TITULO: REVISTA FARMACIA - El Papa pide el fin de la “cruel e insensata guerra” en Ucrania ,.
REVISTA FARMACIA - El Papa pide el fin de la “cruel e insensata guerra” en Ucrania , fotos,.
El Papa pide el fin de la “cruel e insensata guerra” en Ucrania,.
Francisco reclama en la bendición Urbi et Orbi que las naciones escuchen “el grito de paz de la gente”,.
El Papa ha dedicado su mensaje del Domingo de Resurrección, una de las celebraciones más importantes para los cristianos, al conflicto en Ucrania. En un discurso con gran carga política, como suele ser habitual en este día festivo, Francisco ha pedido paz para la “martirizada Ucrania, tan
duramente probada por la violencia y la destrucción de la guerra cruel e insensata a la que ha sido arrastrada”. Ante miles de fieles reunidos en la plaza de San Pedro, ha reclamado que “se dejen de hacer demostraciones de fuerza mientras la gente sufre” y ha pedido: “Por favor, no nos acostumbremos a la guerra, comprometámonos todos a pedir la paz con voz potente, desde los balcones y en las calles”.
Francisco se ha dirigido a los responsables de las naciones, y les ha reclamado que “escuchen el grito de paz de la gente” y ha citado “esa inquietante pregunta” que lanzaron en 1955 en plena Guerra Fría el filósofo Bertrand Russell y el científico Albert Einstein, seguidos por otros eminentes científicos e intelectuales, sobre la amenaza de la proliferación de las armas nucleares; “¿Vamos a poner fin a la raza humana; o deberá renunciar la humanidad a la guerra?”.
“Hemos visto demasiada sangre, demasiada violencia (…). Que un nuevo amanecer de esperanza despunte pronto sobre esta terrible noche de sufrimiento y de muerte”, ha subrayado el Papa. Y ha recordado a las numerosas víctimas ucranias, a los millones de refugiados y desplazados internos, a las familias divididas, a los ancianos que se han quedado solos, a las vidas destrozadas y a las ciudades arrasadas. “Hemos pasado dos años de pandemia, que han dejado marcas profundas. Parecía que había llegado el momento de salir juntos del túnel, tomados de la mano, reuniendo fuerzas y recursos. Y, en cambio, estamos demostrando que tenemos todavía en nosotros el espíritu de Caín, que mira a Abel no como a un hermano, sino como a un rival, y piensa en cómo eliminarlo”, ha lanzado.
Varios analistas apuntan a que la ofensiva rusa sobre Ucrania está marcando un cambio en la estrategia política vaticana, hasta ahora marcada por el multilateralismo. Mientras que en la primera semana de la invasión el Papa mantuvo cierta equidistancia, intentando adoptar un papel de mediación entre ambas partes en el conflicto, el tono del Vaticano se ha vuelto mucho más severo después y la toma de posición ha sido clara. El 6 de marzo Francisco describió la situación como una guerra y no como una “operación militar especial”, según la terminología rusa. Dos semanas después, calificó el conflicto de “agresión” y subrayó que los rusos habían invadido un territorio soberano. El pasado 2 y 3 de abril, en una visita a Malta, condenó enérgicamente el ataque ruso: “Y mientras una vez más algún poderoso, tristemente encerrado en las anacrónicas pretensiones de intereses nacionalistas, provoca y fomenta conflictos, la gente común advierte la necesidad de construir un futuro que, o será juntos, o no será”. El Papa incluso ha condenado recientemente la inacción de Naciones Unidas mientras mostraba una bandera ucrania de Bucha, algo inusual en un pontífice hasta el momento, para denunciar la matanza perpetrada por los rusos en esa ciudad.
El cambio de tono es evidente respecto al empleado en el pasado sobre las guerras exteriores de Rusia, en particular la de Siria, donde el pontífice asumió la postura del multilateralismo y la mediación. En 2013, Francisco escribió una carta al presidente Vladímir Putin en la que instaba a los líderes mundiales a buscar una solución pacífica al conflicto. Tras el llamamiento, el mandatario ruso escribió un artículo de opinión en The New York Times, en el que pedía a Estados Unidos una mayor cooperación en el conflicto en Siria, respetando el derecho internacional y afirmando indirectamente la necesidad de un papel de Rusia en la región.
