sábado, 26 de julio de 2014

EN DIRECTO,. Ganaderas de toro bravo: Herederas de una pasión,./ DE CERCA, INGRID BETANCOURT, EL PERDON ES ESENCIAL PARA VIVIR,.


Silvia Camacho, ganadera Silvia, la segunda por la izquierda, en una entrega de premios ganaderos. ... Ganaderas de toro bravo: Herederas de una pasión, foto,.

La tradición decía otra cosa pero, por azares del destino, se hicieron cargo de la ganadería familiar. En un mundo de hombres, su lucha y su sabiduría las han convertido en una referencia de nobleza y bravura.
Los tiempos han cambiado y una mujer ya no es una rara avis entre ganaderos, veterinarios, capataces, toreros y empresarios taurinos. Pero el camino no ha sido fácil para ninguna de ellas: han tenido que pelear el doble y aguantar, incluso, algún desplante. Pero, al final, como dice la ganadera Rocío de la Cámara, “lo que es de verdad, se impone, y uno encuentra su sitio”. Para ella, siempre fue el campo de Jerez de la Frontera, en Cádiz.
El verde de los pastos, el brillo del agua, el animal que su padre le enseñó a amar y a entender desde chica. “Las pasiones nacen muy pronto, no sabes cómo y no se pueden explicar”, reflexiona Silvia Camacho que, desde niña se escapaba a ver los toros con su abuelo. Los tiempos cambian, pero en un mundo masculino y cerrado, nuestras protagonistas se han impuesto al destino.
Loreto Charro 
Finca Peña de Cabra (Narros de Matalayegua, Salamanca) 300 hectáreas, dos ganaderías: manso y bravo (100 vacas) y tres corridas anuales. 
"No me gustaría nada que mis hijos fueran toreros" 
Su abuelo le legó el hierro de su ganadería (el símbolo con el que se marcan los animales y que identifica a la ganadería) y en el campo se siente plenamente feliz.
-Cómo nació mi vocación 
“Soy hija única. Mis dos abuelos eran ganaderos, todos de la zona de Salamanca. Ahora tenemos dos hierros [las marcas]: uno a mi nombre –Loreto Charro– y otro a nombre de mi padre – Carlos Charro Sánchez Tabernero–. Mi hierro me lo dejó a mí mi abuelo materno cuando yo tenía 18 años. La afición me viene desde siempre. Me he criado en el campo y me encanta vivir aquí el día a día. Aunque también decidí estudiar una carrera y soy farmacéutica en Salamanca”.
-El amor por el campo 
“Disfrutar de la paz y del silencio es un privilegio. Para mí, los animales más bonitos son el toro y el caballo, y en la finca compaginamos las dos cosas, porque mi marido cría caballos de pura raza española. Para mí, lo más hermoso del mundo es ver un toro en el campo. En la plaza ya no lo disfruto tanto, porque me implico mucho. Además, es un mundo que se ha puesto muy difícil con la crisis. El trato con los empresarios es lo que menos me atrae. A mí lo que me gusta es disfrutar del animal en el campo, que es un lugar donde nunca dejas de aprender. Aquí tienes que rodearte de gente que sabe de verdad”. 
-En un mundo de hombres 
“Sin duda, es un contexto muy machista, pero también la vida ha cambiado, y todas las mujeres tenemos ahora formación. En ningún momento me he sentido menos respetada. Yo creo que incluso aunque hubiera tenido un hermano, no necesariamente se hubiera encargado él de la ganadería. Me parece que aquí, en el campo de Salamanca, somos menos tradicionales que en el sur, en Andalucía”. 
-El futuro 
“Es fundamental que lo vivas para que te guste esto. Mi hijo de un año ya monta a caballo con su padre todos los días y los mayores están deseando terminar el cole para venirse al campo. Montan a caballo, mueven los toros. Disfrutan de una libertad incomparable. Las labores de campo son las que más me gustan: montar a caballo, apartar una corrida de toros. Eso sí, no me gustaría nada que mis hijos fueran toreros. El mayor parece que quiere ser veterinario”.
Silvia Camacho 
Finca La Quinta (Medina Sidonia, Cádiz). 300 hectáreas, 150 vacas. Tres corridas.
"De niña, nada me gustaba más que abrir cancelas" 
Desde los cinco años quiso ser ganadera, y se acabó convirtiendo en la más joven de España con 22.
-Por qué soy ganadera 
“Todas mis vacaciones, desde los cinco años, las pasé con mi abuelo. A mí me fascinaba el campo y cuando él murió, le dejó la ganadería a mi madre, pero lo hizo por mí, para que la continuara. Nuestra ganadería procede de la Casa Real Portuguesa, y está formada con reses del duque de Veragua. Por eso lleva el hierro con la corona, que es la del duque de Braganza. Tengo un hermano, pero la única que adquirió los conocimientos fui yo.
Estuve interna en un colegio en Inglaterra, y luego estudié paisajismo, pero desde los 22 años estoy totalmente dedicada a la ganadería: tratando con el taurino, con el corredor, con el torero, con el empresario, con el veterinario, haciendo los lotes, los tentaderos, todo… Las pasiones son pasiones. Recuerdo esa fascinación desde que tengo uso de razón. Por la naturaleza, por el campo pero..., en especial por el toro. El toro es el único animal salvaje que nunca huye”.
