El viernes -15- Febrero a las 22:00 por La 1, foto.
Los residentes en Santiago reivindican mejoras para la plaza cacereña con su ruta teatral,.
Churros, artesanía popular, coros y bailes regionales, paella y teatro. Sobre todo, mucho teatro reivindicativo de los antiguos oficios como aguadoras, lavanderas o caleros y también para visualizar las mejoras que quiere un barrio con muchas actuaciones pendientes. Los residentes protagonizaron una ruta teatralizada a la que se sumaron, según anunciaron los organizadores esta misma semana, 23 personas distribuidas por cuatro plazas de la ciudad: la del Duque, la de la Audiencia, la de Santiago y la del Socorro.
Eran vecinos de entre nueve y 73 años. «Actores y actrices maravillosas que a través del teatro y la recuperación de la historia de nuestro entorno pretendemos realizar un homenaje a lavanderas y caleros, participar activamente en la recuperación de la identidad de nuestro barrio y sentar las bases para proyectos vecinales futuros a través de la cultura», proclamaba el propio presidente vecinal, Juan Manuel Honrado, en sus redes sociales. Antes había explicado a HOY que la ruta recuperaba una parte de la historia de las calles y las personas de Cáceres a través de esos viejos oficios, hoy desconocidos para muchos pero referentes históricos.
El programa incluía además la participación de la coral de mayores de la Plaza Mayor así como a los miembros del grupo de folk Trébol, de la Universidad Popular. El recorrido por la plazas se denominó 'Cáceres del ayer'. Como anécdota, se sorteaban entradas para la sala Maltravieso Capitol entre todos aquellos participantes que llegaron vestidos de caleros o aguadoras a la fiesta.
Paella
La asociación vecinal de la Ciudad Monumental demuestra ser una de las más reivindicativas pero a la vez también una de las que más imaginación le echa para reclamar acciones a la administración.Juan Manuel Honrado reconoce que la futura actuación en Santiago con fondos europeos del Dusi «va para largo», si se tiene en cuenta que ni siquiera ha arrancado aún el proceso de participación ciudadana que se anunció. Los grupos políticos estuvieron presentes ayer en las celebraciones, con la alcaldesa a la cabeza. La paella comunitaria de mediodía ayudó a los participantes a sobrellevar tanta actividad.
TITULO: PUERTA CON PUERTA CANAL EXTREMADURA - Los rebuscados 'caminos del deseo' de Cáceres,.
Los rebuscados 'caminos del deseo' de Cáceres,.
Cáceres cuenta al menos con unos 70 puntos donde se constata déficit de pasos para peatones y otras zonas verdes con veredas para atrochar,.
En ese ánimo cotidiano de optimizar su tiempo, los peatones tienen a buscar el camino más corto entre dos puntos, pero no siempre la manera más rápida coincide con la legalmente establecida por las señalizaciones. En ocasiones eso puede acarrear un verdadero peligro para la seguridad vial.
Tal y como recoge Miguel Ángel Barrantes en su blog 'Conoce Cáceres', la capital cuenta con unos 70 'caminos del deseo' debidamente geolocalizados por este ciudadano que, a pesar de dedicarse profesionalmente a la abogacía, ocupa buena parte de su tiempo libre en la elaboración de artículos relacionados con la capital. «Conozco muy bien la ciudad y he visto que faltan pasos de peatones. Muchas veces es debido a que al realizar el diseño urbanístico no se piensa en el peatón», explica a este diario.
Las llamados 'desire paths' no son ninguna novedad en la escena internacional. De hecho, Barrantes nutre su artículo con una extensa bibliografía citando a cabeceras como la británica 'The Guardian' y otras plataformas especializadas en urbanismo.
No obstante, según destaca, en el caso de España todavía queda camino por recorrer para conseguir que las diferentes administraciones adapten estos peculiares trazados a los peatones para reducir así, sobre todo en los puntos donde existe déficit de pasos de cebra, el riesgo de accidentes: «Hay que tener en cuenta que estos caminos del deseo son el día a día de la gente. Están ahí, pero parecen olvidados por las administraciones. No hace falta realizar ningún estudio técnico al respecto porque basta con observar el transcurrir diario en estos puntos para constatar que existe un problema de señalización para facilitar la movilidad de los peatones en la ciudad. Muchas veces la solución sería tan simple como poner pasos para peatones en lugares intermedios, en el caso del casco urbano, o aceras en el caso de las zonas ajardinadas».
