Luz lleva vestido de Tothom, zapatos de Úrsula Mascaró y pulsera de Pomellato El sofá es de La Studio.
Alejada de cualquier traza de divismo, es pura
energía. Cercana, vital, intensa, contradictoria y filosófica, la
roquera más sensible confiesa sus ilusiones y sus miedos, al tiempo que
va desgranando retazos de una vida que exprime al máximo.
Todo en ella es auténtico, apasionado, real, aunque,
paradójicamente, su presencia evoque un halo de misticismo terrenal
difícil de etiquetar. Nos reunimos con ella hace unos días para hablar
con calma de su vida, de sus anhelos y de su nuevo disco, “Almas
gemelas”. Hacía siete años que no publicaba un álbum de temas inéditos. Y
este lo es, además de profundo, intimista, rotundo, maravilloso... tan
suyo, tan lleno de Luz.Mujer hoy. Dijo que no iba a cantar sobre la dura experiencia del cáncer. Sin embargo, en “Ella y yo” relata cómo ha vivido la enfermedad, y lo hace casi como si fuera una relación de amor.
Luz Casal. La canción empieza con una cierta reflexión entre el saber y el sentir. Es un peso duro que termina convirtiéndose en algo etéreo. Una de la frases que más me gusta de este tema es esta: “Únicas en el rosal con collares de coral”. Que una cosa así se haya transformado en algo tan bello y oloroso... Es un ejercicio de limpieza, es la emoción de la vida. Tiene una de las letras más bonitas del disco, junto con la de “Si pudiera”.
P. Si pudiera… ¿qué?
R. Si pudiera tener una varita mágica, cambiaría muchas cosas. Me siento orgullosa de que, dentro de mis posibilidades, haya podido cambiar algunas. Es una satisfacción, por ejemplo, conseguir que alguien que está agarrotado de pena salga de eso. Creo más en la ayuda inmediata al que tienes cerca que en las grandes causas.
P. ¿Quién necesita más la música: el que la escucha o el que la canta?
R. Los dos. Con la música puedes ayudar a mucha gente y, a través de las actuaciones, oyes sus comentarios. Algunos te hablan desde la profundidad absoluta y entonces pienso que ha merecido la pena. No se trata de que me aplaudan; lo que tiene importancia es que alguien se haya desahogado escuchando una canción tuya o que le hayas alegrado el día. Eso es impagable.
P. ¿La gente le pide consejo?
R. Sí, incluso para cuestiones complicadas, como que yo les diga si deben hacerse una mastectomía radical.
P. ¿Es verdad que un admirador anónimo le mandaba naranjas?
R. ¡Oh, sí! Cada 21 días me llegaba una caja de naranjas y un ramo de azucenas. En la vida he sido afortunada, porque no todo el mundo tiene la fuerza y la ayuda para levantarse.
P. También hay que aprender a no quejarse.
R. Yo nunca he pensado que tuviera mala suerte por haber pasado dos veces esta enfermedad y no he caído en el lamento.
P. ¿Cómo lleva la soledad?
R. No la busco, pero tampoco la llevo mal. Me crié sin familiares cercanos, por eso siempre he tenido el recurso de la música y la lectura... He tratado de no aburrirme jamás, y eso da un carácter especial.
P. Dice que cuando se ha apartado un poco de la música ha sido catastrófico.
R. Es verdad. Para mí, escuchar música es como respirar [risas]. Así de sencillo.
P. ¿Le viene de familia?
R. Hay afición y algunos son buenos, pero no se dedican a esto profesionalmente.
P. ¿Qué hacían sus padres?
R. Mi madre era ATS y mi padre trabajaba en el puerto de Avilés. Procedían de una pequeña aldea gallega (Boimorto, A Coruña), donde ahora yo organizo un festival de música. Pero cuando tenía seis meses, nos trasladamos a Asturias, y allí me crié.
P. Por cierto, al hablar se come todas las eses. ¿De dónde le viene ese acento andaluz?
R. No lo sé, siempre he hablado con poca fluidez y con un acento un poco raro. La gente me reconoce sin mirarme, solo con oírme. Y me parece cojonudo, porque es mi voz, no algo provocado.