En su mensaje de Pascua de este año, antes de impartir la bendición Urbi et Orbi ante los fieles reunidos en la plaza de San Pedro en el Vaticano, Francisco también ha recordado la guerra de Siria y otros enfrentamientos abiertos en otras partes del mundo, como Oriente Próximo, “lacerado desde hace años por divisiones y conflictos”. Ha pedido paz para Jerusalén y “paz para aquellos que la aman, cristianos, judíos y musulmanes”. “Que los israelíes, los palestinos y todos los habitantes de la Ciudad Santa, junto con los peregrinos, puedan experimentar la belleza de la paz, vivir en fraternidad y acceder con libertad a los Santos Lugares, respetando mutuamente los derechos de cada uno”, ha clamado el pontífice.
También ha demandado paz y reconciliación en los pueblos de Líbano, de Irak, Libia y Yemen, “que sufre por un conflicto olvidado por todos con incesantes víctimas”. Además, Francisco recordó a Myanmar, “donde perdura un dramático escenario de odio y de violencia” tras el golpe de Estado militar, y Afganistán, “donde no se consiguen calmar las peligrosas tensiones sociales, y una dramática crisis humanitaria está atormentando a la población”. También mencionó los conflictos que están asolando el continente africano, como los de República Democrática del Congo, los ataques terroristas en la zona del Sahel o la situación en Etiopía, “afligida por una grave crisis humanitaria”.
Francisco se refirió también a América Latina, “que en estos difíciles tiempos de pandemia, ha visto empeorar, en algunos casos, sus condiciones sociales, agravadas también por casos de criminalidad, violencia, corrupción y narcotráfico”. Y mencionó el camino de reconciliación que está siguiendo la Iglesia católica canadiense con los pueblos indígenas, tras el descubrimiento de centenares de cuerpos y tumbas sin marcar en dos antiguos internados religiosos para niños indígenas.
TITULO: CAFE, COPA Y Tierra de talento - Mariola Cantarero, José Mercé, Argentina, Erika Leiva y Joana Jiménez, grandes con Rocío Jurado ,.
El sabado -7- Mayo , a las 22:00 por Canal Sur, foto,.
Mariola Cantarero, José Mercé, Argentina, Erika Leiva y Joana Jiménez, grandes con Rocío Jurado,.
El 1 de junio de 2006 Rocío Jurado fallecía en su casa de la Moraleja en Madrid. Pero la más grande como se la conoce sigue viva con su arte, su poderío y la fuerza de su voz recordándola en cada una de las interpretaciones que hacen otros cantantes.
En Tierra de talento hemos dedicado el programa a la cantante de Chipiona y por el escenario del Teatro Riberas del Guadaíra han pasado también Erika Leiva, Argentina, Joana Jiménez y los dos miembros del jurado Mariola Cantarero y José Mercé que también han querido participar en este homenaje.
Mariola Cantarero acompañada de Jesús Reina ha interpretado una versión muy especial de "Algo se me fue contigo, Madre" . La soprano y miembro del jurado del talent show de Canal Sur TV, muy emocionada ha asegurado que "es una responsabilidad muy grande y es como que me siento una usurpadora de algo que no es mío. Lo hago con el máximo respeto al compositor Manuel Alejandro y a Rocío Jurado. Gracias por esta maldita aventura que me hacéis hacer".
Jesús Reina añade que en su vida hubiera "imaginado que un violín tocaría por Rocío Jurado".
José Mercé, por su parte, ha cantado acompañado de un coro de gospel, "Como las alas al viento" con el toque flamenco y personal del cantaor jerezano. Uno de los temas que "más me llegan a mi en el flamenco" ha contado Mercé que ha estado también acompañado a la guitarra de Manuel Cerpa, ex concursante del programa.
Erika Leiva junto a Argentina nos han regalado el tema "Vibro" y "Mi amante amigo". Erika Leiva, además, rendirá un homenaje a Rocío Jurado en el concierto que ofrecerá en Córdoba el 12 de junio.
Y Joana Jiménez ha cantado en un dúo con la propia Rocío Jurado, gracias a las nuevas tecnologías, "Que no daría yo", una de las canciones más flamencas de la más grande.
TITULO: Documental - El mundo de ayer ,.
