El domingo -17- Febrero a las 18:00 por La Sexta, foto,.
Evaristo Páramos,.
Este sistema es una picadora de carne”,.
Evaristo Páramos, excantante de La Polla Records y actual líder de Gatillazo, recopila anécdotas en el libro ‘Qué dura es la vida del artista’,.
Hasta dos decenas de aretes cuelgan de sus orejas. Rozan con unas
llamas tatuadas en el cuello, que sobresalen de un cuerpo más robusto en
directo del que se adivina en medio de un escenario. Evaristo Páramos
(Tui, 1960), excantante de La Polla Records y actual líder de Gatillazo,
sigue mostrándose a sus 58 años igual de lenguaraz y combativo que
cuando empezó su singladura por los escenarios, allá por 1979. Acaba de
publicar ‘Qué dura es la vida del artista’ (Desacorde Ediciones),
una recopilación de anécdotas sobre su etapa al frente de uno de los
grupos punk en castellano más emblemáticos. Lo presentó en un bar del
barrio madrileño de Vallecas. Y, a pesar de que su camiseta dice
‘Trabajar no es un derecho, es una mierda’, charla sin prisas, animado,
convirtiendo cada respuesta en un torbellino de información.
Giras por la península y por Latinoamérica, enfrentamientos con el público o algunas batallas de trastienda recorren estas 300 páginas, donde Páramos se ha alejado de la doctrina o el análisis. No ha querido ni pontificar sobre una época ni rememorarla con nostalgia. Simplemente pretendía estampar sus recuerdos. Personales e intransferibles. Incluso distorsionados o borrosos por culpa de ciertos estupefacientes. “Les contaba muchas historietas a los de Gatillazo en la furgoneta y ellos me decían que las escribiera. Al principio empecé a darle una forma más literaria, pero –como no soy escritor- la idea fue que sonaran tal cual”, afirma.
Cada página luce extremadamente oral. Desde el nacimiento del grupo hasta su final, causado por varias bajas cuando ya eran “como un matrimonio viejo”. “Cada perro meaba en su árbol, pero funcionábamos muy bien. De hecho, aunque todos tuviéramos visiones diferentes, salieron cosas aceptables”, recuerda después de más de 15 álbumes de estudio y en directo. Al músico, de origen gallego, la vida le cambió cuando escuchó a los Sex Pistols. Los berridos que profería este grupo inglés voltearon su adolescente corazón en Agurain, pueblo de la meseta alavesa. Y los menos de 5.000 vecinos asistieron al nacimiento de una banda con tachuelas, crestas y ropa ajada.
“Éramos punkis de pueblo”, sonríe. "Por eso nos hicimos llamar el Comando Paco Martínez Soria. Nos dábamos la Boina de Oro a la garrulada más gorda”. Su primera maqueta se llamaba ‘¿Y ahora qué?’ (1982) y condensaba en trallazos de dos minutos la rabia contra la ausencia de futuro. Evaristo Páramos disparaba estribillos como obuses. Principalmente contra la autoridad y contra cualquier tipo de patriotismo. Con No somos nada, de 1986, y Ellos dicen mierda, nosotros amén, de 1990, se hicieron un grupo en el circuito y engrosaron las filas de lo que denominaron rock radikal vasco. Una etiqueta que no compartían, pero que no les quedó más remedio que cargar, a pesar de que incluso entre los aficionados de la región levantaban recelos por su crítica al nacionalismo.
Sufrieron episodios incómodos. Los conciertos solían incluir peleas, botellazos y una enorme lluvia de escupitajos. También se les tachó de vendidos sin motivo aparente. “Hubo muchas cosas desagradables, pero la perspectiva del paso del tiempo y los toques de humor me hacen verlas de otra forma”, sostiene. ¿Lo más molesto? Aquello que implicó engaños del mánager o de sellos discográficos. Aun así, Páramos ha preferido obviarlos. Apenas da nombres. Ni de otros compañeros de escenario ni de personas que “solo querían aprovecharse por la pasta”. “No sé si lo he quitado por cagón o por respeto”, arguye.
Las ganas de quejarse, sin embargo, no se le han pasado. El autor de discos como Bajo presión (1994) o Toda la puta vida igual (1999) ha continuado criticando la situación actual en su nueva formación. “Este sistema es una picadora de carne. El poder no tiene ningún tipo de escrúpulos. Cada vez controla otro aspecto nuevo de nuestras vidas. Es como cuando te pesca un anzuelo: ya no te suelta, y te tira más fuerte cuanto más te mueves”, asiente quien fue denunciado el pasado mes de mayo por infringir la Ley de Seguridad Ciudadana, conocida como Ley Mordaza. Le acusaron de insultar a la policía durante una actuación. “Están al detalle. Y lo justifican como una defensa para la gente. Es maravilloso”, bromea.
