sábado, 2 de noviembre de 2013

REVISTA MUJER HOY , Michelle Pfeiffer: "Por mi familia haría cualquier cosa"/ PROTAGONISTA, EN DIRECTO, MADRE- HIJA, EL CONFLICTO ( TAMBIEN ) ESTA EN EL PLATO,.


  1. MIchelle PfeifferSus hijos ya van a la universidad y ella vuelve al cine de la mano de Robert De Niro. Pero, a pesar de sus espléndidos 55 años y tras tres ...
     Cada vez que, haciendo 'zapping', se topa con una de sus películas en televisión, -foto-Michelle Pfeiffer se abalanza sobre el mando a distancia y cambia de canal. No soporta verse en pantalla. Ni en la grande ni en la pequeña. Aunque cueste creerlo de una actriz con más de 30 años de experiencia, 50 películas a sus espaldas y tres nominaciones al Oscar, Pfeiffer cumple el viejo cliché de las estrellas patológicamente inseguras. “Todavía pienso que me despedirán la primera semana de rodaje. Siempre me pasa”, ha explicado. Pero eso no es todo. Antes incluso de que empiece el rodaje de turno, Pfeiffer maquina pequeños sabotajes contra sí misma. "Intento que me despidan o trato de pensar en una razón por la que debería irme yo", ha contado. A pesar de todo, Pfeiffer siempre vuelve a esos escenarios que la aterrorizan. 
    En realidad, nunca se fue del todo y, tras tomarse varios periodos sabáticos para dedicarse a su familia, cada nueva película de la actriz se vende como el retorno de una estrella. En realidad, la suya es una posición privilegiada. Rara vez rueda más de una película al año y puede permitirse el lujo de ser selectiva con sus proyectos. Esta vez el aliciente tenía nombre y apellidos: Robert De Niro. "Como actriz, no se puede pedir mucho más que trabajar con De Niro. No sabía qué esperar de él porque solo nos conocíamos de alguna alfombra roja. Pero fue encantador. Me alivió mucho ver lo generoso que era con todos los demás actores. Solo lamento que no tuviéramos más escenas juntos", explicó la actriz durante un encuentro con la prensa en Nueva York sobre su trabajo en 'Malavita', que se estrena el 15 de noviembre en España.

    Pfeiffer interpreta a la esposa de un mafioso neoyorquino –¿quién si no, De Niro?– que, después de convertirse en informador del FBI, tiene que trasladarse con toda su familia (hijos adolescentes incluidos) a Normandía bajo un programa de protección de testigos. Capaces de ser una familia unida y afectuosa, pero también de amenazar, extorsionar y asesinar, la adaptación a la vida rural francesa se tuerce nada más llegar. “En las sociedades civilizadas nos pasamos la vida tratando de ser aceptados socialmente, pero todos estamos llenos de luces y sombras, todos tenemos esas dos caras. Este tipo de películas, te hacen reír y estar horrorizado al mismo tiempo. Por eso, son entretenidas”, reflexiona la actriz.  No es la primera vez que Pfeiffer se casa con la mafia. "La única conexión entre esta mujer y la de 'Casada con todos' es que ambas son la mujer de un gánster. Me encantó aquel personaje y esta es la primera oportunidad desde entonces que he tenido de volver a ese mundo. Me asustaban un poco las comparaciones, aunque en realidad son dos personajes muy diferentes. Esta es la historia de la maternidad. Seas esposa de mafioso o una madre de Orange County (donde Pfeiffer nació y creció), siempre eres una madre protectora”, explica.

