domingo, 17 de abril de 2022

REVISTA FARMACIA - Por qué y cómo la vida merece ser vivida ,. / CAFE, COPA Y Tierra de talento - La risa que se desangra", flamenco y carnaval con Anabel Rivera ,./ Documental - Salud mental, el gran reto de la sociedad actual ,. / El escarabajo verde - La receta del arte ,. / Días de cine clásico - Cine - Capitanes intrépidos , Miercoles -27- Abril ,./ Un país para escucharlo - Rozalén: «Estoy harta de que me digan que me calle la boca»,.

        TITULO: REVISTA FARMACIA - Por qué y cómo la vida merece ser vivida ,.​   

REVISTA FARMACIA - Por qué y cómo la vida merece ser vivida  , fotos,.

Por qué y cómo la vida merece ser vivida,.




La vida no consiste en vivir, sino en tener salud” (Non est vivere, sed valere vita est): con un solo verso de uno de sus epigramas —¡milagro de la buena poesía!—, Marco Valerio Marcial nos invita a captar al vuelo la importancia de “vivir bien”. En efecto, para el escritor latino lo que importa no es el “vivir” en sí, sino la “calidad” de la vida que vivimos. La vida solo puede considerarse vida si merece ser vivida. Y puede vivirse plenamente sobre todo cuando se goza de buena salud. En otras palabras: los afligidos por enfermedades y sufrimientos podrían, en concreto, llevar una existencia sin las prerrogativas


necesarias para hacerla digna de ser vivida. Si la vida se reduce a la mera supervivencia biológica, ¿puede considerarse vida? ¿Y cuál es la línea divisoria entre la vida y la no vida?

No es fácil, por no decir imposible, responder preguntas que inevitablemente afectan a todos los seres humanos. Ante cuestiones tan delicadas no existen umbrales universales; corresponde a cada uno decidir en qué punto concreto trazar el límite entre una y otra orilla. Un límite que no se puede predeterminar teóricamente, sino que se debería captar solo cuando, de hecho, nuestras precarias condiciones físicas nos hacen conscientes de la imposibilidad de continuar, de la pérdida de nuestra dignidad, de la falta de interés por aquello que hasta ayer había estimulado nuestra vitalidad.

No es casualidad que el verso de Marcial —que basa la esencia de la vida precisamente en la “buena salud”— vuelva con insistencia en el actual debate sobre la eutanasia, animado muchas veces por prejuicios religiosos o ideológicos. Algunos sostienen que es mejor esperar a que llegue el final decretado por la naturaleza. Otros en cambio —relegando la vida terrenal a un mero paréntesis al servicio del “más allá”— piensan que al ser humano no le está permitido decidir sobre su existencia, porque la vida es un don divino y, por lo tanto, solo corresponde a la divinidad concederla y quitarla. Pero ¿por qué imponer estos puntos de vista, legítimos para quienes coinciden con ellos, también a quienes quieren determinar su vida? ¿Por qué impedir que un ser humano trace por sí mismo la línea entre la vida y la no vida?,.

Es necesario recurrir a las espléndidas páginas de Séneca para abordar desde un ángulo diferente los temas que acabamos de mencionar. En una de las cartas dirigidas a Lucilio, el filósofo romano se burla de “la bochornosa oración” de Mecenas, el influyente consejero de Augusto y protector de escritores y artistas. El generoso benefactor, en efecto, dice estar dispuesto a aceptar “la enfermedad y la deformidad” e incluso el dolor agudo de un poste de tortura con tal de que “el aliento de la vida dure más”: “Hazme débil de mano, / débil de pie lisiado, / haz que me salga una gran joroba, / deja que mis dientes temblorosos se caigan: / mientras me quede la vida, todo está bien; / aunque tuviera que sentarme en la punta / perforante de un poste, déjame conservarla”.

Séneca, atacando a Mecenas, critica duramente a aquellos que, por miedo a la muerte, desearían conservar la vida a toda costa. ¿Vale la pena someterse a torturas y sufrimientos para prolongar la vida? “Pero ¿se puede definir como vida”, escribe el filósofo latino, “una muerte que se arrastra? ¿Es posible, entonces, encontrar a alguien que deseara pudrirse entre torturas y morir miembro por miembro y expirar el alma gota a gota en lugar de exhalarla de una sola vez?”.

