domingo, 23 de marzo de 2014

DESAYUNO DE DOMINGO, ALBERTO VÁZQUEZ - FIGUEROA,./ EL HOMBRE AVERIADO,.

TÍTULO: DESAYUNO DE DOMINGO, ALBERTO VÁZQUEZ - FIGUEROA,.

  1. XLSemanal. Cien títulos publicados ya. Hace libros como rosquillas...Alberto Vázquez-Figueroa. Si no escribo rápido, me aburro. Dos meses ...
     
    Desayuno de domingo con...

    Alberto Vázquez-Figueroa: "Desde que me mordió un murciélago, no he vuelto a estar enfermo"

    Soy periodista, director de cine, submarinista, inventor... y autor de un centenar de libros. Con 77 años publico El último tuareg, que alerta de lo que ocurre en Mali.
    XLSemanal. Cien títulos publicados ya. Hace libros como rosquillas...
    Alberto Vázquez-Figueroa. Si no escribo rápido, me aburro. Dos meses con un mismo libro bastan. Acabo de publicar este y ya tengo el siguiente.
    XL. ¿Cuál es su récord?
    A.V.-F. El perro lo escribí en un fin de semana, se tradujo a no sé cuántos idiomas, lo llevaron al cine y funcionó muy bien. Con Tuareg tardé 25 días y ha vendido cinco millones de ejemplares.
    XL. Alguno será prescindible...
    A.V.-F. ¡La mayoría! Me podía haber ahorrado 70 y haber escrito cinco Tuaregs: habría vivido mejor.
    XL. ¿Qué ocurrirá si el extremismo islámico ocupa Mali?
    A.V.-F. Que tendrá a tiro de piedra la mitad del uranio del mundo, el petróleo y el gas de Argelia y de Nigeria y el hierro de Mauritania. Es muy peligroso.
    XL. Dice en el libro que no hay que tener solo una mujer porque da problemas. ¿Lo ha llevado a la práctica?
    A.V.-F. Siempre que he podido [ríe].
    XL. Pues sus dos matrimonios han durado mucho...
    A.V.-F. Mi primera mujer era maniquí de Marie Claire. Estuvimos casados 22 años.
    XL. Y luego se metió a monja.
    A.V.-F. Fue la llamada de Dios, y contra eso no puedes luchar. Con la segunda llevo 40 años. Pero entre medias...
    XL. ¡Unas santas que le han aguantado carros y carretas!
    A.V.-F. Mis familias siempre entendieron que, cuando salía de viaje, estaría mucho tiempo fuera, pero que volvería. En Polinesia y África estuve año y pico.
    XL. ¿Y qué tal se portaba?
    A.V.-F. No iba a estar quieto todo ese tiempo... Solo conozco a un hombre fiel: Miguel de la Quadra; allá donde iba, siempre llamaba a su mujer. Yo, no.
    XL. ¿Y ahora?
    A.V.-F. Ni salgo ni ligo nada, solo escribo.
    XL. En Ecuador le mordió un murciélago.
    A.V.-F. Sí. Desde entonces no he estado enfermo, pero no puedo comer ajo, porque vomito sangre.
    XL. Los murciélagos se comen los bichos malos..., ¡pero no a usted!
    A.V.-F. [Ríe]. El que me mordió, el hematófago, es el más peligroso porque se bebe la sangre. Pero gracias a él he ahorrado mucho dinero en medicinas.
    XL. Gracias a lo que ha ganado con sus libros tendrá una vejez tranquila...
    A.V.-F. ¡Qué va! Hacienda se lo lleva todo. Lo que hace Montoro es un abuso.
    XL. Mándele un murciélago...
    A.V.-F. No porque vivirá más y me tendrá más tiempo jodido. Mejor, un jaguar.

    Su desayuno: «Un té y unas nueces, que son buenas para el corazón. Me lo prepara mi mujer cada mañana y me lo lleva en una bandeja al despacho donde escribo».

    TÍTULO: EL HOMBRE AVERIADO,.