    ¿Tiene alguna similitud esta familia disfuncional con la suya? "El amor incondicional.
    Ellos harían cualquier cosa los unos por los otros y yo haría cualquier cosa por mi familia, que es mi prioridad. Como mi personaje, yo tengo una hija y un hijo y mi relación con ellos también es muy cercana", cuenta. Siempre supo que quería ser madre. Y después de un primer matrimonio fallido con el actor Peter Horton, la actriz decidió emprender el camino en solitario.
    En 1993, formalizó la adopción de su hija, Claudia Rose. Casi al mismo tiempo, Pfeiffer conoció al famoso productor de televisión David E. Kelley en una cita a ciegas. Menos de un año después de la primera cena, se casaban y bautizaban juntos a su hija. Y al año siguiente, la actriz daba a luz al varón de la pareja, John Henry. Tenía 35 años y decidió levantar el pie del acelerador. Pero cuando sus hijos cumplieron 10 años, se tomó un respiro sin fecha de incorporación. "Yo actúo gratis, pero exijo un enorme salario como compensación por todas las molestias que conlleva ser un personaje público. En ese sentido, me merezco cada centavo de lo que gano", llegó a decir Pfeiffer, que durante años estuvo peleada con su propia fama. La familia hizo las maletas y se plantó en San Francisco. Pfeiffer había perdido el interés por hacer películas y estuvo varios años fuera de circulación. 
    Pero ahora que sus hijos ya van a la universidad, las cosas han cambiado. Y Pfeiffer tiene que recuperar el ritmo perdido. "La interpretación requiere frescura y, cuando llevas sin hacer algo durante un tiempo, tienes que hacer un esfuerzo constante por mantener esa frescura sin caer en viejos hábitos y sin rebuscar en tu antigua bolsa de los trucos”, explica.  Su carrera nunca fue sencilla. Michelle fue una niña rebelde: hacía novillos, se juntaba con lo peorcito de cada casa, se enfrentaba a sus profesores y solía volver a casa castigada. Pero su belleza la sacó de los suburbios después de ganar un concurso local de misses en Orange County y competir, más tarde, en Miss California. Así encontró un agente, así empezó a hacer audiciones y así consiguió sus primeros trabajos en publicidad (anunciando una marca de jabones) y en televisión. En 1982 llegó la que parecía su gran oportunidad: el papel protagonista de 'Grease 2'.
    Pero las críticas fueron tan virulentas que aquella podría haber sido su primera y última película. De hecho, Brian De Palma se negó a recibirla en la audición de 'El precio del poder'. Solo la insistencia de su productor, Martin Bregman, consiguió hacerle cambiar de opinión. Y así es como Pfeiffer logró el papel que le abrió las puertas de Hollywood. Luego, vendrían las cintas que la consagrarían: 'Las amistades peligrosas', 'Los fabulosos Baker Boys', 'La edad de la inocencia', 'Batman vuelve'... Corrían los años 90 y todo el mundo quería tener a Michelle Pfeiffer en su película. Las ofertas se amontonaban sobre su mesa. Tanto que los papeles que rechazó marcaron para siempre su carrera. La lista es abrumadora: 'Pretty woman', 'El silencio de los corderos', 'Instinto básico', 'Thelma & Louise', 'Evita', 'Casino'... Y por eso, Julia Roberts, Jodie Foster, Susan Sarandon, Madonna y Sharon Stone le estarán enternamente agradecidas.
    A pesar de todo, Pfeiffer continúa siendo una de las actrices más cautivadoras de su generación. Sería inútil negar que su belleza, una mezcla del glamour del viejo Hollywood con esas facciones tan perfectas que resultan abrumadoras, no han jugado un papel en su carrera. La genética ha sido generosa con ella, pero Pfeiffer se cuida. Cada vez más.
    Desde 2012, no come ni carne ni lácteos. Hace ejercicio cinco veces a la semana, le gusta correr y hacer pesas. Aunque nunca ha admitido haber pasado por el quirófano, sí ha dicho que está a favor del uso comedido de la cirugía estética. Probablemente, ni así podría dejar de coger el mando a distancia o de sabotear su próximo proyecto. Dejaría de ser ella. Y a estas alturas y con ese currículum, no merecería la pena.
    Muy personal
    • Su padre, Richard, trabajaba como instalador de calefacciones y aires acondicionados y su madre, Donna, era ama de casa. Tiene tres hermanos: Rick, Dedee y Lori.
    • Antes de ser actriz, trabajó en una tienda de ropa y como cajera en un supermercado.
    • Su primer papel fue el de Alicia en el desfile que a diario recorría las calles de Disneylandia.
    • Su hobby favorito es la pintura al oleo. Su especialidad son los retratos.
    • Inspiró varios poemas de un libro de poesía publicado por el actor Val Kilmer.
    • Padece agorafobia, un trastorno de ansiedad que le provocan los espacios abiertos con grandes multitudes.
     