Para Séneca, en definitiva, “no conviene (…) conservar la vida en cualquier caso” porque esta “no es un bien en sí misma”; lo que cuenta “es vivir como se debe” (Non enim vivere bonum est, sed bene vivere). Pero aquí, respecto a los versos de Marcial, el horizonte se amplía. Vivir bien no consiste únicamente en tener buena salud; concierne también al universo más amplio de las actividades intelectuales y morales. Aquellos que aspiran a la sabiduría, según la visión estoica, “siempre se preocupan por la calidad de vida, no por la cantidad de vida”.

Para vivir bien cada individuo debe luchar por dar un sentido a su vida, por hacer que merezca ser vivida. Pero incluso en este caso no existe un modelo global que proponer. A lo largo de los siglos, filósofos, artistas, escritores y científicos han intentado orientar su vida hacia objetivos que pudieran hacerla más digna.

Giordano Bruno, por ejemplo, dedicó extraordinarias reflexiones al tema de la dignidad de la vida, haciendo coincidir de forma ejemplar su existencia con el esfuerzo por buscar la verdad y la perfección. Es este esfuerzo, independientemente del resultado, el que da auténtico sentido a nuestra existencia: incluso una derrota puede convertirse en gloriosa si nos hemos empeñado con todas nuestras fuerzas en el camino hacia la meta. Este es un nudo esencial que abarca muchas páginas de sus obras italianas y latinas.

Y precisamente en este contexto, Bruno se interroga sobre la actitud que se debe adoptar en la aventura del saber y en la de la vida. Así, en su primer diálogo italiano, La cena de las cenizas (1584), el filósofo indaga sobre las dificultades inherentes a toda empresa difícil. Las habilidades requeridas y las pruebas que pasar son muchas. Pero lo más importante no es tanto “ganar el palio”, sino correr con dignidad: “Aunque no sea posible llegar al extremo de ganar el palio, corred sin embargo y haced todo lo que podáis en asunto de tanta importancia, resistiendo hasta el último aliento de vuestro espíritu (…) No solo merece honores el único individuo que ha ganado la carrera, sino también todos aquellos que han corrido tan excelsamente como para ser juzgados igualmente dignos y capaces de haberla ganado, aunque no hayan sido los vencedores”. El elemento fundamental es la actitud, no el resultado. La victoria no depende solo de nosotros. Pero el fin de nuestra competición no es el palio. Lo que importa es la experiencia que realizamos al correr hacia la meta. De hecho, solo durante el viaje será posible enriquecerse, adquiriendo los conocimientos que nos harán seres humanos heroicos, seres humanos dignos, seres humanos capaces de luchar todos los días para ser mejores. Seres humanos capaces de transformar su filosofía en una forma de vida.

El Don Quijote de Cervantes podría ser considerado el héroe por excelencia que lucha por dar sentido a su vida. Contra la opinión de sus contemporáneos —convencidos “de que todos los libros de caballerías son falsos, mentirosos, dañadores e inútiles para la república” hasta el punto de echarlos a la hoguera sin piedad—, el valeroso hidalgo no duda en tomar el difícil camino de la caballería, inspirado por la gratuidad, por la única necesidad de servir con entusiasmo a sus ideales. Cervantes, en definitiva, hace de la contradicción uno de los grandes temas de su novela: si las invectivas contra los libros de caballerías suenan como una incitación al desengaño, en el Quijote encontramos también la exaltación de la ilusión que, a través de la pasión por los ideales, logra dar sentido a la vida. La inutilidad y la gratuidad de sus aventuras aún pueden dejar huella; revelan la necesidad de afrontar con valentía incluso las empresas destinadas al fracaso. Hay derrotas gloriosas de las que pueden surgir grandes cosas con el tiempo: “La verdad adelgaza y no quiebra, y siempre anda sobre la mentira, como el aceite sobre el agua”.

Y entre los objetivos más nobles que pueden dar sentido a nuestra vida está también el de cultivar la solidaridad humana. Auguste Comte escribió: “El deber y la felicidad consisten igualmente en vivir para los demás”. Y la felicidad de vivir para los demás ha sido evocada varias veces en la literatura. Pienso en el Wilhelm Meister, de Goethe, o en Guerra y paz, de Tolstói, en sus profundas reflexiones sobre la alegría que genera su esfuerzo derramado para humanizar a la humanidad.