Una paradoja, esgrime, que lleva hasta a manifestarse por mantener un puesto de trabajo, aunque sea para perjudicar a otros. “Tienes que luchar por tu empleo, incluso a costa de que fabriquen armas que maten a gente. Y no te queda otra, porque es eso o la puta calle”, comenta. “Vivimos igual que antes. En el franquismo se llamaba ‘democracia orgánica’ y ahora ‘monarquía parlamentaria’. La población necesita alimentos, vestimenta y un sitio donde vivir. Habría que partir de ahí para controlar la producción y el reparto, aunque lo más importante para ser libre es ser el dueño de tu tiempo. Hay que poder andar con la cabeza alta y con tranquilidad. ¿Eso pasa ahora? No. Y que no nos llamen tontos porque no lo somos”.
Giras por la península y por Latinoamérica, enfrentamientos con el público o algunas batallas de trastienda recorren estas 300 páginas, donde Páramos se ha alejado de la doctrina o el análisis. No ha querido ni pontificar sobre una época ni rememorarla con nostalgia. Simplemente pretendía estampar sus recuerdos. Personales e intransferibles. Incluso distorsionados o borrosos por culpa de ciertos estupefacientes. “Les contaba muchas historietas a los de Gatillazo en la furgoneta y ellos me decían que las escribiera. Al principio empecé a darle una forma más literaria, pero –como no soy escritor- la idea fue que sonaran tal cual”, afirma.
Cada página luce extremadamente oral. Desde el nacimiento del grupo hasta su final, causado por varias bajas cuando ya eran “como un matrimonio viejo”. “Cada perro meaba en su árbol, pero funcionábamos muy bien. De hecho, aunque todos tuviéramos visiones diferentes, salieron cosas aceptables”, recuerda después de más de 15 álbumes de estudio y en directo. Al músico, de origen gallego, la vida le cambió cuando escuchó a los Sex Pistols. Los berridos que profería este grupo inglés voltearon su adolescente corazón en Agurain, pueblo de la meseta alavesa. Y los menos de 5.000 vecinos asistieron al nacimiento de una banda con tachuelas, crestas y ropa ajada.
“Éramos punkis de pueblo”, sonríe. "Por eso nos hicimos llamar el Comando Paco Martínez Soria. Nos dábamos la Boina de Oro a la garrulada más gorda”. Su primera maqueta se llamaba ‘¿Y ahora qué?’ (1982) y condensaba en trallazos de dos minutos la rabia contra la ausencia de futuro. Evaristo Páramos disparaba estribillos como obuses. Principalmente contra la autoridad y contra cualquier tipo de patriotismo. Con No somos nada, de 1986, y Ellos dicen mierda, nosotros amén, de 1990, se hicieron un grupo en el circuito y engrosaron las filas de lo que denominaron rock radikal vasco. Una etiqueta que no compartían, pero que no les quedó más remedio que cargar, a pesar de que incluso entre los aficionados de la región levantaban recelos por su crítica al nacionalismo.
Sufrieron episodios incómodos. Los conciertos solían incluir peleas, botellazos y una enorme lluvia de escupitajos. También se les tachó de vendidos sin motivo aparente. “Hubo muchas cosas desagradables, pero la perspectiva del paso del tiempo y los toques de humor me hacen verlas de otra forma”, sostiene. ¿Lo más molesto? Aquello que implicó engaños del mánager o de sellos discográficos. Aun así, Páramos ha preferido obviarlos. Apenas da nombres. Ni de otros compañeros de escenario ni de personas que “solo querían aprovecharse por la pasta”. “No sé si lo he quitado por cagón o por respeto”, arguye.
Las ganas de quejarse, sin embargo, no se le han pasado. El autor de discos como Bajo presión (1994) o Toda la puta vida igual (1999) ha continuado criticando la situación actual en su nueva formación. “Este sistema es una picadora de carne. El poder no tiene ningún tipo de escrúpulos. Cada vez controla otro aspecto nuevo de nuestras vidas. Es como cuando te pesca un anzuelo: ya no te suelta, y te tira más fuerte cuanto más te mueves”, asiente quien fue denunciado el pasado mes de mayo por infringir la Ley de Seguridad Ciudadana, conocida como Ley Mordaza. Le acusaron de insultar a la policía durante una actuación. “Están al detalle. Y lo justifican como una defensa para la gente. Es maravilloso”, bromea.
Una paradoja, esgrime, que lleva hasta a manifestarse por mantener un puesto de trabajo, aunque sea para perjudicar a otros. “Tienes que luchar por tu empleo, incluso a costa de que fabriquen armas que maten a gente. Y no te queda otra, porque es eso o la puta calle”, comenta. “Vivimos igual que antes. En el franquismo se llamaba ‘democracia orgánica’ y ahora ‘monarquía parlamentaria’. La población necesita alimentos, vestimenta y un sitio donde vivir. Habría que partir de ahí para controlar la producción y el reparto, aunque lo más importante para ser libre es ser el dueño de tu tiempo. Hay que poder andar con la cabeza alta y con tranquilidad. ¿Eso pasa ahora? No. Y que no nos llamen tontos porque no lo somos”.
