domingo, 27 de julio de 2014

DESAYUNO DE DOMINGO CON JOSE ANTONIO SAYAGUES,./ EL VIEJO MEMBRILLO,.

TÍTULO: DESAYUNO DE DOMINGO CON JOSE ANTONIO SAYAGUES,.

Doy vida a Pelayo en la serie Amar es para siempre (Antena 3) y ... y llevo una vida monacal: nada de excesos, nada de fiestas, nada de ...foto,.

Desayuno de domingo con...

José Antonio Sayagués: "Llevo una vida monacal: nada de excesos, nada de fiestas, nada de nada"

Nací en Salamanca hace 61 años. Soy director de teatro y actor. Doy vida a Pelayo en la serie Amar es para siempre (Antena 3) y acabo de publicar el libro Los dichos de Pelayo. 

XLSemanal. Cuando idearon el personaje de Pelayo, pensaron que saliera solo en dos o tres capítulos.
José Antonio Sayagués. Por ahí iba la cosa. Era un papel sin mucho recorrido, pero decidí jugármelo todo a una carta y traté de que el personaje fuera muy singular para que enganchara.
XL. ¿Forzó el guion?
J.A.S. Más o menos. Los guionistas podían haber pensado que quién era yo para enmendarles la plana, pero fueron muy generosos conmigo y mira...
XL. Y desde entonces inventa dichos y refranes que pone en boca de Pelayo...
J.A.S. No me los invento, son dichos populares. Los guionistas me dan el tronco de cada capítulo y yo le pongo las ramas y las hojas. Debo reinventarlo cada día para que pueda sobrevivir.
XL. Pues le ha venido Dios a ver, porque con Pelayo se acaba jubilando.
J.A.S. Yo, como el general Custer, moriré con las botas puestas [se ríe].
XL. ¿Qué tal les fue con el cambio de cadena, de La 1 a Antena 3?
J.A.S. Al principio hubo un bajón, pero se ha recuperado. Amar es para siempre goza de buen share y de buena salud.
XL. La serie empezó en 1936. ¿Cuál ha sido la clave para mantener el éxito sin dividir a la audiencia?
J.A.S. La clave es que hablamos de emociones y tratamos de no molestar.
XL. ¿Es verdad que después de todos estos años no sabe ni tirar una caña?
J.A.S. Es cierto, se me da fatal, pero la bandeja ya la manejo bastante bien.
XL. ¿Es usted actor sin haber tenido que trabajar antes de camarero?
J.A.S. Sí, pero para poder estudiar y ayudar a mi madre que se quedó viuda con tres hijos hice de todo: con 12 años descargué pescado (25 pesetas por 30.000 kilos), fui aprendiz de sastre, trabajé en una empresa de automoción, vendí libros y coches...
XL. Y dicen que no quiere retirarse sin interpretar a Zorba el Griego.
J.A.S. [Ríe]. ¿De dónde has sacado esa información? ¡Es verdad! Me parece un personaje magistral y sé bailar el sirtaki. Anthony Quinn es mi inspiración.
XL. Pues, a este paso, lo veo bailando el sirtaki en la taberna de Pelayo.
J.A.S. Pues es posible, porque Amar es para siempre va a durar mucho.
XL. Supongo que se habrá acostumbrado a los madrugones.
J.A.S. Sí, claro. Me levanto a las cinco y media de la mañana, pero me acuesto muy pronto y llevo una vida monacal: nada de excesos, nada de fiestas, nada de juergas... nada de nada.

Su desayuno: «Café con leche, pan tostado con aceite y tomate, un yogur natural y algo de fruta. Me lo preparo yo mismo y me lo tomo mientras repaso los guiones de la serie».

TÍTULO: EL VIEJO MEMBRILLO,.

  1. El otro día dispuse de tiempo entre un compromiso aburrido y el siguiente y conduje hasta el barrio de mi infancia, al que no regresaba desde ...foto,.
     