Vivir bien, en definitiva, no consiste solo en cuidar nuestro cuerpo: no bastan los placeres que experimentamos con el deporte, la dieta mediterránea y los llamados “centros de bienestar”. Y del mismo modo, para defendernos del riesgo de las enfermedades, no basta con seguir los preceptos de la industria médica, que a veces se convierten en obsesiones machaconas. Para el cuidado de uno mismo, también es necesario prestar atención a la salud mental y moral. Cultivar la salud física como un momento de recarga y luego retomar, en la vida cotidiana, los locos ritmos de producción basados en la rapidez y la acumulación de bienes materiales no solo es peligroso, sino también poco gratificante. Dejando de lado los estilos de vida ideales que nos ofrecen el consumismo desenfrenado y el neoliberalismo rapaz, deberíamos aprender a perder el tiempo, a dedicar nuestra atención a actividades que no tengan nada que ver con el lucro o con cualquier interés material. Aprender a apartar la mirada de nosotros mismos por un momento nos permitiría tomar conciencia de la progresiva destrucción del planeta y de las terribles desigualdades que están ensanchando el abismo entre unos pocos privilegiados y muchos sufridores.

Leer un libro, escuchar música, visitar un museo, ver un atardecer no significa perder el tiempo, sino ganarlo para alimentar nuestro espíritu, cultivar nuestras relaciones humanas y dar dignidad a nuestra vida. Se trata de modelos alternativos, en clara oposición a las modas dominantes que empobrecen la idea del bien vivir. Modelos sobre los que los clásicos y el arte nos invitan a reflexionar. Vivir con dignidad no significa pensar solo en el estrecho perímetro de nuestros abyectos egoísmos. Porque, como recordaba también Albert Einstein en una declaración epigramática publicada en The New York Times, “solo una vida vivida para los demás es una vida que merece ser vivida”,.


 El sabado -23- Abril  , a las 22:00 por Canal Sur, foto,.

 La risa que se desangra", flamenco y carnaval con Anabel Rivera,.



Especial Tierra de Carnaval 2022 presentado por Manu Sánchez y María Villalón por donde han pasado los más grandes del Carnaval de Cádiz, como David Palomar, Jesús Bienvenido y El Selu, entre otros, en esta edición especial de  "Tierra de talento".

Y la noche no ha podido empezar de mejor manera ya que ha sido la cantaora Anabel Rivera la encargada de inaugurar esta edición protagonizando un fragmento de su espectáculo "La risa que se desangra", una simbiosis entre el flamenco y el carnaval gaditano.

Y no te pierdas, además, la interpretación muy especial de Anabel y el coro de un trocito de "Noche de Falla" .

 TITULO: Documental - Salud mental, el gran reto de la sociedad actual,.

Salud mental, el gran reto de la sociedad actual,.



foto / Dos años de pandemia han aumentado los problemas de salud mental, pero también han servido para visibilizarlos. Se ha avanzado mucho, pero queda mucho camino por recorrer, advierten los expertos,.

Llega un mensaje a dos grupos de Whats­App de amigos treintañeros: “¿A alguien que esté en terapia le apetece participar en un reportaje sobre salud mental?”. En pocos minutos hay respuestas:

Ana: “Yes”.

Sandra: “Yo me quiero casar con mi psicóloga [emoji con ojos con corazones]. Venga, me apetece”.

Guillermo: “Puedes darle mi teléfono”.

Cris: “El mío se lo puedes dar, pero no he sido muy constante con la terapia, no sé si vale”.

Teresa: “Ja, ja, ja, pues en este grupo de locas, igual le sale la media un poco pa’yá, pero vale, I’m in [estoy dentro]”.

De los 14 mileniales que reciben el mensaje, 10 han pedido alguna vez ayuda psicológica. Cinco de ellos no tienen reparo alguno en contárselo a un desconocido que quiere publicar sus testimonios. ¿Anecdótico? Quizás, pero refleja bien que algo está cambiando en el ámbito de la salud mental: no solo es cada vez más frecuente ir a terapia, sino que contarlo ya no supone un tabú para mucha gente. Y esto es una buena noticia, pero también puede convertirse en un arma de doble filo: existe el riesgo de frivolizar la enfermedad mental y saturar servicios clínicos con problemas que no son patológicos.

Sandra, la que se quiere casar con su psicóloga, reconoce que cuando empezó a ir a terapia, hace año y medio, tenía miedo a que la gente pensase que estaba “loca”, que se quería suicidar o algo parecido. “Incluso mi pareja lo miraba con recelo. Pero con el tiempo lo he normalizado. Cuando vuelvo de terapia, estoy contenta y se lo comento a mis amigos”. Guillermo, que convive con la ansiedad desde hace una década, lo tiene normalizado desde siempre: “Ya con mis padres íbamos a psicólogos desde pequeño. Para mí es un bastón en el que apoyarme y que me ayuda a resolver los problemas que se van presentando”.