-El oficio 
“Llevar una ganadería es algo muy complejo. Aprender, requiere una vida. Es un tema de tradición, lo ha hecho tu abuelo, tu padre. Son tantos matices... La ganadería se basa en la selección genética. Son importantes las características morfológicas, pero también el comportamiento. Hay más de 20 características importantes en un toro bravo. Al menos, yo trabajo así. Una decisión que tú tomas en el campo, no la ves plasmada en la plaza hasta tres o cuatro años después. Y se tiene que repetir en el tiempo. Es algo muy lento, no puedes cambiar según modas”.
“Ahora lidiamos muy poco, he reducido la ganadería. Pero yo he llegado a lidiar 10 corridas al año, y he estado en todas las ferias. Mi ganadería ha estado entre las 10 primeras durante 20 años. En esa época vivía prácticamente en el campo, aunque residía en Madrid. No hay otro camino. Es un trabajo muy esclavo”.
-Una mujer entre hombres 
“El mundo del toro es muy muy masculino, pero yo siempre me he sentido muy bien tratada. He ido a las asambleas de los criadores de toros de lidia desde los nueve años. Y tengo que decirte que antes era más fácil que ahora porque la palabra dada iba a misa. Creo, sin embargo, que las mujeres tenemos mucha sensibilidad para la cría, quizá porque somos observadoras y para criar a un toro hay que conocerlo y amarlo”.
Rocío de la Cámara 
Finca Cortijo de la Sierra (Jerez de la Frontera, Cádiz). 886 hectáreas y 160 vacas. Lidia dos corridas y cinco novilladas por temporada. 
"Ningún hijo varón habría defendido la tradición como yo" 
Lleva 30 años al frente de su ganadería, desde que en el 65, siendo una niña, su padre la puso a su nombre.
-Los inicios 
“Lo tradicional en Andalucía es que la ganadería la hereden los varones, pero yo era hija única y mi padre tenía tanta pasión por el toro, que hizo lo imposible para que me convirtiera en ganadera. Al principio, tuvo que ser desesperante para él, porque a mí no me interesaba nada. Me llevaba a las plazas y yo, a veces, hasta me tapaba los ojos, porque me daba mucha pena que los animales sufrieran. Pero en la vida vas comprendiendo y, poco a poco, ese miedo y esa pena se convirtieron en un sentimiento de honor, porque entendí que el animal muere en la plaza con dignidad, con nobleza, con bravura y con clase”.
“Mi padre falleció cuando yo tenía 14 años, en 1975, y tuve la suerte de que un gran amigo de mi padre, Pepe Sánchez Mejía, fue el que se hizo cargo de todo y me siguió enseñando”. “Con el paso del tiempo me convertí en una enamorada de la cría del toro bravo, que cada vez me gusta más, aunque económicamente no sea un negocio rentable y exija una gran dedicación”. “Intento criar el toro que yo quiero, un animal que se sienta orgulloso de mí y yo de él, aunque parezca algo difícil de entender. ¿Cómo es ese toro? Pues tiene que ser bravo, tener mucha raza y nobleza. Lo ves a la hora de embestir y en todas sus reacciones. Ves cómo ayuda al torero a triunfar”.
-Ser mujer en la cría 
“Si en algo me distingo es que soy muy luchadora, con una gran fuerza de voluntad. No me canso pronto y siempre peleo para conseguir lo que quiero. Creo que el trabajo que mi padre hizo conmigo al final ha salido muy bien. Porque las mujeres tenemos mucha voluntad, mucha fuerza, mucha constancia. Y yo creo que ningún hijo varón hubiera defendido esta tradición de la manera en que yo lo he hecho”.
“Este es un mundo difícil, muy masculino. Creo que la actitud de los hombres no ha cambiado. Yo no he querido aceptarlo, pero es una realidad. A veces no te escuchan , pero nunca me he sentido inferior. Yo siempre he sabido que mis criterios eran igual de válidos que los de los demás y a base de esfuerzo, de tiempo, de trabajo, de seriedad, acabas imponiéndote, aunque una mujer tenga que demostrar siempre el doble. A veces, hay que usar la mano izquierda, y otras imponerse. Yo siempre he intentado ser muy seria, clara y sincera. Y es largo, pero lo consigues”.
-El negocio
“De lo que vivimos es de la empresa agrícola: producimos trigo, remolacha, girasol. Casi todos los días vengo al campo, me ocupo de la administración, de mis hijos, de la ganadería. Voy a los bancos, luego hago la compra. Estoy todo el día corriendo. Económicamente los tiempos están muy difíciles para todos, y en la ganadería la crisis ha pegado fuerte. Se han matado casi el 60% de las vacas. Yo he intentado hacerme con una base de sementales y creo que me darán buenos resultados”. “Nuestra fiesta no morirá, porque es algo de verdad. Es tradición, cultura y arte. Todos morimos, y hay que hacerlo con dignidad. Peleando, demostrando la casta, y no en un matadero. Pero respeto totalmente lo que puedan pensar otras personas”.

