domingo, 17 de noviembre de 2013

DESAYUNO DE DOMINGO CON GUILLERMO CAMPRA,./ Veinte años después: la llegada,.

TÍTULO; DESAYUNO DE DOMINGO CON  GUILLERMO CAMPRA,.

  1. XLSemanal. Le dijiste a tu madre que querías salir en televisión y te apuntó en una agencia.Guillermo Campra. Sí. Empecé haciendo anuncios ...
     
    Desayuno de domingo con...

    Guillermo Campra: "Ligo todo lo que puedo porque me gusta. Y creo que se me da muy bien"

    Trabajo en la serie 'Águila Roja', donde interpreto a Alonso de Montalvo, el hijo de Águila. Nací en Barcelona hace 16 años, toda mi familia es de Argentina y desde hace cinco vivo en Madrid.
    XLSemanal. Le dijiste a tu madre que querías salir en televisión y te apuntó en una agencia.
    Guillermo Campra. Sí. Empecé haciendo anuncios de Aspirina y Cola Cao, aunque yo soy de Nesquik [risas].
    XL. Tus padres son odontólogos y tienen una consulta en Barcelona.
    G.C. Y se turnan para estar en Madrid con mi hermana y conmigo. Ella también es actriz y, aunque yo llevo cuatro años en 'Águila Roja' y soy el mayor, ella tiene más experiencia que yo.
    XL. ¿Te pareces a David Janer, tu padre en la serie, o pones la misma cara?
    G.C. También nos peinan igual... Mucha gente cree que Águila es mi padre real.
    XL. Pones cara de bueno, pero tienes pinta de ser un juerguista.
    G.C. Soy muy bueno, aunque si se puede ser malo con las chicas... [se ríe].
    XL. Hace unos años decías que, cuando una chica te reconocía, te ponías como un tomate. ¿Ahora ligas como un loco?
    G.C. Ligo todo lo que puedo porque me gusta. Y creo que se me da muy bien.
    XL. Tras cuatro años en la serie debes de tener una hucha bien gorda.
    G.C. La personal está a cero, como siempre. Y respecto a lo que gano, ni idea de lo que cobro en 'Águila Roja'.
    XL. ¿Y a qué esperas para enterarte?
    G.C. Cuando cumpla 18 años, ya me interesaré por eso. Ahora, me organizo con lo que me dan mis padres.
    XL. ¿Manejas igual de bien los libros del colegio que las espadas?
    G.C. Aunque me gustan más las espadas, en general no soy mal estudiante.
    XL. Cuando tenías 12 años, te preguntaron qué querías ser de mayor y dijiste: «Si se me acaba lo de ser actor, para no ser vagabundo, quiero ser notario y psicólogo».
    G.C. No me acuerdo de eso [risas]. Ser actor era mi sueño desde pequeño y estoy centrado en ello. Pero me gustaría estudiar diseño gráfico o fotografía.
    XL. ¿Qué te gusta más de ser actor?
    G.C. Ser por un instante otra persona.
    XL. ¿Aunque sea del siglo XVII?
    G.C. Exacto. Se trata de dar vida a un personaje y que la gente se identifique con él. Esa sensación es fantástica.
    XL. ¿Te estás haciendo mayor antes de tiempo o no te has perdido nada?
    G.C. Siempre he intentado hacer lo que más me gustaba y, de momento, lo he cumplido a rajatabla. No creo que me haya dejado sin hacer algo que quisiera.
    XL. ¿Y quién te ha dado más collejas en la vida: tu padre de verdad o Águila?
    G.C. Mi padre no suele darme collejas, así que, con seguridad, Águila [risas].

    Su desayuno: «Casi siempre desayuno lo mismo. La mayor parte de los días tomo un cacao con leche caliente y tres magdalenas. Y, para terminar, un vaso de agua».
Veinte años después: la llegada, la difícil llegada. Cuando se anda poco, enseguida tenemos ganas de volver a casa, pero cuando se recorre ..