Hay tantos problemas emocionales como personas. Pero detrás de muchos se esconden historias parecidas. Los de Sandra son comunes a buena parte de su generación, que está encadenando en su salida al mercado laboral tres crisis con pocos precedentes: la financiera, la pandemia y, ahora, una guerra. “Creo que lo principal tiene que ver con el trabajo y la precariedad. Acabo de cumplir 30 años, no me puedo permitir un alquiler sola, cobro 1.000 euros, es imposible tener una vida propia, no puedo crear mi propio hogar”, lamenta. Decidió ir a terapia después del primer año de pandemia: “Acababa de empezar unas oposiciones, me habían bajado el sueldo por recortes y me di cuenta de que discutía con todo el mundo. Tenía un humor horrible, todo me parecía mal, empezaron los problemas con mi pareja. Estaba triste y enfadada todo el rato. No sabía gestionarlo”.

En encrucijadas como estas, acudir a un profesional que aporte herramientas es una salida cada vez más frecuente. También útil. Pero, como advierten varios psicólogos y psiquiatras consultados, no hay que confundir estas situaciones con enfermedades mentales. Ahí está el arma de doble filo. Es indudable que cada vez resulta más natural hablar de salud mental, y algunos opinan que si no se enfoca adecuadamente puede llevar a la gente a confundir un episodio puntual de tristeza con un problema clínico.

Molo Cebrián, creador del podcast Entiende tu mente, el más escuchado en español sobre psicología, cree que “está muy bien” el hecho de que la salud mental pierda el estigma: “Expresar la tristeza es muy terapéutico, muy liberador. Pero existe el peligro de que la gente a tu alrededor comience a darte consejos, y eso puede ser problemático. Tenemos que acostumbrarnos a acompañar a quien sufre, pero ser muy cuidadosos con los consejos que le damos”. Esto llega al extremo en personas con verdaderas enfermedades mentales, como una depresión profunda, para quienes consignas del tipo “tú puedes” o “tienes que ser fuerte” pueden ser muy perjudiciales. “Pueden pensar que no se sienten bien porque no son suficientemente fuertes y que en lugar de empujarlos hacia adelante, lo hagamos hacia atrás”, reflexiona Cebrián.

El psiquiatra Eduardo Villalobos explicaba recientemente en sus redes sociales por qué un enfoque erróneo o no acudir al profesional adecuado puede incluso acabar de forma trágica. Se focalizaba en los coaches, una profesión de moda que a menudo se ejerce sin ninguna titulación oficial: “Quien sufre depresión puede no tener energía ni para levantarse de la cama, así que mucho menos para ponerse a buscar qué especialista es el más adecuado para ayudarle. Suele pasar con frecuencia que acude al que primero le recomiendan o al que vio en redes con un marketing maravilloso. Pone toda su confianza en que esa persona que se vende como una maravilla verdaderamente le ayude. Imaginemos que es un coach sin un mínimo de idea de lo que está haciendo y le dice: ‘Todo lo puedes si lo deseas y lo intentas’, ‘no hay excusas, tú lo puedes lograr’, ‘saca el tigre que hay en ti’ o cualquier tontería. El paciente sale de esa consulta y surge en su mente la siguiente pregunta: ‘¿Si este doctor es el que sabe, le pagué esta consulta tan cara y me dice que depende de mí, pero yo ya lo he intentado tanto, entonces, yo no tengo remedio?’. El paciente queda con el bolsillo vacío, con una idea totalmente errónea de su problema, sin esperanza, y sin duda alguna, con empeoramiento de su cuadro clínico”.

Carlos Mañas es una de esas personas que tienen un problema de salud mental. Acaba de publicar el libro Mi cabeza me hace trampas. Vivir con trastorno bipolar (Kailas), donde narra su vida con esta enfermedad. Saluda con cierto optimismo que baje el estigma que tradicionalmente se ha asociado a personas con problemas mentales y cree que las cosas están cambiando: “La gente te empieza a escuchar. Antes ponían cara de escuchar, pero ahora ves que quieren entenderte, saber más. Es positivo que haya más espacio en los medios. Sucede también con el suicidio: era tabú, pero se ha visto que, si se trata de forma rigurosa, sin mofas y sin que sea escabroso, hablar de ello puede ayudar”. Pero, a la vez, asegura que ni mucho menos está todo el camino andado. Queda mucho. “En la tele se ve a uno diciéndole a otro que es un bipolar, cuando es simplemente un hortera”. Y también le preocupa la frivolización. “La moda de la salud mental está sirviendo para que muchos se lucren, famosos escriban libros, haya quien venda resiliencia para problemas de salud muy graves. Las flaquezas y las preocupaciones no se pueden comparar con una persona que escucha voces a diario. Eso no se soluciona con una taza de Mr. Wonderful”, zanja.