    El otro día dispuse de tiempo entre un compromiso aburrido y el siguiente y conduje hasta el barrio de mi infancia, al que no regresaba desde hacía años. Es un cogollo de chalés de la época de la república incrustado entre la estación de Chamartín y un palacete del que es fama que Napoleón pernoctó allí una noche cuando vino a rendir la ciudad después de la carga de la caballería polaca en Somosierra. Un lugar apacible, con hiedra en las fachadas, con alguna canasta colgada sobre el garaje como en las burbujas residenciales americanas. Mi familia se hizo notar cuando colocó junto a la chimenea un mobiliario de plástico que provocó un incendio famoso en el barrio que nos tuvo semanas derramando por las orejas un líquido negruzco.
    Allí eché como primera novia a una alemana llamada Gaby, con trenzas como las de Pipi Calzaslargas, cuyo padre abría la puerta de repente cada cinco minutos cuando estábamos en su habitación para evitar exploraciones anatómicas prematuras. Ello no hacía sino añadir emoción a los besos, casi cronometrados como el asalto a un banco, para que el hombre nos sorprendiera siempre al irrumpir bruscamente jugando al ajedrez como Felipe y Mafalda. Allí también solía trepar por los tejados con una carabina de aire comprimido creyéndome algo, y una vez salvé un gato hambriento y con cascabel llamado Charlie que se había caído en una oquedad y se lo entregué a la dueña, una inglesa sexagenaria que me invitó a merendar. La semana siguiente, Charlie volvió a caer en la misma oquedad, por lo que ahora creo que la vieja quería matarlo y debió de impacientarla mucho que yo le volviera a sonar el timbre con el gato entre los brazos. Lo digo porque la segunda vez no me invitó a merendar.
    En el barrio había una plazuela a la que acudía en pandilla para jugar al fútbol. En una de las casas de la plazuela tenía su estudio un pintor que nos dispersaba con unos gritos tremendos, harto de que le arruináramos la atmósfera de trabajo. También esto no hacía sino añadir emoción, no ya a los besos, sino a las carreras evasivas que se hacían intensas por la posibilidad de que el pintor hiciera algún prisionero. El hombre se convirtió en un peligro mitológico de tal calibre que sorteábamos quién ocuparía la portería situada en el lado cerrado de la plazuela, que era el que procuraba una escapada más difícil, pues había un paredón contra el cual era fácil quedarse acorralado.
    El pintor caminaba a menudo con un lienzo que llevaba a alguna parte. Jamás lo habría confesado a la pandilla, pues ya había sido consagrado como enemigo nuestro y, por añadidura, de nuestra proyección como futbolistas. Pero a mí me fascinaba porque era el primer artista que veía en persona y lo creía capaz de hacer dibujos como los de los cómics de Corto Maltés, que me tenían absorbido. Ahora que soy adulto, comprendo que éramos un engorro, que nuestros partidos constituían un sabotaje a su ritmo de trabajo, a su inspiración, a su obra toda. Creo que algunos amigos incluso le llamaban a la puerta y salían corriendo.
    Años más tarde, reconocí al pintor cuando empezó a salir en los periódicos como consecuencia de la fama que le concedió un cuadro realista en el que aparecía el edificio de Metrópolis en el esquinazo de Alcalá y Gran Vía. Era Antonio López. Me siento culpable cada vez que a Antonio López lo acusan de ser un pintor lento que lleva años terminando un retrato de la familia real, porque formé parte de una conspiración para robarle tiempo e inspiración que tal vez resultara fatal para su cadencia. Me lo imagino incapaz de pintar, acechando en la ventana la llegada de los puñeteros niños de la pelotita. Cómo iba yo a saber que interfería en el encuentro de un genio y su posteridad.
    El otro día caminé hasta la plazuela y me paré ante la casa, que ignoro si sigue siendo la del pintor. Eso sí, me pareció ver que en el jardín despuntaban las ramas de un membrillo al que igual agredimos a balonazos antes de que Víctor Erice lo convirtiera en personaje.

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