Se da la circunstancia de que, con el paso de los años, Cáceres ha ido adaptando algunos de estos caminos del deseo para alcanzar mejores cotas de movilidad.
Por el contrario, existen otros enclaves que han hecho un recorrido inverso: «En la calle Colombia, que es una vía con gran tránsito de personas mayores, había un paso para peatones y el Ayuntamiento lo eliminó. Es un auténtico problema porque los vecinos tienen que dar un buen rodeo y en muchos casos deciden cruzar por un lugar que no está habilitado».
Deficiencias
En lo que a necesidad de pasos para peatones se refiere, el autor de la publicación identifica deficiencias en zonas como Residencial Ronda, Montesol, Mejostilla, San Blas o Campus Universitario, así como en Cabezarrubia, R-66, Nuevo Cáceres o Aldea Moret, entre otros enclaves perfectamente señalizados en el mapa.Algunos de los casos más significativos se dan en el propio centro de Cáceres, como es el caso de la Avenida de Portugal, donde es habitual ver cruzar a los peatones por lugares no señalizados, al no existir entre la cabecera de la vía y el final ningún otro paso establecido.
Otras zonas más alejadas tampoco están exentas de la peligrosidad derivada de la ausencia de pasos de cebra. Es el caso de Cordel de Merinas, cerca del crematorio. En este punto los peatones no cuentan con ningún lugar habilitado para cruzar, a excepción del inicio y final de la larga avenida.
En lo que a veredas en parques y jardines se refiere, existen multitud de casos llamativos y perfectamente visibles. Calles como Tolerancia, Tomás Pulino, Cayetano Polo, Antonio Machado, Calatayud o Valeriano Gutiérrez, entre muchas otras.
Miguel Ángel Barrantes confía en que con este trabajo el Ayuntamiento tome nota de otras ciudades como Copenhague, Míchigan, Nueva York o Rotterdam, «donde ya se realizan intervenciones sobre los 'caminos del deseo' mediante un trabajo de investigación previa y creando acerados donde antes los peatones invadían el césped».
«Una buena forma de influir en el diseño urbano es observar cómo los ciudadanos se mueven diariamente por la ciudad», sentencia.
TITULO: Trastos y tesoros - CANAL EXTREMADURA -La locura de Carolina Coronado, la embalsamadora,.
DESDE LA MOTO DE PAPEL,.
La locura de Carolina Coronado, la embalsamadora,.
fotos / Estaba
trabajando de madrugada en casa, junto a los ventanales que dan al
alcornoque centenario y al huerto. Elaboraba el árbol genealógico del clan de 'Los Hilarios' de Plasencia, que están siendo juzgados en la Audiencia de Cáceres, cuando el día llegó con uno de esos amaneceres raros que hay en Cáceres, que llena de naranja y rosa el cielo. Fue entonces cuando Sanjosé apareció llevando entre sus blancas manos un libro que me ofreció, diciendo:
–Mira, esta mujer también veía muertos como tú – me dijo el difunto, entregándome una biografía de Carolina Coronado firmada por Isabel María Pérez González.
Leí unas páginas que me señaló y sí, la gran Carolina Coronado veía el espíritu de su padre, pero no debía de estar a bien con él porque se asustaba cuando se le aparecía. Se cuenta en el libro, que se desmayó varias veces en la iglesia porque había visto el fantasma de su padre de pie ante el altar; y el embajador norteamericano en España, Carl Schurz, la vio correr en camisón una noche en casa de ella y su marido, con un candelabro en la mano, los ojos desorbitados y expresión de horror, porque aseguraba que al entrar en el cuarto de sus dos hijas, el fantasma de su padre, que estaba junto a la puerta, le había sujetado por una manga. Ella, por otra parte, llegó a ser una muerta resucitada, porque cuando tuvo 23 años, el 3 de enero de 1844, tuvo un sueño cataléptico y la dieron por muerta, llegando a publicar sus amigos poetas elegías por su muerte.
Merece la pena leer esta biografía de Carolina Coronado. Asombra conocer detalles de la vida de la poetisa nacida el 12 de diciembre de 1820 en Almendralejo. Una adelantada en su tiempo, que fue de las primeras personas en denunciar el maltrato a la mujer, en esta poesía titulada 'El marido verdugo':
«(...)Nunca el verdugo de inocente esposa/ con noble lauro coronó su frente:/ ¡ella os dirá temblando y congojosa/ las gloriosas hazañas del valiente!