¿Cuál es el límite entre la enfermedad mental y los problemas emocionales que pueden resolverse con las herramientas que proporciona un psicólogo no clínico? Lógicamente, es un especialista el que tiene que determinarlo en cada caso. Pero, como regla general, Juan Antequera, de la Asociación Nacional de Psicólogos Clínicos y Residentes (Anpir), se guía por el impacto que el problema tiene en la vida de la persona afectada: “Si sientes que no puedes levantarte de la cama, que salir de casa te genera una angustia, que no te merece la pena hacerlo, si escuchas voces, está dentro de lo patológico. Si, por ejemplo, estoy muy triste porque me ha dejado mi pareja, pero sigo viendo amistades, tengo ratos pensando en otras cosas, no dejo de trabajar… Las emociones están ahí, son útiles, pero me permiten funcionar. Ahí estaríamos hablando de algo que no necesita intervención de la clínica, quizás se podría actuar desde la prevención o desde otros ámbitos de la psicología, que lo pueden hacer perfectamente”.

La persona afectada no siempre sabe distinguir esa frontera. Sandra acudió directamente a un psicólogo privado. “Con los centros de salud como estaban por la pandemia, ni siquiera me planteé otra cosa”, reconoce. Pero otros muchos acuden a su médico de cabecera, que al fin y al cabo es la puerta de entrada al sistema público para los problemas de salud. También la mental. Y cada vez tienen menos tiempo. Más allá de la saturación aparejada al coronavirus, España tiene un millar de médicos de familia menos que en 2018. Se han jubilado o prejubilado porque no aguantaban más; se han marchado fuera, a la privada o a trabajar en Urgencias, que están mucho mejor remuneradas. Las agendas, que ya antes de la covid les permitían pocos minutos por paciente, están aún más apretadas.

“A los médicos de familia llegan personas con problemáticas gigantescas y tienen poco tiempo para valorarlas”, cuenta Juan Antequera, quien recuerda una anécdota que ejemplifica bien las disfunciones del sistema. “Un médico de familia me dijo: ‘Te he derivado a una familia porque anteayer hubo un accidente de tráfico y fallecieron tres miembros’. Después de dos días yo no puedo valorar nada desde el punto de vista técnico. Estarán destrozados, con razón. En algunas ocasiones, por la propia angustia que generan los problemas, el médico de familia quiere ayudar con los recursos que tiene a mano. Apoyar el dolor y aprender a manejarse con él requiere mucho tiempo y formación”. Por eso, Anpir reclama más presencia de psicólogos en la atención primaria. “Si hubiera uno en cada centro de salud, seguramente podría atender ese tipo de casos y valorarlos, aliviando la atención especializada”, concluye Antequera.

Cataluña, por ejemplo, está empezando a dotar a los centros de atención primaria de una nueva figura: el referente para el bienestar social y emocional. “Es de muy reciente creación. No son psicólogos clínicos, sino que su propósito es hacer sobre todo prevención y prescripción social para intervenir en síntomas en un nivel subclínico”, explica Antoni Sanz, profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona. Desde octubre, la Generalitat ha contratado a 230 profesionales, lo que cubre más de la mitad de los centros de salud de la comunidad; pretende llegar a 350 este año. “Están más enfocados a problemas cotidianos, gestión del estrés, cuadros psicológicos que no llegan a ser severos y en los que no son imprescindibles los servicios sanitarios especializados, que están muy saturados”, añade Sanz.

Lo están en toda España, donde hay 6 psicólogos clínicos por 100.000 habitantes en la red pública, tres veces menos que la media europea. Cada año salen unas 200 plazas de psicólogos internos residentes (PIR), y para llegar a estos estándares harían falta más del doble. También escasean los psiquiatras: 11 por cada 100.000 personas, casi cinco veces menos que en Suiza (52) y la mitad que en Francia (23), Alemania (27) o Países Bajos (24). “Es muy importante sensibilizar, pero también dotar de medios. Si sensibilizas a alguien para pedir ayuda y no tiene dónde acudir, no sirve de mucho”, se queja el psicólogo clínico Carlos Losada, también miembro de Anpir.