El mundo de ayer ,.
foto / Stefan Zweig fue un crítico y novelista austriaco nacido en Viena en 1881, en una familia judía de ricos industriales. Estudió Filosofía en la Universidad de Viena, se dedicó a sus aficiones literarias y se creó una sólida cultura. Viajó a Paris en 1915 y tradujo a Rimbaud, Verlaine, Baudelaire y al belga A. Verhaeren. Viajó luego por Inglaterra, España, Italia y otros países (Egipto, India, China, Japón, América del Norte…).
En 1914, cuando estalló la Primera Guerra Mundial, estaba en Bélgica. Fue movilizado por su país durante tres años, pero no estuvo nunca en los campos de batalla. Hizo su servicio en Viena, en un despacho de los archivos de la guerra.
Al finalizar la guerra se instaló en Salzburgo, donde continuó su producción literaria, sólo interrumpida por sus frecuentes viajes. En 1928 viajó a Rusia, invitado por los organizadores de las fiestas con motivo del centenario del nacimiento de Tolstoi.
Su casa de Salzburgo se convirtió en punto de reunión de los principales artistas de toda Europa, de Thomas Mann a Toscanini, hasta que la abandonó en 1934 para trasladarse a Inglaterra, llevado por el triste presentimiento del final de la independencia austríaca. Tras hacer un viaje a Brasil y a Argentina, vivió un tiempo en Italia, preocupado por la posibilidad de la cercanía de una nueva guerra.
Una de sus obras más importantes es «El mundo de ayer«, unas memorias en las que nos cuenta como fue la vida en Europa entre comienzos del siglo XX y el inicio de la Segunda Guerra Mundial. Con una gran maestría narrativa y un estilo muy ameno, no sólo nos describe los principales acontecimientos históricos sucedidos entre las dos guerra mundiales, sino que también consigue transmitirnos su gran preocupación por las devastadoras consecuencias que podía tener este proceso de descomposición de la vieja Europa.
La que para Zweig era “la edad de oro de la seguridad”, se convirtió rápidamente en una pesadilla en la que la civilización fue derrotada y engullida por la barbarie nazi. Su vida, que hasta ese momento había sido la de un privilegiado, pasó a ser, como él mismo nos describe, la de un extranjero enemigo, por su origen austríaco.
TITULO: El escarabajo verde - De repente me convirtieron en un leproso,.
foto / Ángel Villar (Bilbao, 72 años) fue durante tres décadas (desde 1988 hasta el verano de 2017) el hombre más poderoso del fútbol español desde la presidencia de la Federación. Y hace un lustro, de repente, se convirtió en un apestado. Sigue todavía atónito. Pasó doce días en la cárcel acusado de malversar fondos, un delito por el,.
Ángel Villar: «Jugábamos la Supercopa en España por los aficionados»,.
Es un ejercicio complejo tirar de la lengua a Ángel Villar para cuestionarle por la actualidad del fútbol español, sacudido por la polémica que ha rodeado a la Supercopa. «Usted pregunte lo que quiera, que yo responderé lo que considere oportuno». Así lo hace. Se pone en un papel institucional que no deja una rendija.
¿Supercopa en España o en Arabia? «Queríamos jugar en España porque los aficionados querían ver a su equipo. Por ejemplo, cuando San Mamés se llenó en la final que le ganó el Athletic al Barcelona. Todo aquello lo tuvimos en cuenta. Pero no se pueden equiparar conceptos. Yo actué bajo los parámetros de entonces», indica. Y añade: «Y en aquel momento le dimos unos valores diferentes y lo aprobó la asamblea. Hoy le han dado otros y lo ha aprobado también la asamblea».
Eso sí, le duele que le vengan con que aquel torneo pasaba desapercibido. «Oigo a periodistas decir que la Supercopa no interesaba. Ahora los clubes cobran más, pero nosotros medíamos por el parámetro del aficionado. Y además los clubes ingresaban por la taquilla. Que no me digan que aquella Supercopa no interesaba y que no llenaba estadios», se queja.
En plena sacudida del fútbol español por los audios de Piqué con Rubiales, Villar mantiene que él no vivió ninguna situación similar, aunque defiende a los protagonistas. ¿Le ha pedido alguna vez un favor un jugador? «No, nunca. A mí nunca, ni creo que al señor Rubiales. Lo que ha dicho Piqué, aunque igual lo ha expresado mal, es que estaba dispuesto a jugar en la selección olímpica. Así lo he entendido yo», zanja.