    1. Soy consciente de que los dos métodos más eficaces para aburrir a los demás son las diapositivas de las vacaciones (y/o la boda) y las ...
       
      Soy consciente de que los dos métodos más eficaces para aburrir a los demás son las diapositivas de las vacaciones (y/o la boda) y las historias de la mili. Aun así, y prometo que será excepcional, hoy hablaré de alguien a quien conocí en el cuartel y en quien sigo pensando veintidós años después.
      Hice la mili en la sierra de Madrid, en un cuartel poco operativo, sin incitaciones épicas, en el que recalaban muchos niños bien a los que una llamada de teléfono de papá procuraba un destino compatible con los estudios universitarios. Lo único emocionante eran los jabalíes que en invierno bajaban a hozar entre los cubos de basura y un teniente que, borracho, y con la compañía formada, arrió la bandera española e izó la del Atleti en el patio de armas cuando Futre y Schuster ganaron una final de Copa al Madrid y en Chamartín. Entre muchos reclutas, de origen urbano, había cierta suficiencia intelectual, se burlaban de la alienación jerárquica y de circunstancias incomprensibles, como no poder pegarse chapuzones en verano porque la piscina estaba arrestada. Alguno se buscó la inquina de un suboficial por hacerle correcciones sintácticas con las que mejorar los exabruptos. Vamos, como levantar el dedo para decirle al sargento de La chaqueta metálica que había cometido un error de concordancia al gritar entre perdigones de saliva que en Milwaukee solo hay vacas y maricones. No éramos precisamente el pelotón de Spengler. También había soldados que procedían de un ámbito rural.
      Llamémoslo Carlos. Tenía las mejillas arreboladas y era gallego, de una aldea interior de la que salió por primera vez para servir en el ejército. El primer madrileño que conoció en la misma estación le estafó su dinero, y en la compañía hubo colecta pasar la gorra para reponérselo, al menos en parte. A Carlos me lo encontré una vez encerrado en una cabina de teléfonos, como López Vázquez, porque no sabía abrir la puerta de acordeón. En otra ocasión despertó a toda la compañía en plena noche porque se puso a tocar una gaita. Furioso, el sargento lo abroncó y amenazó con todas las penalidades de una cuerda de presos: «Es que tengo morriña», respondió, con tal candor que el sargento le palmeó la espalda: «Vamos, hombre, anímate, que pronto saldrás de permiso». Nadie se reía de Carlos. Ni siquiera los mesías (que no me quedan meses, que me quedan días). Pero tampoco nadie quería estar cerca de él cuando probara un Cetme.
      No llegó a disparar. Después de unos exámenes psicotécnicos, en una época en la que el ejército estaba muy concienciado contra los suicidios, Carlos fue declarado no apto para el servicio y despachado a casa. Lo vimos partir, bromeando con que era un genio si todo lo había fingido para librarse, y pensando que nada volveríamos a saber de él. Pero unos días después, yo estaba en la oficina y escuché una conversación telefónica del capitán. Lo llamó, desde la aldea, el padre de Carlos. Estaba indignado. Exigía la readmisión de Carlos. Si Carlos hubiera pisado una mina y regresado mutilado, su padre estaría conforme. Pero los motivos de su licencia, decía, habían llenado de rumores el pueblo: ¡un hombre que no vale para el ejército! El padre dijo que ninguna muchacha querría casarse nunca con Carlos, no con él, no con un hombre averiado al que acosarían los chismes y las sospechas de emasculación psicológica cada vez que apareciera en la verbena. Aclaro que la palabra emasculación no se empleó en la conversación, pero el sentido era ese: Carlos acababa de ser invalidado por el ejército como macho proveedor. El valor, ni se le suponía.
      Ninguna novia, ningún familiar de los urbanitas que allí estábamos habría pensado que la forzosa experiencia militar nos acercaba al hombre que debíamos aspirar a ser. No se esperaba de nosotros que fuéramos buenos arrojando granadas de mano, se valoraría más en el futuro que supiéramos escoger el vino en un restaurante. El mundo de Carlos solo lo atisbé en el cuartel, y está lleno de reminiscencias del bisonte.



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