Esto redunda en que la atención clínica, la de los problemas más graves, sea insuficiente. “Se calcula que entre un 25% y un 30% de la población tiene patologías de salud mental, si incluimos las drogas. Nosotros no somos capaces de llegar ni siquiera al 3%”, señala Diego Palao, psiquiatra y director de Salud Mental del Hospital Universitario Parc Taulí. Son datos de antes de la pandemia. Muchos indicadores muestran que la situación ha empeorado desde entonces, como el aumento de los suicidios: 2020, último año del que hay datos, es el que se registró un mayor número de la serie histórica, 3.941, un 5,7% más que el anterior. El consumo de tranquilizantes también se ha disparado: en 2021 se alcanzaron las 93 dosis diarias de ansiolíticos e hipnóticos por 1.000 habitantes, un 6% más que en 2019. “Cada semana recibimos una media de 20 derivaciones de primaria. Veinte primeras visitas cada semana es imposible de asumir. Y muchas no son realmente dolencias clínicas”, subraya Palao.

Más allá de dotar con más recursos todos los niveles asistenciales, Palao y sus colegas consultados coinciden en que la prevención tiene que comenzar antes y no ceñirse exclusivamente al sistema sanitario. Su especialidad es la prevención del suicidio. “Una estrategia esencial es formar sistemáticamente a los jóvenes en los institutos sobre lo que es la enfermedad mental y cómo afrontar la adversidad. Enseñar recursos para resolver los problemas de la vida, para no lesionarse si tienen frustraciones. Está demostrado que esto previene conductas suicidas y ayuda al reconocimiento de la enfermedad mental por parte de la gente. Una buena implantación haría que vinieran a buscar ayuda clínica cuando realmente hubiera una enfermedad”, señala. Es una estrategia reconocida por la Organización Mundial de la Salud que parte de cinco horas de formación en los institutos y que todavía no se imparte en la mayoría de ellos en España.

Está dentro de lo que la psicóloga Inmaculada Aragón llama “factores de protección”. Son especialmente valiosos en la infancia y la juventud, pero se pueden aplicar a cualquier momento de la vida. “Incluye hábitos de higiene del sueño, comer bien, hacer deporte, cuidar las relaciones sociales. En momentos como la pandemia, o ahora con la guerra, un factor de protección sería no estar todo el día conectado a la televisión viendo noticias porque, según la persona, quizá llegue un momento que no pueda más. Es importante que los ciudadanos incorporen en sus rutinas actividades placenteras que les permitan desconectar”. Esta especialista en psicología infantil y juvenil pone el ejemplo del acoso escolar: “Un factor protector sería proporcionarles a los chicos espacios para hablar y gestionar sus emociones con la familia, ahí se pueden ver señales de alerta”.

Esto es más fácil de decir que de hacer. Tanto los hábitos como las relaciones interpersonales tienen un enorme condicionante socioeconómico. El sustrato de buena parte de los problemas emocionales y de salud mental, expone James Davies en su libro Sedados (Capitán Swing), tiene mucho que ver con las condiciones laborales y económicas de los ciudadanos. No es igual de sencillo aplicar estos factores de protección que menciona Aragón en una familia con recursos que en otra que no los tenga.

La correlación entre el nivel socioeconómico y problemas como la obesidad infantil está bien documentada. La Fundación Gasol ha constatado su influencia directa con problemas de salud mental. Santi F. Gómez, responsable de Investigación y Programas, explica que es una relación bidireccional y que se retroalimenta: “Niños con mucha ansiedad, con desequilibrio emocional, tienen más riesgo de dormir mal, de alteraciones metabólicas. Por otro lado, hay mucha evidencia de que, una vez que presentan obesidad, tienen mayor probabilidad de sufrir ansiedad o depresión. Porque es una condición con mucho estigma social”.

Aquí entra en juego de nuevo la resiliencia, una palabra a veces manida, denostada si no se aplica bien, pero que tiene su papel en el momento adecuado. Y que hay que aprender y entrenar. Como decían varias voces al principio de este reportaje, no se le puede pedir resiliencia a una persona con una enfermedad mental porque probablemente sea contraproducente. Pero adquirirla puede servir de escudo de defensa cuando surjan los problemas emocionales y disminuir el riesgo de una enfermedad mental.


TITULO:  El escarabajo verde  - La receta del arte,.