    TÍTULO;  PROTAGONISTA, EN DIRECTO, MADRE- HIJA, EL CONFLICTO ( TAMBIEN ) ESTA EN EL PLATO,.
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      Cuándo empieza, de verdad, la guerra con la báscula que mantienen muchas mujeres a lo largo de toda su vida? Para muchos expertos, la ...foto-
      El conflicto está en el plato 
      La peor de las pesadillas para la mitad de las mujeres, según una encuesta de la revista norteamericana Health, sería ir a comprar un traje de baño acompañadas por su madre. Más aún, un tercio de las encuestadas apunta que su aversión a la báscula deriva de que, todavía hoy, sus madres las hacen sentirse incómodas con su peso, y un 57% de quienes batallan con los kilos de más asegura que, en su niñez, su familia las presionó para hacer dieta.

      Desde la infancia
      De hecho, cada vez es más común que, cuando se habla de los trastornos de alimentación, se haga referencia a la infancia y a un problema de comunicación madre-hija. Pero, en opinión de Victoria Cadarso, psicoterapeuta y autora de “Las emociones, ¿engordan o adelgazan?” (Ed. Palmyra), “en realidad, se trata de un conflicto con la figura nutritiva, que es con quien se vincula el bebé, y que tradicionalmente ha estado representada por la madre”. 

      Pero ¿por qué tienen peso mayor sobre las hijas que sobre los hijos? “La madre es la influencia más importante en la vida de una mujer. Mientras, al hacerse mayores, los varones tienden a identificarse con los padres, las chicas lo hacen con las madres, y es un cuerpo a cuerpo muy intenso”, explica Mariela Michelena, psicoanalista y autora de “Mujeres malqueridas”. Con ella coincide Cadarso, quien añade que, desde el nacimiento, a las niñas se las trata de forma diferente: “Se les pide mayor cuidado con la comida, es un condicionante social. Y las madres pueden transferirles, de manera consciente o inconsciente, su propia problemática”. 

      Comentarios del tipo “ten cuidado con lo que comes”, dichos con la mejor intención, pueden tener un tremendo impacto. Uno de esos comentarios marcó la vida de la escritora Joanna Chakarian, quien hace unos años publicó en The Washington Post un controvertido artículo en el que responsabilizaba a su madre de su bulimia: “Cuando tenía 20 años y un peso normal, me dijo: Estarías genial y serías más feliz si perdieras siete kilos... Su consejo se me clavó: durante tres años, batallé con la comida, dándome atracones y vomitando”. El camino hacia su recuperación fue duro y, a día de hoy, asegura que aquel bienintencionado consejo todavía la acompaña. 

      En el otro extremo del péndulo de los trastornos de alimentación tenemos el ejemplo de Isabelle Caro, la modelo anoréxica que protagonizó en 2007 una de las más polémicas campañas de Oliviero Toscani.
      Su madre, trastornada cuando su pareja la abandonó, convirtió en un calvario la vida de la pequeña Isabelle: quería que nunca creciera y dejase de ser una niña. “Mi vida junto a mi madre ha sido un infierno. A los 12 años comencé a reducir las raciones. Temía que dejara de quererme”. La modelo falleció en 2010, a los 28 años, cuando pesaba apenas 30 kilos. Su madre se suicidó dos meses después. 

      “Los desórdenes alimentarios son una manifestación de la guerra de deseos que existe en el vínculo madre-hija –explica la terapeuta Laura Gutman, autora de “La revolución de las madres”–. Si somos muy jóvenes y anhelamos diferenciarnos del deseo de nuestra madre, es posible hacerlo rechazando la comida. Ser capaces de decir “no”, no tener hambre, no necesitar del otro es el trofeo alcanzado. Eso se llama anorexia. Hemos ganado la batalla. En cambio, si nos derrumbamos ante el atracón, es decir, si gana el deseo del otro (la madre, el alimento), hemos perdido la batalla. Eso se llama bulimia. El problema no reside en el acto de comer o de no hacerlo, sino en la distancia afectiva que la madre ha establecido desde tiempos remotos respecto a su hija”.

