domingo, 24 de noviembre de 2013

EL BLOC DEL CARTERO, SE HABLE DE, EL CASO GURLITT Y EL EXPOLIO NAZI,/.LA CARTA DE LA SEMANA, LOS URINARIOS DE ATOCHA,.

TÍTULO; EL BLOC DEL CARTERO, SE HABLE  DE, EL CASO GURLITT Y EL EXPOLIO NAZI,.


  1. XLSemanal. El señor Gurlitt [el anciano en cuyo piso han aparecido 1500 obras que heredó de su padre, un galerista asociado a los nazis...
     
    Se habla de...

    El 'caso Gurlitt' y el expolio nazi, con Christopher Marinello

    Detective de arte y abogado de 51 años. Experto en el expolio nazi. Representa a los herederos del marchante judío Paul Rosenberg. Reclama para ellos un Matisse hallado en el piso de Cornelius Gurlitt en Múnich.
    XLSemanal. El señor Gurlitt [el anciano en cuyo piso han aparecido 1500 obras que heredó de su padre, un galerista asociado a los nazis] dice que lo dejen en paz, que las obras le pertenecen y que puede demostrarlo.
    Christopher Marinello. El Gobierno alemán ya ha reconocido que al menos 590 de todas esas obras pudieron ser objeto del saqueo.
    XL. Entre ellas, el Retrato de una dama, de Matisse...
    C.M. Sí, era propiedad de Paul Rosenberg, uno de los galeristas más importantes de París. Huyó de Francia a comienzos de la Segunda Guerra Mundial: primero, a España y de allí, a Nueva York.
    XL. Hay mucho dinero en juego. Solo las pinturas halladas en el piso de Gurlitt valen unos 1300 millones.
    C.M. Para los Rosenbergno es una cuestión de dinero, es una cruzada moral. Están empeñados en que les restituyan todo lo que Hitler los obligó a dejar atrás.
    XL. ¿Y qué tal les va?
    C.M. Bastante bien. A lo largo de varias décadas han recuperado unas 340 obras: algunas, en los tribunales; otras las tuvieron que volver a comprar. Les faltarían unas 60. Paul Rosenberg no cejó en esta tarea hasta su muerte. Y luego, sus hijos y sus nietos. Pero ese nivel de éxito no es habitual. Se calcula que hay unas cien mil piezas artísticas expoliadas por los nazis que aún no han sido devueltas a sus dueños.
    XL. ¿Por qué?
    C.M. Es difícil probar la pertenencia, sobre todo cuando no hay facturas. Pero estamos hablando de gente que huía de sus hogares para salvar la vida. No se les puede castigar por ello. El caso de Rosenberg es distinto. Vio venir los acontecimientos y logró salvar su archivo, con unos 250.000 documentos. Era muy meticuloso.
    XL. ¿Puede haber más cuadros de la familia Rosenberg en Múnich?
    C.M. No lo sabemos porque el Gobierno alemán aún no ha publicado una lista completa. Sabemos que hay algún Picasso. Y Paul Rosenberg era íntimo amigo de él y fue su marchante desde 1918. A veces le encargaba cien cuadros de una tacada. Y nunca regateaba el precio. Entendía que los artistas necesitan seguridad económica.
    XL. ¿Cuál es el estado de ánimo de la familia Rosenberg?
    C.M. De ilusión y cautela. Y también de mucha indignación con el Gobierno alemán. Si no llega a ser por la presión internacional, hubiera seguido llevando el caso en secreto.
    XL. De todos modos, la batalla legal puede ser larga... ¿Sentará un precedente internacional?
    C.M. El asunto es muy complejo. Depende de si el país ha firmado o no los Principios de Washington y la Declaración Terezin para la restitución de bienes a las víctimas del Holocausto. Rusia no lo ha hecho.
    XL. ¿Qué argumenta para no hacerlo?
    C.M. Rusia considera que se trata de botín de guerra y compensación por sus 12 millones de soldados muertos. Y nacionalizó lo que sus tropas saquearon. Suiza, aunque ha endurecido su política contra los evasores fiscales, sigue haciendo la vista gorda respecto a lo que hay en las cajas de seguridad de sus bancos.
    XL. Ser abogado de un personaje de alto perfil como Anne Sinclair, nieta de Paul Rosenberg y exesposa de Dominique Strauss-Kahn, debe de ser como encontrar un Picasso en el armario...
    C.M. Para mí, todos mis clientes son iguales. El caso que más satisfacción me ha dado ha sido el de una septuagenaria que vive en Bélgica a la que le devolvimos un retrato que le hicieron cuando tenía siete años. Gratis.
    Pregunta bocajarro
    ¿Qué papel está jugando el Gobierno alemán en el 'caso Gurlitt'?
    Un papel indignante. Se merece que lo inunden a demandas. Ha demostrado una gran insensibilidad al intentar mantenerlo en secreto. Muchos de los legítimos dueños de esas obras ya tienen 80 o 90 años y se les acaba el tiempo.