La receta del arte,.


foto / Escuchar música, cantar, bailar, pintar. Las actividades artísticas son herramientas útiles para pacientes y profesionales sanitarios. Ya forman parte de la rutina de muchos hospitales. Relajan el ambiente, rompen barreras emocionales y ayudan a expresar sentimientos.

Proyecto realizado con apoyo del fondo de emergencia covid-19 para periodistas de la National Geographic Society.

 minutos previos a la entrada al quirófano. Las notas de un violín pueden suplir un contacto físico que no siempre es posible.
1Una madre abraza la incubadora en la que se encuentra su bebé nacido prematuro en el Hospital Quirónsalud de Valencia, mientras Stefany Ramón, voluntaria de la fundación Músicos por la Salud, toca su arpa.

Los hospitales son espacios cargados de emociones. La llegada al mundo de un recién nacido, el tránsito por una enfermedad y la cercanía de la muerte son momentos cuya trascendencia supera las respuestas que la medicina puede ofrecer. Son cientos los estudios científicos que han constatado los beneficios que la música tiene para el ser humano en estos instantes vitales. “Poner letra a una canción ayuda a nuestros pacientes a entender mejor lo que les está pasando y a expresarse de una forma más precisa”, explica Núria Serrallonga, especialista child life del Hospital Infantil Sant Joan de Déu de Barcelona. Esta figura sanitaria tiene la misión de cuidar actividades complementarias como la música, el arte y la educación de los menores ingresados. Los días que siguen a un parto con complicaciones y posibles secuelas en el recién nacido, por ejemplo, son muy complejos para una madre. “Crear el vínculo necesario con el bebé puede resultar difícil. Cantar una canción de cuna acompañada de música les ayuda a romper barreras”, cuenta Serrallonga. Los hospitales han dejado de ser ese lugar donde el paciente es un ser pasivo. Y la música contribuye a crear ambientes más apacibles y sosegados, y da a enfermos, familiares y trabajadores herramientas para cuidar y cuidarse mejor. Una melodía permite afrontar los minutos previos a la entrada al quirófano. Las notas de un violín pueden suplir un contacto físico que no siempre es posible.

TITULO:  Días de cine clásico - Cine -    Capitanes intrépidos,. , Miercoles -27- Abril ,.

  Este  Miercoles - 27- Abril a las 22:00 en La 2 de TVE, foto,.





Reparto
Spencer Tracy, Freddie Bartholomew, Lionel Barrymore, Melvyn Douglas, Mickey Rooney, John Carradine, Dennis O'Keefe

Harvey Cheyne (Freddie Bartholomew) es un caprichoso y malcriado niño rico que está haciendo un crucero con su padre. Inesperadamente, cae por la borda del yate y es rescatado por un barco de pesca al mando de un intrépido capitán (Lionel Barrymore). El pesquero tiene que acabar la larga campaña de pesca antes de llevar al chico a tierra firme. Harvey, al principio a regañadientes, conseguirá adaptarse a la dura vida en alta mar gracias a su íntima relación con Manuel (Spencer Tracy), un bondadoso marinero portugués que ejercerá sobre el niño una benéfica influencia.

TITULO:   Un país para escucharlo -  Rozalén: «Estoy harta de que me digan que me calle la boca»,. 

Un país para escucharlo,.
 

Este martes-26- Abril  , a las 23.00 por  La 2, foto.


Rozalén: «Estoy harta de que me digan que me calle la boca»,.

La cantautora albaceteña se muestra reflexiva y comprometida en su nuevo álbum, 'El árbol y el bosque',.



«Yo fui de las cansinas y utópicas durante el confinamiento». Ironizando sobre su intensa actividad virtual, María Rozalén (Albacete, 1986) ansía hablar del álbum con el que da réplica a 'Cuando el río suena' (2017). Aquel aclamado cancionero lleno «de referencias familiares» tiene ahora su reverso reflexivo en 'El árbol y el bosque', álbum en el que, situándose «frente al espejo», se muestra de nuevo permeable en lo rítmico (pop, son, cumbia, ranchera, folk, funk...) y emocional, y concienciada en lo lírico, con aportaciones de «amigas» como la chilena Mon Laferte.

-¿Tiene su nuevo álbum la variedad rítmica y temática del anterior?