Ella os dirá que a veces siente el cuello/ por sus manos de bronce atarazado,/ y a veces el finísimo cabello/ por las garras del héroe arrebatado.
Que a veces sobre el seno transparente/ cárdenas huellas de sus dedos halla;/ que a veces brotan de su blanca frente/ sangre las venas que su esposo estalla.
¡Y que ¡ay! del tierno corazón llagado/ más sangre, más dolor la herida brota,/ que el delicado seno macerado,/ y que la vena de su sien rota!...
Así hermosura y juventud al lado/ pierde de su verdugo; así envejece;/ así lirio suave y delicado/ junto al áspero cardo arraiga y crece.
Y así en humanas formas escondidos,/ cual bajo el agua del arroyo el cieno,/ torpes vivientes al amor uncidos/ la madre sociedad nutre en su seno».
En la biografía se describe a una Carolina Coronado inteligente, calculadora, muy coqueta que llegó a quitarse tres años para casarse con el primer secretario de la embajada de los Estados Unidos en España, Horacio Perry, al que literalmente enganchó cuando él regresaba a su tierra, al fingir que se moría si la dejaba. Él lo contaba así a sus hermanas: «Yo la amaba pero me resistía, me puse en pie para irme, ¡su corazón se paró!, no se desmayó sino que su corazón se paró de repente, instantánea, enteramente. Yacía muerta delante de mí. Pero no, un minuto, dos, no sé, me pareció un año, de pronto como si su pecho se abriera de golpe con un soplo que se podía haber escuchado en el apartamento contiguo y que convulsionó todo su esqueleto, el corazón latió de nuevo, reanudó penosamente sus funciones».
Se casaron en Gibraltar por el rito protestante, y en París por el rito católico. Carolina tenía 31 años. Con 32 tuvo a su primera hija, llamada Carolina; y con 33 a su hijo Carlos. Con sólo siete meses de vida, el 11 de noviembre de 1854, murió el niño por las fiebres tifoideas. El cadáver del hijo lo puso en una sepultura en la iglesia de San Isidro en Madrid.
Con 40 años Carolina Coronado tuvo a su segunda hija, Matilde. Una joven que vivió un infierno con la locura de su madre, a la que le cambió la vida a mediados de 1873. El 9 de junio de ese año Horacio Perry tuvo que ir a Londres por cuestiones de trabajo, y al poco sus dos hijas: Carolina, de 20 años, y Matilde de 12 enfermaron de sarampión. El 6 de julio seis médicos estaban en casa de Los Perry, la hija mayor estaba peor según su madre. Los médicos dijeron que no era para tanto y la poetisa sentenció: «¡Dentro de media hora va a estar muerta!» Y así fue.
La niña Matilde vio como su madre enloqueció: se intentó arrojar por el balcón, abrazaba a su hija sin vida, se cortó sus largos tirabuzones y los dejó junto a la muerta pidiendo que la enterraran con ella. La biógrafa cuenta: «corría demudada de un lado a otro de la alcoba, golpeándose en los rincones como un pájaro asustado».
Matilde debió ver como su madre adornó de joyas a su hermana, a la que ordenó embalsamar. Carolina Coronado hizo un trato con las monjas clarisas del convento San Pascual, en el paseo de Recoletos de Madrid, y allí encerró a su hija en un armario de la sacristía. En el exterior puso un cartel: «Prohibido tocar este sagrado tesoro, pertenece a Carolina Coronado y Romero de Tejada». Horacio Perry contó a sus hermanas que al regresar a su casa, después de estar un mes fuera, se encontró conque su hija mayor estaba muerta, la pequeña sola en una habitación, y su mujer demente.
Se marcharon a Lisboa, en donde empezaron a habitar un enorme caserón, el palacio de Mitra. La joven Matilda vio como su padre murió el 22 de febrero de 1891. Su madre ordenó que lo embalsamaran y colocó su cadáver en un sarcófago en la capilla del palacio, donde rezaba a su lado.
Matilda tuvo un novio, el abogado extremeño Pedro María Torres Cabrera, segundo hijo del Marqués de Torres Cabrera. Le dijo a su madre que se iba a casar y la poetisa le hizo prometer que ella seguiría durmiendo todas las noches con ella (como había hecho desde que murió el padre), negándose a ver a su yerno, que pasó a ocupar la planta baja del palacio.
