Luis Tosar. Lugo, 1971. No perderé tiempo explicando quién es porque lo saben de sobra, aunque quizás no sepan que, bajo su célebre cara de mala leche, hay un tipo afable que ríe sin parar. Protagoniza, junto a Penélope Cruz, En los márgenes, la película de Juan Diego Botto sobre los desahucios.

Viendo la película, hay una pregunta casi inevitable: ¿Hemos fracasado como sociedad?
Yo quiero pensar que no, pero entiendo que se pueda sentir uno así. Unas cuantas batallas ya están perdidas definitivamente, espero que la guerra no, pero venía escuchando las noticias y todo es desolador. Estaban hablando de las hambrunas que está provocando la guerra de Ucrania en Sudán del Sur. Está el mundo tan interconectado y hay tantas economías que llevan muchísimo tiempo al límite que todo se desmorona con cualquier cambio. En los márgenes habla de personas que viven al límite desde hace años porque se sitúa en 2008, que es cuando la cosa se empezó a torcer para mucha gente y ya nunca se ha recompuesto.
Es 2008, pero plantea problemas vigentes en 2022.
Peor, porque ha habido un efecto de acumulación durante estos años y hay gente que ya está reventada, no puede más. Ahí es dónde debemos tener los ojos bien abiertos y las Administraciones tienen que tener claro que hay millones de personas en este país que viven en la precariedad desde hace mucho tiempo y no tienen ninguna posibilidad de recuperarse porque encadenan crisis tras crisis. Y eso es así aunque muchos de nosotros no lo queramos ver. Tengo conversaciones con gente a la que aprecio y me parece muy sorprendente que sean incapaces de darse cuenta de que esto sucede, porque viven en una situación muy privilegiada, igual que yo, y les cuesta ver esa realidad. Es acojonante, pero hay gente que realmente no ve nada de esa precariedad. Si En los márgenes puede, al menos, dar un poquito de foco a gente así ya será la hostia.
La película pone el foco en dos virtudes que, por algún motivo incomprensible, hoy se desprecian: la empatía y, sobre todo, la bondad.
Nos hemos convertido en una sociedad muy poco solidaria y la bondad nos parece hasta ridícula, una cosa de La casa de la pradera. Yo entiendo que hay edades para todo y, seguramente, si me preguntas esto con 16 o 17 años te diría: "Buah, no te lo tomes tan en serio, hay que descojonarse un poco de todo". Pero, aun así, creo que cuando yo tenía esa edad, había una solidaridad brutal que ya no veo. Al menos era así en el mundo al que yo pertenecía, un barrio obrero, clase trabajadora, todos de un poder adquisitivo relativamente bajos... La pérdida de la conciencia de clase es clave en esto, se generó una disgregación que difuminó la pertenencia y, luego, con la llegada de internet y las redes sociales ya ha sido una locura.
Tú no estás en redes.
No. Es el paroxismo total de pasar absolutamente del vecino. Todo es interconexión, pero la empatía no existe porque estás en un estado de anestesia permanente. Todo en las redes parece que está de puta madre aunque luego la realidad sea cada vez más desastrosa para mucha gente. Yo viendo eso, entiendo que haya gente que diga: "Coño, no sé de qué os quejáis, si está todo bien".
Tú personaje es un hombre bueno que se siente impotente ante el drama que le rodea. En la película, las fuertes son las mujeres.
Sí, esto es algo que está cogido de la pura realidad, no es algo que se hayan inventado Juan [Diego Botto] y Olga [Rodríguez, guionistas de En los márgenes]. Han estado años viendo de cerca y colaborando con la gente de las asambleas y de la PAH y el 80 por ciento son mujeres. Son las que llevan la voz cantante y las que resisten en los cuidados familiares, mientras los hombres estamos viviendo un proceso de cambio que, por lo que parece, para muchos está resultando muy, muy, muy complicado. Les está costando. Algunos por pura educación recibida y otros con claro un componente ideológico, porque se resisten a dejar de lado ese bastión de la hombría. Encima en España, que somos tan medievales para estas cosas... Ahora les ha dado por resucitar al Cid. De repente es la hostia y todo el mundo quiere ser el Cid [risas]. Y en esas mierdas nos perdemos un poco, porque luego está el problema que muestra la peli y es muy jodido.