-Sí. A medida que vamos sacando discos, damos pasos adelante atreviéndonos con otros ritmos. Y con las temáticas pasa lo mismo. Podemos hacer una cumbia como en la canción para la película de Iciar Bollaín ('Que no, que no', de 'La boda de Rosa'), un tema enérgico y juguetón como 'Este tren', uno con aire de pop británico como 'Y busqué' y otras en clave de funky o son cubano. Las canciones tienen mucho de viaje interior. Tras un disco de reflexiones familiares, ahora me tocaba ponerme frente al espejo. Pero también hay crítica social. Si no la hubiera, no dormiría tranquila.

 -¿Entiende la canción de autor como «el oficio de cantar opinando», como dice Pablo Milanés?

-Por ahora, sí. Me gusta que las canciones tengan mensaje, pero las hago de todo tipo. Sé que hay canciones en este disco por las que me volverán a criticar. Como 'La línea', sobre la muerte en las fronteras. Es un tema que tenía pendiente, porque no puedo estar visitando campos de refugiados o viendo la realidad de otros países y no hablar de ello. Me ha costado mucho escribirla. Otra es 'Loba', cuyo estribillo dice: «Cuanto más me mandes callar, más ganas tendré de hablar, cuanto más me duela el golpe, con más rabia querré luchar, que la historia nos repite una y otra vez más que el camino no es la bala, ni el castigo, ni el bozal, y yo tuve el privilegio de nacer en libertad». La escribí porque estoy harta de que me digan que me calle la boca. Si me callo, no canto. Es una respuesta muy alegre y muy folk contra la opresión en la que comparo la historia de la loba con la de las mujeres.

-A lo mejor por ser ahijada de José Bono, siempre le han preguntado por cuestiones políticas ¿Le molesta?

-Al principio me mosqueaba que siempre se recordara eso, pero no me incomoda hablar de temas políticos o sociales. Lo que intento es informarme bien antes de forjarme una opinión. No me molesta porque, si no te interesa la política, no te interesa la gente. Todo lo que hacemos en la vida son en el fondo actos políticos.

-¿Están sus nuevas canciones tan marcadas por el momento como 'Aves enjauladas', tema que lanzó en el confinamiento?

-Las terminé durante el confinamiento, pero no tienen que ver con él. Alguna tiene un par de años. La suerte es que he podido dedicarles más tiempo, algo que ansiaba. Durante el primer mes confinada, no paré de hacer cosas en las redes. Me demandaban de muchos sitios y decía que sí a todo porque era el momento de entretener. Pero luego pasé a otra fase porque estábamos acostumbrando mal a la gente.

-Se dijo que esta pandemia nos iba a hacer mejores.

-Yo era de esas utópicas. 'Aves enjauladas' iba de eso, Cuando la escucho, pienso que no tengo remedio. Pero creía de verdad que esto nos iba a hacer mejores, y ha sido al contrario. La mayoría de la gente es buena, pero los que quieren destruir lo tienen muy fácil.

-Iba a empezar la gira del nuevo disco en febrero.

-No va a poder ser. Estamos por arrancar en mayo, pero ya veremos si se puede. Al margen de la situación, creo que la cultura está pagando el pato con tantas trabas, cuando las medidas de seguridad en los conciertos son extremas y luego la gente viaja en trenes y metros petados. Quiero ser optimista, pero me temo que seguiremos así hasta que haya una vacuna o una terapia.

-Al menos, viviendo en un pueblo pequeño no sufre las restricciones y cierres de una gran ciudad.

-Eso siempre lo he tenido clarísimo. Por eso me instalé hace ya siete años en Valdemorillo, donde no hay confinamientos. Todo ello hace que aprecie aún más el privilegio de la vida rural.

-¿Se siente especialmente conectada con la España vacía?

-Es que yo me crié en un pueblo muy pequeño, Letur, en la sierra del Segura. Mi familia se ha dedicado al campo. Yo he recogido olivas y almendras, y en mi casa tengo animales y huerta con tomateras. Hasta sé hacer tomates en conserva. Lo tengo clarísimo: en un pueblo no se pierde nada y se gana todo. No me imagino otra crianza para mí y para mis hijos, si algún día soy madre.

-Le interesará entonces la nueva hornada de cantautores y grupos que reivindica el folclore peninsular y latino o las canciones de nuestros abuelos

-Rodrigo Cuevas me vuelve loca, igual que Mayalde y Marisa. Y me alegro también del éxito de Guitarricadelafuente. Imagínate lo que supone todo eso para mí, que canto canciones de mi abuela y toco la bandurria desde los siete años. He mamado todo eso. Siento que voy a tener que hacer un disco de folclore español. Que, entre comillas, se ponga de moda me parece justicia poética.



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