TÍTULO:  DE CERCA, INGRID BETANCOURT, EL PERDON ES ESENCIAL PARA VIVIR,.

Ingrid Betancourt: "Perdonar es una estrategia de liberación personal",.-fotos-

Ingrid Betancourt

 ¿Quieres un té?", pregunta Ingrid Betancourt. Acto seguido, sirve una sola taza. "No puedo tomar ni cafeína ni teína, mi hígado está muy dañado, es un recuerdo de la selva", añade.

Han pasado cinco años desde que la excandidata a la presidencia de Colombia fuera liberada tras pasar casi siete años secuestrada por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Se encontraba en campaña para los comicios de 2002 cuando fue capturada por el grupo guerrillero en los alrededores de San Vicente del Caguán, en el suroeste del país.
Ahora estudia Teología en la Universidad de Oxford, Inglaterra, pero a pesar del paso del tiempo, los recuerdos de sus días en cautiverio la acompañan todos los días. Muerte, dolor, humillación, miedo, depresión, soledad, hambre, ser tratado como un animal, estar enfermo sin tener la posibilidad de aliviar el dolor; ser criticado, ignorado por los compañeros de cautiverio, son algunas de las situaciones con las que lidió mientras estuvo en poder de las FARC.
Retomar la vida donde la dejó no ha sido tarea fácil. Hace poco declaró que no descartaba volver a la política. Sin embargo, sus prioridades han cambiado en forma radical, y la oposición de sus seres queridos podría convencerla de no regresar.
"Agrupaciones políticas en Colombia me han contactado, y yo descubrí que mi vínculo con el país es muy fuerte y por eso quisiera ayudar en el proceso de paz, aunque sea con mis pensamientos. Pero es una decisión difícil porque todavía tengo que sanar mis heridas y mi familia está en contra", dice.
Los años que precedieron su secuestro, Betancourt encarnó la imagen de una nueva generación de dirigentes, que no temía la polémica y ni le interesaba la posición tímida que tradicionalmente tuvieron las mujeres en la política colombiana. Y aun cuando la controversia siguió los años siguientes a su dramática liberación, muchos la consideran un símbolo del sufrimiento que la situación de secuestro impone a víctimas en el mundo entero.
BBC Mundo la entrevistó en la biblioteca de la universidad, donde habló de agradecimiento, perdón y vida.
Este trabajo forma parte de la temporada "100 mujeres: la mitad del mundo toma la palabra", en la que BBC explora los aportes y los retos de las mujeres en el mundo hoy.