      Vía de escape

      Pero no hace falta llegar hasta los cuadros extremos: hay un sinfín de conductas alimentarias que, sin llegar a tener la consideración clínica de “trastorno”, llenan de culpa e insatisfacción el día a día de muchas mujeres. Y, detrás de esas conductas, no es infrecuente que se esconda una relación conflictiva con la madre. “Si ella es muy pesada con este tema o si repite comentarios del tipo “no comas esto que vas a engordar y no te quedará bien la ropa”, se puede producir una reacción de la adolescente, tanto en el sentido de restringir los alimentos o de todo lo contrario –advierte Silvia Álava, directora del área infantil del Centro de Psicología Álava-Reyes–. Puede creérselo hasta el punto de que deje de comer o puede hacerlo sin control y no parar aun cuando ya esté saciada”. Los expertos coinciden en la necesidad de que, más allá de poner una dieta, se indague en los conflictos que llevan a una mujer a tener problemas de peso, con su imagen y con la comida. “Lo importante no es qué comes, sino qué es lo que te hace comer –asegura Victoria Cadarso–. Se hace por ansiedad, y la ansiedad es la sensación de pérdida de control. Y casi siempre tiene que ver con las relaciones que tenemos con las figuras a las que nos apegamos”. De este modo, la comida se convierte en una vía de escape, del mismo modo que la bebida, el sexo, el juego... Pero mucho más fácil, porque está a nuestro alcance y no está penalizada socialmente.

      Temas sin resolver

      Esa forma de canalización de la ansiedad, continúa Cadarso, “viene dada por problemas en las relaciones, especialmente con nuestra madre, porque es a la que más le exigimos. De alguna manera, pensamos que debe ser perfecta, suplir todas nuestras necesidades, que nos entienda en todo. Es un arquetipo al que ninguna puede llegar. Y muchas veces desviamos hacia la comida ese malestar que sentimos con la madre”. Aunque Cadarso insiste en que “es una generalización: al final, estas conductas tienen que ver con cómo me siento yo en relación a las personas importantes de mi vida. La comida siempre es una manifestación de temas no resueltos”.
      Y suele haber un patrón que se repite: la relación con la madre tiene que ver con cómo manejas la ansiedad; la ansiedad con cómo manejas tus relaciones y estas, a su vez, con cómo se iniciaron. Dado que hay que remontarse a la primerísima infancia, con el alimento al bebé, gran parte de todo ese mar de fondo queda grabado. “Siempre supe, de forma inconsciente, que en la comida tenía una arma muy poderosa –recuerda Silvia, de 43 años–. Si decidía no comer, yo sabía que tenía a mi madre desesperada y haciéndome caso, preocupándose todo el rato por mí, dedicándome tiempo. Y, más adelante, lo hice en sentido inverso: comía y comía para que se enfadara. He estado durante años metida en una rueda de autodestrucción con la comida y ahora, después de pasar por terapia, entiendo que ha sido para mí un medio para llamar la atención, una forma de pedir ayuda y de castigar”. 
      Un testimonio diferente es el de Asun, de 36 años: “Mi madre viajaba mucho y, como yo me cogía una rabieta cuando me decía que se iba a ir, decidió no avisarme con antelación. Así que yo volvía a casa del colegio y me encontraba con que ella no estaba, pero sí una bolsa enorme de chuches y de mis dulces favoritos. Los devoraba inmediatamente. Cuando regresaba, ella me hacía mis platos favoritos. Así fui asociando ansiedad, felicidad, frustración, alegría, amor… a la comida. Y no es fácil romper ese vínculo”.