TITULO: ESPAÑOLES POR EL MUNDO - Suecia -La estrategia del caballo de Troya sueco,.
La estrategia del caballo de Troya sueco,.
La extrema derecha escandinava emula a otros ultranacionalismos y renuncia a desligarse de la UE para «cambiarla desde dentro»,.
Si se tienen en cuenta sus postulados políticos, los objetivos son claros: más nacionalización, refuerzo del cristianismo frente al islamismo, restringir la inmigración o prohibir la atención médica a los 'ilegales'. Se trata, en definitiva, de adaptar el proyecto a su gusto sin destruirlo. Porque Demócratas de Suecia, como en los últimos años han hecho otras formaciones que se mueven en la misma corriente, son conscientes de que promover la escisión puede restar votos. El 'brexit' demuestra que las consecuencias pueden ser caóticas. Un quebradero de cabeza innecesario para ciudadanos y empresas.
No han llegado al poder en Suecia porque el Partido Socialdemócrata de Stefan Löfven aplicó el cordón sanitario alcanzando un difícil pacto de equilibrios con tres formaciones de centroderecha, pero el 17,6% del electorado que les apoyó es su mejor baza para ganar músculo en las elecciones europeas de mayo. La incógnita es si en ese asalto a Europa se plegarán al proyecto que abanderan los nacional populistas Matteo Salvini (la Liga) y Marine Le Pen (Agrupación Nacional, antiguo Frente Nacional). Confluyen en principios.
El italiano, con su particular retórica, ha desgranado en los últimos meses los pilares de ese programa común. Habla de «seguridad, desarrollo, familia, defensa de las raíces cristianas de Europa» y, por supuesto, de «acabar» con lo que considera «burocracias que bloquean», fijando el punto de mira en la Comisión Europea. Traducido: meter la marcha atrás en el objetivo de una Europa más cohesionada, acotar (o recortar) los logros sociales y extender la xenofobia.
Salvini abandera ese «frente de la libertad» que se construye desde hace meses bajo la sombra de 'The Movement', el grupo antieuropeo fundado por Steve Bannon, el estratega que llevó a Donald Tump a la Casa Blanca. Además de Le Pen, tiene el respaldo efectivo del holandés Partido por la Libertad. Y lo ha buscado en el de Ley y Justicia (PiS) de Jaroslaw Kaczynski, en el Gobierno en Polonia. También se reunió en septiembre con el primer ministro húngaro, Viktor Orban, cuyo partido, Fidesz, está integrado en el grupo de los populares en la Eurocámara.
El caso polaco y húngaro
Polonia y Hungría (en cabeza como receptores de ayudas europeas) serían puntales claves para Salvini por razones evidentes: sus derivas reaccionarias le convencen. Ambos guían con autoritarismo sus políticas y rechazan abrir las fronteras a refugiados. Pero, además, se sienten ultrajados por los expedientes que la UE les ha abierto por violar el Estado de Derecho. A Varsovia, entre otras cosas, por intentar coartar la independencia del sistema judicial. Al húngaro Orban se le ha reprobado por restringir la libertad de prensa, controlar el poder judicial e incluso se le ha acusado de nepotismo.
Ninguno de estos líderes ha comprometido expresamente, por el momento, su entrada en ese grupo de asalto paneuropeo para los comicios de mayo. Y todo apunta a que el escenario se trazará en la propia Eurocámara a posteriori, en la conformación de grupos.
La fórmula 'Salvini-Le Pen' tampoco convence al partido de extrema derecha español Vox. Su líder, Santigo Abascal, descartó hace escasamente un mes coaligarse con «fuerzas extranjeras». Y ahí está una de las claves, en la propia esencia ultranacionalista que complica el encaje de intereses particulares (pongamos, por ejemplo, el reparto de fondos europeos). La inmigración les une en una idea: cerrojazo. Pero les divide en las soluciones para los que ya viven en sus países.
Y luego hay una tercera variable. Demócratas de Suecia, como Vox, también dice no a esa gran coalición. Akesson, de hecho, augura que «no tendrá éxito». ¿El motivo? La división sobre Rusia. Un ejemplo. Salvini (como Le Pen) han demostrado posiciones cercanas a Vladímir Putin (el italiano ha sido especialmente crítico con las sanciones de la UE a Moscú). Pero el polaco Jaroslaw Kaczynski rema en sentido opuesto. Desconfía. Siempre ha sospechado que el Kremlin está detrás de la catástrofe aérea de Smolensk (Rusia), en la que falleció su hermano Lech Kaczynski.
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