Y para acabar. ¿Es lícito que un jugador cobre comisiones? Villar reconoce con franqueza que él hizo algo parecido con el difunto Jesús Samper, dueño del Murcia, que llevaba la publicidad de la selección. «¿Ayudé al Murcia? Conmigo bajó».
TITULO: Días de cine clásico - Cine - Alien, el octavo pasajero . , Miercoles -11- Mayo,.
Este Miercoles - 11 - Mayo a las 22:00 en La 2 de TVE, foto,.
TITULO: Un país para escucharlo - Una ‘Siberia’ helada llega por primera vez al Teatro Real,.
Este martes-10- Mayo , a las 23.00 por La 2, foto.
Hay compositores —muchos— de una única ópera, no porque no escribieran más, sino porque tan solo una ha logrado pasar el exigente filtro del paso de los años, las décadas, los siglos y los gustos cambiantes del público. Los italianos, maestros del género, encabezan esta lista: Ruggero Leoncavallo, Pietro Mascagni, Alfredo Catalani, Arrigo Boito, Franco Alfano, Riccardo Zandonai y un larguísimo etcétera. Umberto Giordano podría unirse a este grupo con su Andrea Chénier o, abriendo la mano, encabezar un segundo si concedemos también una cierta inmortalidad a su Fedora. Nadie pensaría, sin embargo, en su Siberia, una ópera olvidada, a pesar de ser la preferida de su autor y de que logró la hazaña, nada desdeñable en aquellos años, de ser representada en la Ópera de París en 1911, ocho años después de su estreno en el Teatro alla Scala de Milán. Como escribió el compositor a su familia el 8 de mayo: “No me faltaba más que esta gloria: una gloria con la que soñaba y que me hace sentirme realmente más orgulloso que cualquier otra cosa del mundo. Este honor no ha podido disfrutarlo más que Verdi, porque pienso que nos encontramos en el primer teatro del mundo entero”. Y el lapso de tiempo entre ambos estrenos no se debió más que a la incompetencia del editor, Edoardo Sanzogno, para exportar rápida y eficazmente las mejores obras de sus autores, ya que París se interesó por Siberia muy poco después de su estreno milanés.
Siberia
Música de Umberto Giordano. Sonya Yoncheva, Murat Karahan, George Petean, Elena Zilio y Fernando Radó, entre otros. Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real. Dirección musical: Domingo Hindoyan. Teatro Real, 22 de abril. Hasta el 9 de mayo.
El Teatro Real tiene la mala costumbre de, cuando programa conciertos, recitales u óperas en versión de concierto, publicar únicamente un folio o, como en este caso, folio y medio a modo de programa de mano, con la información estrictamente esencial sobre los intérpretes: ni una palabra, en cambio, sobre las obras. En un recital esto parece más admisible, pero con una ópera tan desconocida como Siberia resulta mucho menos justificable, porque es seguro que la inmensa mayoría del público que acudió el viernes por la tarde al Teatro Real la escuchaba por primera vez y lo desconocía todo sobre ella. A fuer de ser justos, hay que dejar constancia también de que es muy probable que el reclamo para acercarse a la Plaza de Oriente no fuera la ópera en sí, sino la presencia como su protagonista femenina de Sonya Yoncheva, la soprano búlgara que ha ascendido a lo más alto de su profesión y que se engalana con todos los atributos de una diva: en Madrid lució un vestido en la primera parte y otro en la segunda, algo habitual en los recitales, pero no tanto en un espectáculo colectivo en el que participaban once cantantes, además de coro y orquesta, por supuesto. Pero, sin Yoncheva, tampoco habría habido Siberia, dirigida en Madrid por su marido, Domingo Hindoyan, y no solo cantada, sino también representada por ella misma hace menos de un año en el Maggio Musicale Fiorentino. Al contrario de lo que suele ser la norma, ella —la que concentró todas las miradas— fue la más desapegada de la partitura: la conoce lo bastante bien, y aquellas representaciones quedan aún lo suficientemente cerca, como para renunciar en gran medida al yugo del atril, tan visible y extendido en circunstancias similares.