P. Es hija única, ¿y mimada?
R. Sí, he tenido bastantes privilegios. ¿Que queríamos ir a esquiar?, pues la niña tenía esquíes. ¿Que había que llevarla al colegio?, pues yo iba al mejor, no al de la mayoría.
P. ¿Qué tal estudiante fue?
R. Era buena en Música y me gustaba mucho la Literatura. Y era pésima en Ciencias. Me da un coraje horroroso cuando ahora leo cosas de Física o de Química y veo que no sé fórmulas más allá del H2O.
P. Seguro que de pequeña fue una niña distinta, con una enorme personalidad.
R. Sí, siempre he sido diferente. Primero, siempre he sido bastante grande. Y, además, me dediqué muy pronto a la música; yo iba a cantar cuando el resto de los niños iban de cumpleaños.
P. ¿A qué edad empezó a cobrar por cantar?
R. Con 10 años. A mi madre le parecía bien; pero a mi padre, no tanto. Él era más temeroso. De hecho, en las reuniones con amigos nunca se mencionaba que yo cantaba, porque no estaba bien visto.
P. Cuando cumplió 16 años, se vino a Madrid.
R. Me costó mucho conseguir que mis padres me dejaran. El primer año mi madre estuvo conmigo casi todo el tiempo. La capital era el único sitio para salir adelante, era un objetivo y así me lo planteé. Va con mi carácter ponerme tareas y metas.
P. ¿Por qué tiene esa preocupación por aprovechar al máximo cada minuto?
R. Porque hay tantas cosas que me gustan y tan poco tiempo para conocerlas y disfrutarlas... Siempre he pensado así.
P. Sin embargo, lo normal es que los jóvenes se crean eternos y vean la vida muy larga.
R. No se trata de si es corta o larga, yo lo veo de otra manera: me gustan tantas cosas, hay tantos libros por leer, tantos sitios por visitar... Cuando me dicen que conozco mucho mundo, pienso que todavía me queda mucho por conocer. Aprovechar cada minuto del tiempo es para mi una forma de vida.
P. Los primeros años en Madrid fueron muy duros, ¿no?
R. Fue por la soledad, por no tener contactos, por tener que ir por ahí diciendo que cantaba, con el pelo muy largo, los pantalones desgastados y un jersey que valía para tres cuerpos como el mío... Era una sensación constante de frustración, había que salir cada día a buscar un hueco.
P. Al poco tiempo, empezó la movida, y participó activamente en aquella explosión de libertad.
R. Cada uno la interpretó como quiso. Para mí ser libre tenía mucho que ver con ser auténtica, pero no maleducada.
P. Sus padres ¿no tenían miedo?
R. No, porque como no estaban en Madrid, no veían en qué derivaba esto; además, tenían mucha confianza en mí. Creo que, aunque nunca hablamos de manera profunda, mi madre tenía conmigo, y tiene, un vínculo enorme.
P. ¿Se mantuvo alejada de las drogas?
R. Sí, tuve tonteos mínimos.
P. ¿Quiere decir con el porro y nada más?
R. Sí, me gustan las aventuras pero mucho más saber que tengo el control de mí misma. Eso me ha salvado de muchas cosas. No me gusta verme estúpida porque me haya bebido cinco copas.
P. Un día conoce a Paco Pérez Bryan, periodista entonces de RNE, y empiezan a salir. Han pasado 30 años, intensos ¿no?
R. Sí [Sonríe]. Él ahora es historiador.
P. Cuando canta esas canciones de amor tan sentidas, ¿piensa en él?
R. ¡Noo! Cuando cantas una canción de amor te metes en ella para sentirla, para vivirla... Es como si te transformaras. Pero habría que preguntarle a él qué es lo que siente cuando me escucha cantar...
P. ¿Qué ocurre cuando termina un concierto y se baja del escenario?
R. El cansancio es físico, y también emocional, que es el que más cuesta, es como si te vaciaras. Por muy bien que hayas cantado, por muy buena relación que hayas entablado con el público, cuando llegas al camerino, estás excitadísima.