El de la educación recibida.
Exacto. Cuando llega la hora en que el hombre no puede ser el proveedor porque pierde el trabajo y no logra llevar un duro a casa, se queda sin nada, vacío. Hay muchos hombres que no saben qué hacer con su vida y no logran asumir esa vergüenza, que jamás debería existir. Ese orgullo masculino malentendido es muy dañino porque, en parte, nos han educado así: si no eres proveedor y llevas un salario a casa, no vales para nada. Es un proceso en que muchos hombres se ahogan.
La última vez que hablamos, hace tres años, no parabas de currar y querías frenar un poco. ¿Lo has logrado?
No diría que he parado, porque tengo dos hijos ya y no me lo puedo permitir, pero sí he logrado conciliar bastante bien para lo que podría ser la cosa. Es una profesión un poco engañosa esta porque, con las promociones y apariciones públicas, estás muy presente todo el tiempo, pero yo tengo periodos de bastante tranquilidad, ahora vengo de uno.
A estas alturas, tú ya no te pones nervioso con que dejen de llamarte.
Bueno, justo a estas alturas es cuando empiezo a pensar que ya tengo 51 años, que veo mucho relevo y que ¡uy, cuidao! [risas].
Tu anterior estreno, 'Canallas', fue al fin una comedia.
Sí, pero incluso ahí me toca el que está más envenenado de todos. No hay manera, joder [risas].
Te condena la cara de mala leche, hay que asumirlo ya.
Joder, no la tengo tanto, ¿no? Al menos eso pensaba yo, aunque ahora mi hijo me dice que sí y que con barba, todavía más: "Papá, cuando te afeitas tienes cara de menos enfadado". Y yo pensando que la barba canosa ya me hacía un tipo venerable, pero se ve que no.
Empezaste de 'clown' en cumpleaños infantiles. No descarto que fueras tú y no Pennywise el origen del trauma de tantos niños con los payasos.
[Risas] Yo dejé de ser payaso porque perdí los papeles. Animaba cumpleaños por una cuestión alimenticia. El otro día, en un cumpleaños al que llevé a mi hijo había unos chavales haciéndolo y pensé que estaban mucho mejor preparados que en aquella época, sobre todo en psicología infantil. Es un trabajo durísimo y yo tenía mucho menos paciencia, así que un día ya me volví completamente loco. Me metieron tres grupos más de los que me tocaban, aquello se desmadró, me empezaron a robar las bolas de malabares y se me fue de las manos, así que acabé agarrando a un niño del cuello: "¡Devuélveme las pelotas!" [más risas].
Lo que no llega es tu soñada peli de hostias, de muchas hostias.
Con esto tenía un proyecto con Raúl Arévalo, pero ya no creo que salga, porque la última vez que le vi le dije: "Tío, ya me estoy haciendo mayor para las hostias". Sobre todo para llevármelas, para repartirlas no hay problema, pero alguna siempre cae y a mí esas cosas ya me empiezan a doler mucho. Era una idea absurda de Raúl, una especie de película de arte y ensayo todo a base de hostias. Así contado, no veo probable que salga, la verdad [risas].
Una frase muy repetida para definirte por quienes te conocen es "Luis es un tío normal". ¿Es eso cierto?
No del todo. Echo mucho de menos ser un tío normal, pero ya no lo puedes ser. Entiendo por qué dicen eso de mí, pero ¿hasta qué punto podemos ser normales cuando la gente te reconoce? Es difícil. Lo intento, e intento recordar cómo era antes, pero inevitablemente algo se ha transformado. Es imposible ser el que era antes de ser famoso. Que la gente te reconozca es un hecho, no una paranoia que tú te montas y puedas eliminar de tu cabeza. Es algo que ocurre y cambia la forma de relacionarse contigo de la gente y, por consiguiente, tú con ellos. Puedes intentar relativizar la fama todo lo que quieras, pero si está, está. No lo puedes evitar y las cosas se transforman en base a eso. Intento gestionarlo de la mejor manera posible y no volverme loco, pero no fantaseo con que soy un tipo normal con una vida normal, porque no lo soy.
Como gallego con experiencia y viendo las encuestas, ¿algo que debamos saber de Feijóo?
No, yo creo que ya ha salido todo a la luz, al hombre le persiguen los fantasmas del pasado. Lo que sí puedo decir de Feijóo, porque estuve una época en la directiva de la Academia Audiovisual y tuvimos alguna reunión con él, es que en la distancia corta es un negociador duro, muy duro.