Si hace pocas semanas pudo constatarse, también en el Teatro Real, cuán huero era el colorido oriental de Lakmé, otro tanto puede decirse de la ambientación rusa de Siberia, que incorpora melodías extraídas de la colección de canciones populares de Balákirev, como la Canción de los bateleros del Volga que popularizara Fiódor Chaliapin, o la melodía que utilizó Chaikovski en su Obertura 1812 y que suena interpretada con un cuarteto de mandolinas (que remedan en realidad balalaikas) sobre el escenario al final del tercer acto. La ópera se abre ya con un coro armonizado a la manera del canto ortodoxo, con profusión de terceras, quintas y octavas. La inspiración de Luigi Illica, el libretista de Giordano, partió muy vagamente de la lectura Recuerdos de la casa de los muertos de Dostoievski y Resurrección de Tolstói (esta última fue, a su vez, la base literaria de Risurrezione, de Franco Alfano, hoy completamente olvidada). Pero que nadie espere encontrar aquí la desolación absoluta o los largos monólogos de la ópera de Janáček inspirada en la novela autobiográfica de Dostoievski. Aquí parece seguirse más bien la estela del éxito de Fedora, cuyo primer acto se desarrolla asimismo en una gran mansión de San Petersburgo, con presencia en ambos casos de la aristocracia local. Tampoco puede ser casual, y menos aún en óperas adscritas al verismo, que estas dos óperas de Giordano concluyan con la muerte de la heroína en brazos de su amado al tiempo que, a lo lejos, se canta una melodía ya escuchada anteriormente: recursos dramáticos sencillos, emociones seguras.
El final de Siberia tiene contraída una fuerte deuda con el de Manon Lescaut de Puccini, otra muerte muy lejos de casa, y en un entorno exótico, en la que la que Manon muere también entre los brazos de Des Grieux. Aunque Illica prefería una estructura en cuatro actos, como la de la ópera de Puccini (de la que fue colibretista), Giordano se decantó por tres, “porque un cuarto haría que la ópera resultara pesante y sombría, ya que no dispongo de tanta variedad de colores. Después de dos actos de plena Siberia y llenos de situaciones dramáticas potentes, no se necesita otro. (...) ¿No haremos una ópera histórica? ¡Qué importa! Pero no resultará enfática, sino llena de pasión, de color y de calor. (...) Nada de nihilismo o decembrismo, nada de historia, nada de todo lo demás; nada más que el sencillo lirismo de las pasiones humanas”, escribió Giordano a Illica. Un enfoque justo en las antípodas de lo que haría Leoš Janáček poco más de dos décadas después en Desde la casa de los muertos, imbuida de nihilismo, soledad y desesperación en el marco de una dramaturgia decididamente moderna y liberada por completo de cualquier lastre decimonónico.
El débil andamiaje dramatúrgico de Siberia no invita, en cambio, a mayores comentarios, porque son la inspiración y el sólido oficio de Giordano los que han hecho posible, a duras penas, su supervivencia. El italiano hace siempre gala de una de sus mejores virtudes, aprendida también de Puccini, su principal referente: la concisión. Descanso incluido, esta resurrección madrileña de Siberia se prolongó dos horas exactas. Tampoco hay en Siberia arias o dúos especialmente memorables o elaborados, hasta el punto de que el aria que canta la protagonista en su primera aparición en escena en el primer acto, “Nel suo amore rianimata”, es la única que suele interpretarse —muy de tarde en tarde— desgajada de la ópera.
Las versiones de concierto (Lakmé no fue una excepción hace un par de meses) se ofrecen siempre sistemáticamente infraensayadas. Quizá habría que salvar de la quema al Coro Titular del Teatro Real, que tiene un importante papel en Siberia, desde el principio mismo, y que cumplió con mucho más que suficiencia en sus diversas intervenciones, incluido el “coro interno” del comienzo del segundo acto que en esta ocasión ha interpretado, lógicamente, sobre el escenario. Las principales carencias llegaron claramente el viernes de la dirección musical, ya que Domingo Hindoyan (hay que imaginar que impuesto por Yoncheva como parte de un doble contrato innegociable) no parece la batuta más adecuada para enfrentarse a este repertorio. Sin sutilezas de ningún tipo, con contrastes dinámicos mal definidos, con una manifiesta incapacidad para mantener la tensión o, más importante aún, graduarla, sin infundir fuerza o brío a los pasajes que lo piden a gritos, la Orquesta Titular del Teatro Real sonó muy por debajo de sus prestaciones habituales.