Pelea y reconciliación

¿Cómo se recupera la vida suspendida por cinco años de secuestro? Para algunas personas puede ser difícil de entender, pero para Betancourt agradecer lo vivido forma parte fundamental del proceso de sanación.
"Cuando me levanto en la mañana, lo primero que hago es darle gracias a Dios. Agradezco poder cerrar la puerta cuando voy al baño, tener un techo, una cama para dormir, que haya un interruptor para prender la luz y un grifo de agua caliente. Doy gracias por estar viva, soy una mejor persona debido a lo que me pasó, si eso no hubiera ocurrido, sería una niña malcriada", dice.
La gratitud, añade, es un componente esencial de la felicidad, ya que ofrece una perspectiva nueva: en vez de estar mirando todo lo que no se tiene, se agradece lo que sí se tiene.

Sobreviviendo en la selva


Ingrid Betancourt dice que durante los años que pasó secuestrada, desarrolló una estrecha relación con Dios y con la Virgen, lo que la ayudo a sobrellevar el paso infinito de los días. “En momentos de peligro sentí su presencia, su protección y sus alertas, dos de las veces que traté de escaparme, tuve ayuda de otra dimensión”.

Confiesa que consideró el suicidio, pero que el amor por sus hijos y las ganas de verlos de nuevo, al igual que a su familia, le permitieron aguantar el cautiverio y tratar de mantener la esperanza.

La rabia también jugó un papel en los mecanismos de sobrevivencia que desarrolló mientras estuvo en la selva. Era parte de la tristeza que le permitía rechazar la situación en la que estaba. No aceptar lo que le sucedía también era una manera de luchar contra el Síndrome de Estocolmo.

Otra herramienta que la ayudó en los primeros años de cautiverio fue su constante actividad mental. Dice que estaba obsesionada con “volarse” (escaparse) y que por eso pensaba todos los días en cómo sería su próximo intento y en los errores que había cometido en los intentos frustrados.

Fue por su insistencia en huir que los últimos tres años de su secuestro los pasó encadenada a un árbol.
Y se aprende. Especialmente sobre uno mismo.
"La pelea por la comida con otros compañeros que estaban secuestrados me trajo muchos problemas, pero eso reveló que yo era egoísta, impaciente e irrespetuosa con los demás. Normalmente evitas confrontarte con lo que no te gusta acerca de tu persona, pero estando en cautiverio, estás desnudo contigo mismo, así que descubrí muchas cosas acerca de mí, fue algo bueno que valoro en la actualidad".
Betancourt cuenta que el sentimiento de solidaridad familiar fue otra adquisición del secuestro.
"Aprendí que tenemos el tiempo contado. Es normal tener problemas con las personas que amamos, y cuando eso ocurre, es muy común dejar de hablarles. Estamos bravos y pensamos que, cuando nos pidan perdón, podremos arreglar el desacuerdo. Pero mi familia descubrió que ese es un lujo que no podemos darnos, porque en cualquier momento podemos morir, así que no sabes cuando será la última vez que beses a esa persona que quieres… Es por eso que no nos acostamos sin haber arreglado el problema que podamos tener".
Recuerda haber tenido una pelea con Dios. "Le reclamé que era injusto que me hubiera puesto en una situación que no merecía, pero aprendí que en la vida no tienes lo que mereces, sino lo que te toca. Se trata de la capacidad que tienes de sobreponerte a esas cosas. Y eso también lo aprendí en la selva. Lo que nos pasó fue un drama, pero eso le pasa también a millones de personas: a un familiar le detectan cáncer o muere porque un auto lo atropella. La vida es eso, imprevistos que no esperábamos".