     TÍTULO; LA CARTA DE LA SEMANA, LOS URINARIOS DE ATOCHA,


    Apasionante mundo el de los urinarios públicos, durante mucho tiempo el único sitio caliente en las noches de invierno de ciudades decadentes. Apasionante digo, porque aquellos lugares en los que se podía entrar y evacuar sin dar demasiadas explicaciones han pasado a la historia de los subterráneos metropolitanos: hoy son los acudideros de hostelería o los de estaciones de tren y gasolineras los que prestan ese servicio para aquellos que son sorprendidos por un apretón en el trámite transeúnte. Usted va caminando tan tranquilo por la calle central de su localidad y, aún peor, en localidad ajena y siente un desarreglo repentino en los adentros que le cambia la cara. La faz se le vuelve blanca como el mármol, junta las rodillas, camina a pasos cortos y rápidos, ora expeliendo ventosidad ora sintiendo el terremoto de un retortijón y... ¿qué hace? Mira a su alrededor deseando que nadie le salude ni le dé conversación y otea las proximidades buscando un retrete. Un hotel siempre es garantía, pero no hay uno en cada esquina; un bar puede solucionar una urgencia, pero hay quienes sienten reparo en pasar por la barra a toda velocidad con cara de ahogo preguntando por el váter. En el caso de haberlo preparado para aguas mayores, falta que disponga de los elementos imprescindibles: papel higiénico y pestillo. Pongamos que no está ocupado de estarlo, se entra violentamente en el del sexo contrario, pongamos que la puerta cierra bien y no hay que apuntalarla con la punta del pie, pongamos que queda algo de papel...
    Pero pongamos también que esté hecho una porquería, no disponga de tapa el inodoro y queden restos de evacuaciones anteriores en la loza manchada. No es agradable, pero a usted le da el avío, ya que, cuando uno siente un gorila asomar por donde sabemos, no hay inconveniente que valga. Si todo ha ido bien, usted sale silbando bajo la atenta mirada del empleado, que sabe perfectamente que usted ha dejado allí lo más grande, pero asume el trago y sale a la calle aliviado de la pringosa carga de la hez. Quienes topan con la adversidad de un excusado de puerta incontrolable y ausencia de material higiénico para la posterior limpieza, a poco escrupulosos que sean, lo pasan igual de mal que cuando, en plena deposición, alguien toca a la puerta y, aun sabiendo que está ocupado, se queda de guardia junto a esta a la espera de que quede libre. Y usted, acomplejado por el aparato eléctrico que acompaña la descarga, siente también turbación por la hedionda guerra química que deja en el cubículo, sabiendo que el que espera le va a mirar a la cara. Si, por demás, es alguien conocido, la incomodidad se acentúa. Solo falta que, al entrar, el nuevo usuario espete una contrariedad por lo que se encuentra, a la voz de «hay que ver lo que llevabas dentro, criatura». Mayor contrariedad supone el amable ofrecimiento a voz en grito de un empleado cuando pregunta si necesita papel higiénico: usted sabe que, mientras le entrega el rollo, todo el bar se va a imaginar inmediatamente a su persona con la ropa interior por los tobillos y la cara de esfuerzo tratando de liberar en cuclillas al monstruo que lleva dentro.
    Gasolineras y estaciones de tren han dado grandes momentos para tales relatos sociales. La semana que viene reconoceremos algunos que pueden ser comunes a la mayoría, pero todo esto viene a cuento merced a los váteres de pago que ha estrenado la estación Puerta de Atocha. Sesenta míseros céntimos cuesta obrar como si uno estuviera en casa o incluso mejor: orden, limpieza, instrumental, privacidad y ambiente casi quirúrgico. Sesenta céntimos de euro descontables en tienda del entorno, además. Solo falta que el personal amabilísimo te pregunte cómo ha ido todo. Y que tú se lo comentes.
    Como aquella vez en Sevilla, en el bar El Traga, en el que entró apresurada una muchacha con un niño al servicio y, al salir, preguntó ceremoniosamente: «¿Qué se debe?». A lo que el inolvidable Eduardo contestó parsimoniosamente: «¿Qué ha sido?».



    Le

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