Sentir,
sentir que tu mano es mi caricia,
sentir que tu sueño es mi deseo,
sentir que tu mirada es mi descanso,
sentir que tu nombre es mi canción,
sentir que tu boca es mi refugio,
sentir que tu alma es mi regalo.
Sentir que existes...
sentir que vivo para amarte.
Te contaré deseos en tus labios,
el placer será mi arma para soñar,
recorreré tu alma
y secuestraré tu amor.
No habrá rescate:
sólo la pasión.
TÍTULO: MANULIDADES PERDIDAS,.
UNA MANTA LANA- FOTO,.
En mi país, Italia, el
invierno hasta enero ha sido
especialmente cálido. En el campo,
la escarcha suele hacer su aparición a
principios de octubre. Pero a finales
de noviembre, aún recogíamos los
calabacines, y los girasoles estivales
estaban a punto de florecer otra
vez. La estufa estuvo apagada
hasta principios de diciembre y
mi habitación se mantuvo (sin
calefacción) a 20º C todo el otoño.
¿Un año fuera de lo común, o
deberíamos ir preparándonos
para un futuro tropical? ¡Quién
sabe! El mundo cambia a un ritmo
vertiginoso y, en tal vértigo, es difícil ver nada
con claridad. Entre tanto, mis jerséis aún siguen
guardados en fundas de plástico, en el armario del
sótano. A veces, abro las puertas y suspiro. Los echo
de menos; echo de menos el frío, aquella época en la
que las estaciones se sucedían en toda su diversidad.
Mis suéteres no son prendas cualesquiera. La
mayoría están hechos a mano y cada uno tiene su
historia. Mi abuela hacía punto, y mi madre era una
auténtica campeona. Siempre que yo cumplía una
cifra redonda (los 30, los 40, los 50), me hacía un
jersey cada vez más elaborado y sorprendente.
¡Cuánto lamento que no me enseñara
el arte de la costura!Siempre pensé que ya lo aprendería, que habría tiempo, ya que vengo de una familia particularmente longeva. No obstante, con solo 70 años, mi madre enfermó de gravedad. Cuando ya no podía moverse de la cama, compré agujas y lana, y me senté a su lado para que me guiase: un punto del derecho y otro del revés, uno del derecho y otro del revés... Por desgracia, la enfermedad se la llevó antes de que yo pudiese alcanzar la conflictiva frontera de las mangas. En este mundo, en el que todo viene producido en serie, donde todo es intercambiable y el único valor reconocido es el del dinero, ¿qué importancia puede tener lo que se trabaja humildemente con las manos?
Estoy convencida de que, en tiempos de crisis y agitación, hacer cosas con las manos, poniendo en juego nuestra creatividad, es una forma de resistencia. Plantamos cara a la uniformización, al aplastamiento; nos rebelamos contra el consumismo que nos consume y luego nos tira a la basura. Aprender manualidades, y enseñarlas a nuestros hijos, es una manera de devolver al centro de nuestros días la innegable singularidad de la persona y la importancia de la memoria. Empleamos nuestro tiempo, paciencia y habilidad en transmitir un regalo; un regalo que será algo único, pues seguirá hablando de nosotros, de nuestra relación, incluso cuando ya no estemos aquí.
Cuando me pongo uno de los jerséis de mi madre, es como si ella aún estuviera conmigo. ¿Acaso podría decir lo mismo si, en lugar de haber invertido largas tardes en hacer punto, me lo hubiera comprado en un centro comercial, tras escogerlo entre miles de prendas desparramadas por el mostrador?
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