"Nunca, nunca, nunca"

Yolanda Pulecio (madre de Betancourt), Ingrid Betancourt y Juan Manuel Santos.
La excandidata presidencial colombiana pasó casi siete años secuestrada por las FARC.
Betancourt reconoce que, sin embargo, hay momentos emocionales difíciles de manejar. "A veces recuerdo algunas situaciones, y es como si me devolviera a la selva, vuelvo a sentir el dolor y la falta de oxígeno –se lleva las manos a la boca del estómago, como si le faltara el aire- pero es pasajero. Sé que estoy aquí y estoy a salvo".
En esos casos, cuando un evento desagradable le llega a la mente, su reflejo inmediato es buscar un recuerdo de felicidad, equiparable en intensidad a ese momento doloroso.
Ingrid Betancourt con sus hijos, Melanie y LorenzoEstá convencida de que una máxima de su papá –quien murió cuando ella estuvo secuestrada- la ayudó en este sentido: buscar augurios más altos que el duelo, es decir, al tener un problema, hay que concentrarse en algo más importante que eso.
Eso también la ayudaba estando en cautiverio, cuando la castigaban físicamente y la maltrataban de diversas maneras, a lo que se refiere como los "momentos negros". De esos eventos se ha negado a hablar hasta la fecha.
"Hay cosas difíciles de perdonar. La decisión racional de hacerlo está ahí, pero las emociones se quedan atrás, hay una reticencia del alma frente a cosas que uno siente que fueron abominables. Tengo que hacer un gran esfuerzo para perdonar esos 'momentos negros'. Hay muchos, pero no vale la pena mencionarlos porque no tienen que vivir fuera de uno. Al respecto he hablado con prisioneros de guerra y gente que estuvo en campos de concentración, y hemos coincidido, hay cosas que uno decide que nunca, nunca, nunca, va a contar".

La importancia del perdón

Las dificultades del regreso

Tras la euforia inicial de su liberación, estando todavía en el helicóptero utilizado por las Fuerzas Armadas de Colombia para rescatarla a ella y a 14 prisioneros más, Betancourt sintió el miedo de descubrir un mundo al que ya no pertenecía.

"Mi primer trauma fue darme cuenta de que no tenía una vida propia. No tenía familia, mi esposo estaba con otra persona, dejé a mis hijos siendo adolescentes, eran adultos cuando regresé. No quería regresar a la política porque no estaba lista para pelear. No sabía qué iba a ser con mi vida", recuerda.

"Lo más difícil fue establecer una relación estrecha con mis hijos, redescubrirlos y recuperar su confianza, porque el tiempo nos había distanciado y había levantado una pared entre nosotros".

Esa fue su prioridad, así que tuvo que aceptar que no se podía estar de acuerdo en todo y que tenía que ponerse en los zapatos de los demás para entender el dolor que también habían sentido.
La excandidata presidencial colombiana piensa, no obstante, que el perdón es fundamental para recuperarse de una experiencia traumática como la que atravesó. No es fácil hacerlo, es un proceso complejo y con varias etapas.
"La primera es la más superficial, decides que te vas a liberar de tu pasado y vas a perdonar. Pero la mayoría de las personas lo concibe desde el punto de vista cristiano, es como hacerle un favor a quien nos hizo daño. Pero no es así, en realidad es una estrategia de liberación personal. Si no perdonas, estás amarrado a tu ira, a lo agrio de tus sentimientos, y eso te envenena. El otro ni se entera, pero tu sigues macerando la sed de venganza".
"Después viene el manejo de la memoria, no puedes recordar constantemente los momentos desagradables de la vida porque hace daño, así que hay que tener memoria selectiva, no se trata de ignorar estos instantes, sino de saber cuándo deben regresar. Esto se define por la utilidad que pueda tener ese recuerdo, para uno o para ayudar a otro. Pero si lo traes de vuelta para recordar el dolor, es masoquismo, y hay que disciplinarse para no ser enemigo de uno mismo".
Según la experiencia de Betancourt, la siguiente etapa del perdón está relacionada con el manejo de la emoción, ya que cuando se autoriza a la mente a traer de vuelta el recuerdo, hay que mirarlo de frente.
"Es necesario ir al detalle de ese sufrimiento y verbalizar lo que se sintió para ponerle palabras, de esa manera se convierte en algo externo, lo que permite verlo con perspectiva y distancia. Cuando lo procesas, el sentimiento sigue presente, pero es mucho más liviano, eso te da la libertad de saber que te dolió, pero que fue tu manera de rebelarte contra el mal, así reivindicas tus emociones y tu sufrimiento y empiezas a cerrar las heridas".
Le pregunto si se ha enfrentado a muchos de esos momentos.
Con los ojos vidriosos responde: "Tengo una colección de esos momentos".

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