El 15 de enero de 1911, con 90 años, murió Carolina Coronado y su yerno decidió poner sensatez a toda esta locura: Ordenó colocar a la poetisa en un féretro, en otro el cuerpo embalsado de su suegro, y en un vagón enlutado del Tren Correo de Lisboa, llegaron a Badajoz, donde están enterrados juntos en el cementerio viejo.
Matilde, ya liberada, se vino a vivir a Cáceres con su marido; pero la maldición de su madre no le dejó: murió a los pocos meses, el 15 de junio de 1911, tenía 50 años. A su viudo aún le tocó ir a Madrid, al convento de San Pascual, al avisarle un sacerdote de que en la sacristía había un armario cerrado con el nombre de la poetisa, que hacía tiempo que había muerto. Al forzar la cerradura se encontró con su cuñada embalsamada, a la que no había conocido. Él dispuso enterrar a su cuñada eternamente joven, no sabemos si en Cáceres o en Badajoz.
Otro de esos amaneceres raros de Cáceres volvió a aparecer Sanjosé, y aproveché para preguntarle sobre una duda que me corroe:
–Oye. Yo que veo muertos, como Carolina Coronado, ¿no me volveré loco como ella?
–Ni puedo ni debo decírtelo.
–¡Pero, hombre!
–Ni debo ni puedo; pero bueno... de la locura nadie está libre. La locura es una triste lotería a la que jugáis los que aún estáis vivos.
–¡Vaya mierda de amigo!
–¡Ah! ¡Estuvieras muerto...!
Joío difunto.
–Mira, esta mujer también veía muertos como tú – me dijo el difunto, entregándome una biografía de Carolina Coronado firmada por Isabel María Pérez González.
Leí unas páginas que me señaló y sí, la gran Carolina Coronado veía el espíritu de su padre, pero no debía de estar a bien con él porque se asustaba cuando se le aparecía. Se cuenta en el libro, que se desmayó varias veces en la iglesia porque había visto el fantasma de su padre de pie ante el altar; y el embajador norteamericano en España, Carl Schurz, la vio correr en camisón una noche en casa de ella y su marido, con un candelabro en la mano, los ojos desorbitados y expresión de horror, porque aseguraba que al entrar en el cuarto de sus dos hijas, el fantasma de su padre, que estaba junto a la puerta, le había sujetado por una manga. Ella, por otra parte, llegó a ser una muerta resucitada, porque cuando tuvo 23 años, el 3 de enero de 1844, tuvo un sueño cataléptico y la dieron por muerta, llegando a publicar sus amigos poetas elegías por su muerte.
Merece la pena leer esta biografía de Carolina Coronado. Asombra conocer detalles de la vida de la poetisa nacida el 12 de diciembre de 1820 en Almendralejo. Una adelantada en su tiempo, que fue de las primeras personas en denunciar el maltrato a la mujer, en esta poesía titulada 'El marido verdugo':
«(...)Nunca el verdugo de inocente esposa/ con noble lauro coronó su frente:/ ¡ella os dirá temblando y congojosa/ las gloriosas hazañas del valiente!
Ella os dirá que a veces siente el cuello/ por sus manos de bronce atarazado,/ y a veces el finísimo cabello/ por las garras del héroe arrebatado.
Que a veces sobre el seno transparente/ cárdenas huellas de sus dedos halla;/ que a veces brotan de su blanca frente/ sangre las venas que su esposo estalla.
¡Y que ¡ay! del tierno corazón llagado/ más sangre, más dolor la herida brota,/ que el delicado seno macerado,/ y que la vena de su sien rota!...
Así hermosura y juventud al lado/ pierde de su verdugo; así envejece;/ así lirio suave y delicado/ junto al áspero cardo arraiga y crece.
Y así en humanas formas escondidos,/ cual bajo el agua del arroyo el cieno,/ torpes vivientes al amor uncidos/ la madre sociedad nutre en su seno».
En la biografía se describe a una Carolina Coronado inteligente, calculadora, muy coqueta que llegó a quitarse tres años para casarse con el primer secretario de la embajada de los Estados Unidos en España, Horacio Perry, al que literalmente enganchó cuando él regresaba a su tierra, al fingir que se moría si la dejaba. Él lo contaba así a sus hermanas: «Yo la amaba pero me resistía, me puse en pie para irme, ¡su corazón se paró!, no se desmayó sino que su corazón se paró de repente, instantánea, enteramente. Yacía muerta delante de mí. Pero no, un minuto, dos, no sé, me pareció un año, de pronto como si su pecho se abriera de golpe con un soplo que se podía haber escuchado en el apartamento contiguo y que convulsionó todo su esqueleto, el corazón latió de nuevo, reanudó penosamente sus funciones».
