya ha escupido el conflicto de Siria (cifra que convierte esta guerra en la mayor crisis humanitaria del siglo XXI), Zaatari alberga 125.000. Esto le otorga el título de segundo campo de refugiados más grande del mundo, por detrás de Dadaab, en Kenia. Está situado al norte de Jordania, a 12 kilómetros de la frontera con Siria, y fue abierto el 28 de julio de 2012. Nació como lugar para acoger a los sirios que decidían abandonar el país por culpa de la guerra civil. Al principio, unos pocos. Enseguida, el éxodo. Desde febrero, a este lugar llegan una media de 1500 personas al día. Hace unas semanas, el Gobierno jordano dijo que ya no podía más. Y cerró la frontera.
«Esto ha crecido en seis meses lo que suele crecer una ciudad en 20 años». Quien lo explica es Kilian Kleinschmidt, máximo responsable de Acnur en el campo y al que se conoce como 'el alcalde'. «Hemos dividido el campo en 12 distritos. Del uno al cuatro son los más antiguos, y la mayor parte de los refugiados quieren vivir en ellos para estar cerca de familiares y amigos». En el llamado 'downtown' de Zaatari, las tiendas de campaña se arraciman junto a los caminos de tierra, ocupados por basura y niños descalzos. En las afueras -los distritos del seis al ocho- no hay tiendas, sino grandes contenedores industriales plantados en mitad del secarral que comparten varias familias. «Cada distrito tiene un jefe -prosigue Kleinschmidt-. Una especie de 'capo' que manda en la zona y se encarga de la seguridad». El poder de estos jefes de distrito es tal que las ONG tienen que consensuar con ellos cualquier mejora o infraestructura que vayan a llevar a cabo.
Lo que ocurre en el campo se queda en el campo. Esto es un principio que convierte Zaatari en un lugar peligroso, ya que no hay policía. Los extraños no suelen ser bienvenidos, especialmente por los niños, que matan su frustración vagando en grupos, armados con cuchillos. Mourad Cachouri es psiquiatra y trabaja en el hospital militar que Marruecos ha levantado en Zaatari. «Aquí hay una concentración de 125.000 personas frustradas, enfadadas y, en muchos casos, con graves traumas de la guerra. Sobre todo los niños -explica-. Es entendible que haya problemas».
Incluso aquí, en un lugar en el que la mayoría de la gente afirma convencida haber perdido la fe en el futuro, la normalidad pelea por imponerse. Con alma de comerciantes, los refugiados han levantado un mercado en el centro de Zaatari que cuenta con más de 300 tiendas. Discurren a lo largo de la calle principal del campo, a la que han llamado Campos Elíseos. Se vende de todo, desde comida fresca hasta televisores, pasando por ventiladores y conexiones a Internet. La mercancía entra y sale del campo cada día, a pesar de que está prohibido. Los alimentos que reparte Acnur se revenden, los vecinos jordanos de los alrededores acuden al mercado a comprar más barato y hasta hay compraventa de tiendas de campaña y caravanas. «Venían creyendo que estarían aquí dos o tres semanas -termina el alcalde-. Ahora ya saben que estarán en Zaatari mucho tiempo».
Abu Marai: "En Siria vivía bien, en una granja, y no nos faltaba de nada. Y ahora estoy aquí tirado..."
Nunca podré olvidar la primera noche que pasé en este campo. Llegué con mi mujer y mis seis hijos. En Siria vivíamos bien, en una granja familiar donde no nos faltaba de nada. De un día para otro se formó una batalla en mi aldea y nos tuvimos que ir con lo poco que cogimos. En la frontera nos enviaron aquí, y yo no sabía ni qué era. Al llegar, no había tiendas de campaña disponibles, así que dormimos en el suelo. Recuerdo estar ahí, acurrucado con mi familia, y pensar: 'Yo tenía una casa y ahora estoy aquí tirado'. No me lo podía creer. No parecía real».
Mohamed: "Me fui de mi aldea cuando tirotearon mi casa. No lo hice por mí, sino por mis hijos"
El otro día me dijeron que mi aldea ya no existe, está completamente destruida. De allí me fui en noviembre. Tomé la decisión cuando varias balas entraron en mi casa. No lo hice por mí, sino por mis dos hijos. Era instalador de gas y con el dinero ahorrado he montado una pequeña tienda de alimentación en el campo. Revendo los alimentos que reparte Acnur, pero no veo futuro. En realidad no veo ningún futuro. Para mí ya está todo acabado».
Lekaa Al Zoubi: "Volví a Damasco para los exámenes de Magisterio. Fui andando y embarazada
Llegué a Zaatari el 4 de enero y lo hice embarazada. Elegí venir para estar al lado de mi marido, amenazado en Siria. Toda mi familia sigue allí. A las pocas semanas de estar en el campo decidí regresar a Damasco a terminar mi carrera de Magisterio. Caminé dos días embarazada y dormí dos noches en el monte, pero lo logré. Aprobé los exámenes y volví. Hace dos semanas di a luz a mi bebé. Dudo de que alguna vez podamos regresar a Siria, así que buscaré trabajo aquí en Jordania como profesora».
Abu Gazan: "Mis hijos tiemblan cuando ven un uniforme y se orinan cuando oyen un ruido fuerte"
Durante los últimos quince días que viví en mi barrio de Daraa, pasaba un misil cada cinco minutos. Nos fuimos cuando ya no podíamos soportarlo más. He traído a mis hijos y también a mi sobrino, ya que mi hermano está desaparecido después de que lo detuviera el ejército. Los críos todavía se hacen pis cuando escuchan un ruido fuerte, como el de un motor, y tiemblan cuando ven un uniforme. ¿La solución a todo esto? Que declaren Siria espacio aéreo restringido, que no dejen volar aviones. Al Assad caería en 24 horas».
Dilal Ahmad Obid: "En el campo intentaron violarme. Ahora no me atrevo a salir y no puedo volver a Siria"
Mis cuatro hijos siguen en Siria, dos de ellos llevan un año desaparecidos porque combatían con los rebeldes. Vine aquí con mi nuera y mi nieto. Cuando llegué, encontré un empleo recogiendo tomates. Me escapaba cada día del campo y trabajaba siete horas, hasta que un día que estaba sola terminando de recoger un hombre me intentó violar. Me lo quité de encima y le tiré unas piedras. Ahora, no me atrevo a salir. No puedo trabajar y tampoco volver a Siria. Necesito ayuda. Todos aquí necesitamos que el mundo nos ayude».

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