Veinte años después: la llegada

Veinte años después: la llegada, la difícil llegada. Cuando se anda poco, enseguida tenemos ganas de volver a casa, pero cuando se recorre un largo camino, sentimos un deseo inmenso de continuar en él hasta caer agotados.
En el avión de vuelta a Brasil no pude pensar más que en cosas absurdas: una de ellas era el equipaje. Durante aquellos 90 días de viaje, celebrando los 20 años de mi peregrinación por el Camino de Santiago, había hecho la maleta 44 veces. Y la había deshecho otras tantas. Es decir, que estuve 88 veces abriendo o cerrando la misma cremallera, mirando lo que llevaba, preguntándome a mí mismo si faltaba algo, o si había traído demasiadas camisetas o calcetines.
Claro que debía de tener cosas más interesantes en que pensar, pero mi corazón estaba vacío. Mi corazón está completamente vacío ahora, mientras contemplo la playa de Copacabana. Lo único que consigo es contemplar mi tierra, el océano, escuchar de nuevo a la gente hablando portugués, alegrarme de pisar el suelo en el que nací, y al mismo tiempo dejarme llevar por esta sensación misteriosa de ser un extraño para mí mismo.
Le comento esto a un amigo, Fernando Morais, que está escribiendo mi biografía.
Él me dice: «Eso no es bueno».
Le respondo: «Eso es buenísimo. Si no me sintiese vacío ahora, de nada habrían servido los 9288 kilómetros de Transiberiano, el desierto de Túnez, las emociones de la Copa del Mundo en Alemania, las tardes de autógrafos que hice sin ninguna planificación y que tan bien salieron».
Solo los corazones vacíos se pueden llenar de cosas nuevas. Y después de todo este periplo que me llevó por cuatro continentes, el hecho de estar pensando tan solo en cuántas veces hice y deshice la maleta no es exactamente un problema. Mi corazón se llenará de todo aquello que viví; pero para eso necesito tiempo, y no pretendo acelerar el proceso.
Cuando terminé el Camino de Santiago, en 1986, me quedé seis meses en Madrid con la misma sensación. Estoy acostumbrado, y eso no me asusta, porque sé que en algún momento entenderé lo que acabo de vivir. Esa es la decisión que tomé en algún momento de mi vida y a la cual me he jugado todo: las respuestas surgirán en la medida en que crea que nada es por casualidad, que todo tiene un sentido.
Todo estudiante de Filosofía conoce el ateísmo presente en la obra del filósofo francés Jean-Paul Sartre. Pero pocos conocen Las palabras, un pequeño texto autobiográfico. Ahí escribió: «Necesitaba a Dios. Él me fue dado, y yo lo recibí sin saber bien lo que estaba buscando. Entonces, porque mi corazón no dejó que echase raíces en él, Dios terminó muriendo en mí. Hoy, cuando me hablan de Él, yo digo -como si fuese un viejo que intenta reavivar una vieja llama-: Hace cincuenta años, si no hubiese habido un malentendido, si no hubiesen tenido lugar ciertos equívocos, si no hubiese ocurrido el accidente que terminó por separarnos, habríamos tenido una relación de amor».
En este momento estoy viviendo una relación de amor con la Divinidad y, como en toda relación de este tipo, intentar comprender lo que sucede solo sirve para derrochar fuerzas: el amor no se explica. San Juan de la Cruz enseña que, en nuestro camino espiritual, no debemos buscar visiones o salir impulsados por declaraciones de otros que recorrieron ese camino. Nuestro único apoyo debe ser la fe, porque la fe es algo limpio, transparente, que nace dentro de nosotros y que no se puede confundir.
Por tanto, lo que me falta ahora es tener fe: si realmente creo que este viaje tuvo un sentido mayor de lo que es la simple celebración de un momento mágico en mi vida, será este su sentido. El resto, como dije antes, es derrochar fuerzas intentando entender lo que no puede ser entendido.


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