TITULO: Detrás del muro - PÁGINA DOS  - Gioconda Belli   , Martes - 3 - Diciembre  ,.


PÁGINA DOS - Gioconda Belli,.

 

 

Martes -  3 - Diciembre  , a las 22:00, en La2, foto,.

 

 Gioconda Belli

 

 Página Dos entrevista a Gioconda Belli por Un silencio lleno de murmullos, una novela que critica la revolución sandinista. Leonardo Padura presenta "Ir a La Habana", un libro que recoge pasajes de sus novelas donde se retrata la capital cubana. Y Gabriel Smith, en Brat, cuestiona la muerte del autor.

 

 

TITULO: Cartas de amor - Amor amiga,.

 Amor amiga,.

 5 poemas de La amiga, de Marina Tsvietáieva - Zenda

foto / Mi padre había marcado a boli en el catálogo los tomos que le interesaban. A continuación, me miró a los ojos y me preguntó:

—¿Tú querrías alguno más…?

Huelga decir que a los doce años poco sabía yo de pintura, pero ya experimentaba una curiosidad sin límites por todo lo que leía o veía. Llamó mi atención una portada de color naranja que contenía el retrato de una mujer con el cuello demasiado largo y cara de pez. El autor, cuyo apellido aparecía en la portada, era un tal “Redon”. Quizá la combinación con el nombre me resultó estética: “Odilon Redon”; no acierto a recordar… El caso es que respondí:

—Quiero este, Papá…

Al igual que yo, mi padre no conocía a Redon, pero no cuestionó ni por un momento mi decisión, adoraba que me interesase por la cultura.

"Cuando el libro llegó a casa recuerdo que lo hojeé por encima. Mire las láminas, como solía hacer, y me resultaron de lo más extrañas"

Cuando el libro llegó a casa recuerdo que lo hojeé por encima. Mire las láminas, como solía hacer, y me resultaron de lo más extrañas. Ninguna me atrajo tanto como la mujer naranja de la portada… Dejé el libro en la estantería y allí se quedó, desde tal vez 1984 hasta el verano de 2017. No digo que en tanto tiempo no lo hojeara nunca, pero el caso es que siguió sin llamarme la atención.

¿Qué sucedió en el verano de 2017? Ocurrió que falleció mi padre tras una larga enfermedad. Durante los últimos meses iba a verle a diario. Él estaba postrado en su cama y yo a veces me encerraba en el comedor. Fueron semanas cuajadas de sentimientos y de recuerdos. El tiempo parecía haberse detenido y todos nos dedicábamos a evocar el pasado.

Por aquel entonces, aguardaba la publicación de mi primera novela, Madagascar (Anorak ediciones, 2017), para la cual me había basado en otro de los coleccionables de mi padre, la enciclopedia geográfica Conocer el mundo, y en otro regalo de mi tía: Fauna, de Félix Rodríguez de la Fuente. Lo conté en otro artículo de Zenda llamado “Historia secreta de Madagascar”.

Una tarde de aquel verano me senté en el comedor de mis padres con el libro de Redon sobre las rodillas. Al poco de empezar a leer su biografía me dije: «¿Cómo puedo haber vivido tantos años sin reparar en lo interesante que es este personaje?»

"Todavía hoy, los cuadros de Redon nos resultan hasta cierto punto inaprensibles. ¿Qué significan realmente, por qué los pintó así?"

Redon era un artista fronterizo entre el realismo, el simbolismo y las vanguardias. De hecho, había sido precursor de las últimas en detrimento de los primeros. Durante décadas le tocó navegar a contracorriente de las escuelas pictóricas dominantes, al igual que le sucedió a su amigo Paul Gauguin o a su admirado Vincent van Gogh.