      A la consulta de la nutricionista Marta Aranzadi acuden con frecuencia madres acompañando a sus hijas.
      “Cuando esto ocurre, intento ver a la niña sola, porque cuando está su madre delante, la conversación es mucho más difícil. Tienen la mejor intención del mundo, sin duda, pero a menudo las censuran, no las alaban, minan su autoestima, etcétera”. En esa autoestima incide Laura Gutman, quien recomienda que “si somos madres de hijas adolescentes, hagamos el ejercicio de preguntarles qué necesitan de nosotras hoy, aquí y ahora. Dejemos de controlar sus vidas, lo que no significa que las ignoremos. Emprendamos el camino hacia la comprensión y hacia la aceptación de los deseos ajenos”, concluye la experta.

      Una edad crítica

      En torno a los 10 años, en los meses previos a la primera regla, es habitual que las niñas acumulen un poco más de grasa en su cuerpo. Ese momento es, en opinión de la nutricionista Marta Aranzadi, crucial: “Ellas empiezan a fijarse, a compararse entre sí, y la madre debe tener la cabeza muy bien puesta y no contribuir a agobiarlas. Si a esa edad ya se les empieza a reprimir, a decirles que se cuiden, es fácil que terminen teniendo una relación insana con la comida”.

      Durante la prepubertad, en las niñas influye muchísimo el tipo de alimentación materna: “Hay madres muy delgadas que presionan a sus hijas para que coman, pero ellas las ven tan delgadas, tan ideales, que quieren imitarlas; otras, perciben a sus madres siempre insatisfechas con su peso y con su cuerpo, saltándose continuamente las dietas… A esa edad, esos modelos tienen una enorme fuerza, por eso hay que intentar reforzar en positivo. Si la madre tiene una relación saludable con la comida, aunque tenga unos kilos de más, no le transmitirá malestar a su hija”.

      La mirada psicológica, por Isabel Menéndez
      Los conflictos en torno a la comida son una forma de expresar el “hambre de amor” que una mujer tiene hacia sí misma. Una sensación que no fue resuelta en la infancia de forma adecuada en relación a su madre, que es el primer amor de todos los humanos. Cuando una mujer adulta tiene una relación conflictiva con la comida, está atada a una madre con la que se sigue peleando inconscientemente.

      El alimento nunca es solo recetas e ingredientes, sino también el vehículo a través del cual recibimos la nutrición afectiva que proviene de la persona que nos cuida. Desde el principio de nuestra vida, el alimento material se trenza con el afectivo de tal modo que, si falta este último, se puede llegar a morir. Algo que se expresa en la anorexia y que le sucedió a Isabel Caro, la modelo que murió a los 28 años y que afirmaba que temía que su madre la dejara de querer. La figura materna, en este caso extremo, no había conseguido dirigir a la hija el amor necesario para que deseara vivir.

      La madre filtra a su hija, junto con la comida, su angustia, su impaciencia, su exigencia o su placer. Le transmite inconscientemente su historia emocional y la relación que tuvo con su propia madre.

      Toda madre imagina a su hija según sus deseos, pero tendrá que aceptar que será diferente. Toda niña fantasea con una madre poderosa que, sin embargo, la decepcionará porque es un ser humano, con defectos. La menor tendrá que resolver el conflicto entre estar apegada a su madre y querer ser como ella y rechazarla porque desea ser distinta. Algo que puede expresarse en darse atracones o rechazar el alimento porque este viene de la madre y desea separarse de ella. La hija tiene que resolver un dilema: ¿cómo convertirse en una mujer con deseos propios y desprenderse de la madre?

      Comer demasiado o no comer nada puede ser un intento de buscar una solución somática a una tensión interna. Entonces aparecen síntomas (inapetencia, atracones, compulsiones, obesidad, anorexia o bulimia) que pueden ser un intento de restaurar un interior dañado. Síntomas que se resuelven cuando una elaboración psicológica desentraña los conflictos inconscientes que los promueven.

      La vida entra por la boca, el orificio a través del cual encontramos placer al relacionarnos con los demás y también el mismo orificio por el que salen las palabras para nombrar todo aquello que sentimos.

      L

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