P. No resulta difícil imaginarla en el papel de madre. ¿Le hubiera gustado tener hijos?
R. Digamos que cuando pudo ser, no se quiso, y cuando se quiso, no pudo ser. Pero no es una asignatura pendiente ni sé si he tenido alguna vez eso que se denomina instinto maternal. A mí me gustan los niños y casi siempre les saco una sonrisa.
P. Cuando, en 1995, murió su padre dijo que había sido una pérdida muy dura.
R. Mucho más de lo que pensaba. Fue en ese momento cuando reconocí que parte de mi carácter era suyo y lo entendí mucho mejor. Cuando lo perdí, parecía que su presencia era diaria. El comentario de alguien, el reconocerme en su carácter... son cosas que aparecieron después de irse, no hablo de otro tipo de presencias, ¡eh! [Sonríe].
P. ¿Es religiosa?
R. Creyente, y creo que él está en otro sitio.
P. Matilde, su madre, tiene ahora otra pareja.
R. La tiene desde hace tiempo, mis padres estaban separados. Últimamente estoy yendo más a verla, porque ya es mayor. Y si la regaño porque se le olvida algo, me dice: “Cuando tengas tú mi edad...”.
P. Han cambiado las tornas...
R. Sí, de esto hace mucho. A mi madre los armarios siempre se los he ordenado yo, aunque de ella heredé su gran actividad.
P. ¿Y esa cabeza tan bien amueblada?
R. Eso creo que es de mi padre, era muy equilibrado, aunque impulsivo. Y yo soy así, pero no lo llevo mal.
P. Ha dicho que no le tiene miedo a la muerte, ¿teme más a la de un familiar?
R. Sí, lo que pasa es que hay que ser realista. Tienes que saber a qué te lleva la vida, no te puedes cerrar a obviedades como esta.
P. ¿Por qué dice que vive al filo del cuchillo?
R. Porque me exprimo al máximo. No me acuesto hasta que ya no puedo más.
P. ¿Pesa la vida cuando ha sido muy vivida?
R. A mí, de momento, no. Sé más y me doy cuenta de que hay cosas muy pesadas.
P. Pese a la fuerza que tiene, a veces da la sensación de ser muy vulnerable.
R. Absolutamente, me puede hacer daño el vuelo de una mosca. Lo que pasa es que tengo capacidad para reaccionar. ¿Cómo, si no fuera vulnerable y sensible, sería capaz de cantar las historias que canto?
P. Le he oído comentar que si ordenara los pensamientos, hablaría mejor.
R. Tengo un “bulle, bulle” constante. Pienso más rápido de lo que hablo y me atropello.
P. Es la música la que la llena y la vacía, la que la excita y la deja exhausta…
R. Es la única manera en la que yo comprendo esto.
P. Seguro que tanta intensidad no es buena.
R. A veces, me agoto yo sola [Risas].
P. ¿Nunca ha tenido la necesidad, o la debilidad, de dejarse llevar por un momento de frivolidad o extravagancia?
R. Ese tipo de cosas no me gustan nada. A mí lo que me hace disfrutar es reírme, pasármelo bien. Antes que caer en la frivolidad, prefiero leer “El Quijote” otra vez.
TÍTULO; EN DIRECTO,¿Por qué soy vegetariana?
¿Qué tienen en común Natalie Portman, Stella McCartney, Elle Macpherson y Naomi Campbell? Aparte de su físico espectacular, comparten filosofía de vida: son vegetarianas. Estrictas, ovolácteas, crudívoras, veganas... cada vez son más. En España, aunque no hay datos oficiales –se barajan cifras que van desde el 0,5 % de la población, según una encuesta de la OCU, hasta los dos millones de personas, para las asociaciones vegetarianas–, la realidad es que los restaurantes y tiendas ecológicas, “bio” y herbolarios se han multiplicado por cuatro en el último lustro y casi en cualquier restaurante convencional esta opción aparece en la carta. Lejos aún de países como Alemania o Reino Unido, los movimientos hacia un consumo más responsable y menos dañino con el medio ambiente están en alza.
Pero, ¿cómo hacer el cambio? ¿Todo son beneficios? Para Laura Pire,
nutricionista por la Univ. de Navarra y creadora del Centro de
Nutrición Avanzada que lleva su nombre, hay un fenómeno esencial:
“Tiene que ver con una paz y sensación de limpieza que produce en el
organismo, tanto mental como físico, al pensar que te alimentas de la
forma más sana”. Pero hay, además, un factor ideológico: la
búsqueda de la conservación del entorno y el rechazo al maltrato animal.