Pero así como los dos últimos son personajes demasiado conocidos como para aportar alguna novedad sobre ellos, Redon sigue siendo un personaje secreto, misterioso, de un talento anticipatorio. Pintor, grabador, violinista, aficionado al tenis, ocultista, estudioso de las religiones y de lo oriental, escritor de cuentos, amante de la literatura, ilustró a Baudelaire, a Poe, a Flaubert, a Mallarmé…

Todavía hoy, los cuadros de Redon nos resultan hasta cierto punto inaprensibles. ¿Qué significan realmente, por qué los pintó así? No terminamos de comprenderlos, y esa incomprensión se queda en nuestra mente a modo de enigma.

Aquella misma tarde decidí que Odilon Redon sería el protagonista de mi segunda novela. No me importó en modo alguno que el siglo XIX estuviera pasado de moda. Debía seguir mi instinto y el reto era escribir algo diferente, que no incurriera en las convenciones de la literatura decimonónica o, más bien, que partiera de esas convenciones para crear un relato original.

Mientras me documentaba, supe que en dos ocasiones Redon había aceptado los encargos de un aristócrata y de un burgués de decorar con pinturas sus residencias —lo cual era común entre los grandes pintores de la época—. ¿Por qué no iba a ser ese el punto de partida de mi novela?: Redon llega a un château perdido en la campiña francesa, con el encargo de pintar unos cuadros para decorarlo…

Casualmente, el verano anterior había pasado con Marta, mi mujer, y nuestros tres hijos unos días de vacaciones en una casa rural próxima a Burdeos. La casa rural era en realidad un castillo construido en el siglo XIX.

"¿Y si la mujer velada fuera una amante de Redon…? ¿Y si en mi novela esa mujer era la mujer del banquero, para quien Redon pintaba los cuadros?"

Odilon Redon había nacido también en Burdeos y pasó muchos veranos de su vida en un caserón próximo a la ciudad, en una finca de su familia situada en el Medoc, junto a la desembocadura del Garona. El Medoc es una región surcada por viñedos, azotada por los vientos del Atlántico, con dunas de arena y suaves colinas pobladas por grandes árboles solitarios… ¡Ya tenía el lugar donde ambientar mi relato! Me faltaba pergeñar un argumento antes de comenzar a escribir.

Odilon Redon llegaba al castillo de Pantenac (lugar que me acababa de inventar) y su propietario, el banquero judío David Levy (personaje imaginario), le encargaba pintar para el comedor tres grandes óleos que representaran a las tres mujeres más sexis de la Biblia: a Betsabé, a Judith y a la pérfida e irresistible Salomé, gran mito erótico del siglo XIX, símbolo del pecado, de la lujuria, de la perdición de los hombres…

¿Cómo se me ocurrió esta idea un tanto paródica? Siempre me ha apasionado el género cinematográfico y televisivo de los biopics: las películas que tratan de reproducir las vidas de los grandes artistas, a menudo incurriendo en tópicos y exageraciones. Todavía recordaba la famosa serie Goya, de TVE, que vi durante mi adolescencia. En ella, un joven Carlos Larrañaga, interpretando a Manuel Godoy, el ministro de Carlos IV, tenía una habitación secreta en el Palacio Real cuya llave solo poseía él. En su interior atesoraba tres desnudos femeninos: Dánae y la lluvia de oro, de Tiziano; La venus del espejo, de Velázquez y La maja desnuda, de Goya.

Una de las claves de la serie de TV era el idilio, no confirmado históricamente, entre Goya y la duquesa de Alba, así como la famosa hipótesis de que la maja desnuda no era otra que Cayetana de Alba, que se dejó pintar desnuda por su amante, el huraño aragonés.