Se casaron en Gibraltar por el rito protestante, y en París por el rito católico. Carolina tenía 31 años. Con 32 tuvo a su primera hija, llamada Carolina; y con 33 a su hijo Carlos. Con sólo siete meses de vida, el 11 de noviembre de 1854, murió el niño por las fiebres tifoideas. El cadáver del hijo lo puso en una sepultura en la iglesia de San Isidro en Madrid.
Con 40 años Carolina Coronado tuvo a su segunda hija, Matilde. Una joven que vivió un infierno con la locura de su madre, a la que le cambió la vida a mediados de 1873. El 9 de junio de ese año Horacio Perry tuvo que ir a Londres por cuestiones de trabajo, y al poco sus dos hijas: Carolina, de 20 años, y Matilde de 12 enfermaron de sarampión. El 6 de julio seis médicos estaban en casa de Los Perry, la hija mayor estaba peor según su madre. Los médicos dijeron que no era para tanto y la poetisa sentenció: «¡Dentro de media hora va a estar muerta!» Y así fue.
La niña Matilde vio como su madre enloqueció: se intentó arrojar por el balcón, abrazaba a su hija sin vida, se cortó sus largos tirabuzones y los dejó junto a la muerta pidiendo que la enterraran con ella. La biógrafa cuenta: «corría demudada de un lado a otro de la alcoba, golpeándose en los rincones como un pájaro asustado».
Matilde debió ver como su madre adornó de joyas a su hermana, a la que ordenó embalsamar. Carolina Coronado hizo un trato con las monjas clarisas del convento San Pascual, en el paseo de Recoletos de Madrid, y allí encerró a su hija en un armario de la sacristía. En el exterior puso un cartel: «Prohibido tocar este sagrado tesoro, pertenece a Carolina Coronado y Romero de Tejada». Horacio Perry contó a sus hermanas que al regresar a su casa, después de estar un mes fuera, se encontró conque su hija mayor estaba muerta, la pequeña sola en una habitación, y su mujer demente.
Se marcharon a Lisboa, en donde empezaron a habitar un enorme caserón, el palacio de Mitra. La joven Matilda vio como su padre murió el 22 de febrero de 1891. Su madre ordenó que lo embalsamaran y colocó su cadáver en un sarcófago en la capilla del palacio, donde rezaba a su lado.
Matilda tuvo un novio, el abogado extremeño Pedro María Torres Cabrera, segundo hijo del Marqués de Torres Cabrera. Le dijo a su madre que se iba a casar y la poetisa le hizo prometer que ella seguiría durmiendo todas las noches con ella (como había hecho desde que murió el padre), negándose a ver a su yerno, que pasó a ocupar la planta baja del palacio.
El 15 de enero de 1911, con 90 años, murió Carolina Coronado y su yerno decidió poner sensatez a toda esta locura: Ordenó colocar a la poetisa en un féretro, en otro el cuerpo embalsado de su suegro, y en un vagón enlutado del Tren Correo de Lisboa, llegaron a Badajoz, donde están enterrados juntos en el cementerio viejo.
Matilde, ya liberada, se vino a vivir a Cáceres con su marido; pero la maldición de su madre no le dejó: murió a los pocos meses, el 15 de junio de 1911, tenía 50 años. A su viudo aún le tocó ir a Madrid, al convento de San Pascual, al avisarle un sacerdote de que en la sacristía había un armario cerrado con el nombre de la poetisa, que hacía tiempo que había muerto. Al forzar la cerradura se encontró con su cuñada embalsamada, a la que no había conocido. Él dispuso enterrar a su cuñada eternamente joven, no sabemos si en Cáceres o en Badajoz.
Otro de esos amaneceres raros de Cáceres volvió a aparecer Sanjosé, y aproveché para preguntarle sobre una duda que me corroe:
–Oye. Yo que veo muertos, como Carolina Coronado, ¿no me volveré loco como ella?
–Ni puedo ni debo decírtelo.
–¡Pero, hombre!
–Ni debo ni puedo; pero bueno... de la locura nadie está libre. La locura es una triste lotería a la que jugáis los que aún estáis vivos.
–¡Vaya mierda de amigo!
–¡Ah! ¡Estuvieras muerto...!
Joío difunto.
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