“Se trata de limitar tu huella en el planeta”, dice Maike Hübner,
defensora de esta corriente.
La información sobre los males de la industria alimentaria, desde documentales como “Earthlings” o vídeos en la Red de corte emocional, como el del niño brasileño Luiz Antonio, que explica por qué no quiere comer animales, ha llevado a muchas españolas a sumarse a esta tendencia. “El vegetarianismo previene de las enfermedades relacionadas con el consumo de carnes rojas, grasas saturadas y azúcares simples –dice Laura Pire–. Evita la retención de líquidos, mejora el sistema linfático, el colesterol, la hipertensión, la diabetes... y facilita mantener el peso adecuado”.
Pero también tiene inconvenientes: “Es cierto que previene esas enfermedades, pero hay que comer más cantidad”, afirma la dra. Carmen Gómez Candela, jefe de Nutrición del Hospital La Paz. “La proteína es un nutriente esencial, en concreto algunos aminoácidos. El vegetariano estricto está obligado a aprender a manejar su dieta o buscar el apoyo profesional. El otro riesgo es por dos nutrientes esenciales, el hierro y la vitamina B12, presentes en las carnes, que a veces no se cubren con las fuentes vegetales y tienen que ser suplementados”. En su opinión, una dieta de este tipo bien llevada, incluso una vegana bajo un control estricto, es viable.
Laura Pire es más explícita: “Decirle a un vegetariano que no lo sea porque le van a faltar nutrientes no tiene fundamento: se puede compensar casi cualquiera”. Pero, a su juicio, es mejor ser ovolacteovegetariano “porque las dietas crudívoras y veganas pueden causar desequilibrios”.
Ana Moreno, divulgadora con más de 25 libros sobre el tema, reconoce que “a las mujeres les preocupa la presión cuando dejan de comer carne: lo que dicen sus parejas, su familia... Y quieren saber para responder a esas preguntas, que a veces son críticas: no quieren que cambien porque complican el ecosistema familiar”. Ella, como nuestras entrevistadas, consideran el vegetarianismo una opción individual. Desde ellas y solo para ellas.
El 'top 6' de una corriente que cotiza al alza
-Vegetariana
Ha eliminado completamente el consumo de carnes, aves y pescados de su dieta. Las más estrictas también rechazan los derivados animales.
-Flexivegetariana
Mantiene una dieta vegetariana, pero que ocasionalmente la rompe para comer algo de carne o pescado.
-Ovoláctea
Toma derivados animales, como lácteos y huevos. Son el grupo más corriente en nuestro país, y sobre el que los médicos y nutricionistas no tienen ninguna objeción.
-Crudívora
Solo admite la ingesta de verduras y vegetales no cocinados, o a unas temperaturas determinadas.
-Vegana
No compra ni utiliza ningún producto que provenga de los animales, ya sean alimentos, ropa o cualquier otra cosa.
-Crudivegana
No toma ningún alimento procedente de animales o que haya sido cocinado.
"Tengo la suerte de que exista un mercado ecológico al lado de mi casa"
Laura López, 39 años. Gestora cultural. Ovolacteovegetariana desde hace un año y medio
Esta murciana tomó contacto por primera vez con el vegetarianismo durante su estancia en Edimburgo, en 2003. Cuando volvió a España, redujo su consumo de carne y pescado de forma natural, pero no ha sido hasta hace algo más de un año cuando ha decidido no volver a probar estos alimentos. “He notado que hago mejor las digestiones, que se ha acabado la acidez y otros problemas que antes tenía”. Reconoce que sus motivos son más éticos que de salud: está en contra del maltrato animal, aunque tampoco se fiaba de los alimentos que compraba.
Ahora es una seguidora absoluta de la comida orgánica. “Tengo la suerte de que exista un puesto ecológico en el mercado al lado de mi casa, y eso me permite comprar de una forma más natural y por temporadas. Aunque encontrar productos “bio” es más fácil y más barato que antes”. Para ella es una opción personal: “Tiene una base moral, pero no trato de convencer a nadie. Te vuelves más responsable con el entorno y la forma de consumir”.