Sonreía en el comedor de casa de mis padres, recordaba los tópicos románticos en que incurría la serie televisiva, sin duda para añadir erotismo al relato, cuando volví al libro de Redon editado por Sarpe… El cuadro de la mujer de la portada, aquel sugerente retrato naranja que casi parecía vanguardista, era un pastel sobre cartón pintado, según el libro, entre 1890 y 1898, sin que fuera posible precisar más la fecha. Estaba en el museo Kroller-Müller de Holanda y tenía por título Mujer velada o Mujer con velo. Puesto que no indicaba el nombre de la retratada, traté de encontrarlo por internet, pero todo intento fue vano… Entonces me dije: «¿Y si la mujer velada fuera una amante de Redon…? ¿Y si en mi novela esa mujer era la mujer del banquero, para quien Redon pintaba los cuadros?»

El argumento decimonónico por excelencia estaba servido: el adulterio. En efecto, mi novela del XIX relataría un adulterio de Odilon Redon —hombre casado—, al igual que lo hacían Madame Bovary, Anna Karenina o La Regenta.

Pero pronto advertí que toda esa materia argumental que había imaginado estaba por completo desfasada. ¿El adulterio? ¿La mujer como musa del gran artista? ¿Salomé…? Todo me resultaba caduco, casposo, déjà vu… Debía dar un giro a mis ideas para salvar la trama.

El primer giro era dotar a mi protagonista femenina de una poderosa personalidad. ¡Ya bastaba de siglos en que las mujeres habían sido meros objetos bellos, musas de los hombres y no al contrario! Decidí que la mujer del banquero, que se llamaría Ainhoa Levy, sería una pionera de la fotografía. Me inspiré para ello en un personaje verídico de la misma época: la fotógrafa norteamericana de finales del XIX Gertrude Kasebier, cuyas fotos publicó Alfred Stieglitz en su famosa revista Camera Work. Stieglitz fue también fotógrafo y diletante, que introdujo el arte de Pablo Picasso en los Estados Unidos. Lo novedoso de Kasebier fue que retrató a personas buscando la realidad fotográfica, frente al pictorialismo de la época.

Decidí que Ainhoa Levy no solo tendría entidad como artista, sino que tendría voz propia, sería narradora de la novela en primera persona, al igual que Odilon Redon. Ya bastaba de tantos siglos en que las mujeres habían hablado por boca de los hombres.

"Solo me faltaba superar el escollo del adulterio. Ninguna de las biografías de Redon que leí hablaba de relación extramatrimonial alguna"

El personaje era difícil de lograr, pues hasta la emancipación femenina en el siglo XX las mujeres fueron patrimonio de los hombres, apenas salían de sus casas salvo para ir a misa. La clave de la independencia de Ainhoa sería su riqueza, el hecho de estar casada con un banquero de ideas avanzadas, comprensivo con su pasión por la fotografía y, al mismo tiempo, indiferente a ella, al pasar el día dedicado a sus negocios.

Ya casi lo tenía todo… Solo faltaba una forma de relacionar a Redon con la señora Levy, que no podía ser otra que a través del arte. Una vez más, acudía a la realidad histórica: mientras el Redon de verdad decoraba para el burgués Gustave Fayet la abadía de Fontfroide, en las proximidades de Narbona, había quien le fotografiaba haciéndolo… Y decidí que, en la ficción, Ainhoa Levy le pediría que le permitiera fotografiarlo mientras pintaba los cuadros para su marido, al objeto de “documentar el proceso creativo”.

Solo me faltaba superar el escollo del adulterio. Ninguna de las biografías de Redon que leí hablaba de relación extramatrimonial alguna. A diferencia del crápula de Gauguin, Redon había sido fiel a su esposa, Camille Falte, personaje secundario de mi novela. No parecía demasiado realista, por tanto, atribuirle una lujuria que nunca tuvo. Eso me daba la oportunidad de dar otro giro: el pintor y la fotógrafa serían amigos, amigos íntimos. Ella admiraría sus cuadros y él las fotos de ella. Pero… ¿dónde termina la amistad y comienza el amor entre hombres y mujeres? Esa es la pregunta que debe responderse el lector de Un amor de Redon.

Junto a la trama principal Un amor de Redon contiene otras subtramas: la historia de la fotografía, los orígenes del automovilismo, un relato gótico de fantasmas, la fotografía mortuoria, los poetas malditos… Todo remite al siglo XIX. Pero el verdadero origen de la novela está, una vez más, en mi querido padre.