La suya fue una dirección blanda, desganada, nada dramática, rígida, poco flexible, literalmente de brocha gorda, incluso en aquellos momentos en que podría haberse lucido en solitario y el más propicio sin duda para ello es el magnífico Preludio del segundo acto, que a veces se programa incluso como pieza independiente, desgajada del resto de la ópera. Giordano redactó incluso una nota, impresa en la partitura, para reclamar al director que, “en este Preludio, pero especialmente en los últimos compases, es necesario exagerar todos los pasajes indicados con los reguladores > <, de manera que se produzca una fuerte y penosa impresión de lamento”. Nada de esto pudo percibirse, sino más bien un discurso musical plano, anodino y casi siempre embarullado.
Justo en el extremo contrario, Yoncheva nos regaló los mejores momentos de la tarde. Posee la voz perfecta para el papel, que se encuentra, además, en su momento óptimo de madurez. Con aplomo, con seguridad, con un derroche de recursos técnicos, cada vez que cantaba la soprano búlgara el nivel interpretativo ascendía varios enteros. Aun sin una gran implicación emocional (la ya octogenaria Elena Zilio, en el papel de la criada Nikona, fue quien más y mejor se metió en su personaje), todo cuanto hizo estaba extraordinariamente bien cantado. Un ejemplo significativo fue el dúo con Vassili del segundo acto, en el que, casi al final, en la frase “Ah! Vassili, son qui per l’amore, pel dolor”, pasó con una facilidad y perfección pasmosas de un Si bemol agudo, poderoso, a un Do y un Re bemol graves, casi dos octavas por debajo, igualmente redondos, con cuerpo y plenos de color.
A su lado, sin embargo, palidecieron los dos personajes masculinos: el malvado Gléby de George Petean y el sufrido Vassili de Murat Karahan. El bajo rumano, que participó también en las representaciones del Maggio Musicale Fiorentino, estuvo demasiado pendiente de la partitura y en ningún momento transmitió la vileza de su personaje, casi un aprendiz de Scarpia. Aunque con buena voz y una correcta línea vocal, no dejó una gran huella, en línea con la gelidez reinante durante toda la tarde. Peor fue la prestación del tenor turco, de voz nasal y agudos un tanto estrangulados y no siempre bien proyectados, poco creíble como el joven oficial de infantería. En el dúo del segundo acto se quedó extrañamente mudo, quizá por despiste, o porque Yoncheva impone mucho, en “Trionfale amor”. Antes, su La agudo en solitario al final del primer acto, sobre la palabra “addio“, apenas resultó audible, al contrario de lo que sucedió con los Does agudos de Yoncheva en el segundo acto, cuando canta “Gloria! Qui con te!”, que se escucharon nítidamente sobre orquesta, coro y el agudo del propio Karahan. La comunión con la soprano (de quien la separaba siempre —simbólicamente— Domingo Hindoyan, de origen armenio, ya que nunca cantaron del mismo lado del podio, como habría sido dramatúrgicamente aconsejable) fue nula y todo tiene consecuencias, que desembocaron en una respuesta fría, siberiana, por parte del público, que reservó al final los únicos aplausos cálidos, como estaba ya escrito en el guion, para la diva búlgara.
De los papeles pequeños hay que destacar a la ya citada e incombustible Elena Zilio, un dechado de profesionalidad y con la mejor dicción italiana del reparto. Alejandro del Cerro fue un esforzado príncipe Alexis, Fernando Radó dio consistencia y entidad a los tres pequeños papeles que interpretó (este es para él un territorio mucho más natural que el de Le nozze di Figaro, que sigue cantando estos días en el Real), mientras que Mercedes Gancedo cumplió sobradamente en su pequeño papel de muchacha en el segundo acto. La tarde no dio para mucho más y, a pesar de que el sol y el calor ya se han instalado irremediablemente en Madrid, Siberia no logró nunca elevar la temperatura emocional en el interior de la sala. Una grandísima cantante —Sonya Yoncheva lo es, sin discusión posible— no basta para levantar ella sola una ópera, menos aún cuando se trata de un título ignoto que resucita de repente de entre los muertos. Ojalá que el próximo lunes, cuando volverá a interpretarse en el Teatro Real, todos logren contagiarse un poco más del calor circundante.