"Dejé de comer embutidos por los escándalos de la industria cárnica"
Maike Hübner, 39 años. Arquitecta. Ovolacteovegetariana desde hace 27 años
Vive en Madrid desde hace 12 años, la misma fecha en la que decidió dejar de comer carne. “Hubo muchos escándalos en Alemania y Bélgica por aquella época, todos relacionados con la industria cárnica: hormonas, productos químicos, condiciones terribles para los animales, poca higiene… Entonces dejé de comer embutidos. Y a los pocos meses, carne y pescado”. Una excepción en su familia. “Tardé dos años en que mi madre aceptara que comía diferente y comenzara a preparar alimentos especiales para mí”.
Entre sus motivos para ser vegetariana, está la preocupación por su propio cuerpo, por la relación con el planeta y el respeto a los animales. También la lógica de volver a una agricultura tradicional ecológica “que no destruya el entorno ni condene a pueblos enteros a la desaparición: ahora estamos recuperando cultivos y semillas como la quinoa o la espelta, que son sanísimos nutrientes y que se perfilan como una herramienta contra el hambre”. Casada con un vasco y madre de un hijo, dice que no impone su dieta: “Mi marido ha reducido el consumo de carne y ha descubierto sabores que no conocía. Mi hijo lo decidirá cuando sea mayor de edad”.
"Me alimentaba fatal y me faltaban las fuerzas"
Raquel Sánchez Yllescas. Copy publicista. Un lustro como flexivegetariana
El ejemplo clásico de la vegetariana flexible: ha sido estricta e, incluso, vegana durante seis meses “porque viví en Alemania y allí todo era más fácil”. Luego pasó a convertirse en ovoláctea, y ahora es una vegetariana que de vez en cuando toma moluscos y pescado. “He vuelto a esta comida por la dinámica de mi vida. Me costaba mucho cocinar, estaba alimentándome fatal, con prefabricados, y me encontraba falta de fuerzas”.
Reconoce que el comienzo fue más fácil: “Era divertido, casi una aventura, en la que descubrías nuevos alimentos y muchas recetas. Pero con el tiempo, y más si no eres muy cocinillas, o te da por rachas o todo se complica. El principal problema a largo plazo es de organización: tienes que ser constante, y si viajas a sitios distantes y te gusta la gastronomía, la cosa se complica”. Raquel proviene de una familia con granja ecológica, y de pequeña jugaba con los cerdos que luego se comía en Navidad. “Hasta que un año fui consciente de esta brutalidad. Ahora tengo claro que no volveré a comer jamás carnes o aves”.
"Se puede vivir sin sacrificar animales"
Ruth Montiel Arias, 36 años. Artista plástica. Vegana desde hace dos años
Fue una vegetariana flexible desde los 18 años; luego, estricta, y hace dos años se pasó al movimiento vegano. “Mis razones son éticas: rechazo la explotación animal. Entiendo que una granja ecológica no se considere maltrato, pero para mí que tenga una finalidad de uso es inmoral. Al final, si las gallinas no ponen huevos, las matan. Y eso me parece un alarde de crueldad gratuito, porque podemos vivir sin sacrificar animales”.
Por eso no lleva lanas, ni pieles, ni cueros de animales, ni derivados químicos… “Cuando voy de compras, me paso el día mirando etiquetas y chequeando que todo esté perfecto. Ser vegana marca un cambio. Hay pocos sitios aún a los que ir a comer, pero eso no es un gran problema. Porque lo más grande es que te sientes mejor persona. Reconozco que es duro, que hay que ser fuerte para vivir en una sociedad donde todo lo que te rodea te parece una atrocidad. Yo no me inmiscuyo, pero mucha gente se pone a la defensiva por lo que subyace en tu discurso: en el fondo todos sabemos que matar está mal”. Ruth comparte su vida con otro vegano, y reconoce que “no soportaría que mi pareja comiera carne”. Y mantiene que, si tuviera un hijo, seguiría este camino: “Me supondría un dilema, pero si se hace bien, es saludable”.
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